Jorge A. Garrido

Gran apasionado de los videojuegos, sobre todo los de aventura y rol, amante de buenas películas épicas y fantásticas, lector de toda una saga como Dragonlance, en mis escritos encuentras cierto halo de misterio o el querer vivir una gran aventura alejada de la limitada realidad que nos rodea.

Nov 202015
 
 20 noviembre, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  Sin comentarios »

El despertar de Antaros es una novela de fantasía en toda regla y se nota mucho cómo bebe de las obras clásicas del género. A la multitud de razas que hacen presencia en la historia (humanos, elfos, enanos, trasgos, orcos…) se unen hechiceros, que harán uso de increíbles facultades mágicas, y grandes guerreros, todo ensalzado por fuertes valores como la lealtad, el honor o la amistad bajo un marcado tono épico durante la trama.
El Despertar de Antaros de Néstor Bardisa
Este conjunto debería alegrar a los lectores más conservadores, con más razón al encontrar entre sus páginas situaciones o características ya muy habituales (con enanos cabezotas y amantes de una vida bajo la superficie terrestre o la existencia de un gran Árbol que actuará como protector del mundo en el que se desarrolla la historia). Sin embargo, esto no debería disminuir el número de potenciales lectores de la obra, pues el autor no se ha limitado a recopilar elementos típicos ya vistos en otros libros, colocar un enemigo al que vencer y, a partir de ahí, dirigir los pasos de los protagonistas hacia la consabida batalla final. Según yo lo veo, Néstor Bardisa ha elegido una serie de características que le gustan para tomarlas como base (la cual, también es justo decirlo, ayudará a un mayor número de personas a imaginar de forma más sencilla todo lo que se cuenta en la obra), para, después, imprimir su propia visión sobre las mismas y dar forma a una novela muy sólida que tiene muchos puntos positivos.

Entre las 380 páginas con las que cuenta el libro (he leído la versión física) encontramos un mapa, sencillo y funcional, que evitará que nos perdamos mientras leemos cómo los diferentes personajes viajan por diversas localizaciones de Undra (nombre que recibe este mundo). En total, son cuarenta y tres los capítulos en los que se divide, además del épilogo. No todos tienen la misma longitud y tampoco veremos algunos demasiado extensos, algo que, en lo personal, agradezco.

Narrado en tercera persona, el ritmo es francamente bueno y no he encontrado partes pesadas o tan poco interesantes como para pensar que sobraran. Digamos que no es ni lento ni muy intenso; se toma el tiempo necesario para dar las oportunas explicaciones o descripciones. Y los diálogos, creíbles y dinámicos, continúan dando esa buena sensación lograda por el narrador.

Una pequeña espinita clavada que tengo es que hay bastantes páginas en el libro, aunque también muchos personajes con suficiente peso en la trama que han de repartírselas. Sé que para gustos, colores, y que habrá quien prefiera algo más directo, pero me pareció que quizá el libro necesitara de una mayor extensión para tanto personaje. Algunos son muy interesantes y merecen su espacio, el cual me pareció algo escaso, aunque esto no es más que una apreciación personal por apego a los mencionados. Aún así, he de reconocer el buen trabajo de Néstor Bardisa al contar con tantos personajes y lograr atribuirles características y personalidades lo suficientemente diferenciadas como para que cada uno de ellos pareciese único.

Otro punto a favor, que me pareció muy bueno, es el de las notas a pie de página, breves explicaciones sobre alguna expresión soltada por un personaje o la aclaración o ampliación de información que de haber aparecido en el propio texto podría haber ralentizado el mismo. Así, deja a elección del lector cuándo leerlas, en lugar de forzarlas a aparecer en medio de algún diálogo.

Algo que me ha llamado la atención, y solo mencionaré por encima ya que esta novela se encuentra en pleno proceso de corrección en pos de una nueva edición, es la obsesión del autor por las “comas”. Las hay en un número algo excesivo, lo que lleva a que, en ocasiones, haya que releer algunas líneas varias veces para comprender el mensaje que pretenden transmitirnos. No es que la lectura se vuelva complicada, pero llama la atención cuando hay otros tantos signos de puntuación que, quizá, hubiesen permitido una mejor primera comprensión de dichas líneas. No obstante, repito, no es algo que entorpezca la lectura al punto de remarcarlo como punto negativo a tomar en consideración, además de que es muy posible que este aspecto haya sido subsanado con la nueva edición.

Especial mención, por cierto, para el bando enemigo. No es mi intención spoilear a nadie, de ahí que únicamente diga que me ha parecido genial; misterioso, con mucha fuerza, inteligente, presentado a cuentagotas y como una verdadera amenaza que juega unas cartas que muy pocos sabrían. Mi enhorabuena por este aspecto, porque todo lo que rodea a su ser, forma de actuar y modo de presentación es muy bueno.

En resumen, El despertar de Antaros ha sido una lectura muy entretenida y amena, con momentos francamente buenos, personajes variados y bien diferenciados y con combates bien definidos y explicados. Una novela que recomiendo, sin duda alguna.

Sep 232015
 

El autor Jorge A. Garrido nos trae hoy su opinión sobre la novela que hace unos días reseñamos en la web Tierras de Luz, Tierras de Sombra de la escritora María Martínez Ovejero.

Carátula Tierras de luz, tierras de sombra, de María Martínez Ovejero
Tras la primera lectura de la sinopsis uno puede pensar que va a encontrar una trama demasiado sencilla y típica: cuatro gemas que buscar; cuatro pruebas a superar en cada una de ellas para conseguirlas; dos mundos unidos por un portal; la eterna batalla entre la luz y la oscuridad… Pero juzgar el libro por esta idea inicial nos haría cometer un gravísimo error, pues no es más que la puesta en escena de unos personajes y unos mundos que van más allá de la común partida de compañeros embarcados en una campaña contra una serie de peligros y enemigos hasta llegar a la meta propuesta. Es cierto que hoy día está todo inventado y que decir que a lo largo de su viaje pueden encontrar la amistad o el amor, o enfrentarse a traiciones y otras dificultades, no va a sorprender a nadie, pero un buen escritor ha de saber mantener un ritmo narrativo que no canse, crear personajes atractivos y hacer coherentes tanto comportamientos como diálogos para desmarcarse de otras obras y autores. María no sólo consigue todo esto, sino que es capaz de atrapar poderosamente al lector a medida que los protagonistas crecen y evolucionan, aprendiendo de sí mismos y del entorno en el que se mueven, todo ello guiándonos hacia un final en absoluto predecible.

Todo comienza en un escenario “real”, centrada la narración en Adelle, una acomodada chiquilla de dieciséis años que vive en Chantilly, Francia, junto a su padrino y los trabajadores de la casona. Nos encontramos a mediados del XIX, de modo que el fuerte carácter rebelde de la protagonista no hará sino darle multitud de problemas. Sin embargo, muy pronto en la novela, accederá a un mundo tan extraño y maravilloso como nunca pudiera haber creado en su mente. Los nuevos personajes de los que se rodeará, entre los que hay humanos comunes y poderosos magos que controlan magias basadas en distintos elementos, consiguen hacerle ver cuán importante puede ser su contribución para ese nuevo universo, acechado por seres pertenecientes a la oscuridad. A partir de entonces, Adelle, cuyos ojos esmeralda atemorizan a la mayoría de los que se cruzan con ella (por ser esta una de las características únicas de dichos enemigos), se lanza a un peligroso viaje junto a cuatro magos que madurarán a un nivel algo menor que la protagonista, aunque se convertirán en auténticos imprescindibles en la trama desarrollada.

La autora se desenvuelve en la narración con un estilo pulcro y atractivo, con descripciones precisas y justas, sin andarse por las ramas, pero logrando transmitir la esencia de cada paisaje, estancia o vestimenta. Los diálogos, abundantes, son dinámicos y nos ayudan no solo a seguir la trama, sino también a conocer en profundidad a los personajes; su pasado, motivaciones y dudas. Y es que todos ellos son muy “humanos”, con personalidades marcadas y bien diferenciados entre sí. Las escenas de acción, además, están bien construidas, quizás algo cortas, aunque suficientes para ofrecer mayor variedad a un conjunto sólido y llamativo.

Por último, ante nosotros tenemos una novela de fantasía que la autora define como literatura juvenil. Sin embargo, debo decir que a lo largo de la aventura se destapa como una obra para todos los públicos, a pesar de que, en efecto, veremos algunas situaciones o diálogos que nos recordarán a escenas típicas de los animes y mangas. Esto no debería ser un impedimento para que lectores ya entrados en años la disfruten igual, pues tampoco es una constante en la novela. Drama, acción o misterio son algunos otros ingredientes que hacen aún más compleja una historia que comienza de una manera simple, pero que irá enganchando al lector a cada nueva página.

Como conclusión, recomiendo su lectura a todo aquel usuario habitual de fantasía, sobre todo aquellos que gustan más de disfrutar de buenos personajes y la relación entre ellos que de grandes gestas que desemboquen en multitudinarias y épicas batallas por la salvación del mundo. Tierras de luz, tierras de sombra posee personajes únicos y arrebatadores de los cuales querrás saber cada vez más a medida que avanza la historia, con un final que sorprende y, desde luego, no dejará a nadie indiferente.

Sep 162015
 
 16 septiembre, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  Sin comentarios »

Yánder comenzó a abrir los ojos con suma dificultad. Confuso, las primeras imágenes le llegaron bajo un suave velo rosado. No tardó en entender que se trataba de su propia sangre emborronando su vista, proveniente de una herida en la frente que debía tener una profunda relación con las punzadas de dolor que sufría.

Intentó incorporarse, aunque tener las manos atadas a la espalda no ayudaba en absoluto. Fue tras varios intentos, mientras se zarandeaba hacia atrás y hacía uso de sus piernas, cuando al fin logró adoptar una mejor postura, sentado sobre el suelo y apoyada la espalda en la cercana pared.
Relatos de Fantasía - Calabozos
Poco a poco, algo más definidas las formas de cada objeto a su alrededor, comprendió que continuaba en los calabozos, lugar al que acudió junto a su subordinado más inmediato para comprobar el estado de uno de sus más recientes prisioneros. Aún no había normalizado su visión, pero era capaz de distinguir las rejas de las celdas a cada lado del pasillo bajo la tenue luz arrojada por las lámparas de aceite.

Una serie de preguntas se sucedían en su mente, sin tiempo para contestarlas mientras cada una solapaba la anterior. ¿Qué había pasado? ¿Por qué se encontraba maniatado? ¿Quién fue el autor de semejante acción? No obstante, las respuestas llegarían pronto.

Al frente oyó lamentos que surgían de distintas gargantas. Sin embargo, no se trataba del sonido al que se había acostumbrado a oír en aquellas dependencias. Lo notó… distinto. La intensidad, el volumen… No había gritos que clamaran ser liberados, una nueva ración de comida o su propia inocencia ante los hechos por los que fueran encarcelados. En su lugar, aun siendo voces también desesperadas, el dolor mostrado era más profundo, involuntario. Yánder no supo interpretarlo, no al menos hasta que sus ojos fueron capaces de advertir los bultos a no demasiados pasos de su posición, cadáveres a los que no pertenecían dichos lamentos. Aquellos eran soldados, los destinados a custodiar a los prisioneros. Se lo indicaron las livianas y oscuras armaduras, aún más negras sí cabía entre aquellos húmedos muros.

El corazón del suboficial volvía a latir a gran velocidad. Así, haciendo acopio de fuerzas renovadas, logró ponerse de pie. Ahora disponía de un mayor campo visual del pasillo, en el que contó hasta seis cuerpos, todos inertes sobre extensos charcos de sangre. Entendió por ello que los continuos lamentos que aún seguía oyendo provenían del siguiente tramo de los calabozos, girando a la derecha al fondo del pasillo en el que se encontraba.

Maniatado como se encontraba, dirigió sus pasos hacia la puerta que le llevaría escaleras arriba en dirección al siguiente nivel, donde podría ser liberado de sus ataduras. Por contra, el acceso estaba cerrado a cal y canto. Le dio la espalda, se puso de puntillas y agarró el tirador con sus manos, pero, por más que lo intentó, no consiguió mover la hoja ni un solo centímetro.

Un terrorífico alarido captó toda su atención, quedando inmóvil y con la vista puesta en el fondo del pasillo durante algunos segundos. ¿Qué debía hacer? En su situación no era rival para nadie y parecía claro que allí de donde procedían los gritos debería enfrentarse a algo o alguien en absoluta desventaja. Por otro lado, tenía la opción de esperar a la llegada del relevo de los guardias cuyos cadáveres descansaban a sus pies, aunque tampoco sabía cuánto tiempo había permanecido inconsciente y si el siguiente turno accedería a los calabozos antes de que su integridad física se viera aún más comprometida.

Dudó un poco más, pegada su espalda a la puerta, cuando un nuevo alarido, más agudo y espeluznante que el anterior, inundó los calabozos. No, no podía quedarse allí parado, arriesgándose a perder la cordura mientras su imaginación empeoraba cada vez más la situación. Quizá, sólo quizá, no fuera mala idea, o no del todo, asomarse por la esquina y comprender a qué se enfrentaba. Sólo por eso, por entenderlo, avanzó con lentitud entre los cuerpos de los guardias muertos. En ellos vio profundas heridas a través de las cuales los abandonó su sangre. No obstante, lo más extraño fue comprobar que se hubieran desprendido de algunas partes de la armadura, lugares como los brazos en unos, piernas en otros e incluso el pecho en el más alejado, desprotegidas articulaciones que los terribles cortes casi cercenan.

Al fin alcanzado el término del corredor, pegó un hombro a la esquina, procurando no dejar demasiado de sí a la vista. Sus ojos no pudieron sino abrirse de par en par ante lo que divisaban.

En el nuevo espacio, teñido de rojo suelo y paredes, no sólo le conmocionó encontrar más cadáveres, en mayor cantidad y pertenecientes a todas luces a los presos, por sus harapos como vestimenta, sino ver que las cabezas y otros miembros quedaban desperdigados sin orden alguno a lo largo del pasillo. Sin duda, el autor o autores de dicha masacre debieron darse prisa a la hora de despachar a los guardias, los verdaderos rivales a batir en los calabozos, mientras a los prisioneros les dedicaron mayor tiempo y esfuerzos.

Los sollozos y gemidos crecieron en volumen, mucho más cercanos ahora. Sin embargo, el suboficial no vio al frente al causante de tal horror.

Movido por la sinrazón, pues de hacerlo en sus cabales no hubiese dado un sólo paso hacia delante, comenzó a sortear los irregulares pedazos humanos mientras sus pies se empapaban de la sangre acumulada en las grietas y agujeros del suelo. A los lados, abiertas las oxidadas puertas de las amplias celdas en las que sus ocupantes se encontraban encadenados a columnas y paredes, divisó aún más cuerpos mutilados, algunos aún agonizantes que dejaban escapar la vida con dolorosa lentitud por las heridas recibidas.

Con la boca a medio abrir, temblorosos los ojos mientras cambiaban de objetivo, Yánder no entendía la causa para producir semejante tormento. Delincuentes de poca monta la mayoría, asesinos algunos y estafadores y ladrones otros tantos, pero ya se encontraban cumpliendo condena por sus delitos; no era necesaria esta matanza, violenta y cruel, despiadada e inhumana contra personas que no podían haberse defendido.

Detuvo su avance un momento, cuando oyó el agudo chirriar de una de las puertas de barrotes. No supo si se abría o cerraba, no en un principio, pero poco importaba cuando ante él se materializó una alta y corpulenta figura vestida con su misma armadura. Y se había percatado de su presencia, tras lo cual giró su cuerpo hacia él. Sus movimientos eran lentos, mostrando una tranquilidad que Yánder no creía posible en una situación como esa.

Durante un breve periodo de tiempo, ninguno se movió, siendo el recién surgido de una de las celdas del fondo el que tomó la iniciativa. Levantó sobre su cabeza un descomunal hacha, que hasta el momento había pasado desapercibido para su observador, y lo bajó veloz hacia un hombre tumbado a sus pies, cuya vida debía pender del más fino de los hilos, al descubrir Yánder que se trataba de una de las personas que aún gemía, hasta que la ensangrentada hoja seccionó su tráquea. La cabeza rodó un par de pasos a un lado y el verdugo levantó una vez más su arma, apoyándola a continuación a su derecha.

La saliva se acumulaba en la boca del maniatado, ocupado en tragarla antes de ahogarse con ella, a la par que el sonido de su trabajosa respiración debía llegar hasta el dueño del hacha, que, de nuevo con pausados movimientos, se deshizo del yelmo. El terror tenía rostro, uno muy conocido para Yánder, pues reconoció en él a un compañero de armas con el que casi había compartido sus diecisiete años de carrera en el ejército.

Las palabras se agolpaban en su mente y su lengua se trababa, imposibilitándole articular una sola palabra coherente, ante lo cual sonreía divertido el de enfrente. Este dio algunos pasos hacia Yánder, mostrando en su grave voz una tranquilidad desquiciante.

—Pareces sorprendido, compañero.

Al fin, con la sangre helada y un más que aparente temblor en sus piernas, Yánder acertó a contestar.

—¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto?

—¿Y por qué no?

¿Existía alguna peor respuesta para darle? Lo conocía bien como militar, tras los duros días de entreno como soldados o durante la intensa instrucción para lograr el ascenso hacia la escala de suboficiales. Pero ese hombre… tenía algo extraño, todos lo veían. Nunca participaba de las juergas en las que los compañeros reforzaban su amistad, ni mantenía ningún tipo de conversación cuando alguien procuraba saber algo más de él. Frío y solitario, destacaba como combatiente y poco más les interesaba a los altos mandos, pero nadie se preocupó por conocer los misterios que se guardaba sobre sí mismo. De dónde procedía; qué había sido de él antes de ingresar en el ejército; si tenía familia… No sabían nada de él.

Ahora, Yánder, sin duda golpeado por él mismo nada más poner un pie en los calabozos, era testigo de una auténtica pesadilla que como autor tenía a aquel por el que nadie se interesó más allá de sus capacidades para la lucha, y en su cabeza algo no debía ir bien. ¿Cómo puede armarse a una persona que es capaz de protagonizar tal horror? ¿Es que nadie podía haberlo visto venir? ¿O había una razón lógica para lo que había sucedido?

El corpulento hombre seguía avanzando hacia Yánder, levantando el hacha cuando alcanzó el punto medio del pasillo para sujetarlo con ambas manos.

—¿Qué motivo hay para hacerles esto? —volvió a preguntar mientras aún escuchaba algunos lamentos y jadeos—. ¿Qué bien puedes sacar de esta masacre?

Sus párpados se cerraron un poco más, a la par que inclinaba levemente la cabeza y apretaba con mayor fuerza sus manos sobre el mango.

—Soy malo… y me gusta.

Yánder ya no hacía caso al desbocado corazón que amenazaba explotar en el interior de su pecho, ni al sudor que empapaba por completo su cuerpo bajo la armadura recién estrenada un par de semanas antes, cuando al fin consiguiera el tan deseado ascenso. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas, con la vista puesta en los ojos de un auténtico demonio. A continuación, ningún sonido llegó hasta sus oídos y la vista se le nubló una vez más, esta vez por lágrimas en lugar de sangre. Al frente sólo vio una mancha oscura, la cual evitaba, por su cercanía, que la luz de la más cercana de las lámparas incidiera sobre él, al tiempo que sintió el frío contacto del hacha sobre su cuello.

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May 132015
 
 13 mayo, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , ,  6 comentarios »

―¿Qué diablos está haciendo? ―susurró Géndel a Bardasa mientras ambos soldados observaban la intensa actividad del profeta, un hombre ya entrado en años ataviado con ropajes oscuros y desgastados, tan anchas las mangas de su camisola que bien algún día podría errar al colocársela e introducir por una de ellas el delgado tronco en lugar de un brazo.

―No te asustes ―respondió imitando el tono de voz de su compañero―. Reconozco que la primera vez impresiona, pero ya he tenido que visitarle en varias ocasiones y no correremos peligro desde la puerta.

El viejo, pues su melena por entero canosa, las profundas ojeras y las ya aparentes arrugas en su rostro permitían describirlo como tal, se movía veloz de un lado a otro de la amplia estancia, que a su vez era dormitorio, estudio y prisión.

―Pero, ¿es cierto lo que dicen, que está loco de atar?

―No me corresponde a mí afirmar la veracidad de dicho rumor, aunque tú mismo puedes ver que muy normal no es que sea. Ahora, piensa un momento en esto: ¿es él el loco, por su extraña forma de actuar y sus divagaciones sobre supuestas visiones del futuro y la interpretación de antiguos manuscritos, o lo es aquel que se cree lo que sale de su desdentada boca?

―¡Por todos los dioses, Bardasa! ―intentó no elevar demasiado la voz, aunque de haber gritado a pleno pulmón sus palabras, probablemente, el viejo no les hubiera hecho el menor caso, tan concentrado se encontraba en sus quehaceres―. ¿Entiendes el alcance de lo que acabas de soltar? ¡Es nuestro mismo rey el que lo mantiene aquí encerrado, el mismo que ha ordenado que vengamos hasta aquí!

―No he dicho que nuestro monarca esté loco por creer a este que tenemos enfrente.

―Pero lo has dejado caer… ―El nervioso soldado echó ligeros vistazos a su espalda, temeroso de que alguien pudiese oírles, pero nadie subiría sin una buena razón la escalera que por único fin tenía aquellos aposentos.

―Tranquilízate, ¿quieres? Sólo te he hecho una pregunta.

―Vale. Entonces, te diré que todo el mundo tiene derecho a creer en una cosa u otra, sin que otra pueda, o deba, juzgarlo. ¿O puedes probar que lo que este hombre asegura que va a ocurrir es mentira?

―Mi trabajo no consiste en averiguarlo.

―Venga, Bardasa. Solo es una pregunta…

El nombrado miró de reojo a Géndel y así se mantuvo inmóvil algunos segundos, incomodando sobremanera a su compañero.

―Está bien ―respondió devolviendo la mirada al viejo, el cual reía a carcajadas y daba algunos saltos sobre la cama antes de avanzar despacio y a grandes zancadas hacia el desordenado escritorio, del que recogió una pluma, mojó esta en un enorme tintero y comenzó a hacer ciertos garabatos en el suelo―. La primera vez que vine a este lugar, el profeta nos entregó un papel en el que dibujó una especie de pájaro con las alas extendidas, del mismo color negro que la tinta con la que está enguarrando el suelo en este momento. Además, bajo el ave dejó un amplio borrón y una serie de letras saliendo del pico.

―¿Qué palabras? ―preguntó el curioso Géndel.

―”Ja, ja, ja”. Esas fueron las palabras.

El más joven clavó sus ojos en el suelo, a unos pocos pasos de donde se encontraban. Así permaneció un instante, hasta que una clara idea se materializó en su mente, relacionada esta con cierto emblema en el que aparecía un cuervo en pose amenazadora.

―¡La invasión del reino de Tarkas!

―Bueno, es lo que se interpretó cuando tres meses más tarde de entregarnos el dibujo, en efecto, el rey de Tarkas envió sus tropas hacia la frontera de ambos reinos con la firme intención de anexionarse parte de nuestro territorio.

―Entonces, ¡no está loco!

―Vaya, te veo muy emocionado.

―¡¿Cómo no estarlo?! Ese hombre es capaz de ver el futuro.

―Puede ser…

―¡Vamos! ¿Lo pones en duda? Vio el futuro y nos avisó de ello. Ahora lo veo claro. Ahora entiendo que nuestro monarca lo mantenga aquí, bajo su custodia, para anticiparse a cualquier problema que surja.

―Eso estaría muy bien, genial, en serio, si realmente hubiese podido hacer algo antes de que el enemigo nos atacara. Por contra, con dibujo o sin él, la reacción de nuestro rey fue de sorpresa. Tuvo que hacer frente a dichas tropas sin estar preparado para ello, sobre la marcha, y perdimos algunas aldeas. No creo que haga falta que te lo recuerde.

―Bueno… Pero es un hecho que lo vio. Quizá en esa ocasión no valiese para mucho, aunque estoy seguro de que este hombre será muy útil para otras tantas. ¡Ve el futuro!

―Sí, un futuro diferente según quién interprete sus visiones.

―¿Qué quieres decir?

―Quiero decir que tras recoger su papel, bajamos a toda prisa las escaleras para informar a nuestro superior más inmediato y, durante el paso por el pequeño puente hasta la siguiente torre, sentí algo en mi hombro derecho. Se trataba de la cagada de un pájaro, descubriendo en lo alto un cuervo que graznaba como si se riera descojonado tras acertarme de lleno con su proyectil. ¿Vio el futuro este hombre? Pongamos que sí. ¿Pero qué futuro vio? ¿El del ejército de Tarkas o el del cuervo y su regalo?

Géndel se quedó con la boca a medio abrir, sin saber qué responder. El profeta, por su parte, se acercó a él de cuclillas, le agarró de una de las muñecas y tiró suavemente de ella, indicándole que le acompañara.

Bardasa asintió con la cabeza a su compañero de armas y este, tragando abundante saliva, comenzó a andar hacia el escritorio, deteniéndose a escasos pasos para observar las líneas de tinta del suelo.

Giró su cabeza a la derecha; a la izquierda; caminó hacia un lado; entrecerró sus ojos y se llevó una mano a la barbilla; terminó de rodear el extraño dibujo…

Tras varios minutos, en los que el viejo se sentó en su cama, movía jovialmente las piernas arriba y abajo y mantenía una perpetua sonrisa que permitía comprobar la total ausencia de piezas dentales, Géndel regresó junto a Bardasa, indicándole que debían irse. Así hicieron, cerrando la puerta con llave al salir.

―Desde donde yo estaba ―inició Bardasa a fin de romper el tenso ambiente creado entre ellos, observando de reojo el pálido semblante de su compañero―, solo pude ver montones de líneas curvas. Eso sí, me pareció advertir una especie de corona a un lado. Por tu expresión, ¿crees que el rey está en peligro… o qué interpretas tú?

Géndel lo miró muy serio, pero ninguna palabra salió de su boca. Continuó andando, cada vez con zancadas algo mayores, hasta que, finalmente, comenzó a correr desbocado. A Bardasa le cogió del todo por sorpresa dicha reacción y procuró darle alcance, aunque era muy rápido. Aún así, no le costó averiguar cada esquina doblada por su compañero, atendiendo a aquellos a los que empujó o los puestos del mercadillo con cuyos elementos colisionó.

La persecución duró poco, una vez que miró hacia el interior de una vivienda por la que un segundo antes se introdujeran, veloces, hasta tres soldados. A su izquierda vio a Géndel, sujeto con gran dificultad por otros dos hombres. A la derecha había alguien más, retorciéndose boca abajo en el suelo, de cuyo rostro daba la impresión de surgir toda aquella sangre que regaba los viejos tablones bajo el mismo. Y al frente, apoyada en el marco de la puerta que debía dar al dormitorio, una mujer con el cuerpo tan solo cubierto en parte por una fina sábana. Por último, a los pies de ella, una corona.
Relatos de Fantasía - Mujer en alcoba
Bardasa miró la cara de la chica y al instante comprendió el dibujo que el profeta hiciera en el suelo de su alcoba. Incluso ahora reconocía la extendida mancha de nacimiento de la mujer en el borrón del supuesto rostro de la figura representada por el viejo. ¿Sería posible que en realidad no se tratara del tipo de interpretaciones que todo el mundo hacía, a su conveniencia, de los dibujos del profeta, que de verdad este hubiese sido tocado por la gracia de los dioses y fuera capaz de hacer predicciones a tener en cuenta, incluso adivinar cosas que de otro modo le sería imposible conocer?

Géndel fue conducido fuera de la morada por cuatro soldados, cada uno sujeto a una extremidad distinta, mientras otros guardias ayudaban al rey a ponerse de pie. Esa nariz rota tardaría un tiempo en sanar y el maquillaje no ocultaría del todo los moratones. No era el momento de informar al monarca de la predicción del profeta, pero, ¿qué distinta interpretación le daría este? Más adelante lo sabría. Más adelante.

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Feb 132015
 

Fathy no podía correr más. Las zancadas de la joven abarcaban mucha menor distancia que las de su perseguidor, un bien instruido soldado al cual no parecía afectarle la excesiva cantidad de metal que llevaba encima. La armadura, bastante deteriorada tras el paso de los años a través de varias generaciones, le cubría por completo, aunque la inmensa maza que llevaba colgada a la espalda no debía pesar menos que el resto del conjunto.

Quizá llevaran casi diez minutos recorriendo las estrechas callejuelas de las ruinas de Larson, último vestigio de la una vez floreciente ciudad principal del continente, y Fathy, que hasta el momento había logrado evitar las manos de Úrder entre rápidos giros tras las esquinas y poderosos saltos por encima de los escasos obstáculos en su camino, se vio obligada a detener su carrera antes de precipitarse a una caída de entre veinticinco y treinta metros, derrumbado, a saber cuándo, el largo y estrecho puente al que le llevaron sus pasos.

―¡Esto acaba aquí, Fathy! ―La mujer de larga trenza pelirroja giró de inmediato su cuerpo a fin de encarar al que la gritaba, con los ojos, nerviosos, buscando una nueva salida. Pero no la iba a encontrar―. ¡Entrégate! ¡No puedes seguir huyendo!

Las palabras de Úrder salían con cierta dificultad a través del yelmo, dejando a las claras que el cansancio también comenzaba a hacer mella en él. Por contra, sus hombros seguían erguidos, no se había desembarazado de ninguna pieza y su voz aún sonaba segura y firme.

―¿Y qué diferencia habría entre saltar al vacío o volver contigo como tu prisionera?

―Salvar la vida. ¿No te parece suficiente?
Relatos de Fantasía - El último adiós
―No… Te equivocas. La celda será lecho hoy y tumba mañana, jamás saldría de ella. Sabes, tan bien como yo, que moriré en el mismo instante de cerrarse la puerta, aunque mi cuerpo aún dé la impresión de contener vida. Por tanto, no; no hay demasiada diferencia.

La joven retrasó un pie, el talón de este ya fuera del firme suelo en el que se encontraba. Su rostro pareció serenarse un tanto, mientras las moderadamente fuertes ráfagas de aire, a semejante altura, hacían danzar las anchas mangas de su blusa, silueteado con un brillante haz el cuerpo de Fathy gracias a la luz del ocaso. En otras circunstancias podría haberse descrito como una visión romántica, digna del mejor de los lienzos del continente de Endina, pero el dramatismo de la situación le daba un cariz muy distinto.

Úrder levantó veloz un brazo hacia ella, temeroso de que saltara hacia atrás. La conocía de sobra y era consciente de que sería capaz de dejarse caer a su espalda. No podía permitirlo.

―¿Y tu madre? ¿Qué dirá ella?

―Lo mismo que los demás: que no soy más que una traidora y que merezco pagar por ello. Además, ¿cómo…? ¡¿Cómo puedes preguntarme cuando sabes lo que piensa, sin siquiera pedirle que sea ella misma quien te lo cuente?!

―Es fría, lo sé, pero, aún así, preferirá tener una oportunidad de verte, de saber que te encuentras bien.

―No… No pienso pasarme el resto de mi vida encerrada. No es justo.

―Justo o no, no puedes saltar. No abraces una salida tan cobarde.

―¡¿Cobarde?! ―Sacudido su cuerpo por la rabia, adelantó de nuevo el pie, hasta colocarlo junto al otro, lo que alimentó la esperanza de Úrder por salvarla―. ¡Cobardes son aquellos que miran hacia otro lado en lugar de ayudar a los que lo necesitan! ¡Cobardes los que hacen daño a otros por mandato de un superior sin siquiera plantearse si hacen bien o mal con ello! No te atrevas de hablarme de cobardes, ¡no tienes ese derecho!

―Y no lo tengo porque soy uno de esos cobardes, ¿cierto?

―Sabes la respuesta…

Entre ellos se hizo un breve silencio, tan solo el viento y un solitario ave se encargaban de mantener algún sonido a su alrededor. Fathy apretaba los dientes, rememorando en su cabeza el porqué de su huida, y Úrder adelantó un lento paso, movimiento ante el cual se tensó el cuerpo de la mujer cuando no quedarían sino cuatro o cinco metros entre ambos.

―¿De qué vale intentar echar un cable y morir poco después?

―Al menos, habrás salvado a alguien.

―¿Una vida por otra? Ni siquiera merece la pena por conciencia, pues una vez muerto no habrá nada de lo que lamentarse.

Fathy lo miró detenidamente un segundo, a los ojos, como si en realidad no hubiese yelmo que los ocultara.

―Úrder, antes no pensabas así. ¿Qué pudo haberte cambiado?

―Tan sólo reconocer que uno ha de pelear contra los demás por seguir adelante, que los débiles siempre se quedan atrás.

―Creo… que no es así, sino justo al revés. ―El tono de Fathy bajó mucho en volumen e intensidad, perdida su mirada un momento en algún lugar del suelo, cercano a las botas del soldado―. El fuerte no se rinde, elige su propio camino y aún menos utiliza a otras personas para allanar su camino. Dime, ¿qué sentirías al ver caer mi cuerpo hacia ahí abajo?

―No lo hagas…

―¿Qué sentirías? ―repitió a la par que el de enfrente daba un nuevo paso hacia ella.

―Lo lamentaría muchísimo.

―¿Y verme entre rejas no te haría sufrir?

―Desde luego, pero al menos seguirías viva.

―Ya te lo he dicho: mi alma morirá el mismo día en que me encierren.

Fathy ladeo su cuerpo, a fin de observar el suelo a lo lejos sin perder tampoco de vista al de la armadura. Este seguía buscando otras palabras que decirle; alguna debía haber para convencerla de que se quedara con él.

―Podría luchar, más tarde, por sacarte de los calabozos. ―Ahora sí, su voz sonaba insegura, nerviosa. Se había ganado un vistazo de reojo de Fathy, pero no era suficiente―. Quizá entonces se pueda hacer algo por liberarte, si aún permaneces con vida…

―Ya… ¿Y si esas acciones te ocasionaran problemas? ¿Y si el intentar convencer a quien corresponda de que se me rebaje la pena, o cualquier otra cosa que se te ocurriese, tiene consecuencias negativas en tu carrera militar? ―Úrder guardó silencio, segundos tras los cuales la mujer contestó sus propias preguntas―. Aprendiste que los demás no valen tanto como para arriesgarte a perder los favores ganados, o algo así me has dejado caer hace unos minutos.

―Fuiste mi esposa. No quiero ningún mal para ti.

―Cierto; lo fui. Hasta siempre, Úrder.

El soldado se quitó de un manotazo el casco antes de correr hacia ella y verla desaparecer puente abajo. Sin embargo, al llegar al borde y arrodillarse sobre él, no vio a Fathy por ningún sitio. Tampoco oyó el sonido seco del cuerpo golpeándose brutalmente contra las ruinas, lo que le desconcertó. Pensó por un momento que se hubiese deslizado por un cercano nivel inferior, pero no descubrió por donde habría sido capaz de hacerlo y decidió por último descender hasta donde debería haber caído desde el puente. Su minuciosa y larga búsqueda fue en balde, pues no encontró ni rastro de ella.

Tras muchos minutos, ya entre las opacas sombras de la noche, Úrder dirigió sus pasos hacia la salida oeste de lo que quedaba de Larson. Deambuló cabizbajo entra las callejuelas, sin acordarse siquiera de recoger el yelmo. Debía volver, largo era aún el camino hasta la fortaleza, donde debería realizar un informe en el que reconocería haber perdido a Fathy. No obstante, mientras abandonada el lugar, le dio la impresión de ser observado, llamándole la atención un potente aroma a jazmín en una estación en la que no debería olerlo.

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