Abr 112014
 
 11 abril, 2014  Publicado por a las 11:14  Añadir comentarios

Se dejaba deslizar por las corrientes, en un intento de pasar desapercibido y en silencio, bajo la gran luminosidad que irradiaba la luna en aquella noche de verano. Su fina vista observaba cómo había cambiado todo desde la última vez que salió de su morada. Todo lo que veía desde las alturas eran pequeñas aldeas dispersas a lo largo del gran valle que se abría bajo sus alas, y se preguntaba cómo era posible que los hombres se hubieran extendido en tan poco tiempo en comparación con su edad.

El sueño de los dragones podía durar siglos, todo dependía del nivel de hibernación y del letargo en el que sus cuerpos se vieran envueltos. No había un lugar igual para descansar que la antigua fortaleza derruida situada en lo alto del valle. La vegetación había inundado su interior, pero sus muros aún se mantenían firmes, majestuosos, y albergando bajo su protección a un ser de otra era.
Relatos de fantasía - Sobrevolando - Castillo y valle
El temblor que había recorrido toda aquella zona lo había despertado de su somnolencia y ahora buscaba algo que llevarse a la boca. Estaba hambriento y famélico. Tanto tiempo sin salir de su guarida e hibernando, le había dejado en los huesos. No le interesaban las aldeas, llenas de gente y de soldados. No tenía ganas de pelear, ni siquiera con aquellas insignificantes criaturas que inundaban el valle. Tenía que encontrar presas mucho más fáciles.

Dio un giro y realizó un pequeño tirabuzón, cortando el aire. Se dejó llevar nuevamente y su olfato captó algo que la luz de la luna no le dejaba percibir. Era el inconfundible olor de las reses domesticadas por los hombres del valle. Ésas eran presas fáciles.
El rebaño se situaba a apenas una milla de la aldea más próxima. El dragón se dejó llevar por las fuertes ráfagas de aire que soplaban, y dio un par de vueltas antes de tantear el terreno y localizar su objetivo. Cayó en picado plegando sus alas y, en el último momento, las desplegó frenando casi a ras de suelo. Las afiladas garras de las patas traseras cayeron con fuerza sobre la primera res, mientras que de un bocado había cercenado parte de una segunda.

El sonido de tres mastines, que parecían no tenerle miedo, le alertó de la presencia de los pastores encargados de proteger el rebaño.

—¿Qué es lo que ocurre pequeños? —gritó uno de los pastores.

Tres hombres llegaron a todo correr al oír los ladridos de los canes. Portaban largas varas de sauce y algún cuchillo de gran tamaño. Los perros estaban envalentonados y sus dueños petrificados al contemplar la estampa. La sangre salpicaba todo el rostro de la criatura a la luz de las antorchas que llevaban los campesinos. Dos reses más habían sido devoradas en un abrir y cerrar de ojos.

Ya te dije yo Alfón, no podemos fiarnos de esa bruja de Elvira —comentó el más bajito de los tres —. ¡Al final nos maldijo!

— ¡Total! Sólo por beneficiarnos a la hija.

— Ella fue la que se dejó ¿no?

— Bueno, en cierta manera… la vieja tiene razón, Alfón. —El rechoncho pastor se hurgó la nariz —. Sí que nos aprovechamos de ella.

— Eso le pasa por tener el gaznate seco.

— ¡Un pellejo de vino se bebió ella solita!

— Lo demás estaba hecho Alfón.

— ¡Perdonad! —tronó la voz áspera del dragón —. No quisiera molestarles, pero ahora mismo estoy comiendo y no me gusta que murmullen mientras como. ¡Ya les llegará su turno! —Los tres se le quedaron mirando, como el que contempla una piedra.

— ¡Ves, Alfón! Encima nos envía la señora Elvira a un finolis.

— ¡Perdone usted!, no queríamos interrumpirle mientras se come nuestras reses. —El dragón se atragantó con un trozo de carne —. No se quede con hambre señor Demonius. Allí tiene unas cuantas reses más con las que saciar su apetito.

— ¡Eso es! No nos gustaría formar parte de su festín señor… — El campesino le miró extrañado —. ¿Qué rayos es este bicho, Alfón?¡Parece un lagarto con alas! —le preguntó a su compañero.

Yo diría que es un lagartofante.

— ¿Lagartofante? —Los otros dos le miraron extrañados.

— ¡Bueno! ¡No me miréis así! ¡Lagartofante, un lagarto gigante!

— ¡Alfón!, me están entrando ganas de darte con la vara de sauce en toda la testa…

— ¿Es que nunca habéis visto un dragón? —les comentó estupefacto el reptil.

Los tres pastores le miraban sin aparentar pensar demasiado, los tres mastines se habían acomodado en el suelo a la espera de que aquella discusión sin sentido llegara a su fin y el dragón no daba crédito a lo que veía. Sin duda se vivía mejor en la ignorancia, pensó.

— ¿Dragón?, no me suena. ¿Y a ti, Alfón?

— No, tampoco. De todos los bichos raros, la Elvira nos ha tenido que enviar una lagartija con alas.

— ¡Dragón, Alfón! ¡Dragón! —exclamó el rechoncho —. No nos gustaría ofenderle, aún está hambriento.

La bestia, que se relamía el hocico para quitarse los restos de sangre, se estaba dando cuenta de que, aunque los tres tuvieran la inteligencia de un pedrusco, no eran nada tontos, pues sabían perfectamente lo que les pasaría si le hacían enfurecer. Había saciado su apetito y ahora le interesaba saber algo más sobre la gente del valle.

— ¡Pues yo no veo la diferencia!

— Pero Alfón, ¡no ves que habla!

— Haya paz señores —cortó tajante el dragón.

— ¿Qué va a hacer con nosotros? ¿La vieja nos maldijo y…?

— No se preocupe, don Alfón. —Le tranquilizó el dragón —. Sólo me he despertado y estaba hambriento. Pero decidme, esa bruja de la que habláis, ¿realmente hace magia, o simplemente es una vieja chiflada que os ha maldecido por aprovecharos de su nieta?

— ¡Oh, no señor! Ella no es una vieja chiflada, es la dueña de todo el valle. Y si con magia quiere decir que hace bailar a los gansos y cantar a los cerdos, entonces hace magia —dijo rotundamente el rechoncho campesino.

¡El dueño de este valle soy yo! —gritó enfurecido el vanidoso dragón —. Y desde lo alto de la antigua fortaleza dominaré a esa vieja bruja. — La bestia desplegó sus alas para mostrar su imponente presencia.

— ¡Mira Alfón!, éste es el bicho que describió la vieja.

— ¡Por eso hizo crujir la tierra!

— ¿Para despertarle? —El tercer campesino, el más delgado, se rascaba la cabeza sin entender.

— La vieja Elvira dijo que, en cuanto le viera cualquiera de nosotros, nos postráramos. Que a partir de ese momento sería a quien deberíamos de alabar para siempre. —Los tres se arrodillaron en silencio y el dragón se sintió henchido de gozo. Nadie le había alimentado tanto el ego.

— Levantaos pequeñas criaturas y decidme, ¿por qué me ha despertado la vieja bruja? —preguntó el dragón —.

— Nos dijo que si veíamos al bicho despierto, le dijéramos que a partir de este momento toda la gente del valle le construirá un enorme templo en cada aldea, y cada hombre tendrá un altar en su casa al que rezar todos los días. ¡Con su figura bien labrada señor dragón! ¿Verdad, Alfón? —el campesino asintió con la cabeza.

— La vieja Elvira también dijo —continuó el tercero —, que no se preocupara por nada, que la gente del valle reconstruiría la fortaleza para que pueda descansar cuando usted decida retirarse.

— ¡Muy amables! —respondió contento el dragón.

— Y no se vaya a quedar con hambre, aún hay reses a las que hincar el diente.

— No, no será necesario. —El dragón estaba contento, nunca le habían alabado de aquella manera, y le gustaba —. Creo que he comido demasiado, voy a retirarme a descansar un rato.

La enorme bestia alada comenzó a batir fuertemente sus poderosas alas hasta que muy lentamente pudo levantar el enorme peso de su cuerpo. Estaba saciado. Se giró y se alejó de allí muy lentamente a la luz de la luna, hasta perderse en la lejanía, en dirección a la vieja fortaleza.

— ¿Ves, Alfón, cómo a veces es mejor hacerse el tonto? —le aleccionó el rechoncho campesino —. Sino ahora formaríamos parte del menú de ese bicho.

— Y a saber el tiempo que se tira durmiendo…

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Sobrevolando por Sergio García
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Sergi García López

Aficionado a la fantasía épica y a la historia, tanto en cine como en novela, ha crecido leyendo a Tolkien y Massimo Manfredi entre otros. Su formación técnica en informática no le ha impedido dejar volar su imaginación y lanzarle a plasmar sobre el papel la magia de sus propios mundos, guiado por la creatividad y las ganas de compartir nuevas historias.

  3 comentarios en “Sobrevolando por Sergio García”

  1. «— ¿Ves, Alfón, cómo a veces es mejor hacerse el tonto? —le aleccionó el rechoncho campesino —. Sino ahora formaríamos parte del menú de ese bicho.»

    Me quedo con ésta, realmente creía que se trataba de tres paletos sin cerebro y resulta que torearon al dragón como les dio la gana :p

  2. No pretendía que se cayera un mito, jaja.

  3. Ja, ja, ja lagartofante, ¡muy bueno!. Después de la descripción del pacífico vuelo del dragón no me lo esperaba, para nada. Pobre dragón, le has quitado la grandiosidad que le da su propio nombre, gordo, zampón, dormilón y ni siquiera le has dejado intacta la fama de sabio.

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