Ignacio López

Ignacio dibuja y escribe desde que tiene uso de razón, centrándose en el campo de la fantasía, la historia, los mitos y leyendas. Ha colaborado y publicado en diversas revistas, ilustrando y escribiendo. Revistas tales como Ser Pagano, Almiar, Avalon , Tiempo Cero o la Estel (Sociedad Tolkien Española).

Oct 172014
 
 17 octubre, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  2 comentarios »

El humo de los mosquetes aún imperaba en el aire nocturno. Tras la primera andanada por parte de la guardia urbana de Bermouth, los obreros orcos y semiorcos se detuvieron por un instante, tras lo cual, al ver que los guardias esperaban titubeantes las órdenes de sus capitanes, cargaron todos juntos. Mazas y barras de acero golpearon a la guardia pulcramente uniformada.
Al cabo de una hora, el capitán de la guardia, atrincherado en una de las pocas oficinas que no habían sido tomadas o quemadas, telegrafió al ayuntamiento informando de que Bermouth Este había sido tomada por obreros provenientes de la fábrica de motores Abigail. La respuesta llegó al cabo de quince largos minutos, pero el capitán ya no podía leer dicha respuesta pues una barra de acero oxidado atravesaba su cráneo.

Los obreros orcos y semiorcos cortaron las calles de la zona industrial levantando barricadas y parapetos, dejando incomunicada la zona Este de Bermouth.
A este peculiar ejército lo acaudillaba un orco bajo y extremadamente delgado para los de su especie. Iba vestido con una camisa blanca de cuello alto, gafas redondas y boina escarlata. Se apoyaba en un bastón oscuro y gris, dándole así un aspecto tranquilo y solemne. Toda su vida había sido capataz e ingeniero; el primero de su raza.

Relatos de Fantasía - Sangre en las Calles

Ignacio López – Sangre en las calles


Durante generaciones, los orcos y semiorcos habían sido explotados y degradados como esclavos. Reducidos a meros brazos, sin posibilidad de ver la luz del sol en toda su existencia, al igual que su progenie. Mientras el resto de la ciudad se expandía y prosperaba, ellos se hundían cada vez más en las tinieblas. Era cuestión de tiempo que su verdadera naturaleza se revelara contra este trato antinatural e intolerable. Sólo necesitaban una voz que diera ecos y fuerza a sus deseos. Así fue como este orco de mirada viva y cuerpo delicado recordó a los suyos el sabor de la libertad. Les mostró su propia fuerza, y no sólo eso, sino que también les reveló la deliciosa posibilidad de cambiar sus destinos.

No pensaban quedarse en la ciudad ni pretendían mejorar sus condiciones laborales. Y menos después de su sangrienta declaración de intenciones. Sabían muy bien cuál era el valor que tenía la palabra dada para el humano civilizado.

La zona industrial estaba unida a los astilleros. Todos huirían en el barco presidencial de vapor. No existía otro sobre el mar capaz de sobrepasarlo y el ingeniero orco había contribuido decisivamente en su diseño. Sólo haría falta un pequeño grupo que contuviera a las fuerzas mecánicas armadas de Bermouth. Un grupo armado y comandado en su mayoría por enanos siervos del estado. Serían los más mayores y enfermos los que acometerían dicha resistencia suicida porque incluso el orco más débil sobrepasaba en mucho a cualquier otra raza en fuerza y resistencia. Con gusto darían sus vidas si en el lejano Este podían divisar, aunque fuera levemente, el humo del barco alejándose con todos sus hermanos rumbo a tierras sin techos de acero que dieran sombra a sus vidas.

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Oct 082014
 

En toda Europa y más concretamente los países del Arco Atlántico, podemos toparnos con una arquetípica figura femenina venida del otro mundo, un mundo poblado por seres sobrenaturales que coexiste con el nuestro. Tradiciones que han circulado por infinitas regiones siempre de forma oral y las mas de las veces inmortalizada en el inconsciente colectivo revestidas de canciones y fechas imbuidas de un fuerte sustrato histórico y común compartido por todos nosotros.
La figura de esta mujer venida del mundo feérico pervive en multitud de países, portando según el país o región diferentes nombres, ya sean ninfas, hadas, náyades o donas d`aigua. En Asturias su nombre es Xana, aunque en algunos sitios la llaman Xinxanes. En la zona oriental las llaman Insanas; en occidente, Encantadas o Encantos; en la zona de Salas, Ondinas; y en algunos lugares de Onís, Inxánganas.
Las Xanas están claramente emparentadas con las hadas irlandesas, escocesas y bretonas, son por tanto, un mito indoeuropeo, extendido por toda Europa, espíritus de la naturaleza con forma de mujer.

Mitología Asturiana - Xana

Xana en una fuente del camino por Ignacio López

En Asturias prácticamente cada parroquia dispone de una o más fuentes habitadas por este ser sobrenatural.
Son las Xanas mujeres hermosas, bondadosas, habitantes de fuentes y cuevas, seductora y asustadiza.
Suelen aparecer en cuevas, fuentes y cauces de los ríos, y en esos lugares aparecen algunas noches hilando, lavando las madejas de hilo o peinando sus cabellos con un peine de oro, mientras entonan dulces canciones capaces de seducir a todo el que las escuche desapareciendo nuevamente al amanecer.
Las Xanas suelen tener hijos pequeños y peludos, los Xaninos. Ellas no los pueden amamantar, por eso los cambian por algún niño de una aldea cercana, para que su madre se los críe. Cuando la mujer se da cuenta del cambio, debe dejar de alimentar al Xanín, así romperá a llorar y, al oírlo, la Xana volverá a buscarlo devolviendo el niño a su familia.
Hay quien dice que son mujeres víctimas de un encantamiento y que, durante la noche de San Juan, cuando salen a recoger la flor de agua, es el único momento en que se puede aprovechar para desencantarlas.
Mitología asturiana - Xana
Alguna de las leyendas mas famosas de la Xana o Encantada nos cuenta que en El Castro (Allande), la encantada cuida “ua pitía con cien pitinos de oro” y en la estela de Coaña, hay enterrados decenas de burros cargados de “feixes” de oro.
Es celebre la de la “mora” de Cabo Blanco, un castro marítimo de El Franco, que custodia unas minas de oro donde decían, según nos contaba Marcelino Fernández a principios de siglo, que los “mouros” sacaban “l`ouro a máus chenas”.
También se dice que en la degollada (Valdés) hay una encantada que mora en la Fonte´l Regueiru , donde según cuentan sale y se presenta a la gente; esta encantada custodia un tesoro escondido en un prado llamado El Furacón lleno de oro.
Hay que aclarar que cuando se referían a moros querían decir al pagano, a la gente no bautizada, era una forma de generalizar, no querían referirse a ningún conjunto étnico en particular.

“¡Hay! Que una xana hechicera
Lavando está en fuente noble
Lavando cadexos de oro
Vestida de mil primores”
(Del romance “El Cueto Lloro”, Aurelio de Llano).

Jul 302014
 
 30 julio, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , ,  Sin comentarios »

Aún me tiemblan las manos al recordar mi primer día de trabajo como exterminador de plagas en el subsuelo de la ciudad fronteriza de Bermoth. Temo que no habrá nunca paz dentro de mí en lo que me resta de vida.

No era más que un muchacho pero ya había luchado en una guerra y sufrido más de una hambruna. Cuando comenzó la guerra abierta contra los elfos del bosque, mucho antes de que fueran desterrados a sus actuales reservas; me alisté siendo aún menor de edad en la milicia.

Relatos de Fantasía - Ignacio López

Soldados por Ignacio López


Nuestra instrucción era breve y penosa. Tan solo nos enseñaban a intentar disparar todos a la vez nuestros mosquetes, mientras la fila anterior recargaba sus armas. La verdadera instrucción vendría con la larga marcha hacia el frente seguido de cerca por nuestro sangriento bautismo de fuego. Un bautismo que de sobrevivirlo, ya podías considerarte un veterano de pleno derecho, beber junto a los demás, putañear y jugarte el sueldo.
Al terminar la guerra y viendo que muchos podríamos comenzar de nuevo como colonos en las tierras de los anacrónicos elfos, muchos decidimos quedarnos en las llanuras fértiles que se extendían alrededor del bosque. Un lugar en el que asentarse y prosperar.
Sabía que después de la guerra no sería capaz de llevar una vida como engranaje en la era industrial que estaba por llegar. Para bien o para mal, el mosquete y el sable eran ya parte indisoluble de mí y no sería nunca más otra cosa que un soldado. Siempre habría enemigos a los que abatir.

Los enemigos tomaron esta vez la apariencia de una plaga. Una plaga que hacía terriblemente costoso en dinero y vidas, la construcción y acondicionamiento del alcantarillado así como los cimientos de los edificios.
El subsuelo estaba atestado por gusanos del tamaño de un niño. Eran ciegos, obesos y provistos de tres hileras de dientes como estiletes.
La barata dinamita pudo hacer parte del trabajo. Pero igualmente hubo que crear patrullas de soldados permanentes que vigilaran los trabajos. Naturalmente me presenté para un puesto de soldado en el que poder sacar provecho a mis aptitudes.

Los años transcurrían y los edificios crecían. Las calles se multiplicaban. Los cables de telégrafo cubrían los cielos de la ciudad. El tranvía hidráulico recorría diariamente la ciudad dejando a los habitantes en sus respectivos puestos de trabajo. Mientras tanto, en el subsuelo, la guerra continuaba. El sonido de los mosquetes y bombas manuales quedaba insonorizado por metros de piedra y tierra.

La ciudad crecía casi a la par bajo tierra. Creando carreteras y suburbios; incluso se presentó un audaz proyecto por parte de un ingeniero enano, de construir un tranvía subterráneo que fuera directo a los yacimientos minerales que se encontraban casi al otro extremo del gran bosque. Por el momento dicho proyecto se encontraba parado. Más por motivos raciales y propagandísticos que prácticos. Aunque según oí poco tiempo después, el alcalde consiguió comprar el proyecto al ingeniero enano por una suma bien suculenta. De todas maneras no hay cifra suculenta que te haga desaparecer de un día para otro, sin dejar rastro sobre una ciudad tan basta y bien comunicada, como lo era Bermoth.
Al dar comienzo la titánica construcción, nos llamaron a todos los soldados permanentes de la ciudad. Nos dieron orden estricta de proteger a toda costa a los ingenieros y la costosa maquinaria; más incluso que a los propios obreros. Todos ellos en su mayoría elfos capturados y orcos esclavos.

Ninguno estaba preparado para lo que estaba por venir. Sin nadie esperarlo, una de las cargas de dinamita derribó un pared de piedra repleta de limaduras de hierro, dejando al descubierto una caverna de un tamaño nada envidiable a el de la ciudad que teníamos varios metros sobre nosotros. Pero lo que hizo que todos nos dispusiéramos a cargar nuestros mosquetes de pólvora y metralla, fueron todos aquellos gusanos, infinitamente más grandes que los que nos habíamos encontrado hasta ahora. Habían conseguido de alguna forma construir entre roca y tierra, un conglomerado de calles, avenidas y edificios altos y ovalados, por toda la cavidad. Era una maldita ciudad de gusanos.

Nuestros mosquetes escupieron fuego. Los obreros e ingenieros abandonaron las máquinas y escaparon por la gran carretera inacabada que teníamos tras nuestras espaldas. Los mosquetes abrieron el cuerpo de uno de aquellos demonios terrosos, pero no detuvo su avance. Escupió algo parecido al fango verdoso sobre uno de mis compañeros convirtiéndolo en una masa sanguinolenta de carne, hueso y acero.
La mayoría huyó y yo hubiera echo lo mismo si no fuera por que mis piernas enfundadas en maya metálica y tubos reforzados no me respondieron. Cargué mi arma y le coloqué una bayoneta en el otro extremo del cañón. Apunté al extremo de una de sus protuberancias de las que exudaba aquél líquido mortal. Disparé haciendo que aquel tumor supurante estallara. El olor de aquél veneno hizo que vomitara sobre mi coraza. El gusano avanzó arrastrándose más de lo normal. Desenfundé mi sable y con temor aderezado con odio típico del soldado, le abrí la cabeza. Con un milagroso momento de lucidez, le introduje en su cabeza abierta o lo que debía ser el extremo en el que se encontraba la cabeza, una bomba manual.

Después del estallido y el humo, nada recuerdo. Me contaron que uno de los orcos que no huyó, aferró mi mosquete y cargó conmigo hasta el exterior. También me contaron que la cantidad de gusanos era aterradora, de muy diferentes tamaños y formas. Pero lo que mas me aterró es que no eran ya una simple plaga a la que exterminar. Nosotros éramos los intrusos en su reino subterráneo.
Mientras escribo esto desde una de las estancias del sanatorio Bermoth Unido, no dejo de pensar en aquello que se desliza bajo nuestros pies, y el día en que decidan tomar su justa venganza.

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Jul 112014
 
 11 julio, 2014  Publicado por a las 11:11 El Candelabro de Hierro, El Candelabro de Hierro, Relatos, Relatos Tagged with:  Sin comentarios »

Atrás había quedado la noche del lobo, y más aún el día de las almas errantes.
Erland sabía que debían de estar atravesando a esas alturas los valles verdes de Brócia, y no ese extraño bosque de olmos; todo ramas retorcidas, musgo y liquen colgando por doquier como si de enormes telarañas de color verde se trataran.
Sus hombres cansados y hambrientos no proferían queja alguna, aunque en sus caras curtidas se podía ver atisbos de cansancio y desgana.
Erland no podía culparles, pues él mismo comenzaba a creer que nunca abandonarían aquel bosque desconocido y sin cartografiar. Náufragos en un mar de ramas, musgo e insectos.
Decidieron acampar en un pequeño claro. En el centro mismo se erigía un peñasco terminado en punta, repleto de petroglifos de simbología totalmente desconocida para Erland; pero cuando el estomago está vacío, poco importan las cuestiones por lo demás triviales a ojos mortales.
Relatos de Fantasía - La Ciudad del perpetuo tormento
No hubo gallo o sol que los despertara de su sueño; un sueño que por otra parte no dio sosiego o descanso a ninguna de las almas piadosas allí convidadas.
Retomaron la fatigosa marcha a lo desconocido, sin rumbo fijo, atravesando un follaje antinaturalmente espeso.

Todos se congelaron, se empaparon en un pringoso sudor frío, sus bocas se secaron y más de uno manchó las prendas interiores, cuando vieron que el bosque terminaba abruptamente, como si lo hubieran sesgado de manera que formara una clara y perfecta línea recta que se perdía en el horizonte. Pero lo que les hizo enmudecer no fue algo tan banal como las extrañas fronteras de aquel país arbóreo, si no que ante ellos se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un inmenso cenagal del que manaban vapores venenosos y nauseabundos.
Unos estrechos senderos flanqueados por peñascos acabados en punta idénticos al encontrado en el claro donde pasaran la noche, serpenteaban hasta llegar a una entrada de proporciones ciclópeas. La construcción a la que se accedía a través de dicha puerta era de una altura tal, que las nubes del extraño cielo gris y los vapores que ascendían desde el cieno, confluían en sus almenas formando un extraño contraste entre vapor y piedra.

Los hombres de Erland lo observaron expectantes, esperando algún tipo de orden, pues era tal su hambre y cansancio, que incluso el solo acto de pensar lógicamente les resultaba harto complicado.
Erland no era en absoluto supersticioso, aunque también es cierto que en más de una ocasión se le pasó por la cabeza alguna de las historias escuchadas en su infancia sobre las ciudades muertas de las esferas inferiores. Intentó ahuyentar el desánimo. Hinchó el pecho. Sujetó su lanza. Afianzó su escudo a la espalda. Se recordó así mismo quien era y de donde venían; ordenó el avance, resuelto a parlamentar con el señor de aquél enclave.

Según avanzaban por el apestoso sendero, mejor distinguían las formas de la titánica construcción. No tenía nada de original salvo su colosal tamaño. Un simple cuadrado con cuatro vetustas torres de mampostería rojiza protegiendo las esquinas.

Comenzaron a llegarles sonidos humanos, la mayoría lamentos y gritos; otros sonidos no se asemejaban en nada a los que pudieran proferir ninguna garganta humana. A esta cacofonía estridente la acompañaba un olor que fue cambiando al de un aroma dulzón de carne quemada. La inconfundible atmósfera de una carnicería de cualquier ciudad humana, pero elevada a un nivel equiparable al de la construcción que tenían delante.

Vieron para su espanto que de las innumerables ventanas de la ciudadela, se precipitaban al vacío incontables figuras humanas desnudas, de piel apergaminada pegada a los huesos. De ventanas más amplias colgaban numerosas jaulas erizadas de pinchos oxidados. Todas ellas repletas de humanos y muy diversas razas de las que Erland ni había oído hablar.
Las puertas chirriaron, produciendo un sonido que bien podría ser el de cinco gigantes de las montañas golpeando un yunque con todas sus fuerzas.
De su interior llegó un calor y aroma inaguantable. Un aire fétido e insalubre que hizo que todos cayeran al suelo instantáneamente vomitando, aunque sin expulsar nada de sus acartonados estómagos.
Relatos de Fantasía - La ciudad del tormento perpetuo
Erland fue el primero en alzarse apoyado en su lanza de fresno, y su corazón si es que en algún momento latió desde que entraran en aquella tierra, se detuvo, pues ante él, en perfecto orden, se alineaban sus hombres y él mismo a la cabeza, empalados desnudos y desnutridos. De sus abdómenes abiertos, las vísceras colgaban, mientras multitudes putrefactas de miembros entumecidos y cuencas vacías, roían los restos que al cieno caían.

Erland cayó al suelo llorando y rezando. ¿Como había podido llevarlos a la perdición de una de las innumerables ciudades muertas de las esferas inferiores?. Pero ya no era un mero espectador, su alma se había reencontrado con su forma carnal. Sus ojos solo podían observar como los carroñeros de la muerte se afanaban en arrancar la mejor y más jugosa parte de su cuerpo.

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Jun 062014
 

Los heraldos pasean su orgullo,
Clarines y trompetas elevan su murmullo.
Nada ya que decir. ¡Este y Oeste
Preparadas las lanzas de su hueste!
En su sitio la espuela bien dorada,
Los justadores van en cabalgada,
Los ligeros dardos y el pesado escudo
Guardan el pecho al luchador membrudo.
Lanzas de veinte pies se alzan pujantes;
Espadas aceradas y brillantes
Que yelmo tajaran y harán despojos.
¡Corre la sangre por arroyos rojos!
(Chaucer)

Siempre había soñado con viajar a las tierras del sur, luchar y hacerme un nombre. Cada noche escuchaba a mi padre y al resto de los mayores del clan hablar sobre las riquezas de aquellas gentes, sus hazañas, aventuras, amores y viajes. Yo me moría por que llegara el día en que por fin me ganara el derecho a portar armas y marchar junto a mi padre hacia inhóspitos lugares.

El día llegó al cumplir los catorce años de existencia en este mundo. Llevaba desde los diez preparándome para el día del guerrero, el día en que se decidiría que hombres partirían y quienes serian los nuevos miembros de la élite guerrera.

El día de la celebración hubo comida y música en abundancia. Muchas parejas se unieron, el sonido de las flautas largas y las gaitas inundaban el santuario de nuestros antepasados. Hubo oraciones por aquellos que ya no estaban, y también se bebió en su honor. Se decidió que hombres marcharían al sur en busca de riquezas. Mi padre salió escogido pues es un gran guerrero, intrépido e inteligente. Varias mujeres guerreras fueron escogidas también. Mi madre hubiera partido, si no fuera por que había quedado en cinta de nuevo.

Finalmente comenzaron las pruebas físicas. Pruebas de levantamiento de peso, lanzamiento de dardos, manejo de espada, hacha y escudo, carreras de caballos, y combates por parejas y en grupo.

Muy pocos fueron los escogidos, aunque gracias a la diosa, mi nombre fue pronunciado, y un brazalete de bronce me fue entregado como símbolo de mi iniciación en la senda del guerrero.

Ilustraciones de Fantasía - Muerte Épica

Mi mente bulle de recuerdos, recuerdos que ahora me parecen lejanos y producto de una mente infantil, sin un pelo aún en la cara.

Aún siendo mi primer viaje, siento que han pasado cientos de años. Nunca antes según cuentan los más mayores de los que nos acompañan, un norteño había encontrado tanta resistencia en su marcha hacia el sur. Según parecía, habían aprendido del pasado y su cultura había generado un miedo ancestral hacia los nuestros, erigiendo enclaves fortificados y armando a hombres con lanzas largas y escudos.

Nunca a los nuestros nos había costado tanto adentrarnos tan al sur, y no hubiéramos seguido nuestro avance si no fuera por que las gentes escapaban, quemaban y destruían todo a su paso.

Nos consumía una furia y un ardor guerrero fuera de lo normal. Deseábamos entablar batalla en campo abierto, y que el acero decidiera el destino de unos u otros.
Tras atravesar unas suaves colinas, ante nosotros vimos una larga empalizada, protegida además por un río de poco calado. Tras la empalizada se apiñaban cientos de hombres con lanzas y estandartes hechos con escudos y cráneos de osos y ciervos.

Los hombres se alegraron al fin de ver al enemigo dispuesto a combatir. Nuestros jefes de clan, mi padre incluido, dispusieron nuestra línea de combate de la siguiente manera.

En el centro se alinearían tres huestes compuestas por guerreros armados con escudo, lanza y espada. En la vanguardia marcharía una larga línea de hombres sin armadura portando jabalinas. Ambos flancos quedarían cubiertos por la caballería y en la retaguardia aguardaría un nutrido grupo de hombres con jabalinas y lanzas de reserva.

Los hombres que aguardaban tras la empalizada al ver que nos alineábamos y expectantes esperábamos alguna clase de respuesta a nuestro desafío, comenzaron a desfilar en perfecto orden por una estrecha abertura en el centro mismo de la empalizada. Sabían desfilar, pero ¿sabrían además combatir aún cuando sus hermanos de batalla caían a ambos lados?, es difícil mantener una posición cuando tus hermanos caen y tus entrañas se aflojan; fue lo primero que aprendí el día en que por vez primera nuestros escudos destrozaron las mandíbulas de nuestros enemigos.

Con sus estandartes ondeando a intervalos de unos diez hombres, formaron en perfecta línea de a doce de fondo, creando un erizado muro de escudos, con hombres equipados de manera mas dispersa y ligera a los flancos, y por lo que se veía no disponían de ninguna clase de caballería.

Nuestros caudillos no se hicieron esperar, soplaron sus cuernos y nuestros hombres marcharon, chocando sus armas, moviendo sus escudos, estandartes y lanzas, muchos otros entonaban canciones de victoria tan antiguas como los círculos de piedra.
Al llegar a las orillas del río, nuestra primera línea armada con jabalinas se introdujo en sus aguas. Como esperábamos era de muy poca profundidad, pero aún así suficiente para volver inútil a la caballería.

Los hombres lanzaron sus proyectiles, causando no pocas lesiones en las primeras líneas enemigas. Antes de comenzar la según andanada, de entre las erizadas líneas de los sureños, aparecieron hombres con hondas, un arma que resultaba mortal en sus manos, por lo que nuestra vanguardia tuvo que retroceder al abrigo de nuestros grandes escudos de roble.

Nuestra caballería se separó de nosotros buscando un lugar menos profundo por el que poder cruzar y flanquear a sus huestes.

Mientras, nuestras tres fuerzas centrales entre las que nos encontrábamos mi padre y yo, rompimos filas, cruzamos a toda rapidez el río, y abrimos las filas todo lo que pudimos a fin de que les resultara mas complicado herir a nuestros hombres.

Cuando nos encontrábamos a no más de diez metros de ellos, cerramos las líneas, y nuestros escudos se solaparon, nuestras espadas se desenvainaron, y avanzamos cantando y riendo por el destino de aquellos pobres infelices.

El chocar de nuestras fuerzas fue brutal, sangriento, el olor a mierda humana era inaguantable, las moscas nos devoraban vivos, las aves sobrevolaban hambrientas nuestras cabezas; nadie cantaba ya, solo luchábamos por nuestras vidas, nadie escuchaba ya los toques de avance o retroceso, solo obedecíamos a la sed de sangre de nuestro acero.

Mi coraza de cuero tachonado se encontraba echa jirones, mis hombreras de cota de malla eran ya casi inexistentes, y sangraba por innumerables cortes, pero poco me importaban, solo deseaba arrancar una vida más tras otra.

No había formaciones ni orden alguno o estrategia, solo éramos puñados de hombres luchando aquí y allá. Nuestros guerreros armados con jabalinas, cuando se quedaron sin proyectiles se unieron a nosotros haciendo que el enemigo retrocediera momentáneamente. Solo necesitábamos un empuje más para arrinconarlos definitivamente contra sus propios muros, por lo que se hizo llamar a la reserva que acudió completamente descansada.

Para sorpresa nuestra, la caballería había terminado de reunirse y formar en el flanco derecho, tocaron los cuernos, bajaron las lanzas y cargaron contra las cansadas tropas enemigas.

No hubo piedad, prisioneros o ejecuciones piadosas, pues nuestro odio hacia esas gentes había ido en aumento con el devenir de los días y las privaciones a las que nos sometieran a lo largo de nuestro camino.

Nuestros espíritus fueron dañados y nuestro orgullo decapitado, pues no hubo botín o esclavos que llevarnos. Los hombres en edad de luchar perecieron en batalla, sus casas y cosechas destruidas, mujeres y niños envenenados, solo quedaban unos pocos ancianos en los que ni siquiera reparamos.

En contra de todo lo que creímos que nos reportaría este viaje épico, volvimos al norte mas allá de sierras y titánicas montañas de cumbres nevadas, a nuestro hogar, sin gloria o tesoros con los que agasajar a nuestras gentes, solo cansancio y hambre, pero aún así nuestro espíritu guerrero tuvo un leve remedio para reconfortarse por las noches. No fue nuestro acero el que se doblegó en el campo de batalla, ni nuestros estandartes los que se perdieron entre los cuerpos de nuestros guerreros, y el invierno dará paso a la primavera, nuestros hombres se reunirán y prepararán, y de nuevo comenzaremos la larga marcha hacia el sur.

Cantaremos, beberemos y lucharemos hasta que la diosa nos llame, y juntos recorramos el gran círculo sagrado de las almas que rodea al mundo, fundiéndonos en un solo ser, gozando por la eternidad.

Mas allá de sierras, lagos y montañas,
Nuestros ojos han de mirar,
Nuestra carne ha de sentir,
Y por siempre juntos hemos de dormir.

Juntos en multitud gozaremos,
Sentiremos el discurrir del agua en los ríos,
El verdor del valle, el rocío de la mañana,
¿Por qué no aceptas mi mano y bailamos?.

Veo tu mano, la mano de un hermano,
Yo la acepto y con gusto me uno al círculo sagrado,
Ven y bebe de mi cuenco, juntos todo lo compartiremos,
La madre nos acuna, y nos colma de dones y regalos.

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