Ha llegado el momento de demostrar tu valor al mundo. Afila tu espada, prepara tu armadura y lánzate a la aventura. Ahora es el momento de sacar el escritor que llevas dentro.
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De repente la puerta se abrió y una ráfaga de aire inundó la estancia. Las voces se convirtieron en un murmullo casi inaudible y todos los ojos se clavaron en el forastero recién llegado.
Bajo, gordo y apestoso, un enano de las minas Gorlon, y aquí a nadie le gustaban los enanos de las minas de Gorlon.
Otros tipos igual de apreciados en el pequeño pueblo habían llegado a la posada por la mañana, varios elfos estirados, con su mirada penetrante y sus arcos siempre listos para el combate, algún mago demasiado joven para su oficio y varios guerreros, poco astutos pero con una capacidad para beber cerveza picante fuera de lo común. Uno de ellos con una particular cicatriz que surcaba su mejilla izquierda.
Resultaba extraño ver a toda esa gente tan alejada de las principales rutas comerciales, en un pueblo tan pequeño como Gandarlin donde apenas vivían poco más de un centenar de personas. Aunque, a juzgar por su ubicación y por todo lo demás, era el lugar perfecto para pasar desapercibido.
El enano observó el local. A su derecha un grupo de campesinos, apurando su última jarra de cerveza picante antes de volver a sus casas, un poco más al fondo un buen fuego, alimentado regularmente por el posadero, calentaba la estancia. A su izquierda varias mesas vacías en las que solo se podía ver alguna mancha de grasa, platos sucios y jarras de cerveza. Seguro que los guerreros habían estado ahí no hacía demasiado tiempo.
Más al fondo, lejos del bullicio y de miradas indiscretas una silueta le observaba. Le había reconocido y a juzgar por su expresión no estaba demasiado contento de verlo ahí.
Unas escaleras conducían al primer piso, donde seguramente estarían todas la habitaciones y el resto de guerreros que ya habían dejado de beber, y debajo de esa vieja escalera de madera un pequeña puerta cerrada con un candado y oculta por grandes barriles de cerveza. Un observador menos experimentado hubiera pasado por alto ese detalle pero no un enano de las minas de Gorlon, un maestro de las trampas y entradas secretas ocultas entre las rocas.
Esa era su especialidad, construir entradas y cámaras secretas para ocultar los enormes tesoros que desde hacía siglos se almacenaban en las minas o eran robados a otros enanos menos astutos y capaces de proteger su propio oro. Pero ahora todo era muy diferente, hacía varias semanas que había abandonado su hogar y se había llevado sus secretos con él. Pocos más conocían todos los rincones, cámaras y lugares ocultos donde esa gran fortuna descansaba y sabía que tarde o temprano saldrían en su persecución, así que no disponía de tiempo para hacer amigos. Unos mercenarios serían la mejor opción para acabar con el trabajo que habían empezado hacía más de medio siglo y que requería ser terminado antes del próximo eclipse lunar.