—¡No, no y no! —gritó el viejo Alfus, un reconocido hechicero de larga túnica blanca y sin pelo alguno en la cabeza.
—¿Cómo que no! —se exasperaba a su vez su aprendiz, una chica de larga melena morena que apenas le llegaba a la barbilla, y eso que él no era demasiado alto—. ¡He hecho todo tal y como me lo has dicho!
—¡De eso nada! No puedes mover la mano izquierda a la altura de la cabeza cuando el movimiento principal del hechizo lo lleva la derecha.
La joven entrecerró los ojos, apretó los labios y meneó velozmente la cabeza a ambos lados, agolpándose las palabras en su garganta antes de ser capaz de ordenarlas en su cabeza.
—¿Qué más dará cómo mueva la mano izquierda mientras funcione el hechizo!
—¡Oh! ¡Es que es muy importante! No sólo vale hacerlo funcionar. Para dejar aún más impresionados a tus espectadores has de marcar perfectamente cada movimiento.
—Alfus, llevo ya dos años a tu lado, y doy gracias a ello, ya que me ha permitido aprender muchísimas cosas de la magia, pero he de reconocer que hay cosas que nunca entenderé de ti.
—Rielda, no tienes que entender nada de lo que hago o digo más allá de lo estrictamente necesario para llegar a ser una hechicera de primera. Lo mío es magia, no trucos, así que si prefieres aprender simplemente a mover un objeto unos metros o hacer desaparecer un ovillo de lana sobre tu mano, entonces sería mejor que te marcharas.
—Por supuesto que quiero aprender de tu magia. Es sólo que no veo la necesidad de hacer ciertas posturitas para realizar según qué conjuros.
—¿Ah, no! Mira a todos esos que nos rodean. —La muchacha, de veinte años de edad, echó un vistazo alrededor y, en efecto, vio que había una gran multitud observándoles. Allí debían haber unas sesenta personas, la mayoría de los habitantes de la pequeña aldea de Grátal, donde Alfus enseñaba su magia a distintos discípulos, uno cada vez, desde hacía casi dos décadas. No solían pasar demasiado tiempo bajo las órdenes del viejo, y no lo hacían por llegar a desesperarse con las manías del hechicero, reputado entre los suyos, aunque como instructor demostraba ser realmente pésimo. Rielda, para mejor ejemplo, había superado el anterior record de permanencia por tan sólo un mes—. Ellos son los que hablarán de tus proezas y gestas, antes de que otros muchos exageren hasta cotas insospechadas tus verdaderos actos, por lo que es sumamente importante cómo realices tus intervenciones.
—¿Y cambia mucho de subir más o menos mi mano izquierda? —se burló ella.
—¡Por supuesto! —afirmó completamente convencido de sus palabras—. Si logras un movimiento perfecto, todos te alabarán, y lo que digan de ti otros tantos que oyeron de tus logros por terceras personas será que no existe mejor hechicero que tú en el mundo. Por contra, si tus poses no son las correctas, llegarán a describirte como ridícula o estrafalaria durante tus formulaciones, aunque en principio sólo haya sido una mano un poco más alta de donde debiera.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—Desde luego.
—¡Alfus, no me hagas reír! Entonces, por tu explicación, ¿debo entender que te merece más la pena acabar con un buen porte que lograr con tus hechizos aquello que te propusieras?
—Niña malcriada… ¡Cómo te atreves a insinuar tal cosa!
—¡Son tus palabras, viejo del demonio! ¿O no me acabas de decir que es sumamente importante la forma en la que hablen de ti!
—Claro que sí, aunque has de buscar el equilibrio. Haz que tus conjuros salgan como deseas, pero asegúrate de dejar a todos con la boca abierta por la forma en la que los realizas.
—De verdad, no me extraña que todos tus pupilos se marchasen cabreados contigo.
—¿Cómo! ¿Dónde has escuchado eso!
—¡En cualquier lado por el que anduviese! Ya me previnieron de ti, pero había una vacante libre y cualquiera desearía aprender de uno de los mejores hechiceros, que no todos están dispuestos a hacer de maestros. Sin embargo, es sencillo de entender que se marcharan de tu lado a todo correr.
El rostro del anciano se encendió hasta dar la impresión de que pudiera estallar en cualquier momento, a causa de la presión de tal cantidad de sangre acumulada. Incluso alguno de los asistentes creyó ver desaparecer algunas de las cientos de arrugas de su cara.
—Está bien —dijo haciendo un grandísimo esfuerzo por no gritar y mantener un tono de voz pausado y tranquilo—, vamos a preguntarles a ellos.
—¿Cómo a ellos? —se sorprendió Rielda, que abrió los ojos todo cuanto pudo a la par que observaba a su maestro dándole la espalda para dirigirse a los aldeanos.
—Decidme, buenos hombres y mujeres de Grátal. ¿Os impresiona un hechicero cuando realiza su magia permaneciendo con el cuerpo completamente lacio —tal y como había descrito, y sin mover casi ningún músculo, levantó tan sólo una mano y apuntó a un cercano árbol, hacia el cual dirigió una potente ráfaga de aire que lo sacudió hasta hacerle caer decenas de hojas—, o resulta más espectacular cuando acompaña su hechizo con un buen movimiento? —Repitiendo el hechizo, echó un primer pie atrás para impulsarse a continuación al frente con un veloz giro sobre sí mismo. Al quedar de nuevo encarado al árbol, adelantó el pie que antes retrasara, clavándolo en el suelo con la puntera y deteniendo así su cuerpo, a la vez que lanzaba hacia delante el mismo brazo con el que creaba la corriente de aire hacia el tronco ya golpeado. Alfus tampoco era tonto, y en esta segunda ocasión imprimió una mayor fuerza a su conjuro, de forma que cayeron casi el triple de hojas.
Los asombrados aldeanos aplaudieron y vitorearon el segundo hechizo, lo que hizo aparecer una amplia sonrisa en la cara de Alfus.
—¿Lo ves, Rielda? —se dirigió el anciano esta vez a su discípula, que reprimió una muy sincera opinión por no seguir discutiendo.
Entonces, a espaldas de los dos hechiceros, se oyó a un hombre llamándoles desde la segunda ventana de un alto granero de madera.
—¡Eh! ¡Puedo dar yo mi opinión! —De pronto fue el centro de todas las miradas, continuando cuando los dos que le interesaba cabecearon al mismo tiempo, asintiendo y dándole con ello la palabra—. Buen efecto el suyo, señor Alfus, cuando dio ese giro sobre su pierna derecha. Pero, sinceramente y a modo personal, no vayan a malinterpretarme… ¿Podrían de una maldita vez dejar sus clases para más adelante y apagar cuanto antes el fuego de mi granero!
Las llamas llegaban mucho más arriba que cuando Rielda y Alfus fueron avisados, incluso ya parecían verse por la ventana tras el granjero. Debían reconocer, aunque no lo harían, que se habían olvidado por completo de él durante los últimos minutos.
Rielda miró a su mentor, el cual se cruzó de brazos y la instó, levantando las cejas y bajando la barbilla, a que fuera ella quien lo sofocara.
La muchacha no se lo pensó dos veces, segura como estaba de sí misma, y echó tras un hombro la brillante y bien cuidada melena. No obstante, ya preparada para realizar un complicado conjuro, escuchó claramente cómo Alfus carraspeaba a unos metros de ella. Rielda soltó un profundo suspiro, consciente de que o lo hacía a la manera del viejo o no la dejaría en paz en lo que restaba del día.
Así, la aprendiz de hechicera echó una pierna atrás y flexionó bastante las rodillas, tanto que casi perdió el equilibrio. Después, dibujó un par de círculos en el aire con sus manos por delante del pecho, adelantándolas en dirección al cercano y caudaloso río para desplazar parte de sus aguas y lanzarlas por lo alto del granero. Sin embargo, mirando al de la blanca túnica de reojo, le vio poner una nueva mueca de disgusto, lo que le indicó que no había sido suficiente. Por ello, justo antes de dejar caer el agua, estiró su cuerpo, volviéndolo a bajar de pronto y toda velocidad hasta la anterior posición de rodillas flexionadas a la par que lanzaba un feroz grito, que fue altamente recompensado con las exclamaciones de asombro de los presentes.
El fuego quedó extinto al primer intento y el lugar se llenó entonces de aplausos y voces de aliento hacia la chiquilla.
—¡Bravo! —susurró Alfus a su oído, que se había acercado a ella sin hacer el menor ruido—. Ahora tu nombre sonará con fuerza de aquí a los límites del reino, quizá incluso más allá. Dirán que una gran hechicera, haciendo uso de un tremendo poder, fue capaz de secar por completo un río para lograr apaciguar las llamas que consumían todo el pueblo, demostrando de esta manera que atesora una espectacular magia reflejada en cada uno de sus magníficos movimientos.
Alfus se unió una vez más a los aldeanos, con aplausos y silbidos dirigidos únicamente a Rielda, aunque ésta no hacía sino darle vueltas en la cabeza a cuánto más aguantaría a su lado antes de abandonarle como los anteriores aprendices hicieron.
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Muy buena la idea. Todos los asiduos lectores de fantasía siempre andamos preguntándonos un porqué para la magia y todos tenemos el tópico de unas palabras y unos ademanes extravagantes. Pero nuestra mente racional nos empuja a buscar una causa plausible, un origen válido para las leyendas.
Y muy buena también la forma elegida. Un diálogo desde donde se cuenta todo. Da agilidad a la lectura y la discusión crea una tensión de la que partir. ¿Qué más se puede pedir?
Gracias, Diego 😉
Al fin y al cabo, ¿qué es la muestra de poder sino un impresiona-bobos? Si quieres llamar la atención y que hablen de ti, mejor que hagas algo impactante. Es lo que aprendió Alfus como hechicero.
Gracias 😉
Siendo «la magia» el tema a tratar, quise crear un relato que reflejara qué concepto tengo de la misma, sobre aquellos que se sirven de ella y lo que el mundo «no mágico» ve en éstos. Por supuesto, creo de forma irrevocable que un hechicero ha de nacer previamente con el don mágico. Es decir, poseer un cuerpo y una mente preparados para usarla. Ya después habrá que cultivarlo y hacer crecer, quizá a mayor velocidad bajo la tutela de un buen maestro (que ser realmente bueno en algo no conlleva ser un as como profesor) o gracias a una vida que constantemente ponga a prueba los límites de dicha persona, pero no puede surgir de la nada. Es como aquella persona que se le da genial desmontar y montar equipos electrónicos, o la que tiene buena mano para la cocina. La magia se lleva ya por dentro, desde que llegan al mundo.
Luego, más en concreto dentro del relato, habrá que tener en cuenta, se pertenezca al gremio que se pertenezca, que el mundo y las personas que en él viven se mueven, y mucho, por la apariencia. Sean acaudalados nobles, habilidosos guerreros o fabulosos comerciantes, «la imagen» lo es todo, ya sea para ganar clientes, adeptos o, tan simple y complicado, lograr impresionar a nuestros propios enemigos para obtener una primera y mayor ventaja sobre ellos. En el caso de mis hechiceros, Alfus ha aprendido durante su larga vida que no sólo vale con hacer funcionar un hechizo, sino que ha de adornarlo y enriquecerlo con toda aquella coreografía y porte del que pueda impregnarlo, para que su nombre suene aún con más fuerza entre las canciones de los juglares y los párrafos escritos de mano de los más importantes historiadores. Sabemos que en la naturaleza humana está el exagerar cada palabra o hecho a niveles inverosímiles, más aún cuando el que lo transmite ni siquiera estaba delante cuando sucedió, de ahí que Rielda, sin estar en realidad de acuerdo con su mentor, esté aprendiendo una de las mejores lecciones para su supervivencia en tan difícil y competitivo mundo de hombres y mujeres.
Ya espero ansioso el siguiente tema del Proyecto Gólem 😉
Pues nuestras diabólicas y retorcidas mentes ya han pensado el tema para la siguiente edición, algo muy concreto y particular. Lo hemos escrito en un papel, normal, a4, 120gr, blanco, con un boli bic, si, bic cristal, el que escribe normal y se lo hemos entregado a la NSA para que lo custodien en el lugar más remoto y desconocido del universo hasta que llegue el momento de recuperarlo….y aquellos hechos que nunca debieron caer en el olvido se perdieron en el tiempo.
Me ha gustado especialmente la reflexión final de Alfus….en los siglos venideros serás recordada como la mayor de las hechiceras, con un poder más allá de lo inimaginable… En estos momentos es inevitable oir una musiquilla dentro de mi cabeza para hacer más grandilocuente e importante el momento, como los recursos usados en el cine y parodiados una y otra vez. Y eso sin mencionar que, sea o no un mundo de fantasia, es realmente lo que ocurre con el boca a boca de cualquier suceso xD
Buen relato, Jorge 🙂