Sergi García López

Aficionado a la fantasía épica y a la historia, tanto en cine como en novela, ha crecido leyendo a Tolkien y Massimo Manfredi entre otros. Su formación técnica en informática no le ha impedido dejar volar su imaginación y lanzarle a plasmar sobre el papel la magia de sus propios mundos, guiado por la creatividad y las ganas de compartir nuevas historias.

Jun 132014
 
 13 junio, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with:  Sin comentarios »

— ¡Digicio! ¿Me llamabas? —preguntó el capitán.

Se encontraban en lo alto de las murallas de la ciudad de Arnias. Décimo Digicio Nemerius observaba los fuegos que alumbraban el campamento del ejército que asediaba la ciudad desde hacía meses. El comandante era un mercenario contratado hacía años para ponerse al frente de la pequeña guarnición de la urbe, situada en una posición estratégica entre los dos estados rivales.

Relatos de Fantasía - Asedio al castillo

— Se preparan para atacar —se limitó a decir mientras no quitaba ojo a lo que ocurría al otro lado de los muros.

Aeros respetaba a aquel hombre, casi lo veneraba. Habían luchado y convivido durante muchos años, casi desde su llegada a la ciudad. Sus dotes para el mando hacían gala de su reputación de buen general. Sin embargo, allí arriba y en mitad de la noche, sin quitar ojo al enemigo, hacían sentir al capitán bastante inquieto.

— ¿Por qué te preocupas tanto, Digicio? —le contestó sin preocupación—, llevamos diez meses aislados y no han sido capaces ni siquiera de atravesar los muros.

— Sin una vía de escape es cuestión de tiempo.

— Tenemos suministros, si no descubren los pasadizos…

El ajetreo dentro del campamento era palpable, pero con la leve luz proveniente de las hogueras, no se podía distinguir lo que hacían en la lejanía. Décimo Digicio llevaba allí apostado desde primeras horas de la noche, intentando vislumbrar algo que le dijera qué es lo que iba a pasar cuando saliera el sol. Su corazón lo percibía, pero no quería creerlo.

— Eso ya da igual Aeros.

— Mientras tengamos agua, comida y un buen sitio donde descansar ¡no tendremos problemas para aguantar el tiempo necesario! —El capitán estaba seguro de sí mismo—. ¡Mírales, Digicio!, ellos pasan frío y duermen sobre el duro suelo. ¡Su moral está bajo mínimos!

— Se han cansado de esperar —discrepó para sí el comandante.

Han llegado los espías. —Les interrumpió un soldado.

Dos hombres corpulentos se acercaron. Iban sin las armaduras reglamentarias y con apenas un cuchillo más largo de lo habitual, diseñado para degollar en silencio a sus víctimas. Su indumentaria era para no hacer ruido y poder pasar desapercibidos durante la noche. Digicio les miró inquisitivamente, queriendo saber qué era lo que habían visto. Los dos mostraban en su rostro lo que el comandante no quería creer.

— Han llegado refuerzos —dijo uno de ellos.

— El ejército regular —continuó el otro.

Están con los preparativos, ¡atacarán al alba! —Les despidió con un gesto y continuó observando el campamento enemigo. Aeros lo miraba en silencio, los había subestimado.

— ¿No han venido para ayudarles, verdad? —preguntó.

— ¡Atacaran por la mañana!

— Quizás si firmáramos un tratado y nos rindiéramos, respetarían a las familias. —Le intentó convencer el capitán, al verse sin salida.

— Ningún ejército que expanda su territorio y tenga un afán conquistador, lo hace sin derramamiento de sangre.

— ¿Pero tal vez…? —insistió.

— Esos hombres han pasado casi dos inviernos en ese campamento, sin otro entretenimiento que los dados y las rameras que los acompañan —le explicó Décimo Digicio—. Querrán su botín y no sólo son las riquezas de la ciudad. ¿Qué crees que harán con nuestras mujeres? ¿Donde crees que acabaremos tú o yo, Aeros? ¿En las minas del norte? ¿En galeras?

— ¡Lucharemos!

— No nos matarán a todos. —El comandante le miró a los ojos—. ¿Y luego qué?

— Esperaremos a que lleguen refuerzos.

— Si no han llegado ya, no llegarán mañana. —Aeros comenzaba a comprender las intenciones del comandante.

— ¡No pienso hacerlo Digicio! ¡Lucharé!

— Voy a hablar con el consejo —le contestó de una forma un tanto seca.
Aeros se quedó pensativo, mirando los movimientos que había a lo lejos dentro del campamento. Ahora era él quien estaba preocupado.

II

Los preparativos tardaron más de lo esperado y el asalto se produjo cerca del mediodía. La ciudad estaba en calma y nada hacía presagiar una gran resistencia. El general Murino lanzó sus huestes contra la muralla. Los arqueros comenzaron a disparar, acompañados de catapultas y lanzapiedras, para proteger en la medida de lo posible a los hombres que se acercaban a los muros con escalas, y al pequeño ariete que comenzaba a llamar a las puertas de Arnias.

No se habían percatado, debido al alboroto desplegado, de que nadie dentro de la ciudad estaba repeliendo el ataque. Las escalas se posaron sobre la muralla sin oposición, el ariete golpeaba los portones, y las flechas y piedras chocaban contra la pared de roca. Los soldados abrieron las puertas antes de que el ariete terminara de demolerlas, y para sorpresa de todos, un sólo hombre les hacía frente con la espada en la mano.

Todo el ejército se detuvo en silencio, esperando la respuesta de su general. Los soldados no sabían qué hacer. Antes de entrar en la ciudad, Murino contempló la figura del hombre que los desafiaba. Empuñaba la espada y una pequeña rodela. No alcanzó a ver nada más, a pesar de que los hombres apostados en las murallas y los que habían atravesado los muros por el portón, no dijeron nada de lo que pasaba en el interior de la ciudad.

Murino ordenó a un soldado que acabara con el insolente, no le gustaba perder el tiempo. El soldado se acercó y atacó. El tajo bajo oblicuo, fácil de esquivar. El guerrero dejó pasar el golpe y le clavó la espada en la boca del estómago. Cayó en el acto.

Dos soldados más se adelantaron. El guerrero detuvo el golpe con el pequeño escudo, mientras apuñalaba a uno de los soldados. Después giró, evitando que a su segundo oponente le diera tiempo reaccionar y le alcanzó el cuello. Su cuerpo se desplomó de costado.

Un grupo de diez soldados acudieron en ayuda de sus camaradas. Los dos primeros cayeron bajo el filo de la espada y una tercera logró desarmarle. Sin embargo, el ímpetu de la respuesta fue tan grande, que dos golpes con la rodela fueron suficientes para derribarle sin sentido. El resto atacó decidido.

El guerrero fintó y le arrebató una lanza a su adversario, cayendo de rodillas herido por el filo de otra pica. Se levantó deprisa, aún estando herido, y blandió su arma describiendo círculos en un vano intento de mantener alejados a sus enemigos.

— ¡Basta! —gritó Murino. Todos bajaron sus armas y dieron un paso atrás. — ¡Derribadle, le quiero vivo! —Dos saetas volaron y se clavaron en las piernas del guerrero, haciendo que se cayera al suelo.

Cuando el general cruzó la puerta de la ciudad vio los cuerpos tendidos de sus ciudadanos. Habían preferido quitarse la vida a someterse a las vejaciones de sus enemigos, preferían morir libres que claudicar ante las atrocidades de sus oponentes. Los hombres habían quitado la vida a sus mujeres e hijos, a continuación, se habían suicidado con su propia espada.

Murino salió de la ciudad en busca del único guerrero que les había hecho frente.

— ¿Por qué lo han hecho? ¿Es que no son capaces de defender su hogar? —gritó enfurecido.

— Esta es una ciudad pequeña y no hubiésemos podido hacer frente a tu ejército, general. —El hombre se encontraba tendido de rodillas, desangrándose—. ¿Cuál es el destino que les esperaba? Prefirieron morir con honor, a su manera. Decidiendo ellos mismos cómo hacerlo.

¿Y tú por qué no has hecho lo mismo? —preguntó Murino de manera despectiva.

— Cada uno decide morir como quiere —respondió altivamente—. Prefiero hacerlo luchando. —Murino miró los cuerpos de los pocos soldados que habían muerto aquel día.

— Admiro tu valor, pero tú no tendrás esa suerte. No morirás como quieres, lo harás en las minas —Murino le dio la espalda— ¡Quemadla!

Arnias ardió hasta los cimientos, pero sus habitantes se convirtieron en mártires para otros. Su muerte había sido un símbolo para aquellos que los consideraron héroes, e hicieron frente al ejército de Murino.

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May 162014
 
 16 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , , , ,  4 comentarios »

Al alba, el alboroto se hacía incesante. Los preparativos de la cacería les habían llevado un par de horas, levantándose muy pronto. Incluso el rey, con su séquito, participaría aquel día en las labores cinegéticas.
Siccius, un cazador y noble que intervenía en la montería, tomó su caballo de uno de los mozos que le acompañaría a lo largo de toda la jornada. Para alguien como él, aquel evento era algo más que una simple cacería, significaba un excelente entrenamiento militar. Le permitía adiestrarse con el uso del arco, la ballesta o la lanza, así como montar a caballo durante largas horas, permitiéndole ponerse en forma para cuando las obligaciones feudales hicieran necesario ejercer su profesión militar.
Las piezas que cazaran aquel día permitirían, a muchos campesinos y siervos que les acompañaban, tener un complemento en su alimentación, y cuanto mejor fuera la caza más beneficiados saldrían. Pero también servía para controlar a los lobos que mataban al ganado y a los jabalíes que destrozaban sus cosechas. Animales para los que habían organizado la batida.
Los cuernos sonaron al despuntar el sol. Siccius había preparado tres lanzas y una ballesta con una docena de virotes. La llevaba montada y con un pequeño seguro que evitaba que el disparador se accionara por accidente. Él y varios nobles esperaban, junto al rey, a que varios monteros con sus sabuesos, atados a una larga correa o traílla, comenzaran a buscar el rastro de los jabalíes. Las primeras piezas del día.

Relatos de fantasía -  Escena de Caza

Los perros comenzaron a ponerse nerviosos y a ladrar, habían encontrado el rastro dejado por los cerdos la noche anterior y comenzaron a seguirlo durante un par de millas, hasta que se detuvieron delante de un roquedal que salía de la espesura de un pequeño bosque. Parecía que el jabalí se encontraba encamado, descansando durante el día. Uno de los monteros dio un rodeo para asegurarse que el animal se hallaba dentro de la floresta y no hubiese salido por el otro lado. Siccius observaba cómo todos los hombres con sus canes se reunían y ponían en consenso lo que habían visto. Sin duda había jabalíes dentro del bosque, pensó el noble.
Los monteros soltaron a los sabuesos una vez indicado dónde atacarían el encame del jabalí. A su vez, el rey y su séquito se dispusieron en la parte alta de una pequeña vaguada que salía directamente del bosque, sin duda la mejor vía de escape. El resto de los nobles fueron apostándose en los lugares donde fuese posible dar caza a alguno de los jabalíes. Siccius eligió un discreto recodo unas cuantas yardas dentro del bosque, pero desde el que se podía divisar con claridad gran parte de su interior.
Los sabuesos estaban marcando el camino, sus ladridos lejanos indicaban la senda que habían elegido sus presas. Sólo les empujarían para sacarlos del bosque, mientras otros monteros con los lebreles les esperaban al otro lado con la finalidad de cansarles y así, fuese más fácil cazarlos en el abrupto terreno en el que se celebraba la montería. Otros, retirados más discretamente, esperaban junto con varios alanos y diversos perros de presa, por si alguna de aquellas bestias lograba huir del cerco que se había trazado sobre el bosque.
El calor empezaba a subir la temperatura y la luz diurna ampliaba la claridad y la visión de los monteros. Siccius estaba nervioso, como en los momentos antes de entrar en combate. Las manos le sudaban, los músculos se tensaban y el corazón empezaba a palpitar con fuerza. Los ladridos eran cada vez más cercanos y fuertes.
El primer jabalí saltó, un cerdo de poco tamaño pero de dientes afilados. La bestia corría a gran velocidad alejándose de los sabuesos, que le seguían a cierta distancia. Eran perros entrenados para perseguir, no se enfrentarían frontalmente con su presa. Siccius vio cómo el jabalí había ido en dirección a la vaguada y se alejaba de los cansados sabuesos. Los lebreles les cogieron el relevo, y el puerco tuvo que detenerse en seco y cambiar de dirección, zigzagueaba entre los árboles hasta que varios hombres lo abatieron con venablos y lanzas. La muerte fue rápida.
A medida que los sabuesos se acercaban a los puestos, más piezas aparecían. Una jabalina con sus crías emergió de un amplio matorral, asustando a un par de mozos que ayudaban a su señor en un puesto cercano. La impresión fue tan fuerte que ambos se cayeron al suelo presa del pánico. Los muchachos la dejaron huir y llamaron a los lebreles para que no fueran detrás de ella, y la acosaran y estresaran.
Otras dos piezas salieron de sus escondrijos. El primero, un pequeño jabato rápido y fibroso que, aunque no hubiese alcanzado la edad adulta, era lo suficientemente grande para darle caza. Se soltaron varios lebreles para cansarlo y poder ponerlo a tiro de alguna ballesta.
El segundo era la pieza del día, una enorme bestia de más de doscientos kilos que, sabedora de su fuerza, no huía ni reculaba de los canes. Los sabuesos no se acercaban, se limitaban a ladrar escandalosamente desde la distancia, mientras que algún lebrel inconsciente yacía muerto y desangrado cerca del enorme jabalí. Estaban acostumbrados a dar caza a animales en movimiento.
Ya se veían las figuras de los monteros que empujaban hacia los puestos y Siccius sabía que no había más presas dentro del bosque. La enorme bestia sería para el rey, nadie se atrevería a entrometerse. Sólo le quedaba atacar al joven puerco. Subió al caballo y se internó en el bosque en busca de su presa. Dos lebreles lo perseguían e intentaban agotarlo, pero parecía tener una resistencia inusitada. El jabato cambió de dirección y se cruzó delante. Siccius armó el brazo y erró el tiro. La lanza se quedó clavada en un tocón a escasos pies de su objetivo. En cuanto se clavó, el cerdo pegó un brinco asustado y volvió a girar sobre sus pasos. Siccius volteó al potro que montaba y recogió la ballesta. Apuntó tomándose su tiempo, calculando la distancia y la velocidad del puerco. El jabato bajaba por una empinada ladera de rocas y árboles hasta un remanso que salía del bosque. El disparo fue certero. Siccius se encontraba satisfecho, bajó la ballesta y algo hizo que se le helaran hasta los huesos. Un viejo oso había contemplado la escena en silencio. Se encontraba tan cerca que casi podía tocarlo.
El caballo relinchó, se asustó y huyó tirándole al suelo. Siccius se levantó muy lentamente, expectante. Volvió a armar muy lentamente la ballesta. La bestia lo miraba postrada sobre sus cuatro patas, impertérrita. Le apuntó con cuidado, quitó el seguro, pero el oso con el anverso de la zarpa lo desarmó. Siccius volvió a caer al suelo, jamás había estado más aterrado en su vida. El enorme plantígrado se le acercó, lo olisqueó durante unos instantes y se marchó de allí como si no hubiera ocurrido nada. El noble cogió con su mano temblorosa el cuerno y lo hizo sonar con fuerza, los sabuesos estaban acostumbrados a seguir un solo rastro, por eso no se había percatado de que hubiera osos dentro del bosque.
Varios monteros estaban cerca y habían visto lo ocurrido, llevaban tiempo siguiendo al oso que huía en silencio, aprovechando el escándalo del momento. La bestia se dio cuenta; sin embargo, no le habían cerrado su vía de escape. Siccius hizo sonar el cuerno con fuerza nuevamente, aún no se le había quitado el susto del cuerpo. Buscó a su caballo pero había desaparecido.
— ¿Te encuentras bien, Siccius? —preguntó uno de sus ayudantes.
Tenía alguna magulladura y las heridas estaban en su orgullo. No entendía por qué el oso no huía, era como si estuviera esperando. Algo se movió en unos arbustos cercanos. Uno de los hombres se acercó para comprobar que no fuera un jabalí que se escondía malherido. En cuanto levantó la lanza, el oso rugió y se levantó sobre sus patas traseras. Era la primera vez que lo había hecho y su voz tronó en todo el bosque.
La embestida fue brutal. Siccius logró clavarle una saeta en el lateral del cuerpo y un mozo le acertó con una lanza cerca del lomo. Nada consiguió detenerle, el rostro desfigurado por el zarpazo yacía en el suelo, al lado del matorral. El resto de los hombres le rodearon con varias lanzas para mantener la distancia, incluido Siccius. Otros monteros, los que estaban más rezagados con los alanos, llegaron al oír el bullicio. Los perros de presa se abalanzaron perdidos por la locura y el frenesí de su trabajo. Uno saltó y le aferró una pata, mientras otro no había tenido tanta suerte. El oso le aplastó el cráneo contra el suelo y de un mordisco le seccionó parte del cuello. El alano pataleó un momento, fruto de los espasmos de la muerte.
Antes de deshacerse del segundo can, los ayudantes de Siccius le habían clavado dos lanzas a la altura del costillar. El oso las partió de un zarpazo y arremetió contra el primer lancero. No se oyeron ni sus gritos de dolor. Después reculó, y se interpuso entre los hombres y la línea de arbustos, estaba acorralado. Lo comenzaron a asaetear, las flecha cubrían parte de su cuerpo, pero la bestia seguía en pie. Hacía amagos de atacar. Elegía un objetivo y le daba caza sin piedad. El oso estaba fuera de sí. Siccius bajó la lanza, intentando evaluar la situación. Si hubiese querido huir lo habría hecho, pensó. La lucha se hizo encarnizada hasta que la labor conjunta de los perros de presa y las lanzas lograron derribarle.
Se levantó de nuevo y arrojó a uno de los alanos contra un árbol, reventándole las entrañas, y aún le dio tiempo al oso a romper la lanza de un montero y asestarle un tremendo zarpazo, antes de volver a caer al suelo presa de un venablo incrustado en la base del cuello. Se levantó poco a poco y rugió con fuerza, diluyéndose en una muerte anunciada. Un montero alzó la lanza, apuntó y remató a la bestia que aún respiraba.
— ¿Qué es lo que hacéis? —irrumpió de pronto el rey a caballo.
El oso se arrastraba como podía hacia los matorrales, miraba en su interior buscando a su retoño. Un leve rugido surgió de un pequeño escondite. La diminuta zarpa asomaba entre las hojas acariciando el rostro de su madre. La osa bufó por última vez y se quedó inerte bajo el cobijo de la pequeña pata que le tocaba el rostro y le pedía entre sollozos que se levantara, que no jugara. El pequeño osezno bramaba en un profundo llanto, la pérdida de su madre ya era irreparable.
— ¿Es que no sabéis distinguir un macho de una hembra? —volvió a preguntar el rey enfurecido.
Siccius dejó caer la lanza y se acercó hasta la osa muerta. Su hocico estaba totalmente estirado, en un vano intento de acariciar por última vez al osezno. El noble miró a la bestia. Si hubiese querido, él estaría muerto. Siccius sintió tristeza por haber tocado el cuerno, jamás volvería a cazar, pero al menos la osa había logrado salvar a su pequeño.

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Abr 112014
 
 11 abril, 2014  Publicado por a las 11:14 Tagged with: ,  3 comentarios »

Se dejaba deslizar por las corrientes, en un intento de pasar desapercibido y en silencio, bajo la gran luminosidad que irradiaba la luna en aquella noche de verano. Su fina vista observaba cómo había cambiado todo desde la última vez que salió de su morada. Todo lo que veía desde las alturas eran pequeñas aldeas dispersas a lo largo del gran valle que se abría bajo sus alas, y se preguntaba cómo era posible que los hombres se hubieran extendido en tan poco tiempo en comparación con su edad.

El sueño de los dragones podía durar siglos, todo dependía del nivel de hibernación y del letargo en el que sus cuerpos se vieran envueltos. No había un lugar igual para descansar que la antigua fortaleza derruida situada en lo alto del valle. La vegetación había inundado su interior, pero sus muros aún se mantenían firmes, majestuosos, y albergando bajo su protección a un ser de otra era.
Relatos de fantasía - Sobrevolando - Castillo y valle
El temblor que había recorrido toda aquella zona lo había despertado de su somnolencia y ahora buscaba algo que llevarse a la boca. Estaba hambriento y famélico. Tanto tiempo sin salir de su guarida e hibernando, le había dejado en los huesos. No le interesaban las aldeas, llenas de gente y de soldados. No tenía ganas de pelear, ni siquiera con aquellas insignificantes criaturas que inundaban el valle. Tenía que encontrar presas mucho más fáciles.

Dio un giro y realizó un pequeño tirabuzón, cortando el aire. Se dejó llevar nuevamente y su olfato captó algo que la luz de la luna no le dejaba percibir. Era el inconfundible olor de las reses domesticadas por los hombres del valle. Ésas eran presas fáciles.
El rebaño se situaba a apenas una milla de la aldea más próxima. El dragón se dejó llevar por las fuertes ráfagas de aire que soplaban, y dio un par de vueltas antes de tantear el terreno y localizar su objetivo. Cayó en picado plegando sus alas y, en el último momento, las desplegó frenando casi a ras de suelo. Las afiladas garras de las patas traseras cayeron con fuerza sobre la primera res, mientras que de un bocado había cercenado parte de una segunda.

El sonido de tres mastines, que parecían no tenerle miedo, le alertó de la presencia de los pastores encargados de proteger el rebaño.

—¿Qué es lo que ocurre pequeños? —gritó uno de los pastores.

Tres hombres llegaron a todo correr al oír los ladridos de los canes. Portaban largas varas de sauce y algún cuchillo de gran tamaño. Los perros estaban envalentonados y sus dueños petrificados al contemplar la estampa. La sangre salpicaba todo el rostro de la criatura a la luz de las antorchas que llevaban los campesinos. Dos reses más habían sido devoradas en un abrir y cerrar de ojos.

Ya te dije yo Alfón, no podemos fiarnos de esa bruja de Elvira —comentó el más bajito de los tres —. ¡Al final nos maldijo!

— ¡Total! Sólo por beneficiarnos a la hija.

— Ella fue la que se dejó ¿no?

— Bueno, en cierta manera… la vieja tiene razón, Alfón. —El rechoncho pastor se hurgó la nariz —. Sí que nos aprovechamos de ella.

— Eso le pasa por tener el gaznate seco.

— ¡Un pellejo de vino se bebió ella solita!

— Lo demás estaba hecho Alfón.

— ¡Perdonad! —tronó la voz áspera del dragón —. No quisiera molestarles, pero ahora mismo estoy comiendo y no me gusta que murmullen mientras como. ¡Ya les llegará su turno! —Los tres se le quedaron mirando, como el que contempla una piedra.

— ¡Ves, Alfón! Encima nos envía la señora Elvira a un finolis.

— ¡Perdone usted!, no queríamos interrumpirle mientras se come nuestras reses. —El dragón se atragantó con un trozo de carne —. No se quede con hambre señor Demonius. Allí tiene unas cuantas reses más con las que saciar su apetito.

— ¡Eso es! No nos gustaría formar parte de su festín señor… — El campesino le miró extrañado —. ¿Qué rayos es este bicho, Alfón?¡Parece un lagarto con alas! —le preguntó a su compañero.

Yo diría que es un lagartofante.

— ¿Lagartofante? —Los otros dos le miraron extrañados.

— ¡Bueno! ¡No me miréis así! ¡Lagartofante, un lagarto gigante!

— ¡Alfón!, me están entrando ganas de darte con la vara de sauce en toda la testa…

— ¿Es que nunca habéis visto un dragón? —les comentó estupefacto el reptil.

Los tres pastores le miraban sin aparentar pensar demasiado, los tres mastines se habían acomodado en el suelo a la espera de que aquella discusión sin sentido llegara a su fin y el dragón no daba crédito a lo que veía. Sin duda se vivía mejor en la ignorancia, pensó.

— ¿Dragón?, no me suena. ¿Y a ti, Alfón?

— No, tampoco. De todos los bichos raros, la Elvira nos ha tenido que enviar una lagartija con alas.

— ¡Dragón, Alfón! ¡Dragón! —exclamó el rechoncho —. No nos gustaría ofenderle, aún está hambriento.

La bestia, que se relamía el hocico para quitarse los restos de sangre, se estaba dando cuenta de que, aunque los tres tuvieran la inteligencia de un pedrusco, no eran nada tontos, pues sabían perfectamente lo que les pasaría si le hacían enfurecer. Había saciado su apetito y ahora le interesaba saber algo más sobre la gente del valle.

— ¡Pues yo no veo la diferencia!

— Pero Alfón, ¡no ves que habla!

— Haya paz señores —cortó tajante el dragón.

— ¿Qué va a hacer con nosotros? ¿La vieja nos maldijo y…?

— No se preocupe, don Alfón. —Le tranquilizó el dragón —. Sólo me he despertado y estaba hambriento. Pero decidme, esa bruja de la que habláis, ¿realmente hace magia, o simplemente es una vieja chiflada que os ha maldecido por aprovecharos de su nieta?

— ¡Oh, no señor! Ella no es una vieja chiflada, es la dueña de todo el valle. Y si con magia quiere decir que hace bailar a los gansos y cantar a los cerdos, entonces hace magia —dijo rotundamente el rechoncho campesino.

¡El dueño de este valle soy yo! —gritó enfurecido el vanidoso dragón —. Y desde lo alto de la antigua fortaleza dominaré a esa vieja bruja. — La bestia desplegó sus alas para mostrar su imponente presencia.

— ¡Mira Alfón!, éste es el bicho que describió la vieja.

— ¡Por eso hizo crujir la tierra!

— ¿Para despertarle? —El tercer campesino, el más delgado, se rascaba la cabeza sin entender.

— La vieja Elvira dijo que, en cuanto le viera cualquiera de nosotros, nos postráramos. Que a partir de ese momento sería a quien deberíamos de alabar para siempre. —Los tres se arrodillaron en silencio y el dragón se sintió henchido de gozo. Nadie le había alimentado tanto el ego.

— Levantaos pequeñas criaturas y decidme, ¿por qué me ha despertado la vieja bruja? —preguntó el dragón —.

— Nos dijo que si veíamos al bicho despierto, le dijéramos que a partir de este momento toda la gente del valle le construirá un enorme templo en cada aldea, y cada hombre tendrá un altar en su casa al que rezar todos los días. ¡Con su figura bien labrada señor dragón! ¿Verdad, Alfón? —el campesino asintió con la cabeza.

— La vieja Elvira también dijo —continuó el tercero —, que no se preocupara por nada, que la gente del valle reconstruiría la fortaleza para que pueda descansar cuando usted decida retirarse.

— ¡Muy amables! —respondió contento el dragón.

— Y no se vaya a quedar con hambre, aún hay reses a las que hincar el diente.

— No, no será necesario. —El dragón estaba contento, nunca le habían alabado de aquella manera, y le gustaba —. Creo que he comido demasiado, voy a retirarme a descansar un rato.

La enorme bestia alada comenzó a batir fuertemente sus poderosas alas hasta que muy lentamente pudo levantar el enorme peso de su cuerpo. Estaba saciado. Se giró y se alejó de allí muy lentamente a la luz de la luna, hasta perderse en la lejanía, en dirección a la vieja fortaleza.

— ¿Ves, Alfón, cómo a veces es mejor hacerse el tonto? —le aleccionó el rechoncho campesino —. Sino ahora formaríamos parte del menú de ese bicho.

— Y a saber el tiempo que se tira durmiendo…

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Abr 042014
 
 4 abril, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , , , , , , , ,  6 comentarios »

Pocas veces había sentido tanto miedo como en esa ocasión, mientras se adentraba en la oscura y estrecha gruta. Lo habían visto volar sobre la Cordillera Roja y aterrizar sobre uno de los montes de la Laguna del Dragón. Su envergadura era imponente en el cielo. Por eso le temblaba el pulso, y sólo su fuerza de voluntad le hacía seguir adentrándose por la estrecha galería, sin que el pánico se adueñara de él.

La mujer de cabellos dorados que le acompañaba, parecía no sentir ni un ápice de terror. Él debía protegerla a toda costa. Lo juró por su mujer. Dio su palabra. Ella avanzó con paso lento pero decidido hasta una gran caverna sobre la que descansaba la enorme bestia y se quedó contemplándola llena de admiración. El hombre se interpuso entre ambos, levantó su hacha de combate y se escondió detrás del enorme hoplón adherido a la zurda. Relatos de fantasía - Guerrero y Sacerdotisa

El dragón parecía dormido. Su enorme cabeza descansaba sobre una de sus patas, mientras que su cola se enroscaba alrededor de su cuerpo. El guerrero continuó andando con cautela hasta situarse a unos pocos pasos. Un presentimiento le recorrió el cuerpo. El hombre bajó la guardia y envainó el hacha.

— Deja de fingir, sé que estas despierto.

La bestia alada abrió los ojos y cuando el tercer párpado, el llamado nictitante, se retiró, emergió un iris de un brillante amarillo metálico en contraste con una negra pupila con forma vertical, muy parecida a la de un gato. El dragón levantó su enorme cabeza y miró al extraño que se había aventurado en su guarida, sin perder de vista a la mujer de cabellos dorados.

— Es difícil ver a un hombre con esas cualidades. — Tronó una voz grave, que retumbaba en toda la galería. — O quizás no sea un hombre el que se estremece sólo con verme… — El hombre se mantuvo en silencio. — Normalmente, los osados que se atreven a entrar en mi guarida, — El dragón mantenía un tono sereno y calmado, como si aquello le aburriera e importunara. — no guardan sus armas cuando me ven. Dime pequeño hurón ¿Vienes en busca de fama? ¿Acaso es honor de caballero lo que quieres? ¿O simplemente son las escamas o los dientes de mi cuerpo lo que buscas?. Huelo a magia, — Ahora su tono comenzaba a ser amenazador. — la percibo a tu alrededor. No eres un simple guerrero. ¿Qué es lo que quieres… ¡Mestizo!?.

Tu consejo. — Respondió tajante.

— ¿Consejo? — Rio airadamente, aquello había captado su atención. — Esto comienza a divertirme. A lo mejor debería de devorarte ahora mismo y no andarme con miramientos, no me gusta que me molesten cuando descanso. Te daré tu consejo, pero mide bien tus palabras, no me gusta demasiado perder el tiempo con tonterías.

— No soy el que ha venido a verte. — Dijo el hombre señalando a la mujer de cabellos dorados.

— Adelántate muchacha. — El dragón elevo su cabeza por encima de su cuerpo para poder apreciarla mejor. — ¡No voy a hacerte daño! A lo largo de mi solitaria vida no he encontrado a nadie que simplemente quiera conversar conmigo, y mucho menos aprovechar mis años de experiencia. Me agrada que me traten como a un sabio y no como a una bestia. — La mujer de cabellos dorados se le acercó muy lentamente hasta que se puso justo delante de él, tocándole. El dragón se estremeció con el calor que irradiaba la diminuta mano que se posaba sobre la punta de su cola.

— Quisiera…

— Antes de nada muchacha, he de decirte que los consejos son sólo eso, consejos. Es quien los pide quien debe discernir si seguirlos o no, para eso están al fin y al cabo. La sabiduría no radica en quien los da, sino en saber de quién recibirlos. — El reptil esperó a que sus palabras surtieran su efecto. — Puede que yo no sea el más apropiado para dártelo, pero aún así lo hare. — La mujer meditó unos instantes sus palabras.

— Soy una sacerdotisa de una diosa que… — Comenzó a decir. — La lucha que tienen los de tu especie… — La mujer no sabía cómo expresar el mensaje. — Los dragones que fueron domesticados para…

— Respira hondo muchacha e intenta tranquilizarte, sino esto se puede eternizar, y aunque mi paciencia es casi ilimitada, no es eterna. ¿Haz tu pregunta?.

— Sobre mis hombros recae la carga del destino de la guerra que pronto se desatará en Weirshad.

— Eso suena un poco desmedido ¿no crees?. — Respondió el dragón escéptico.

— Los hombres del valle han domesticado a tus congéneres durante generaciones. — La muchacha ignoró las últimas palabras de la bestia. — Ahora se enfrentan en una lucha celeste y sin sentido, controlados por seres inferiores.

— ¡Ah, esas lagartijas aladas!.

¿Qué los motiva a luchar?, no es su guerra…

— Tu misma lo has dicho.

— Pero tú no luchas en esta guerra. ¿Por qué?

— ¿Qué soy para ti?

— ¡Un dragón! — Respondió la muchacha con obviedad.

— Me refiero a si ves alguna diferencia en mí con respecto a mis hermanos.

— Sí, que tú eres mucho más grande que cualquiera de ellos.

— Todavía no soy para ti más que un dragón parecido a otros cien mil dragones. Y no te necesito. Y tú a mí tampoco me necesitas. No soy para ti más que un lobo parecido a otros cien mil lobos. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo. — El dragón suspiró hondo, desconsolado. — Y entonces tendrás algo que yo jamás podré soñar en mi solitaria vida…

— ¿Pero tú eres un ser racional?, no eres un perro que depende de su amo…

— ¿Ves como no soy el más indicado para darte consejos? Quizás deberías dirigirte al hombre que habla con las bestias.

Dijo el dragón mirando al personaje que ahora descansaba, apoyando una pierna sobre una piedra.

— ¿Cómo lo sabes? — Le respondió sorprendido al dragón.

— ¿Cómo sabías que no estaba dormido? — Le contestó retóricamente.

— Aún no me has respondido, ¿Qué les impulsa a luchar a los dragones, cuando podrían dominar a su amo? ¿Qué les impulsa a luchar a unos seres racionales?, lo que nos diferencia de las bestias es la razón. — Le instó al dragón impaciente.

— Cuando alguien es domesticado pierde su libertad y deja de ser racional. Es muy simple muchacha: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. — El hombre recogió sus cosas dispuesto a irse. — A él aún no le han domesticado, es libre y vive como lo que es, un dragón. — La mujer de cabellos dorados miraba a la magnífica bestia sin perder un solo detalle de su silueta.

— Ves muchacha cómo no soy el más indicado para darte un consejo…

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Ene 172014
 

A largo de mi vida he leído muchos libros de fantasía épica en los que la magia era una parte esencial de su estructura, pero jamás me había dado cuenta, hasta el día que conversando con una amiga mía (Jara), me dijo que una de las características clásicas, y que se repetía siempre en los libros de fantasía, es que la magia estaba “desapareciendo del mundo”. Del mundo en el que te zambullías cuando cogías una de estas novelas. Jamás me había dado cuenta o me había parado a pensar en ello. Algo obvio para muchos, pero en lo que no caes.
Los sucesos mágicos tan sólo ocurren en raras ocasiones en estos mundos, y a menudo se mezclan o confunden con los fenómenos naturales. Una de las principales razones para el uso sutil y secreto de la magia, y los sortilegios, es la presencia de otros entes que por lo general son tan poderosos que intentan aglutinar todo el poder que pueden, mientras que otros se tienen que conformar con dominar una pequeña parte de la magia para no exponerse a la ira de este ser. Otras razones pueden ser por las supercherías de pueblos, o gentes, que ven la magia como algo demoniaco y a lo que hay que temer, tan sólo por la ignorancia o el temor a lo desconocido. Incluso a algunos les preocupa alterar el orden de las cosas, y con ello, intervenir en el devenir del mundo. En cualquier caso, la magia siempre aparece de manera sutil, pero con un gran impacto dentro de las historias de fantasía.
La magia para mí, siempre había sido un ente que sólo dominaban los grandes magos. Algo que se controlaba de una manera incomprensible tanto en lo terrenal, como en lo espiritual o lo intelectual, pero sin llegar a acotarlo o medirlo.
Para algunos autores, por ejemplo, la magia la divide en dos artes, la esencia y la canalización, en el que cada una se refiere a una fuente de poder distinta que se necesita para realizar un sortilegio.
Proyecto Golem: Magia
La esencia utiliza el poder que reside en todo y en todos, tiene su origen en la fuerza que creó el mundo y el orden de las cosas. El que domine este arte contacta con ese poder, lo moldea y lo dirige a sus sortilegios. La mayor parte se refiere a las fuerzas elementales, el fuego, el agua, el viento… Cuanto más material inerte lleve la persona que esté realizando el sortilegio más difícil le resultará manipular la esencia. Esto da como resultado hechiceros muy poderosos pero físicamente débiles, que procuran no utilizar demasiado la magia para no agotarse.
En la canalización, se utiliza el poder de los dioses canalizado a través de la persona que realiza el sortilegio. El poder se obtiene directamente de uno o más dioses, aunque ello no requiera “normalmente” la cooperación consciente del dios en cuestión. De esta manera, los sortilegios de este dominio no reflejan necesariamente la naturaleza del dios, siempre y cuando los sortilegios sean relativamente sutiles. Cuando el poder necesario para llevar a cabo la magia necesita de un poder superior, normalmente se necesita el consentimiento del dios mediante una oración o una plegaria, en la que el mago tiene que tener una fe fuerte y un alma pura para poder ejecutar el sortilegio. Normalmente son grandes sacerdotes que dedican toda su vida a la veneración de la deidad de la que toman ese poder.
Para otros autores la magia se centra en magos, que se organizan en casas. Suelen ser seres con dotes extraordinarias que han sido instruidos desde la infancia en artes mágicas, y que pasan la mayor parte de su vida encerrados y aprendiendo incansablemente para poder ampliar sus conocimientos. Son los magos por definición y suelen estar regulados o controlados por una orden que se encarga de regular las actividades mágicas. Suelen evitar el contacto con la sociedad mundana y tienen unos prefectos férreos que siguen a rajatabla.
Las casas o linajes mágicos dominan una parte de la magia, que se compone de varios artes o dominios mágicos divididos en dos grupos: La técnica y la forma. Las técnicas se refieren a la acción que se lleva a cabo con el hechizo:

  • Creo es la técnica que permite al mago crear desde la nada o intensificar las cualidades positivas de algo para hacerlo más perfecto. Esto incluye la curación, ya que los cuerpos sanos son más perfectos que los enfermos o heridos.
  • Intellego permite al mago percibir y comprender.
  • Muto permite al mago transformar las características básicas de algo, atribuyéndole en ocasiones capacidades que no le son propias.
  • Perdo permite al mago destruir, deteriorar o envejecer algo, haciéndolo más imperfecto.
  • Rego permite al mago controlar o manipular algo sin afectar a sus características básicas.

Las formas se refieren a la materia sobre la que recae la acción:

  • Animal se emplea para los animales.
  • Auram se usa para todo lo que tenga que ver con el aire, incluyendo el relámpago.
  • Aquam se emplea tanto para el agua como para cualquier otro líquido.
  • Corpus (o Corporem) se emplea para el cuerpo humano.
  • Herbam se usa para las plantas y los hongos, así como para sus derivados: algodón, madera, harina, etc.
  • Ignem se utiliza para el fuego y sus efectos básicos como la luz y el calor.
  • Imaginem se refiere a las imágenes, sonidos y otros sentidos.
  • Mentem tiene que ver con la inteligencia y la mente, ya se trate de humanos o fantasmas.
  • Terram se emplea para la tierra y los minerales, o cualquier otro sólido no viviente.
  • Vim está relacionado con la magia pura. Muchos hechizos para controlar demonios y otros seres sobrenaturales también pertenecen a esta forma, ya que estos seres suelen tener una dimensión mágica.

Todo esto no son más formas de entender la magia cuando se pretende leer un libro de fantasía. La magia siempre suele ser un ente difuso y a veces incomprensible, que si se le intenta dar un valor y una explicación, puede abrir la imaginación y comprenderla, al fin, dentro de los libros de fantasía.

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