Dic 122014
 
 12 diciembre, 2014  Publicado por a las 11:11 El Candelabro de Hierro, Entrevistas Tagged with: ,  1 Comentario »

Buenos días aprendices y rastreadores de Tierra Quebrada hoy vamos a conocer un poco más a Diego A. López, autor de El Secreto de los Cielos

Diego A. López García

Como lector siempre buscó en las novelas ideas originales y trascendentes. Fue en la fantasía y en la ciencia ficción donde más las encontró. Varias de ellas, deseando nacer, andaban en pos de un escritor, pero sólo dieron con él. Le hechizaron, le obligaron a estudiar el oficio y alumbrarlas en una novela. Y desde entonces, sigue hechizado…


 

¿Por qué nombre te conocen los humanos?
Como Kvothe, me gustaría decir que he tenido muchos nombres, como si hubiera vivido mil vidas. De momento intento vivir bien sólo una (que yo sepa), y en ella tengo un nombre: Diego.

¿Qué opinas del género de fantasía en nuestro país?
Que falla en sus dos patas. Una en la demanda. El lector medio sigue viendo la fantasía como una literatura de frikis, una secuencia de clichés donde no encontrará más que historias predecibles y escenarios infantiles. Algunas personas que leyeron una novela de fantasía por primera vez por recomendación mía, reconocieron que no esperaban encontrar “tanto” en este género. Y es que la fantasía es otro entorno más sobre el que dibujar. Un espacio, si cabe con más juego, más libre, para hacer lo mismo que en el resto de la literatura.
La otra pata son las editoriales en España que, salvo débiles excepciones, no apuestan por este género y se limitan a importar lo que ha tenido éxito en otros países. Basta visitar cualquier librería y anotar el porcentaje de obras de fantasía y el número de autores nacionales, si es que los hay, para comprobar esta triste realidad.

¿Cuáles son tus obras literarias de referencia en el mundo de la fantasía?
-Los dientes del dragón (Juan Eslava Galán): Algo diferente, nuevo y viejo a la vez. Y exquisitamente pulido. Un referente de “nuestra” fantasía tradicional.
-La espada de Joram. Aunque no me gustó en absoluto el final, merece la pena leerla sólo por el universo que presenta.
-El nombre del viento y sucesivas. Yo le diría a Patrick Rothfus que me sobran las primeras 60 páginas. Pero después de haber leído los dos tomos, me tengo que callar y limitarme a aplaudir.
-El vuelo del dragón (Anne McAffrey): Lo siento por Eragon, pero a esta chica se le ocurrió antes lo de la interconexión jinete-dragón.

¿Cuál fue el primer libro de fantasía que leíste?
De niño leí infinidad de cuentos de fantasía. Luego, desde los diez años, no he parado de leer novelas de ciencia ficción. Ahora bien, la primera novela, novela, que leí de fantasía fue el señor de los anillos.

¿Cuál es tu personaje de fantasía preferido?
Simkin (La espada de Joram)
Entrevista a escritores de fantasía
¿Por qué?
Es el típico cómico secundario. Sin embargo, bien podía ser cualquier cosa. Durante toda la obra estuve preguntándome si era un pobre diablo, un archimago, alguien que tendría en sus manos el destino del universo, o un Dios. Y encima me hizo reír de verdad (muy pocas lecturas me han sacado una carcajada en mitad de la noche). Esa dualidad me maravilló.

¿Qué es lo que más detestas al leer un libro de fantasía?
Que traten de copiar a otros. No digo que no esté bien fijarse en los éxitos de los demás para mejorar uno mismo. Pero si lo que vas a escribir no va a aportar nada nuevo, si va a ser una Dragonlance con bichos diferentes, o un Juego de tronos con cinco reinos, mejor no escribas. Se nota cuando algo es un subproducto comercial. Y esas lecturas te dejan vacío.

¿Desde cuando escribes fantasía?
Desde que comencé mi carrera. Soy ingeniero, y debió de ser que un hemisferio cerebral izquierdo (el racional) estaba a tope y el otro (el imaginativo) aburrido. Las ideas se me aparecían entre integrales de volumen y jacobianos. Así, de golpe. Y al principio me limité a anotarlas. Luego, años después, un amigo me envió sus relatos. Esto me dio el pistoletazo de salida para empezar a desarrollar lo que tenía apuntado.

¿Cómo describirías tu estilo de escritura?
Busco la concisión y la acción. Trato de evitar las descripciones y contar las emociones a través de sucesos. Aparte de eso intento seguir las reglas del juego (las que creo haber descubierto).

¿Cómo trabajas la creación de un mundo de fantasía?
En mi caso el mundo es una consecuencia, no un objetivo. El objetivo, como sucede en mis relatos, es una emoción. Lo que se me ocurre en un principio es una escena: ¿Y si las tabernas tuvieran vida propia? ¿Podría un hombre juzgarse y condenarse a muerte sin saberlo? ¿Y si la existencia del universo dependiese de la decisión de una persona?… Esas preguntas implican una escena final, algo que condensa toda la carga de la idea, o toda la emoción de un personaje. Para llegar hasta ahí hay que construir: buscar símbolos, sucesos que desemboquen en esa situación, escenarios que evoquen o contrasten la idea principal… Todo eso es lo que empuja a crear el entorno. La fantasía te da mucha más libertad, y por tanto es artillería literaria.

¿Qué consideras más importante en la escritura de un libro (argumento, personajes, mundo…)?
La originalidad, sin duda. Hay libros que no la tienen y son muy entretenidos. Pero los que nunca olvidas, los que te aportan algo, suelen tener algo genuino, algo en lo que nunca antes habías pensado. Y ese algo puede ser un personaje único, un mundo nuevo, un argumento impredecible, un diálogo delirante, un estilo característico…

¿Le has cogido especial cariño a alguno de tus personajes?
Sí, a Tenkar

¿Por qué?
Cuando creé a Tenkar lo hice como respuesta a una pregunta ¿Podría la criatura más abyecta del mundo, el malo más malo de toda la literatura, ser al mismo tiempo un ángel, tener una causa justificada para comportarse como un demonio? Y el resultado, Tenkar, no es para nada un Drácula, ni un Dorian Grey. Tenkar vive cada segundo una angustia existencial extrema, consciente de lo que hace, pero también de que tiene que hacerlo. No creo haber hecho sufrir a nadie tanto y, claro, te compadeces y le coges cariño.

¿Cuál es la mayor estupidez que ha hecho alguno de tus personajes?
Pues no sé. Estoy entre el que ató su alma voluntariamente a una piedra y la que se atrevió a ver su propio futuro. Aunque quizás, aquella que se despreció a sí misma por ser un programa de ordenador, y que con su condena destruyó el universo, se lleve la palma.

¿Qué sientes al escribir la última palabra de una historia?
Es que eso nunca pasa. Cada vez que leo algo que he escrito estoy por cambiar un pedacito. Nunca creo haber alcanzado el óptimo en nada que haya escrito.

¿Cuál es la principal dificultad a la que te has enfrentado como escritor?
Aprender a descubrir los errores. Escribir es como intentar peinarte sin un espejo. Lo haces siguiendo tu instinto, luego ves a los demás que te ponen cara rara, y en función de a donde miran tratas de repasar los rizos. Cuesta mucho tiempo construir tu propio espejo.

¿Algún consejo para los nuevos escritores que quieren iniciarse en este mundo?
¡Buf! Hay muchos según el punto de desarrollo en el que estés. Pero ahí van unos cuantos:
-lee muchos libros sobre el oficio antes de empezar.
-Muuuucha autocrítica. Asume que lo que has hecho está mal y no eludas borrar, por hermoso que te resulte.
-No lo cuentes todo. Al revés, sólo lo imprescindible. Deja que el lector rellene los huecos.
-Coge una obra que te guste, intenta escribir un fragmento de la misma historia con tus palabras, y luego compárala con la obra original. ¿Qué falta? ¿Qué sobra? ¿Y por qué se ha molestado el autor en hacerlo precisamente así?
-Sugerir, sugerir y sugerir. Este arte, cualquier arte, se resume en eso.

¿Autoedición o editorial?
¡Ojalá tuviera las dos experiencias para poder hablar! Creo que hay que intentarlo con las editoriales todo lo posible, porque sólo ellas tienen medios eficaces de canalizar la obra hasta el público. La autoedición es el regalo de esta era a los que no contamos con contactos, una quiniela que puede tocar en cualquier momento.

¿Cuáles son los mayores obstáculos que hay que superar antes de poder publicar un libro?
Desde mi punto de vista no los hay. Cualquiera puede publicar cualquier cosa con relativamente poco coste (recientemente han subido las tasas del ISBN). Lo que sí que cuesta es llegar al público. Si no consigues editorial te ves abocado a la guerra de guerrillas en Internet. Y ahí, entre tantos, es difícil hacerse ver.

¿Cómo definirías a tu público?
Supongo que mi público será aquél al que le guste lo que a mí. Gente que busque ideas nuevas, una lectura amena, una sensación de trascendencia al acabar una obra, y al que la fantasía no le suponga ningún obstáculo para vivir la historia con realismo.

¿Sufres más leyendo o escribiendo?
Leyendo. Escribir puede ser laborioso, pero no se sufre, se disfruta.

¿Recuerdas alguna anécdota divertida, interesante… de tu carrera como escritor?
La primera “tirada” que hice de mi novela la encargué a una imprenta de Madrid. Os podéis imaginar la ilusión. Soñaba con poder ver mi libro impreso, tocarlo, abrirlo, leer las palabras que yo había creado en un libro de verdad. Creo que no había anhelado algo tanto desde que era niño.
Tras un largo viaje llegué a la M-30 casi una hora antes de que cerraran. Conforme entraba en la ciudad el atasco era cada vez peor. Aunque tenía mi mapa, al llegar a las intersecciones nunca lograba acertar. O bien el giro era indirecto, o bien directo pero no podía ocupar el carril izquierdo, o la calle era a contramano. Os podéis imaginar mi frustración. Casi pasaba la media hora de cierre cuando al fin acerté a la calle. Estaba allí, al final a la izquierda. Miré el reloj y suspiré. Si un transeúnte me hubiera visto en ese momento pensaría que alguien se me había muerto. Ni siquiera me detuve en la puerta para ver; antes de eso giré para salir y me fui.
Cuando al día siguiente volví, me dijeron que habían estado trabajando hasta muy tarde, y que a esa hora podría haberlo recogido perfectamente. No me importó. Estaba tan absorto abriendo y cerrando mi libro, admirando la portada, tan feliz, que todo lo que había pasado el día anterior se había borrado por completo.
Creo que esto es algo que sólo los escritores compartimos: el placer de ver tu novela impresa por primera vez.

¿Cuál es tu mejor defecto?
La indecisión… Creo. Pierdo mucho tiempo al dudar de la decisión correcta, óptima, en cualquier cosa. Pero precisamente dudar de todo, criticar continuamente la opción elegida, es lo que me ha llevado a mejorar la calidad de lo que escribo.

¿Qué te preguntarías a ti mismo?
A un autor, a cualquiera, le preguntaría cuál es su secreto. Qué cuida más al escribir. Qué aspecto le parece crucial para que un relato funcione. En qué piensa o qué busca cuando crea. Por ejemplo, de R. R. Martin he oído que en sus novelas trata maximizar el realismo, hacer que el lector sienta las mismas sensaciones que el personaje, que huela la comida y hasta la mastique con el personaje.

¿Y cuál sería tu respuesta?
En mi caso creo que uno debe estar enamorado de una idea. Sentir la emoción que busca conseguir como propia, como un lector fascinado por esa historia. Y desde esa fascinación, usándola como el norte en una brújula, dejar que broten las palabras, construir en esa dirección. Intentar ampliar al máximo esa sensación.
Aparte de eso, el aspecto que más cuido es que no sobren palabras. Eliminar todo lo que el lector pueda deducir. Discriminar continuamente entre lo que aporta emoción y lo que no, y borrar sin compasión.
Lo demás es técnica, nada más ni nada menos, y cuesta años conseguirla. Pero es técnica: un adjetivo por frase, pretérito perfecto y frases cortas para la acción, cambiar por sinónimos con connotaciones que aporten, simbología en el escenario, sugerir en lugar de contar, elegir el punto de vista subjetivo siempre que sea posible, respetar el tono, evitar cacofonías,…

¿Alguna frase épica que quieras compartir con nosotros?
“Mi vida es una mentira. He traicionado a mi Dios, a mi familia, y ahora lo haré con toda esa gente. No hay infierno, si es que existe, lo suficientemente grande ni eterno para consumir mi alma. ¿Y tú me preguntas si aún creo en Él?”

Tu turno, tienes 1 minuto para convencernos de que leamos tus libros y no los de otro autor…

Mi auténtico nombre es Tenkar. Llevo milenios sobre este mundo intentando destruirlo para poder salvaros. A todos. Yo también fui humano una vez. Era muy querido en aquel entonces y tuve una vida plena, con luces y sombras, como todos. Cuando estaba a punto de morir me fue revelado un secreto, y ya no pude. Desde entonces libro una eterna batalla sin fin, para la que necesito vuestra ayuda. Cuanto necesitáis saber está en este libro: “El secreto de los cielos”. Allí encontraréis por qué se me considera un demonio, y a la vez un ángel; por qué los bebés lloran, o existe el sufrimiento; la esencia del amor, o dónde está Dios; por qué soñáis con la magia o, a veces, adivináis el futuro; y sobre todo, qué hay al otro lado de la Muerte. No despreciéis la naturaleza fantástica de la historia, porque fue real. Reales fueron los grifos, esfinges y dragones que en ella aparecen. Reales fueron los magos, las batallas y las profecías que se cumplieron. No caigáis en el engaño de que todo fue un sueño, uno del que curiosamente todos tenéis los mismos confusos recuerdos… y ayudadme.

Ahora es tu momento apreciado lector. Hazle tu pregunta a Diego, seguro que estará encantado de responderla 🙂

Ago 272014
 
 27 agosto, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with:  Sin comentarios »

Vio las alas luminosas bajar en silencio. Los pies níveos se posaron sin levantar el polvo. Todo en ella era diferente a como la recordaba, excepto los ojos. Siempre reconocería sus ojos, por muchas veces que cambiaran de color.

Se acercó con una lentitud lacerante para ambos, pero decidida. Él dio un paso, y se obligó a detenerse. La esperó hipnotizado por aquellos ojos de cielo líquido. Sintió la mano alba posarse en su mejilla oscura, otrora nácar como la de ella. No pudo evitar estremecerse, ni que sus brazos se elevaran por sí solos, ni que sus dedos buscaran el cuerpo de ella. Cuando fue consciente de lo que hacían los bajó con enorme esfuerzo.

—¿Cómo es que estás aquí?

—Tras tanto tiempo, ¿importa?

—¿Qué has sacrificado esta vez, alma mía? No quiero participar en… Su tortura.

Ella le agarró la muñeca y se la llevó a su mejilla. Las manos de ambos se humedecieron de lágrimas.

—No merecemos esto. Nadie, ni siquiera nuestros hijos soportaron tanto.

—Lo sé, mi luz. Pero ni todo el tiempo del mundo podría borrar nuestro amor.

Él apartó la mano y le dio la espalda.

—Ni tampoco mi odio. —Giró a medias—. ¿Cómo puedes no odiarlo, tú?

—¿Y dejar a nuestros hijos indefensos? ¿Cómo puedes no quererlos tú?

Él agachó la cabeza y suspiró. Sintió cómo ella se abrazaba a su espalda. Las alas negras se apartaron y la envolvieron. Notó la piel cálida, las suaves manos sobre su torso, y las agarró entrelazando los dedos.

—Claro que los quiero. Oigo a cada segundo sus lamentos. Todos y cada uno de sus lamentos. Como tú. Él dice que es por nuestra culpa, pero todo empezó con la guerra. Su guerra. ¿Recuerdas?

Ella no respondió.

—Tienes que recordarlo, alma mía. Tienes que entender por qué yo no puedo pedir su perdón.

Ella se apartó.

—¿Aunque esté otro siglo sin verte? ¿Aunque mantenga en la oscuridad a nuestros hijos?

Él tragó saliva. Ella se sentó abrazándose las rodillas. Las alas se cruzaron ocultando su rostro. Él se acercó indeciso. Se agachó a su lado, y con voz suave le fue hablando.

—Desde que comenzó la guerra sabíamos que era imposible. Todos lo decían. Él lo prohibía. Yo jamás lo imaginé. Y sin embargo sucedió. Nosotros lo hicimos posible ¿recuerdas?

Ella no respondió.

—Sé que duele, pero tienes que recordar el día que nos conocimos. Acababa de hundir en tu compañero mi espada llameante. Estaba a punto de matarte… ¡A ti, alma mía…! Hasta que me di cuenta de que no ibas a atacarme. Me diste la espalda. Te arrojaste sobre tu amigo sin importarte tu vida. Tan sólo deseabas compartir los últimos momentos de la suya. Beber su tiempo y atrapar su mirada, como si con eso pudieras salvarle. ¿Te acuerdas?

A ella se le escapó un suspiro herido, pero mantuvo el silencio.

—Observé cómo se sacudía tu cuerpo. Oí el dolor escapar desde tus labios. Me lanzaste esa mirada amarilla. Vi tu alma sangrar por tus ojos… Y sangró la mía, porque por un instante os entendí. Ya no erais alas negras y colmillos. Las garras, los cuernos, sólo una cáscara para un corazón parecido. Criaturas sin dios, ni hogar. Apátridas en un universo que no creasteis. Combatidos y exterminados por nosotros, la luz que barría las tinieblas. ¿Recuerdas?

Ella alzó la cabeza un instante. Sus ojos habían cambiado al oro viejo. Asintió perdiendo la mirada en el suelo.

—Recuerdo haber caído de rodillas. No podía apartar los ojos de ti, ni de tu dolor. Me sentí engañado, asesino, sucio. Recuerdo que solté mi espada, vi su llama flaquear y luego oscuridad. Ahí comenzó mi oscuridad. Al apartarme de Su luz, de Su verdad, empecé a parecerme más a vosotros, la raza de las sombras, los hijos de las tinieblas… Pero eso ya no importa.

Por un momento ella miró sus alas radiantes, y sus ojos cambiaron al marrón. Los cerró con fuerza y una mueca de disgusto. Cuando volvió a abrirlos regresó el oro viejo a sus pupilas y la tristeza a su rostro.

—Tenía tu mirada clavada en mi alma, tu aroma, tu dolor. Y los seguí. Quería limpiar mi culpa. Sufrir lo que tú habías sufrido, y luego morir como yo había matado. Al principio no lo entendiste. Tuve que atraparte. Te obligué a coger mi espada. ¿Recuerdas? Me arrodillé ante ti y esperé tu venganza. Esperé una eternidad. Vi el reflejo del acero desde mi cuello, pero no dejé de mirarte. Tus garras me pincharon, como si quisieran hundirse. Entonces tus ojos cambiaron de color. Las uñas desaparecieron y…, y me tocaste. Un tacto suave y cálido que jamás había sentido. Cogí tu mano por instinto, por curiosidad, o quizás… No lo sé. Gritaste, me apartaste de ti, ¿recuerdas? Y luego huiste.

Las alas blancas se recogieron a su espalda, y él se acercó un poco más.

—Pero ya era tarde. Yo había visto tu alma, y tú la mía. Era cuestión de tiempo. Tiempo para lavar mi culpa, tu dolor, nuestros miedos… Tiempo lleno de excusas para encontrarnos, para conocernos. —Bajó la voz, adquirió un tono más pícaro—. Tiempo para entender qué significaba ese azul de gotas de agua que cada vez aparecía más en tus ojos, —ella sonrió ruborizada—, o por qué yo necesitaba tanto tocarte, sentir tu piel. Tiempo para hallar el rincón más apartado del universo, una bola de barro y su estrella. Tiempo para unirnos.

Acarició con ternura su rostro de nácar. Por primera vez mostró una sonrisa, y el brillo de su mirada se fundió con el de ella, ahora, de nuevo, cielo líquido. La besó en los labios y deseó quedarse así para siempre. Al apartarse observó sus manos entrelazadas: nácar y obsidiana, pero justo al revés de cómo antes habían sido. Una mueca de enfado cruzó fugaz por su rostro, y continuó:

—Nos unimos Lilith. Y de nuestra unión prohibida nació una nueva raza, la raza del Hombre. Nuestros hijos Lilith. No Suyos. ¡Nuestros! Y eso Él no pudo soportarlo Lilith. Le arrebatamos la creación de la mejor criatura. Una criatura que escapaba a su control. Una criatura con mi luz y tu libertad Lilith. Hecha de barro y estrellas, e independiente de Su Palabra. Libre del Altísimo, Lilith. ¿Lo entiendes?

»Por eso nos castigó. Nos separó. A mí me condenó a las sombras, a nuestros hijos con el dolor y la ignorancia, y a ti…

—¡Sh! ¡Calla! ¿No oyes sus llantos? ¿Sus oraciones? ¿No te duelen sus lágrimas? Una madre tiene que hacer lo que tiene que hacer, Lucifer. No puedo luchar contra Él. Tan sólo suplicarle, obedecerle, aceptar su castigo. Dejaré de ser demonio para convertirme en esfinge, arcángel, Eva o María; renunciaré a mi forma, viviré donde me pida con tal de aliviar el dolor de uno sólo de mis hijos.

—Pero no es justo, alma mía. No es justo. No puedo dejar de rebelarme, ¿lo entiendes? No tengo otra arma. No tengo nada, Lilith. Nada… nada…

Cayó de rodillas con sus manos abiertas y vacías. Su negra piel se agrietó dejando escapar lágrimas de sangre que anegaron sus mejillas. Ella lo rodeó con brazos, alas y piernas, y lo cubrió de besos.

—Sí que tienes algo, mi luz. Tenemos algo…

Y sus ojos brillaron con el azul de mil océanos.

Relatos de Fantasía - Ángeles Caídos

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May 302014
 
 30 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  1 Comentario »

Miro al Este. El sol está a punto de salir. Es justo ese momento en el que las cosas dejan de ser sombras. Normalmente me alegro, pero hoy… Es como si las sombras se hubieran quedado dentro, envenenándolo todo. Y no es sólo por el bosque de lanzas que tiembla en el llano, acechando tras las nubes de polvo y deseando caer sobre nosotros.

Le llevo el desayuno a mi señor. Se me hace la boca agua, pero jamás se me ocurriría comer antes que él, como hacen otros escuderos. Aunque sé que no me lo reprocharía si alguna vez le hiciese esperar. Él nunca se queja. Así es mi señor. El mejor señor del mundo. El Héroe de Natrós. No hay taberna en la que no se hayan cantado sus gestas. He contado por cientos, ¡cientos!, las personas que le deben la vida. ¡Por las barbas del Divino! ¡Lo dichoso que sería yo de salvar sólo a una!

La mejor cosa del mundo, después de ser él, es ser su escudero. Poder estar a su lado y ver lo que es capaz de hacer. Él sólo se ha enfadado conmigo cuando me he acercado demasiado en el combate. “Los escuderos nunca reciben honores, es justo que tampoco se arriesguen jamás”, me dice. Sé que lo hace por mi bien, pero yo quiero estar ahí. No aguantaría que a mi señor lo matasen porque no pude alcanzarle un hacha o un escudo a tiempo. Así que ahora trato de esconderme para estar cerca. Es fácil en el jaleo de la batalla. A veces consigo ponerme a sólo dos pasos. Un poco más y podría tocarle.

Jamás se me ocurriría.

Relatos de Fantasía - Batalla épica

Yo siempre me quedo atrás. Callado. Mirando su magia. Porque mi señor es un mago cuando lucha. Estoy harto de ver combates y sé reconocerlo. Lo he visto también en otros caballeros. Muy pocos. Pero hasta para esos tiene mi señor recursos. Él los llama sacrificios. Es perder para ganar. Deja que le den en algún sitio para que él pueda vencer a cambio. Es muy peligroso. Puede morir en el intento. De hecho está muy tocado del último. Él llevaba un refuerzo de hierro a un lado de la barriga para eso, pero no se puede cubrir todo. Han pasado más de dos meses, y aún le cuesta respirar. Él disimula, pero yo lo conozco. Me basta ver cómo coge la escudilla para saber cuánto le duele. Pero yo atrás. Callado. Mirando al corro de oficiales y escuchando.

—Hemos ganado batallas peores.

—Si el asunto no es que no podamos ganar ésta, que ya tiene mala pinta. Es que va a ser una masacre.

—Si Nemok vence lo será. Todos sabemos que ese demonio disfruta matando. Pero si la victoria es nuestra…

—También. ¿O crees que alguno de ellos se atreverá a rendirse? ¿O simplemente a retirarse? ¿Ya has olvidado a qué condenó a los últimos que lo hicieron?

Todos callan y miran al suelo. No dejo de ver sombras en sus ojos.

—No me explico cómo se mantiene en el poder.

—Yo sí. Puro miedo.

—¿Y a nadie se le ha ocurrido eliminarlo antes?

—¡Ja! ¡A más de uno! De entre los suyos, los que aún tenían agallas, lo intentaron y fracasaron.

—Eso fue una chapuza.

—No. Te equivocas. Ellos calcularon que él solo no podría contra diez hombres a la vez. Y el maldito diablo pudo.

—¿Tan bueno es?

Nadie contesta. Y eso para mí es la peor respuesta.

—Pues la solución está clara. Todo este infierno se debe a un hombre. Sólo a uno. Nemok. Nadie aquí quiere luchar excepto él. ¡Por el Divino! Ni siquiera sus propios soldados. Hay que eliminarlo como sea.

—Ése es el problema, el cómo.

—Yo sigo pensando que si atacamos en cuña, directos a su posición…

—Ya lo estudiamos anoche, y vimos que sería casi un suicidio. ¡Son decenas de miles!

—Lo sé. Y estoy de acuerdo. Pero ¿qué otra alternativa queda?

Entonces mi señor habla. Y a mí se me hiela la sangre.

—Hay que retarlo en duelo singular.

—¿Y si no acepta?

—No tiene más remedio. Tú lo has dicho. Su poder se basa en el miedo. Si sus soldados perciben debilidad, estará acabado.

—Si diez hombres no pudieron con él, ¿quién de nosotros se atreverá?

—Yo lo haré.

La mirada de mi señor tiene más sombras que nunca. Creo que sé lo que es, y no quiero pensarlo. Me queda claro cuando me dice que deje el refuerzo de hierro.

—Tampoco necesitaré hoy la cota de mallas –me dice—, debo ir ligero. Sólo la armadura para engañar, pero nada más.

No digo una palabra. Me quedo sin poder hablar ni moverme. Él me sonríe y me achucha el hombro diciéndome que no me preocupe de nada. Pero las sombras siguen en su mirada. Y ahí veo lo grande que es mi señor. Sabe lo que va a hacer y encima tiene tiempo, quizás el último que le queda, para mí. Para un simple escudero.

—Ya sabes que no estoy bien para luchar como siempre. Incluso así lo tendría crudo contra ese Nemok. Pero si arriesgo puedo sorprenderle. Tan sólo estoy consiguiendo posibilidades. Y no lo dudes, las tengo.

Sé que él lo cree. Pero llevo muchos años en el oficio como para ver lo pocas que son. Bajamos al llano los dos solos. Nuestras monturas levantan el polvo, y nada más verlo me viene a la cabeza cómo se traga a la sangre. Me pregunto cuánto de ese polvo fue sangre de alguien alguna vez. Hoy decenas de miles de hombres vienen dispuestos a dar de beber y a convertirse en ese polvo.

Delante se acerca Nemok. Su armadura negra me recuerda a las escamas de una cobra. No es especialmente alto, ni corpulento. Y eso me hunde. Adivino lo que no quiero ver. Mientras sujeto las riendas del caballo de mi señor no puedo dejar de mirar cómo Nemok descabalga. Sus movimientos lo delatan. Es de esos pocos que tienen la magia. Y por sus hechuras debe ser muy rápido. Demasiado para mi señor. Justo lo que no quería ver. Le muestro la daga corta a mi señor, el arma más ligera que tenemos, pero él la rechaza.

Empieza el combate y me parece estar entrando en el mismísimo infierno. Mi señor saca toda su magia. Lanza las estocadas con fuerza, por los sitios más inesperados. Pero Nemok lo para o lo esquiva todo. Mi señor improvisa, crea trucos nuevos. Nemok simplemente es mejor. Aprovecha los riesgos que corre mi señor y lo hiere. Nunca mortalmente, pero lo golpea, y le hace cortes. Y veo cómo se cansa, y sangra, y pierde la esperanza poco a poco.

De pronto los dos se paran. Se observan. Mi señor me mira. Yo le enseño la daga, pero él me pide el mangual. Tardo en dárselo, porque sé lo que significa. Veo cómo arroja el escudo y no puedo soportarlo. Ahora no lleva ninguna protección para esa técnica de sacrificio. Y encima no es de las mejores. Pero no puede hacer otra. Su lesión no se lo permite.

Yo quiero gritarle. Decirle que abandone. Pero no me sale la voz. Me quedo quieto, como antes, sin poder moverme ni hablar. Con el escudo en un brazo, la daga entre los dedos y el hacha en el otro. Quieto, dos pasos detrás de mi señor. Casi a punto de tocarle. Callado. Mirando. Mi señor avanza y me oculta la figura de Nemok. Mis dientes rechinan mientras anticipo sus movimientos, que conozco de memoria. Veo la magia una vez más, y todo en él se mueve como debería.

La espada enemiga brota entre las costillas de mi señor. Mucho más profunda de lo que se suponía. La angustia me sube a la garganta como si quisiera reventarla.

Ahora debería llegar el grito de Nemok, pero no oigo nada.

Veo a mi señor caer de espaldas. Miro el guantelete de Nemok, ensangrentado, que agarra la espada de mi señor, en vez de estar clavada en su pecho. Mi señor boquea desesperado. Mi señor. El mejor…

Nemok se quita el casco, y sonríe. Está viendo a mi señor sufrir, en los últimos instantes de su vida, y… y sonríe…

Sonríe…

Levanto el hacha…

¿Qué estoy haciendo? No voy a ganarle. Sé que no puedo. Ni siquiera tengo posibilidades como mi señor.

Avanzo un paso, luego otro. Subo el escudo, aunque mi barriga es difícil de cubrir.
¿Por qué lo hago? A mí nadie me recordará. Los bardos no cantarán mi nombre. Ningún templo albergará mi tumba ni habrá mármol escrito en mi honor. Ni siquiera matando a Nemok. Todo el mundo diría que quien ganó este combate fue mi señor, que lo habría herido mortalmente antes. Incluso mi segura muerte será olvidada. “Los escuderos nunca reciben honores”.

Nemok suelta una carcajada. No se pone el casco. Sabe que no lo necesita contra un gordo como yo. El miedo me quema. Quiero salir corriendo. La ira ha bajado lo suficiente como para darme lucidez. Debería huir…

Miro al fondo. Sus soldados aguardan. Y sé que detrás de mí están los míos, que también esperan. Y sus mujeres. Y sus hijos. Y no sé cómo, empiezo a correr. Pero no hacia atrás, sino a por Nemok.

No logro tocarle. Ni rozo su espada. Él no sólo me esquiva. Mi pierna sangra y ni siquiera he visto cómo me ha cortado. Lo encaro. Adopto la postura que tantas veces vi en mi señor, pero yo no llevo refuerzo de hierro. Nemok se acerca andando, confiado. Todo pasa muy rápido. Siento cómo la espada se clava en mi barriga, pero tarda en cortar toda esa grasa. Nemok no ve la daga de mi mano izquierda, y yo agradezco al Divino que no quisiera ponerse el casco. Los dos caemos sobre el polvo. Él sangra a borbotones por el cuello y chilla. Se tapa la herida con la mano, pero no sirve de nada. Basta ver cómo el polvo traga su vida a chorros para adivinar que no le queda mucho.

Mi barriga está abierta y no quiero ver lo que sale de ella además de la sangre. Sé que me espera una muerte mucho más lenta. Quiero gritar, llorar, pedir ayuda. No aguanto el dolor, me supera. Quiero que todo acabe ya, que el Divino me lleve de una vez. Pero el dolor no se va, sigue subiendo, y la sangre manando y el polvo bebiendo.

Mientras me retuerzo apretando los dientes miro al fondo, a todos esos hombres que no van a pasar por lo que yo. Al menos hoy no. ¿Cómo dijo el oficial? “Decenas de miles”.

Sí, decenas de miles…

Y sonrío.

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Abr 252014
 

—Por Héctor, el valiente, el defensor de Prinua, ¡el matador de dragones…! –dijo alzando la jarra de cerveza. La espuma bailó sobre el borde, pero no se derramó. De hacerlo habría caído con toda probabilidad sobre alguien, pues a pesar de la amplitud de la taberna, apenas se cabía.— ¡¡Viva!!

—¡¡VIVAAAA!! –respondieron a coro los parroquianos.

Sonó con estruendo. Había alegría y gratitud en sus miradas, todas dirigidas a un hombre que curiosamente no parecía desearlas. Todo lo contrario. Héctor trataba de pasar desapercibido, y cuando no lo conseguía, saludaba con un gesto rápido y se marchaba del lugar antes de que la cosa fuera a más. Antes de que la gente se diera cuenta del sufrimiento que aquello le causaba. Fue eso, más que ninguna otra cosa lo que llamó mi atención.

Como bardo conocía perfectamente la gesta de Héctor, el matador de Kimog, el dragón. Una bestia colosal. Cuando midieron su cadáver se anotaron unas siete varas de altura y más del triple de longitud. ¿Cómo pudo un hombre, que no pasaba de dos, enfrentarse a tamaño animal? ¿Cómo logró clavar su lanza justo en la unión entre sus impenetrables escamas, precisamente en el único lugar desde el que se podía llegar al corazón?

Lo que todo el mundo contaba era que para calmar a Kimog, hubo que ofrecer un sacrificio. Eligieron a la hija de Héctor, el molinero, y éste no pudo soportarlo. Ni el tesoro del dragón, ni desposar a la princesa, ni el honor, ni la fama, nada de todo eso había motivado a ningún héroe a intentarlo. Sólo el amor de un padre por su hija pudo. Y ahí acababa la historia. Nadie sabía explicar cómo un hombre de mediana edad, que no había empuñado un arma en su vida, logró semejante hazaña.

Lo seguí fuera. Sabía que iba a ser muy difícil abordarle. Él había rechazado a todo el que le preguntaba. Así que me arriesgué. En cuanto se dio la vuelta le solté:

Relatos de fantasía - El fin de un dragón—Yo lo vi.

—¿Cómo dice?

—Sí. Yo lo vi todo. No tienes que fingir conmigo.

Héctor dudó con los ojos.

—Si lo vio ¿Por qué no se lo ha contado a nadie?

Lancé un afectado suspiro y le dije:

—¿Y qué les iba a contar? En realidad aún no comprendo muy bien lo que vi.

Héctor asintió bajando la mirada. Yo reprimí mi alegría y traté de mantener mi papel.

—Él me advirtió ¿sabes? Me dijo que la gente no lo entendería. Por eso nunca lo he contado. Por eso y por la vergüenza.
Asentí, aunque no me enteraba de nada. Echamos a andar por el largo camino que separaba el pueblo de su hogar.

—Cuando fui a por él me refugié en mi rabia. Pensé en mi hija, y convertí mi angustia en furia, convencido de que si tenía la suficiente nada me podría parar. ¡Qué imbécil fui!

—Al menos te sirvió para entrar en su guarida.

—Y para nada más. Toda se me fue en cuanto lo vi. Cuando ahora pienso en él lo veo como realmente fue: majestuoso, hermoso, sabio, mágico, el ser más perfecto de la creación. Pero entonces me pareció la encarnación de todos los horrores del infierno. Me quedé paralizado. Él esperó. Me miró con esos ojos inmensos que parecían atravesarte el alma, pero no hizo nada.

—¿Y tu hija? ¿La viste?

—Sí. No se movía. No sabía si estaba viva o muerta. Fue eso lo que me dio fuerzas. Arremetí contra él con aquella maldita lanza. A punto estuvo de romperse. ¡Ojalá! “En las escamas no conseguirás nada, tienes que apuntar en la unión, aquí, ¿ves?”, dijo con su voz grave, y con una enorme uña me marcó el lugar. Hizo que brotara un hilillo de sangre verdosa para que no hubiera duda. Y yo, sin pensar, volví a intentarlo. Esta vez sentí su garra a mi alrededor. Ni siquiera la vi venir. “Estúpido”, rugió. “¿De verdad piensas que un simple hombre como tú es rival para un dragón?” Me alzó hacia su rostro. Su boca se entreabrió y algunas llamas palpitaron entre sus colmillos. Yo no me quedé mirándolos, como él esperaba. En vez de eso busqué a mi hija. Estaba abajo, tendida, indefensa y gemí angustiado. Las llamas desaparecieron, y su boca se cerró. “No temas por ella… aún. Sólo está dormida”. Sin más salió de la cueva. Me arrojó sobre su lomo y emprendió el vuelo. “Ahora vas a conocer lo que pretendías matar”. Y ascendimos, más y más, y yo me agarraba a las escamas, y subíamos, y yo procuraba no gritar…

Suspiró. Le vi por primera vez un amago de sonrisa. Por eso aventuré:

—Pero no todo el rato estuviste pasando miedo ¿verdad?

—Él supo hacerlo muy bien. Dejó que me acostumbrara, manteniendo un vuelo suave. Y no paró de hablar.

—¿Qué te dijo?

—Me habló de todo. De las mil cosas que había visto. De la batalla del paso Aregos, donde dos mil hombres aguantaron durante cinco días a un ejército de quinientos mil. Murieron felices por saber que alcanzarían la gloria, pero ya sólo él los recordaba.

«De cuando los archimagos de Urok-al-Nur invocaron a la Luna, se encarnó en mujer y paseó entre los hombres. Era tan bella que éstos perdieron un trocito de corazón, y por eso muchos no pueden amar para siempre. De la vida y la muerte, nuestro regalo y maldición, sin estar seguro de cuál es cuál, y de cómo envidiaba nuestra mortalidad. De la esfinge que coleccionaba acertijos y misterios. Un día descubrió el secreto del universo y lloró sin consuelo. Le pidió ayuda a él, quería morir, pero en lugar de destruirla le robó el calor de su corazón para que dejara de sufrir. Vivió muchos años antes de convertirse en piedra. De cómo el tiempo te cansa, te llena de hastío y los días dejan de brillar como antes. De las pocas veces que quiso compartir su sabiduría con los hombres: uno levantó una dinastía que sometió a medio mundo durante siglos, otro predicó una forma de enfrentarse a la vida que hizo más felices a cuantos le siguieron y cuyas enseñanzas aún perduran, otro se hizo brujo y el universo aún tiene cicatrices de su magia desequilibrada, y el último intentó matarle. De que los dragones no podían compartir su tiempo con sus hijos, ni enseñar a otros, por lo que tenían que aprenderlo todo por pura experiencia. De tantas, tantas cosas.»

—¿Por qué crees que lo hizo?

—Porque quería mostrarme lo que es ser un dragón. Su naturaleza.

—Ellos no son muy diferentes de nosotros, ¿verdad?

—Al contrario. Totalmente diferentes. ¿Sabes el poder que realmente tiene un dragón? Él me lo enseñó. Subimos volando hasta dejar atrás las nubes y ver de nuevo las estrellas siendo aún de día. Bajamos a una velocidad tan espantosa que el aire se volvía fuego. Fundió con su aliento la ladera del Kerril –dijo señalando la montaña de enfrente—, y con su magia moldeó la lava caliente hasta darle la forma que quiso.

—No sabía que fueran tan poderosos. Pero quizá en lo demás se parezcan más a nosotros.

Héctor se giró y se quedó mirándome.

—¿De verdad lo crees? ¿No ves cómo nos comportamos los hombres cuando se nos da poder? ¿En qué suele convertirse un rey, un general o un simple carcelero? ¿Cómo trata a los demás? Los dragones no nos someten, y podrían. Los dragones no atacan a otras criaturas por descuido o capricho.

—¿Que no? ¿Y tu hija? ¿Y cuando atacó el castillo del rey y dejó las arcas vacías? ¡Por los dioses! Si hasta su misma guarida es una mina de esmeraldas de la que echó a todos con sus llamas. Por no hablar del ganado que robaba continuamente.

—El ganado es necesidad. Y lo otro… Lo otro, en cierta forma, también. ¿Sabes? Incluso después de todo lo que te he contado habría sido capaz de matarlo. No me habría gustado hacerlo, pero no habría tenido demasiados remordimientos. Pero después de lo que me hizo…

—¿Qué? ¿Qué te hizo?

—Fue magia. Bueno, no sé, él dijo que los humanos llamábamos magia a todo lo que no entendíamos. El caso es que por unos momentos me hizo percibir el mundo tal y como él lo sentía.
Sin darnos cuenta, ambos nos habíamos detenido. Yo no podía prestar atención a otra cosa que sus palabras, pero él paseó la vista a su alrededor. A las luces que parpadeaban lejanas atrás, desdibujando las sombras y haciendo titilar las formas del pueblo. A las lápidas del cementerio de nuestra izquierda, llenas de luz de luna allí donde las runas y los hermosos grabados no la reflejaban. A las estatuas medio cubiertas de jazmín, con sus formas angelicales que parecían a punto de saludarte con frases bondadosas.

—¿Y qué viste?

Héctor intentó articular alguna palabra. Pareció a punto de iniciar una respuesta varias veces, pero no lograba empezar. Se quedó con la mirada perdida más allá de sus manos vacías. Al final lanzó un suspiro de frustración.

—¿Cómo le explicarías a un niño pequeño la belleza de la poesía? No se puede. Hay que ser adulto para entenderlo. Ni yo mismo comprendí la mitad de las sensaciones que me llegaban. ¿Cómo te describo un color nuevo? Pues vi cientos. Y la luz se comportaba de forma muy diferente en esos colores. Algunos atravesaban las cosas. Otros brillaban en lo que estaba caliente. Y los sonidos… ¿Sabías que los grillos en realidad cantan a coro? Y el rumor lento de la tierra. Y el frufrú de las nubes. Y luego había otra sensación, no sabría llamarla aroma, sonido o color, pero era increíblemente compleja. Era la gente. Cada persona suena de una forma. Algunas brillan fuerte, otras huelen fatal, y estamos continuamente cambiando. Creo que un dragón podría describirnos cómo somos nada más sentirnos.

—Si ven el mundo de una forma tan maravillosa, ¿cómo pueden sentir hastío?

—Eso mismo le pregunté yo. “¿Acaso los hombres no os cansáis de ver puestas de sol?”, me dijo. Yo le dije que no. “Entonces por qué no las ves todos los días”. No supe responderle.

Me quedé pensando qué le habría respondido yo. No es que uno deje de apreciar esa belleza, es… ¿Cuánto tiempo necesitaría una persona para hartarse de la vida?

—¿Fue por eso? ¿Estaba cansado de todo y…?

—No sólo por eso. Él no me lo dijo directamente. Pero en realidad todo el tiempo me lo estuvo contando. Dijo que los dragones no eran inmortales, pero que la muerte no iba a buscarlos. “Imagina una raza que tuviera hijos y no muriera. Acabarían llenando el mundo. En eso no pensó nuestro Creador, tuvimos que ocuparnos nosotros”. Ellos tienen esa maldición. Tienen que decidir por sí mismos cuándo acabar con su vida.

—Y también la forma ¿verdad? Ahora entiendo por qué reúnen tesoros. O por qué arrasan los campos, o exigen sacrificios. En realidad están buscando a su verdugo. ¿Es así?

Héctor asintió, y una mueca de dolor llenó su rostro.

—Pero yo ya no podía. No era capaz de matarlo conociéndole. No soy ningún asesino. Y menos de alguien más valioso que cualquier ser humano. ¿Comprendes ahora lo que viste? ¿Cómo tuvo que amenazar a mi hija mientras me ofrecía su vientre? ¿Por qué a pesar de tener la lanza apuntalada contra su piel yo me negaba a ensartarle? ¿Lo entiendes? ¡¿Lo entiendes?!

No pudo más y empezó a llorar. Creo que no se habría sentido peor si a quien se hubiera visto obligado a matar hubiera sido su propio hermano. Le rodeé los hombros y marchamos hacia su casa. Era una mezcla de castillo y mansión construida a toda prisa con el oro de Kimog. Iba a despedirme de él en el umbral cuando me dijo:

—¿No quieres volver a verlo?

—Bueno, si no es molestia —aventuré.

—¡Qué va! Eres el único con quien comparto el secreto.

Me condujo por un pasillo lleno de puertas mientras la curiosidad me roía las entrañas. Unas se abrían con llave, otras con mecanismos secretos. Todas eran gruesas y reforzadas con hierro.

—Esto es lo único que me levanta el ánimo cuando los remordimientos me aprietan ¿sabes?

Bajamos al sótano, donde hacía un terrible calor.

—Él me dijo que el fuego es energía.

—¿Energía?

—Sí, un tipo de magia que vale para todo. Especialmente necesaria en esta fase.

Llegamos a la última sala. Héctor suspiró, y esta vez pude ver algo de paz en su semblante, y hasta una nueva sonrisa. La segunda en toda la noche.

Sobre un hogar de piedra, entre abundantes llamas, lucía un hermoso huevo de dragón.

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Feb 072014
 
 7 febrero, 2014  Publicado por a las 11:11 El Torneo del Rey Tagged with: , , ,  Sin comentarios »

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