Dos ancianos caminan con gesto cansado apoyándose en sus cayados. Sus sombras se alargan gigantescas por el llano, orladas de luz carmesí que poco a poco se apaga y las va diluyendo. Un soplo de viento frío los estremece, agita las túnicas y logra arrebatar uno de los sombreros picudos, arrastrándolo muy por encima de sus cabezas. Su dueño levanta una mano, una palabra se le escapa de los labios, y el sombrero acude a posarse sobre la nívea cabeza.
-¿»Abracadabra»? -dice el otro sorprendido y una risa, que parece una tos seguida, borbotea desde sus barbas.
-Ya sabes. La costumbre. Con ellos hay que mantener las apariencias, y al final se te pega como un vicio.
-¡Ji, ji, ji! Sí, a mí también me pasa, pero tú eres más original. Abracadabra… ¿lo cogiste del hebreo?
-No, es que es la más fácil de leer en los labios. Ya no oigo tan bien como antes.
-Me pregunto cómo pueden ser tan ingenuos. Realmente llegan a creer que una palabra basta para liberar todo el poder.
-No es ingenuidad. Para ellos es empírico: la pronuncian y funciona. ¿Por qué iban a imaginarse que somos nosotros todo el rato?
El crepúsculo muere y las sombras borran el día en silencio. Un fuego prende en un montón improvisado con hojarasca, un libro viejo y ramas resecas. Una luz fatua brilla en la redoma que uno de los ancianos tiende a su compañero.
-¿Sus últimos pensamientos?
El otro asiente. La redoma se destapa y un vapor luminiscente envuelve al anciano que cierra los ojos y escucha.
¿Se me ha olvidado respirar? Casi. Es por ti, aborto de serpiente. ¿Por qué hemos de callar y agachar la cabeza? ¿Porque eres el hijo del duque? No. Son los soldados que te escoltan. Esos cuchillos andantes que satisfacen todos tus deseos como si los tuvieras hechizados. Pero ya no eres el único mago aquí.
“La magia no debe usarse para dañar”, recuerdo. Y aprieto los dientes.
No puedo evitar envararme con el sonido de tus espuelas, las mismas que clavaste en los muslos de mi hermana cuando la obligaste a hacer de montura con once años. Aún recuerdo sus regueros rojos, mis puños crispados, tu mirada retadora, sus gritos, tu risa, y los mismos cuchillos andantes. Entonces no pude mover un dedo. Sabía bien lo que me esperaba si cedía a mi ira, a tu provocación… si superaba mi cobardía y compraba con mi vida la oportunidad de herirte. Otros pagaron ese precio, y ni siquiera lograron tocarte. Y ahora vuelves crecido, satisfecho de las miradas que entierras con tu presencia, como si fueras un hechicero de la voluntad. Si tú supieras… pero no puedo.
“La magia corrompe, has de usarla como lo haría un druida blanco, pensando siempre en los demás”.
Si supieras la cantidad de planes y lo que siempre estuve dispuesto a sacrificar por descargar algo de este odio… aunque claro, lo debes imaginar. De hecho es justo lo que te hace disfrutar.
Abro mis puños y miro mi palma. Algunas gotas de sangre donde antes estaban mis uñas. Ni siquiera me he dado cuenta. Te acercas, ojalá me ataques, entonces sí que podría…
“La magia no debe servir a tus deseos, ni para conquistar damas, ni para conseguir dinero, ni para venganzas, aunque sí para protegerte”.
Me miras, te encaro, te desafío con todo el odio en mis ojos. Te sorprendes. Detienes el paso. Miras a mi alrededor. Venga, acércate, no es ninguna trampa. Dudas. Pongo mis manos en jarras, desafiante, hasta te sonrío. No puedo hacer más. Mi maestro diría que te provoqué y tengo miedo de perder mi poder para siempre. Pero lo deseo tanto…
Te atusas el bigote. Vuelves a escrutar a mi alrededor. Me miras fijamente, esperando algo, y luego… luego te vas.
¡Te vas!
¡¡TE VAS!!
Mi boca se abre, “abracadabra” pronuncio, siento el poder, como un viento cálido alrededor de mi cuerpo. Elevo mi mano en tu dirección, y…
…y no pasa nada. Me quedo petrificado, mientras un aire gélido me envuelve. Caigo temblando, y no puedo evitar las lágrimas. Quiero gritar, pero ya no me atrevo. Sé que jamás volveré a sentir la magia, ni a ver a mi maestro…
-Duele, ¿sabes? Uno les coge cariño. Quizás me pasé con la prueba. ¿Qué tiene de inmoral buscar justicia?
-La hiciste bien. No buscaba justicia, sino venganza.
-Es que…
-Tú mismo lo dijiste. No podemos arriesgarnos a enseñar a otra Morgana, ¿verdad?
-Sí, pero cada vez somos menos. Temo que nuestro arte se pierda para siempre.
-Si ya no quedan personas puras, es que la Humanidad no lo merece.
-¿Alguna vez te has preguntado qué quedará de nosotros y de la magia?
-No lo sé. Leyendas, supongo.
-Es triste saber que nadie recordará nuestros logros, nuestros descubrimientos,…
-Ya, pero seguro que en esas leyendas se cuela una palabra.
-¿Cuál?
-Abracadabra.
Y las risas de los dos ancianos llenaron la noche.
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