El pasillo que conducía a la sala del trono de Tarsha se mostraba silencioso, vacío a la luz de la luna que penetraba por las grandes cristaleras emplomadas de los laterales. El comandante Draur Kottor se había encargado de que así fuera; manipuló los turnos de la guardia y dio permisos de forma que, durante un par de horas, todo estaría despejado. No necesitaban más para llevar a cabo su cometido: asesinar a un rey.
Iria Shiblin permanecía entre las sombras, oculta a posibles ojos indiscretos. Junto a ella el lord consejero Cross Dévano, hechicero personal del rey Shiram, se apretaba las manos sudorosas, nervioso. No tenía madera de asesino, pero su papel era crucial. Como consejero real, su misión en esta intriga era citar al rey en la sala del trono para decidir el mejor curso de actuación ante los últimos movimientos del ejército valdario, que hablaban de invasión y guerra. Últimos movimientos que eran mentira, una elaborada farsa que lady Shiblin, miembro de la Hermandad de Espías, se había encargado de difundir para crear una falsa urgencia que hiciera salir al rey de la seguridad de sus aposentos.
Desde que empezaran las hostilidades y tiranteces entre Tarsha y Valdaria, Shiram se había atrincherado a conciencia, siempre rodeado de guardaespaldas y precavido hasta rozar la paranoia. Se decía que iba a cagar armado con una daga y embutido en cota de malla. Pero Kottor había hecho un buen trabajo, nadie auxiliaría al monarca esa noche. Tres actos; no, tres traiciones que por separado no levantarían sospechas, pero que juntas constituirían la caída de Shiram.
—Ha llegado la hora —anunció Iria Shiblin—. Intentad no mearos encima, lord Dévano. Aunque con todo ese sudor que sale de vuestra calva dudo que fuerais capaz —se burló.
—Vuestro ácido sarcasmo es incansable; si esto no sale bien, siempre podéis enrolaros con alguna compañía itinerante de bufones. Aunque por vuestro atuendo quizá deberíais optar a otro tipo de oficio.
La mujer vestía una túnica de seda vaporosa que realzaba su sinuoso cuerpo y que dejaba entrever más piel de la que el lord consejero estimaba necesaria. Llevaba el suave pelo castaño recogido con un pasador de madera, aunque aquí y allá varios mechones caían sobre su cuello y hombros con calculado descuido, dándole un aspecto desenfadado y juguetón, casi infantil.
—Soy una espía, me adapto a las situaciones; y esta en concreto precisa de cierta delicadeza.
—¿Entonces ya habéis pensado cómo acabar con nuestro amado soberano? —preguntó Cross Dévano con desconfianza.
—Digamos que compartiremos algo más que intimidad —susurró con picardía.
—¿Y cómo pensáis lograr eso exactamente, mi lady? —Esa era la parte del plan que más preocupaba a Dévano, ya que era la única que escapaba a su conocimiento y control. La espía se había negado a desvelarle los pormenores de su plan, y todo indicaba que esa noche no iba a ser una excepción.
—Muy fácil, apelando a lo único capaz de hacer que un rey renuncie a su seguridad: su entrepierna. Vos aseguraos de entretenerlo lo suficiente mientras yo me infiltro en su alcoba.
—Silencio —exigió ser Draur Kottor—. Cumplid vuestra parte del trato, sin errores. No me gustaría incurrir en la ira de lord Dárban Shark, ese hombre me pone los pelos de punta.
—No os preocupéis tanto, ser. Una vez terminemos este encargo tendréis una posición privilegiada dentro de la corte y un cofre con tanto oro que necesitaremos varias vidas para gastarlo —aseguró Iria.
Dárban Shark era un hombre importante y peligroso a partes iguales, regente de las tierras del sur y sobrino del rey Shiram. Y dado que este último no poseía descendencia, el joven lord era uno de los principales candidatos a sucederle en el trono, pero no el único y desde luego no el más paciente. Así que había decidido acelerar el proceso a través de nuestros tres protagonistas.
Unos minutos después, el lord consejero Cross Dévano discutía con el rey los pormenores de los avances del ejército valdario, presentando todo tipo de documentos y falsos testimonios que Shiram ni siquiera se molestó en leer. Tenía un enemigo y este debía ser erradicado, el rey no necesitaba que lo aburrieran con largas exposiciones sobre maniobras tácticas y enclaves estratégicos. Por unos segundos Dévano se sintió decepcionado, había invertido mucho esfuerzo, incluso creatividad, en falsear toda su intervención. Un trabajo de meses.
—Informa a Draur Kottor y al resto de comandantes, que inicien la ofensiva. Los invasores no pueden llegar a nuestras puertas, ¿me habéis oído? No permitiré que esos bastardos campen a sus anchas por mis dominios —zanjó la conversación Shiram antes de retirarse a sus aposentos.
Una hora después y bien entrada la medianoche, Shiram dio por terminada la reunión y despachó al lord consejero, que respiró de nuevo con tranquilidad.
—Os mostráis más sudoroso de lo habitual —le había comentado el monarca durante la reunión. Visitad al galeno real y que os prepare una poción, no tenéis buena cara.
<<Vos si que necesitaréis un galeno dentro de poco, y ni eso os ayudará.>>
De vuelta a la privacidad de su habitación, el rey Shiram percibió una presencia que lo observaba desde las sombras que dominaban la estancia. Echó mano a la daga que pendía de su cinto y encendió el candil de su mesa mientras el filo de acero amenazaba a la oscuridad. Una figura sinuosa descansaba sobre su cama, perfilada por la pálida luz lunar y la titilante llama, plata y oro bañaban su piel tersa.
—Lady Shiblin —dijo Shiram con suspicacia—, no recuerdo haber solicitado vuestros servicios, así que debéis tener una buena razón para irrumpir en mis aposentos, más allá de lo evidente —añadió contemplando su desnudez.
<<No se fía, debo andarme con mucho ojo.>>
—No creo que ese cuchillo sea necesario, majestad. Como podéis ver no voy armada —dijo en un ronroneo. Shiram no contestó, pero relajó su postura y bajó el arma. En ese preciso momento Iria supo que el monarca había mordido el anzuelo y ahora solo restaba tirar del sedal. La entrenaron para aquel tipo de menesteres e interpretar hasta el más nimio de los movimientos de los músculos de la cara era una de sus muchas habilidades; algunos pensaban que había magia en lo que hacía, y ella se encargaba de avivar esos rumores. Que la gente pensara que poseía ciertos poderes místicos era una ventaja nada desdeñable—. Sé que últimamente habéis estado sometido a mucha tensión, mi señor; el peso de la corona, lo llaman. Había pensado que quizá yo podría hacer algo para aliviar esa carga.
La espía se puso en pie, se acercó con un suave contoneo de caderas y rodeó al rey por los hombros; este acarició su piel, que se mostraba cálida bajo sus dedos. Lady Shiblin liberó su melena y una cascada de mechones castaños y cobrizos se precipitó sobre el arco de su espalda, un leve brillo metálico centelleó en sus manos cuando la punta del pasador atravesó el cuello de Shiram. Un grito ahogado murió en su garganta y se evaporó tan rápido como su vida mientras observaba a su verdugo con una mezcla de odio e impotencia. Fue una muerte rápida, implacable.
Iria se arrebujó en una túnica negra y cubrió su cabeza con una capucha ancha que ocultaba casi por completo su rostro. Dio un par de golpes acompasados en la puerta y esperó. Draur Kottor y Cross Dévano entraron en la habitación seguidos por un par de soldados, pero estos no portaban los colores del rey. <<Sureños. Hombres de lord Shark>>, convino Iria.
—Marchaos de inmediato —les urgió el comandante—, usad la entrada secreta, tal y como acordamos. Esperadme al otro lado del túnel mientras yo me encargo del cuerpo de Shiram.
Tras los tapices de lana de vivos colores el muro de piedra ocultaba un pasadizo, estrecho y oscuro que los recibió con una ráfaga de aire cálido y cargado de humedad. No hubieron recorrido ni cien pasos cuando Dévano rompió el asfixiante silencio:
—He de reconocerlo, mi lady. Me habéis impresionado grata… —Una punzada dolorosa recorrió su espalda, una laceración de puro fuego. Cada pulgada de acero que penetraba en su piel era una dentellada despiadada.
—Pues no será la última sorpresas de esta noche.
—¿Cómo…? No llevabais… —sollozó Dévano al tiempo que se derrumbaba sobre la pared, recordando demasiado tarde el puñal que había pertenecido al rey.
—Ya os lo dije: soy una espía, me adapto a las situaciones. —Sonrió Iria.
—Había oro suficiente para todos… —logró articular en un patético balbuceo.
—Digamos que tengo gustos muy caros. —La mujer retorció la daga, sintió como la sangre del lord consejero se deslizaba por su mano, entre sus dedos. Caliente.
Los soldados de lord Shark depositaron el cuerpo de Shiram y colocaron varios objetos desperdigados por la sala. Todas las investigaciones posteriores obtendrían el mismo resultado: una pelea.
—Eso bastará —informó Draur Kottor—. Esfumaos —ordenó a los sureños—. No os detengáis hasta abandonar la ciudad, no habléis con nadie y pasad desapercibidos. Es esencial que cuando se descubra el asesinato nadie pueda relacionarlo con lord Shark.
Ambos hombres de armas asintieron y se dispusieron a cumplir sus órdenes con premura. <<Un último paso y todo habrá terminado.>> El comandante dirigió sus pasos hacía el exterior del palacio, al pie de la muralla, donde desembocaba la entrada secreta que momentos antes habían utilizado sus compañeros conspiradores. Se ocultó tras unos arbustos desde donde podía vigilar cualquier movimiento y desenfundó lentamente la espada. No quería delatar su posición. Escuchó pisadas amortiguadas. <<Hora de poner fin a esta historia.>> Tensó los músculos listo para actuar, pero lo último que sintió fue el frío mortal del puñal en su cuello. Luego todo fue oscuridad.
* * *
Iria Shiblin penetró en la seguridad de su mansión, situada en el barrio más opulento de Tarsha; satisfecha con su estratagema. Fue una jugada ingeniosa; las muerte de ser Kottor y lord Dévano no solo silenciaban su participación en el regicidio, sino que además podían considerarse daños colaterales provocados por el asesino del monarca; incluso era posible que jamás encontraran el cuerpo del lord consejero. Nadie sabría nunca que fue ella la responsable. Sin testigos, sin consecuencias. O eso pensaba ella.
—Imaginaba que tarde o temprano haríais acto de presencia, mi señora. —dijo una voz sedosa desde la penumbra. Tenía esa tonalidad peligrosa, de dulce amenaza que poseen todas las voces de los hombres con poder.
Por unos segundos su situación le recordó demasiado a la que horas antes había vivido el rey Shiram. El destino no estaba exento de cierta ironía retorcida.
—Sabía que no erais más que ratas traidoras, que la codicia os vencería y acabarías matándoos unos a otros… Para seros sincero, no esperaba que fuerais vos quien sobreviviera —confesó Dárban Shark al tiempo que abandonaba su escondite—. No es que el resultado vaya a ser distinto, pero esto complica las cosas.
—Quizá su “alteza” me haya subestimado, pero pronto descubriréis cuán errado estáis.
—Habéis malinterpretado mis palabras, no esperaba que sobrevivierais porque ese era el plan.
En ese momento Iria lo comprendió. <<Por eso Draur Kottor estaba agazapado entre los arbustos, no estaba vigilando nuestra huida; quería matarnos. Ese era el plan de Dárban, desde el principio.>> Y este confirmó sus sospechas.
—Kottor debía acabar con vos, pero tal vez era mucho pedirle a ese estúpido bruto. Aunque eso ya no importa. Simplemente responded a esta pregunta: ¿quién empuñó el arma que segó la vida de mi tío? —Solo obtuvo silencio—. Sí, fuisteis vos —añadió con una sonrisa—. Lo sabía. Ser Draur era demasiado imbécil para hacer nada por su cuenta, y lord Devano tenía la mentalidad de un lacayo lameculos… Pero vos sois distinta, quizá por eso estáis viva. No por mucho tiempo, claro —sentenció.
—Sois un hombre pragmático Dárban, no es necesario que os diga lo provechosa que podría resultaros la compañía de una mujer…
—¿Despiadada? —aventuró lord Shark.
—Con recursos.
—Con recursos y peligrosa. No insultéis mi inteligencia, lady Shiblin, después de todo sois una traidora. ¿Qué no haríais por más oro? Ya habéis abjurado de vuestro rey, ¿cuánto tardaréis en chantajearme a mí? Vuestro afán por el poder y el dinero es conocido por todos, y no voy a dejaros ir. Además, aunque escaparais no llegaríais muy lejos; me he encargado de que mis hombres pusieran suficientes pruebas junto al cadáver de mi tío, y todas ellas apuntan a vos.
<<Ahora entiendo el súbito interés de Draur por deshacerse del cuerpo.>>
—He de reconocer que sois harto astuto —concedió Iria.
—Y aún no habéis visto nada. Imaginad cuando vuelva a la corte y le presente al Consejo la cabeza de la traidora que asesinó a mi querido tío, justo el impulso que necesito para erigirme como rey. —Sus palabras fueron acompañadas por un raudo movimiento de su mano.
El destelló acerado de la traición, eso fue lo último que vio lady Iria Shiblin.
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