Cornelius Tamphels, es el encargado de investigar cada nuevo brote y su misión es descubrir porque, cuando y dónde tendrá lugar el siguiente.
Si quieres participar te recomiendo que consultes la página oficial. www.survivalzombie.es dónde encontrarás, todas las fechas y lugares de las siguientes infecciones.
Los gritos empezaron hacia las 23:13 del sábado por la noche. Normalmente a esa hora siempre había jaleo en la calle. Borrachos que habían empezado con el botellón demasiado temprano y se les había ido de las manos; parejas discutiendo en el piso de abajo, o en el piso de arriba o en ambos pisos; accidentes de tráfico… pero esa vez era diferente. Parecía como si los gritos no fueran de rabia u odio sino de terror, de pánico. Me asomé a la ventana para ver que es lo que estaba pasando. Todo parecía normal un sábado por la noche cerca del parque. Gente sentada en los bancos, niños corriendo de un lado a otro y esa abuelita empeñada en darle de comer a las malditas palomas que luego le devolvían el favor cagándose en la ropa tendida en el patio de luces.
Sería el cansancio, llevaba varios días durmiendo menos de lo necesario pero había que acabar el proyecto antes del lunes y ahora por fin tenía unas horas de descanso.
De repente otro gritó que me heló la sangre, un grito desgarrador, frío como el acero, que traspasó la ventana y casi consigue derribarme sobre el sofá. Luego otro ruido y gente corriendo. Con las zapatillas y el pijama aún puestos bajé a la calle a ver que era lo que estaba ocurriendo en Villaba. Demasiados gritos, demasiada gente. Desde lo del Ébola la gente estaba más paranoica de lo normal.
El ascensor había dejado de funcionar, otra vez. Maldito edificio de los años 30, cuando no fallaba el ascensor era la calefacción y sino la puerta de entrada.
Al llegar a la calle lo vi, estaba escupiendo sangre encima de la viejecita de las palomas. Tenía la cara magullada y estaba intentando morderla en el cuello. La viejecita se defendía con su bolso, que a juzgar por las apariencias debía contener algo muy pesado como un plancha o una caja de metal. En uno de sus intentos golpeó al enfermo en la cabeza que se abrió como un melón maduro. Sus sesos salpicaron a las palomas y a las pocas personas que aún no habían huido corriendo del lugar.
A lo lejos más gritos y gente corriendo hacia nosotros que intentaba esquivar los obstáculos del parque. Parecía que huían de otro tipo como el que la viejecita acababa de dejar fuera de combate. No, no era solo uno, había varios, muchos. Poco a poco iban apareciendo del callejón lateral, tal vez cientos de ellos. El frutero de la esquina no tuvo tanta suerte como la viejecita de las palomas. En su intento de escapar campo a través tropezó con una bici abandonada en mitad del parque y sus gritos de agonía duraron solo unos segundos. Varios de esos infectados se abalanzaron sobre él y empezaron a morder todo lo que tenían a su alcance, manos, orejas… sus mandíbulas desgarraban la carne con una rabia incontrolada como si una necesidad de saciar su hambre les empujara a ello.
Entonces cundió el pánico. Todos empezamos a correr hacia nuestras casas, en busca de un refugio seguro.
Joder, yo estaba en pijama y zapatillas y las llaves en el bolsillo de la chaqueta. Alguien abriría. Empecé a llamar por el interfono a los vecinos. Nadie contestaba, muchos de ellos observaban lo que ocurría en el parque desde sus ventanas. Estaba claro que no iban a dejar entrar a nadie en el edificio. Mi única posibilidad era correr hasta la comisaria de policía más cercana, o hasta el ayuntamiento, ellos sabrían que hacer ante un brote de Ébola descontrolado. Estaba claro que algo con ese maldito virus se les había ido de las manos.
Dos calles más arriba una pequeña barricada, parecía que el brote se había extendido con rapidez por toda la ciudad. Ellos sabrían algo.
Dos tipos con pinta de mercenarios. Siempre hay gente rara en las ciudades y aprovechan cualquier estupidez para salir a la calle, aunque ahora mismo parecían mi mejor opción.
Uno de esos infectados se había fijado en mi y estaba siguiéndome. No corría demasiado pero no lograba quitármelo de encima. No tenía otra opción.
No me lo podía creer. Estaban intentando cobrarme por sus servicios, por la información por… estaban regateando conmigo en medio del caos en que se había convertido la ciudad y a juzgar por el fajo de billetes que tenían no les estaba funcionando nada mal el negocio.
-Estoy en pijama joder, como os voy a pagar con algo que no tengo.
Parecía no importarles demasiado. Se limitaron a señalarme al tipo que venía detrás de mi escupiendo sangre y babeando. Estaba claro que sin dinero no harían nada por mi vida.
El ayuntamiento no estaba lejos, era mi mejor opción.
Todo estaba oscuro, en silencio. Parecía que no quedaba nadie en el edificio. ¿Habrían huido todos los encargados de solucionar esta emergencia?
Subí corriendo al primer piso y entré sin llamar en la sala de reuniones. Ese fue el primer error.
No llevar un traje de los antidisturbios en lugar del pijama y las zapatillas el segundo.
El edificio era una trampa mortal. Cientos, miles de ellos estaban allí dentro esperando carne fresca. Cayeron sobre mí como moscas. El primer mordisco fue el más doloroso. Uno de ellos me mordió el brazo y arrancó un trozo de carne. El resto se abalanzaron sobre mí mordiendo y desgarrando. Varios de ellos empezaron a morderme en la cabeza, luego piernas, estómago, cada mordisco arrancaba un grito de dolor cada vez más débil. Y uno tras otro intentaban conseguir su bocado, empujando al resto, aplastando a su paso miembros podridos, infectados, escupiendo babas y sangre.
No habría tenido mejor suerte en cualquier otro edificio oficial. Fueron los primeros en caer, parecía algo planeado con mucha precisión. Demasiados infectados en tan poco tiempo. Lugares estratégicos convertidos en trampas mortales, y luego estaban esos…esos mercenarios que lo único que buscaban era el dinero.
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Nosotros perdimos a una compañera. Primero recibió un salibazo de sangre, luego fué horroroso no pudimos seguir mirando. Era huir o caer. Estamos en un lugar alejado,escondidos intentando llegar a un lugar llamado Poblete en Ciudad Real. Somos tres,por ahora, si alguien puede leer este mensaje, allí nos veremos. Dicen que hay un lugar seguro de verdad. Pero sólo se puede llegar en helicóptero. Esa es nuestra esperanza,la última por ahora.
En Mondejar aprendimos que hay que dejar salir antes de entrar 😉
Es un buen consejo para evitar mordiscos y otros contratiempos de última hora