Pocas veces había sentido tanto miedo como en esa ocasión, mientras se adentraba en la oscura y estrecha gruta. Lo habían visto volar sobre la Cordillera Roja y aterrizar sobre uno de los montes de la Laguna del Dragón. Su envergadura era imponente en el cielo. Por eso le temblaba el pulso, y sólo su fuerza de voluntad le hacía seguir adentrándose por la estrecha galería, sin que el pánico se adueñara de él.
La mujer de cabellos dorados que le acompañaba, parecía no sentir ni un ápice de terror. Él debía protegerla a toda costa. Lo juró por su mujer. Dio su palabra. Ella avanzó con paso lento pero decidido hasta una gran caverna sobre la que descansaba la enorme bestia y se quedó contemplándola llena de admiración. El hombre se interpuso entre ambos, levantó su hacha de combate y se escondió detrás del enorme hoplón adherido a la zurda.
El dragón parecía dormido. Su enorme cabeza descansaba sobre una de sus patas, mientras que su cola se enroscaba alrededor de su cuerpo. El guerrero continuó andando con cautela hasta situarse a unos pocos pasos. Un presentimiento le recorrió el cuerpo. El hombre bajó la guardia y envainó el hacha.
— Deja de fingir, sé que estas despierto.
La bestia alada abrió los ojos y cuando el tercer párpado, el llamado nictitante, se retiró, emergió un iris de un brillante amarillo metálico en contraste con una negra pupila con forma vertical, muy parecida a la de un gato. El dragón levantó su enorme cabeza y miró al extraño que se había aventurado en su guarida, sin perder de vista a la mujer de cabellos dorados.
— Es difícil ver a un hombre con esas cualidades. — Tronó una voz grave, que retumbaba en toda la galería. — O quizás no sea un hombre el que se estremece sólo con verme… — El hombre se mantuvo en silencio. — Normalmente, los osados que se atreven a entrar en mi guarida, — El dragón mantenía un tono sereno y calmado, como si aquello le aburriera e importunara. — no guardan sus armas cuando me ven. Dime pequeño hurón ¿Vienes en busca de fama? ¿Acaso es honor de caballero lo que quieres? ¿O simplemente son las escamas o los dientes de mi cuerpo lo que buscas?. Huelo a magia, — Ahora su tono comenzaba a ser amenazador. — la percibo a tu alrededor. No eres un simple guerrero. ¿Qué es lo que quieres… ¡Mestizo!?.
— Tu consejo. — Respondió tajante.
— ¿Consejo? — Rio airadamente, aquello había captado su atención. — Esto comienza a divertirme. A lo mejor debería de devorarte ahora mismo y no andarme con miramientos, no me gusta que me molesten cuando descanso. Te daré tu consejo, pero mide bien tus palabras, no me gusta demasiado perder el tiempo con tonterías.
— No soy el que ha venido a verte. — Dijo el hombre señalando a la mujer de cabellos dorados.
— Adelántate muchacha. — El dragón elevo su cabeza por encima de su cuerpo para poder apreciarla mejor. — ¡No voy a hacerte daño! A lo largo de mi solitaria vida no he encontrado a nadie que simplemente quiera conversar conmigo, y mucho menos aprovechar mis años de experiencia. Me agrada que me traten como a un sabio y no como a una bestia. — La mujer de cabellos dorados se le acercó muy lentamente hasta que se puso justo delante de él, tocándole. El dragón se estremeció con el calor que irradiaba la diminuta mano que se posaba sobre la punta de su cola.
— Quisiera…
— Antes de nada muchacha, he de decirte que los consejos son sólo eso, consejos. Es quien los pide quien debe discernir si seguirlos o no, para eso están al fin y al cabo. La sabiduría no radica en quien los da, sino en saber de quién recibirlos. — El reptil esperó a que sus palabras surtieran su efecto. — Puede que yo no sea el más apropiado para dártelo, pero aún así lo hare. — La mujer meditó unos instantes sus palabras.
— Soy una sacerdotisa de una diosa que… — Comenzó a decir. — La lucha que tienen los de tu especie… — La mujer no sabía cómo expresar el mensaje. — Los dragones que fueron domesticados para…
— Respira hondo muchacha e intenta tranquilizarte, sino esto se puede eternizar, y aunque mi paciencia es casi ilimitada, no es eterna. ¿Haz tu pregunta?.
— Sobre mis hombros recae la carga del destino de la guerra que pronto se desatará en Weirshad.
— Eso suena un poco desmedido ¿no crees?. — Respondió el dragón escéptico.
— Los hombres del valle han domesticado a tus congéneres durante generaciones. — La muchacha ignoró las últimas palabras de la bestia. — Ahora se enfrentan en una lucha celeste y sin sentido, controlados por seres inferiores.
— ¡Ah, esas lagartijas aladas!.
— ¿Qué los motiva a luchar?, no es su guerra…
— Tu misma lo has dicho.
— Pero tú no luchas en esta guerra. ¿Por qué?
— ¿Qué soy para ti?
— ¡Un dragón! — Respondió la muchacha con obviedad.
— Me refiero a si ves alguna diferencia en mí con respecto a mis hermanos.
— Sí, que tú eres mucho más grande que cualquiera de ellos.
— Todavía no soy para ti más que un dragón parecido a otros cien mil dragones. Y no te necesito. Y tú a mí tampoco me necesitas. No soy para ti más que un lobo parecido a otros cien mil lobos. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo. — El dragón suspiró hondo, desconsolado. — Y entonces tendrás algo que yo jamás podré soñar en mi solitaria vida…
— ¿Pero tú eres un ser racional?, no eres un perro que depende de su amo…
— ¿Ves como no soy el más indicado para darte consejos? Quizás deberías dirigirte al hombre que habla con las bestias. —
Dijo el dragón mirando al personaje que ahora descansaba, apoyando una pierna sobre una piedra.
— ¿Cómo lo sabes? — Le respondió sorprendido al dragón.
— ¿Cómo sabías que no estaba dormido? — Le contestó retóricamente.
— Aún no me has respondido, ¿Qué les impulsa a luchar a los dragones, cuando podrían dominar a su amo? ¿Qué les impulsa a luchar a unos seres racionales?, lo que nos diferencia de las bestias es la razón. — Le instó al dragón impaciente.
— Cuando alguien es domesticado pierde su libertad y deja de ser racional. Es muy simple muchacha: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. — El hombre recogió sus cosas dispuesto a irse. — A él aún no le han domesticado, es libre y vive como lo que es, un dragón. — La mujer de cabellos dorados miraba a la magnífica bestia sin perder un solo detalle de su silueta.
— Ves muchacha cómo no soy el más indicado para darte un consejo…
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