―Mabel, cariño, no te quedes atrás.
La mujer de larga y abundante melena blanca alentaba a su nieta a
continuar. Llevaban andando unas dos horas, habiéndose detenido
apenas cinco o seis minutos tras rebasar los límites de la comarca de
Lídea, la aldea al norte del lago Otamar. La adolescente, muy cerca
de cumplir los quince, estaba acostumbrada a las caminatas de su
abuela, siempre de un lado a otro en busca de diferentes hierbas para
la preparación de infusiones que debían calmar o curar algunos de
los males de todos aquellos que acudían a la mujer de avanzada edad.
No obstante, debía reconocer que ese día se estaban alejando demasiado.
―Abuela, ¿qué buscas que se encuentra tan lejos de casa?
―Tranquila ―dijo a la par que volvía el rostro y le dedicaba una
de sus afables sonrisas―; ya casi hemos llegado.
La ladera de la montaña por la que ascendían estaba repleta de rocas
asomando por la superficie y la mujer tenía que realizar algunos
breves rodeos hasta rebasarlas, siempre hacia el este. Así llegaron al
punto más alto, tantos metros por encima de su aldea que si esta se
encontrara a la vista apenas diferenciarían unas casas de otras.
Mabel se acercó a su abuela. Esta, de pie e inmóvil, observaba un
inmenso valle oculto entre montañas mucho más altas que la que
ellas coronaban. Ya a su lado, Mabel la imitó, recuperando el aliento
perdido mientras se fijaba en cada detalle del lugar, desconocido por
completo para ella.
Apenas había árboles en el valle, aunque los pocos que vio poseían
troncos altos y gruesos, agrupado el conjunto a un lado. El resto estaba
cubierto por un manto de hierba no muy alto, de un verde tan vivo
que a cualquiera le haría dudar de la estación otoñal en la que se encontraban.
Algunas rocas, también de considerable tamaño, surgían
del centro mismo de la depresión, rodeadas por un no muy caudaloso
río que cruzaba de norte a sur entre meandros de extrema sinuosidad.
Laria se fijó en los ojos de su nieta y se dio cuenta de que se movían
veloces mientras captaban cada detalle de lo que tenían al frente.
Siempre mostró una gran curiosidad por el mundo que la rodeaba,
desde muy temprana edad, algo que ella agradecía.
―Vamos. Sólo un poco más.
La mujer comenzó el camino de descenso sin atender a las palabras
de la muchacha, que no tardó en seguirla. Sin embargo, no avanzaron
sino un par de minutos más. Laria escogió una roca cuya parte
superior, algo por debajo de sus caderas, iba a servirle de asiento. A
su derecha, Mabel hacía lo mismo con otra algo más baja.
―¿Qué hemos venido a buscar, abuela?
―Algo de gran importancia, cariño. ―Pasó la palma de una mano
por su cabeza, atusando el cabello levemente revuelto―. Dime, ¿qué
te sugiere este lugar?
La chiquilla giró el rostro hacia los árboles y se detuvo unos segundos
en ellos antes de pasar a las rocas. Aunque cualquier otra persona
hubiese afirmado sentir cierta paz y serenidad en dicho paraje,
ella tenía otras sensaciones bien distintas.
―Me sugiere… sufrimiento. ―Los ojos de Laria se abrieron un
poco más y los extremos de sus labios se curvaron ligeramente hacia
arriba. No obstante, fue un cambio tan sutil que la niña no iba a notarlo―.
Este lugar agita mi interior. No es una sensación agradable.
―Me gusta esa especial sensibilidad que demuestras, cariño.
Siempre lo hizo, por eso te he llevado conmigo allá a donde fuera,
pidiendo tu opinión sobre cualquier cosa, procurando mantener viva
esa curiosidad que bulle de tu interior.
»En efecto, este en apariencia tranquilo paraje esconde un secreto
al cual la inmensa mayoría de las personas no podrá acceder en su
vida. Tú, al contrario, sí eres capaz de advertir que algo no va bien,
que sucede algo extraño.
―Y… ¿qué es? ¿Cuál es ese secreto?
La mujer echó un vistazo al frente, acción que imitó la más joven.
No obstante, Laria, a ratos, observaba de reojo a su nieta, atenta a sus
reacciones ante sus palabras.
―Livasa está repleta de leyendas, a cuál más increíble. Una de estas
ubica una reliquia del pasado en algún lugar de estas tierras, un
objeto al que se le atribuye una poderosa magia.
―Una poderosa magia… ―susurró Mabel, que frunció el ceño. Su
abuela, a pesar de haberla escuchado, continuó hablando como si no
lo hubiese hecho.
―Existen numerosos rumores acerca de lo que es capaz de realizar
dicho objeto, aunque los más extendidos versan sobre poderes
que harían invencible a la persona que se hiciera con él. Es la razón
por la que muchos se obsesionaron con su búsqueda, alentados, además,
por las historias contadas en montones de libros repartidos por
el mundo.
―¿Es verdad? ¿Existe ese objeto?
Laria guardó silencio durante algunos segundos, acrecentando la
curiosidad de su nieta.
―Algunos estudiosos de esos antiguos tomos afirmaron con rotundidad
que esa reliquia se encontraba en un valle que muy pocos
conocían, alejado de toda población y en un lugar de poco provecho
por el que nadie se interesaría. Sin embargo, al contrario de lo que
muchos habrían hecho, esos eruditos no marcharon en su búsqueda.
En su lugar, interesados en una confrontación entre los distintos reinos
de Endina, acudieron a los reyes de dichos territorios y les vendieron
esa información.
»Como cabría esperar, los monarcas se pusieron manos a la obra
de inmediato y formaron, cada uno, un enorme contingente con el
que vencer al poderoso demonio que custodiaba el objeto.
―¡¿Hay un demonio en el valle?!
―No, cariño ―rio Laria―. Esa fue la mentira que forzaría a los
reyes a mandar una gran cantidad de soldados. De ese modo, fueron
cinco los ejércitos que se juntaron en este valle, dispuestos a luchar,
fuera contra un demonio u otros soldados, por el objeto que se les ordenó
llevar a su correspondiente monarca.
―Pero abuela, ¿qué reinos eran esos?
―Como ya te he dicho, los que descubrieron la ubicación de la reliquia
querían una confrontación entre todos los reinos. Y la lograron.
En este valle se produjo un terrible enfrentamiento del cual apenas
sobrevivieron unos pocos soldados; los que informarían de todo lo
aquí acontecido a sus respectivos reyes. Estos, desconcertados al
creerse los únicos con la información de los eruditos, pensaron en la
existencia de espías entre sus súbditos, tras lo cual declararon una
guerra abierta en todo el continente.
»El enfrentamiento duró poco más de tres años, hasta que sólo
quedó uno. No obstante, aquel que se alzó victorioso quedó tan debilitado
que se vio fragmentado en diferentes territorios, los cuales decidieron
aislarse de los demás. Así, tal y como esos estudiosos planearon,
la batalla en este valle dio comienzo al fin de todos los reinos
de Endina.
Mabel había fijado sus ojos en los de su abuela durante el último
minuto, pero enseguida los devolvió al valle, el cual creaba poco a
poco un mayor embrujo en ella.
―¿Qué era ese objeto que vinieron a buscar?
―¿Me preguntas qué era lo que los eruditos les dijeron a los reyes
o de qué se trataba en realidad? ―La pregunta intrigó aún más a Mabel,
que no necesitó articular palabra alguna para que su abuela continuara―.
Las leyendas hablaban de una especie de cetro que hacía
realidad casi cualquier deseo del que lo portara, desde crear una barrera
invisible que le protegiera de posibles agresiones hasta el lanzamiento
de proyectiles de cualquier tipo. Se decía que incluso podía
reducir a polvo una montaña en apenas unos segundos.
»Imagínatelo. Para un rey que ambiciona cada vez más poder, ¿no
es algo por lo que merece la pena arriesgar la vida de tantos soldados,
incluso por lo que iniciar una guerra en la que podría perderlo
todo? De ganarla, no habría nadie que se interpusiera en su camino,
no habría nada que no pudiese tener o conseguir.
»Mira esa loma. ―Laria señaló con un brazo una elevación por
encima del grupo de árboles, lugar hacia el que Mabel dirigió la mirada―.
¿No puedes verlo? Decenas de caballos blancos, negros y
marrones descendiendo a toda velocidad hacia el río, con soldados de
reluciente armadura sobre ellos intentando que sus gritos suenen por
encima del resto.
»¿Y al lado contrario? ―Mabel volvió la cabeza hacia la izquierda,
siguiendo una vez más la dirección indicada por su abuela―.
Una multitud de soldados con sus lanzas apuntando al frente, dispuestos
a ensartar en ellas a cuantos enemigos tengan al alcance.
La muchacha giraba el rostro a un lado y a otro mientras Laria
describía la batalla sucedida hacía tanto tiempo. De la cima de las
montañas pasaba su mirada a lo alto de las rocas, donde buenos arqueros
se habían apostado para disponer de una mejor posición en su
búsqueda de nuevos blancos; de aquí a los árboles, entre los que luchaban
soldados diferenciados por armaduras de distintos estilos; de
estos a campo abierto, donde la sangre teñía de rojo la hierba del suelo,
así como el río comenzaba a arrastrar los numerosos cuerpos sin
vida que habían caído en él. Se trataba de un espectáculo dantesco,
una trampa mortal para tantos hombres y mujeres abocados a la pérdida
de su más preciada posesión a causa de la ambición de alguien
que nunca comprendería el terrible error que había cometido al mandarlos
a dicho lugar.
Laria no perdía detalle de su nieta. Sus ojos se movían con rapidez,
sin detenerse más de cinco segundos en cada nuevo lugar observado.
Quizá fuera la fuerza que imprimió a sus palabras o que la imaginación
de la chiquilla le llevara a contagiarse de la esencia impregnada
en el valle, del residuo de tanto dolor entre sus montañas. Sin
embargo, Laria la había llevado hasta allí con un propósito y su reacción
no le estaba defraudando.
―Mabel, ¿cuál era el objeto que había en realidad en el valle?
La muchacha fue cogida por sorpresa por la voz de su abuela, la
cual se había quedado en silencio los últimos minutos. La miró fijamente
a los ojos, tragando saliva mientras en su cabeza procuraba
aclarar las ideas. Se sentía nerviosa, agitada. No comprendía de qué
iba todo aquello y la pregunta que acababa de formular no le ayudaba
a entenderlo mejor.
Mabel no abrió aún su boca. Su mirada regresó al campo de batalla,
hacia un suelo que debió retumbar al trote de los caballos, con
cada rodilla hincada en tierra, tras cada nuevo peso muerto producto
de algún mortal tajo donde la sólida armadura no protegiera al soldado.
Una vez más, revisaba cada accidente del terreno y creyó incluso
oír los golpes metálicos de armas chocando entre sí, los gritos ahogados
por gargantas que dejaban escapar el alma del muerto junto al último
suspiro, hasta el llanto de alguno que no daba crédito a sus ojos
mientras veía a su alrededor los cadáveres de viejos compañeros y
aún mejores amigos.
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas. Su corazón se había
empapado de la tristeza del lugar y un terrible nudo se formó en su
garganta, amenazando no dejar pasar el mínimo de oxígeno demandado
por sus pulmones. Aún así, levantó la barbilla hacia donde se
encontraba su abuela, que aún esperaba una respuesta.
―El objeto… ―susurró con dificultad, aunque se esforzó en lograr
que sus siguientes palabras sonaran a mayor volumen y mucho
más claras―. ¿Una urna?
La propia Mabel se sorprendió por la respuesta que acababa de
dar, consciente de que en realidad no debía tener forma alguna de saberlo.
Sin embargo, dicho objeto se materializó de repente en su cabeza,
como si en algún momento lo hubiera visto y fuera ahora cuando
tomaba consciencia de ello. Laria, muy al contrario, se sentía
complacida.
―Puedes verlos, ¿verdad?
La muchacha movió lentamente su cabeza de arriba a abajo, en un
mudo sí al que respondió su abuela con una amplia sonrisa.
―Lo sé, por eso te he traído hasta aquí.
―Pero… No lo entiendo.
―Mi niña, no te asustes. Se trata de una habilidad que posees desde
siempre, aunque tu madre se esforzó en hacer que lo ignoraras.
―¿Que lo ignorara? ¿Por qué? Y, ¿por qué soy capaz de verlos?
¿Por qué ahora?
―Shhh… Tranquilízate ―le dijo con voz calmada―. No es malo
que puedas verlos; eso te hace especial, como muy pocas personas ha
habido en este mundo.
―¿Tú los ves?
―Sí, los veo.
―Y mi madre…
―No, cariño. Al menos, no cuando te tuvo, aunque sí de niña. A
ella le asustaba esta habilidad y decidió no ver. De hecho, tras comprobar
que, con pocos meses, te quedabas embobada mirando hacia
lugares donde en realidad no debía haber nada, hizo lo imposible por
evitar que desarrollaras tu sensibilidad.
―¿Pueden verme ellos?
―Sólo si tú se lo permites.
―Entonces, no pueden hacernos daño.
―¡Claro que no, mi niña! Es algo que quise hacerle entender a tu
madre, pero se negó a escucharme. Por supuesto, cuando descubrió
que tú también poseías esta habilidad, me prohibió que te ayudara a
hacerla crecer.
Mabel guardó silencio unos segundos, con su mente revuelta en un
torbellino de ideas y preguntas que no le permitían aclararse. Al frente
veía a los soldados combatiendo, a los asustados caballos dando
coces a todo el que se le acercaba y las flechas surcando veloces la
distancia a recorrer desde el arco hasta su objetivo. Los gritos, lejanos
ecos que se hacían más notorios allá donde centraba sus ojos, le
obligaron a volverse de nuevo hacia su abuela.
―Y cuando ella murió…
―Todos lamentamos la muerte de tu madre, y yo más que nadie;
¡era mi hija! Pero la vida continúa para aquellos que seguimos aquí,
así que te acogí bajo mi tutela e hice lo que creí mejor para ti.
―Pero no recuerdo haber visto antes a ningún…
Los labios de la joven se mantuvieron separados, aunque ninguna
otra palabra siguió a la última pronunciada. Laria decidió completar
su frase.
―A ningún espectro. Cariño, es muy difícil recuperar esta habilidad
a medida que una persona crece, pero estaba segura de que tras
estos siete años conmigo, comprendiendo que el mundo no se limita
a lo físico que nos rodea, podrías ver una vez más. Para ello, pensé
que este valle y la fuerza del fenómeno que en él se desarrolla te ayudarían
a conseguirlo. Los cinco ejércitos te devolverían tu habilidad,
una habilidad que casi hemos perdido los humanos. De hecho, no conozco
a nadie más, a parte de nosotras, que la posea.
―¿Nadie más?
―Nadie.
―¿Y es importante? Es decir… ¿por qué te preocupaste de que la
recuperara?
―Porque tenemos una responsabilidad con ellos, mi niña. ―Laria
puso una mano sobre su cabeza, como hacía un rato―. Poseemos
este don para ayudarles.
La muchacha frunció el ceño y se mostró confusa. Ante la súplica
de sus ojos por más detalles, Laria decidió ser más concisa.
―Cariño, mira la urna. ―Mabel hizo caso y dirigió sus ojos hacia
las rocas del centro de la depresión. Allí vio nuevamente el objeto
nombrado, una especie de jarrón de perfecta forma circular cuya altura
no superaba las rodillas del arquero más cercano, de boca ancha
y con un par de sencillas asas a los lados. Le dio la impresión de estar
hecho de barro, decorado con dibujos o formas de un rojo intenso
que no acertaba a distinguir desde su ubicación―. Fue depositada
aquí por los mismos eruditos que afirmaban haber encontrado la reliquia
de las leyendas. Desde luego, formaba parte de un plan mayor,
del cual nadie tenía, ni tiene, conocimiento.
»La dejaron en este valle conscientes de que no les costaría convencer
a aquellos reyes de que enviaran a tantos soldados. Muchos
de estos morirían, lo que suponía un doble valor para sus intereses.
Por un lado, conseguirían que los monarcas se enfrascaran en una
guerra global en Endina. Por otro, en esa urna acumularían las almas
de aquellos que iban a morir en el valle.
―¿Sus almas? ¿Para qué?
―Nadie lo sabe, aunque aquí fallecieron muchos más de los que
en realidad necesitaban, pues todos esos que ves luchando en esta
guerra sin fin siguen aquí porque no fueron absorbidos por ese objeto
mágico. Aún más, sólo nosotras podemos verlo; los soldados nunca
fueron conscientes de su existencia, invisible a sus ojos e inmaterial
a sus pasos.
Mabel fijó su mirada en la urna y se sorprendió de ver que los arqueros
la atravesaban una y otra vez mientras corrían sobre las rocas.
Aún sin pertenecer al mundo de los vivos, las fantasmagóricas presencias
respetaban cada elemento del paisaje como si sus cuerpos
aún poseyeran la ya perdida solidez, aunque no hacían lo mismo con
ella. No obstante, aún más extraño le pareció comprobar, por vez primera
desde que los observara, que los caídos se levantaban al poco
de haber sido derribados, reanudando la lucha en el punto en el que
la habían dejado.
―No lo entiendo. ¿Qué hacen aquí?
―El poder de la urna influye en ellos, privándoles de avanzar hacia
el siguiente estado tras su muerte. Pero, como ya te he dicho, estos
no son necesarios para los misteriosos planes de los eruditos. Por
eso siguen en el valle, haciendo aquello que les ordenaron cuando
aún vivían.
La chiquilla observó cómo algunos soldados cercanos se batían
con espadas. En el pequeño grupo estaban representados los cinco
ejércitos y sus combatientes pugnaban por vencer mientras procuraban
no quedar al descubierto de otros que corrieran por su espalda.
Uno de ellos recibió una profundo y mortal corte horizontal por encima
de las caderas y cayó hacia delante. Lo más extraño para Mabel
fue su impresión de que aquel hombre, en su caída, la miró directamente
a los ojos, lo que le hizo dar un leve respingo sobre la pequeña
roca en la que estaba sentada.
―Cariño, sé que no es algo agradable de ver ―añadió Laria al ver
la reacción de su nieta ante semejante espectáculo―, pero no están
muriendo realmente; ya lo hicieron hace mucho tiempo.
Mabel se dio cuenta al instante de que su abuela no había entendido
la razón por la que se había sorprendido y decidió no comentar
nada sobre ello, tan sólo asintió a sus palabras. Sin embargo, no le
quitó ojo al caído, el cual se puso de rodillas al cabo de un minuto,
listo para reanudar el combate una vez más. Y también en esta ocasión,
mientras se incorporaba, echó otro vistazo a la joven, aunque
enseguida volvió a prestar atención a los que le abordaban. Laria, no
obstante, se encontraba mirando hacia otro lugar, por lo que no podía
haberse percatado de este detalle.
El soldado levantó la larga espada sobre su cabeza y detuvo la que
se dirigía veloz hacia él. Repelido el ataque, se mostró rápido al golpear
a un segundo adversario en la cara con el codo del brazo libre y
aún tuvo tiempo para detener un nuevo sablazo del anterior, este a la
altura de la cintura. Ahora, centrado en un único rival y demostrando
una mayor agilidad, no le costó doblegar al que antes lo mandara al
suelo de bruces, terminando por enterrar su arma en el pecho descubierto
del enemigo. Una tercera vez, el hombre miró fijamente a Mabel
a los ojos, en apariencia extrañado de verla allí.
―Abuela, ¿de verdad no pueden vernos?
―No, mi niña.
―Entonces… ¿De qué forma podemos ayudarles?
En los ojos de Laria surgió de pronto un leve brillo que Mabel no
llegó a apreciar.
―¿Recuerdas aquella vez que me preguntaste por qué uso ropas
tan anchas y de tan variados y vivos colores?
Mabel miró de forma instintiva su vestimenta y en efecto volvía a
llamarle la atención que en cada manga pudiera caber su propia cintura,
aunque debía reconocer que ella era una chica bastante delgada.
Además, las formas irregulares del dibujo registraban todos los colores
conocidos, sin olvidar uno sólo.
―Sí. Me dijiste que se debe a la tradición de nuestra familia, aunque
ni yo ni mi madre hemos vestido de esta forma.
―Estas son las ropas con las que nos identifican en la aldea y hace
mucho tiempo que se vienen usando en nuestra familia. Cada nueva
generación ha ido heredando los conocimientos de la anterior, estos
cada vez mayores tras nuevos estudios y experiencias. Por eso los habitantes
de Lídea y otras comarcas de alrededor han acudido siempre
a nosotras cada vez que tenían algún problema, ya fuera de salud o…
con fenómenos extraños en sus casas o terrenos. No sólo me encargo
de entregarles remedios que hayan de sanarles; también les libro de
estas presencias, a las cuales ayudo a abandonar nuestro mundo.
―¿Y vas a ayudar a estas? ―Mabel pronunció sus últimas palabras
mientras de reojo echaba un nuevo vistazo al soldado que de vez
en cuando centraba en ella su mirada, combatiendo el resto del tiempo
contra sus adversarios y levantándose cada vez que era derribado.
―Para eso estamos aquí, cariño.
―Pero, si no pueden vernos, ¿cómo les ayudas?
―De esta manera.
Laria se incorporó y se acercó al grupo que tenían más cerca. En él
combatían once soldados, entre los cuales se encontraba el que llamaba
la atención de la chiquilla. Este no dio la impresión de haber
notado la presencia de la mujer, a la cual parecían atravesar de la
misma forma que los arqueros a la urna.
Tras elegir a uno de ellos, levantó una mano y la puso sobre su cabeza.
El que tocó dejó de moverse al instante, lacio su cuerpo mientras
el resto de los soldados se olvidaba de él, como si hubiera desaparecido.
―Yo te libero ―dijo Laria en voz alta―. Márchate, inicia el camino
hacia el lugar al que perteneces.
El cuerpo semitraslúcido del soldado comenzó a emitir una luz
blanca intermitente que parecía surgir del pecho, un resplandor ligeramente
molesto para Mabel. Esta vio cómo el tiempo entre la aparición
y ausencia de la luminosidad era cada vez menor, hasta que la
luz pareció establecerse de forma perenne en el espectro. Pocos segundos
después, este soltó un desgarrador alarido a la par que comenzaba
a desaparecer de la vista de la joven, en una especie de agónica
segunda muerte que para Mabel duró toda una eternidad. Finalmente,
ante los ojos llenos de tristeza y pavor de la chiquilla, el soldado
desapareció por completo.
―¡¿Qué le has hecho?! ―gritó dejando a las claras su disconformidad
con lo sucedido.
―Mandarle a donde debe estar.
―¡Pero he notado su sufrimiento! ¡Ha sido horrible!
―Cariño, era necesario. Necesitan nuestra ayuda.
―¡¿Nuestra ayuda!? ¡Nunca podría haber imaginado esto! Dime,
¿alguna vez mi madre te vio hacerlo? Porque, entonces, entiendo que
no quisiera saber nada de este don.
―Sí, lo vio ―se apreció una pizca de rabia en la respuesta de Laria―.
Sé que parece terrible, pero tenemos la obligación de hacerles
continuar su camino. Es nuestra responsabilidad. No podemos eludirla.
―¿No podemos? ¡Yo no quiero hacerlo! ¿Es que no lo sientes?
¡¿No sientes cómo sufren?!
―¡Niña, no me vengas con las mismas tonterías que tu madre!
―exclamó a medida que se acercaba a la muchacha―. A ella no le
aguanté ninguna y tampoco voy a aguantártelas a ti.
―¿Que no le…? ¡¿Le hiciste tú algo a mi madre?!
La mirada de Mabel cambió radicalmente, a la par que Laria se
daba cuenta del alcance de sus palabras y buscaba en su cabeza otras
muy distintas que consiguieran calmar a la joven.
―¡No…! Mabel, ya sabes que fue un oso el causante de su muerte.
¿Cómo puedes siquiera pensar que yo… que yo pude hacerle algo?
Mabel se levantó del que era su asiento y comenzó a andar a un
lado, sin reducir ni ampliar la distancia con su abuela. Su voz, desde
luego, había tomado una cariz muy distinto al de hacía sólo unos minutos.
―¿Qué le hiciste? ―dijo entre dientes.
―Mabel, vamos… No tuve nada que ver con su muerte.
―Ella se negó a hacerles lo que acabo de ver y eso te enfureció,
¿no es así?
―Yo… Sí, vale. Es cierto que se negó, y también que me enfadé,
pero no la maté.
―¡Mientes!
―No, cariño. No te miento.
―¿Tampoco me mientes en eso de que no nos ven?
La última de sus frases desconcertó a Laria, consciente de que se
refería a los espectros que les rodeaban.
―¿Acaso…?
―¿Dime ahora mismo qué es lo que le hiciste? ―La muchacha
repitió su pregunta en un tono amenazador, pero no obtuvo respuesta.
Por ello, se olvidó por un momento de su abuela y echó un vistazo al
soldado que la observaba. Este, aún más extrañado que antes ante la
dureza de la mirada de la chiquilla, ignoró al que en ese momento luchaba
con él y dio un par de pasos en dirección a la joven. En su rostro,
de pronto, se apreciaron nuevos gestos de sorpresa. El espectro
miró hacia todas las direcciones, miradas furtivas similares a las que
Mabel realizara sobre cada uno de los elementos que formaban el valle.
La muchacha entendió que aquel soldado acababa de tomar conciencia
de que la batalla entre los cinco ejércitos no era real, quizá incluso
que ya no pertenecía al mundo de los vivos.
―Mabel, tranquilízate, ¿quieres? No puedes dejar que esto te
afecte.
―¿Que no me afecte? ¡¿Cómo pretendes que lo haga?! Lo que
acabas de hacer es algo horrible. Si hay que lograr que avancen, estoy
segura de que habrá otro modo. ¡Tiene que haberlo!
―No, mi niña; no lo hay. Este es el único medio.
―Entonces, no quiero hacerlo.
Laria, ante dicha afirmación y la completa seguridad en su voz,
mostró un rostro lleno de ira, como Mabel ni siquiera hubiera imaginado
posible en la mujer que tan bien creía conocer.
―Me decepcionas, Mabel. Igual que tu madre…
La mujer de melena blanca arrugó la frente y apretó la mandíbula,
momento en el que el soldado se abalanzó hacia la joven. Esta, por
un instante, pensó que podría seguir alguna orden de su abuela, pero
la patente sorpresa en Laria al ver entre ambas al espectro le dejó claro
que no era cosa suya.
Mabel se agachó y distinguió de reojo, a su espalda, la hoja de un
enorme hacha perteneciente a otro espectro, al cual se enfrentó el que
había corrido frente a ella. Las fantasmales armas volaron en ambos
sentidos en busca de rasgar el lugar ocupado por el rival, experimentados
combatientes que, aún perdida su forma corpórea, demostraban
una fiereza y una destreza difícil de igualar.
La muchacha gateó unos pocos metros hasta alcanzar una prudente
distancia lejos del alcance del hacha y sólo entonces se fijó en el espectro
que la atacó. Era muy distinto a cualquiera de los que había
visto en el valle, con vestimentas ajadas, más alto y musculoso que el
que partió en su ayuda y con muchas cicatrices tanto en el rostro
como en los brazos, desnudos estos desde las manos hasta los hombros.
La batalla no duró mucho, alzándose vencedor el soldado tras degollar
al fantasmal guerrero. Curioso fue que la cabeza segada no cayera
al suelo y que el hueco formado entre esta y el tronco volviera a
cerrarse a los pocos segundos. Sin embargo, a pesar de que aparentemente
podría continuar luchando como si nada hubiera ocurrido, el
espectro apoyó el largo mango del hacha en el suelo, así como una de
sus rodillas mientras bajaba el rostro en dirección a sus pies. El soldado,
por su parte, miró a Mabel a los ojos y asintió con la cabeza.
Con ello, le hizo entender que todo estaba bien, que no debía preocuparse
por el guerrero.
―Cómo… ¿Cómo puedes controlarlo? ―preguntó una desconcertada
Laria―. No puede ser… No puedes controlarlos tan rápido.
―¿Es esto lo que hiciste con mi madre? ―le ignoró Mabel―.
¡¿Con tu propia hija?! ¡¡Confiésalo!! Usaste a un espectro contra ella
sólo porque no quiso seguir tus pasos, ¿verdad? Y… también porque
no te dejó que hicieras de mí lo que no pudiste con ella.
―Pero… Cariño, es nuestra responsabilidad…
―¡Calla! ¡No vuelvas a decir que es nuestra responsabilidad, porque
no lo es! Tú… ¡Tú mataste a mi madre!
―¡Mabel, espera! Necesitaba a alguien que me sucediera. ¡¿Es
que no lo entiendes?! Una vez que yo muera, si nadie les hace continuar
su camino… ¿Qué pasará con ellos? ¿Y con el resto del mundo?
Lo llenarán y todos tendrán problemas.
―No tenías por qué matarla. Y tampoco a mí. ―La voz de la joven
parecía ahora más calmada, aunque en realidad se sentía cansada,
dolida… Se giró entonces hacia el que mantenía una rodilla en tierra―.
Levántate. ―El guerrero se incorporó, aún con la cabeza gacha―.
¿Volverás a atacarme? ―El espectro se limitó a dar un mudo
no girando a ambos lados el rostro―. Bien. Los dos, ¿podéis traerme
a más como vosotros? ¿Podéis sacar de ese terrible bucle a los soldados
del valle? ―No recibió mayor respuesta que la veloz carrera de
ambos hacia los espectros del valle.
―¿Y qué harás ahora? ―exigió saber Laria.
―Si es cierto que han de avanzar hasta un siguiente estado, buscaré
la forma correcta de que hacerlo.
―¡Vaya! Entonces, ¿te embarcarás en un viaje de peregrinación?
―Eso no te incumbre.
―No, no me incumbre. Márchate. ¡Eso, vete! Pero no quiero volver
a verte.
―No te preocupes; no volverás a hacerlo.
Mabel se quedó mirando algo por detrás de su abuela, con una triste
sonrisa en su rostro. Laria se giró y descubrió una legión de espectros
que avanzaba veloz hacia ella. Al llegar a su altura, algunos la
atravesaron, como si no estuviera allí realmente. Se detuvieron a pocos
pasos de Mabel, con el soldado que la defendió a la cabeza.
―Dime, Laria. ¿Sólo son órdenes lo que le dabas al guerrero o
también escuchabas lo que tuviera que decir?
―Sólo órd… Espera, ¿oyes su voz? ―pero no recibió respuesta, lo
que la impacientó sobremanera―. ¿Los oyes? ¡¿Los oyes?!
A una orden de Mabel, que Laria no llegó a entender, los espectros
se dispersaron, formando un círculo alrededor de ambas. Entonces, la
joven se acercó lentamente a su abuela, con gruesas lágrimas recorriéndole
las mejillas.
―Sí, les oigo ―dijo cuando apenas quedaba un par de metros entre
ellas―. Tu guerrero, que ya no es tuyo, me ha revelado que lleva
mucho tiempo siguiendo tus órdenes. No siente empatía por otros espectros,
así como tampoco por las personas vivas, aunque la soledad
sí es algo que le duele, y contigo, al menos, esta era levemente mitigada.
Pero también me ha dicho algo que necesitaba saber…
―¿El qué? ―respondió con un nudo en la garganta, mirando de
reojo a ambos lados, a los espectros que no le quitaban ojo de encima.
Allí se encontraba la práctica totalidad de los que aún se enfrentaban
en el valle, unidos los cinco ejércitos bajo el mandato de Mabel.
―Que él, a una orden tuya, atacó a mi madre. Sin embargo, no
murió a causa de su hacha. ―La joven se acercó aún más a la mujer,
llevando sus labios junto a los oídos de esta―. Tuyo fue el golpe final;
tuya la mano que enterró el puñal en su corazón.
Mabel se retiró lentamente hacia atrás, con la mirada nublada por
el exceso de lágrimas.
―Era… Era nuestra responsabilidad. Mabel… Es obligación nuestra…
La muchacha se dio la vuelta y pronunció unas escasas palabras
tras las cuales los espectros se abalanzaron hacia Laria. No se dieron
prisa en acabar con su vida, deleitándose con la realización de cientos
de pequeños cortes, tanto superficiales como internos, mientras
los gritos de ella se fueron apagando con extrema lentitud.
Una vez que el corazón de la mujer dejó de latir y toda muestra de
vida se hubo disipado, los espectros se retiraron. Mabel miró hacia
donde debía encontrar el cadáver de su abuela y sobre él vio una
imagen calcada de la misma, a todas luces perteneciente a un mundo
distinto del de los vivos. A dicha alma se acercó, no siendo hasta el
momento en el que se dirigió a ella cuando esta se percató de la joven.
―Dime, Laria. ¿Cómo se siente estando al otro lado?
La nombrada quiso decir algo, pero no encontró las fuerzas para
pronunciar palabra alguna. Aún así, en la cabeza de Mabel se materializó
todo aquello que su abuela hubiese querido decir.
―Sí, ya supuse que debía sentirse raro. Pero, ¿sabes qué? Yo puedo
librarte de eso.
Con el ceño fruncido, Mabel puso una mano sobre la cabeza del
nuevo espectro y le ordenó avanzar.
―¡Vete, Laria! ¡Y siente lo que otros sufrieron por tu culpa!
Mabel observó el mismo espectáculo de luces de antes, sintiendo
un leve cosquilleo en la mano con la que mantenía el contacto con
Laria hasta que esta desapareció entre terribles alaridos.
Una vez finalizado el avance de su abuela, la joven se obligó a desechar
de su mente cualquier pensamiento sobre la misma y se dirigió
hacia la urna. Cuando al fin llegó hasta la roca en la que se encontraba,
se encaramó a lo alto, no costándole demasiado. Ya junto a
al objeto mágico, acercó una mano a uno de los asas y tiró hacia sí
sorprendiéndose de que no pareciese pesar un sólo gramo.
Ahora que la tenía tan cerca, comprobó que los dibujos representaban
a algunas extrañas criaturas, curiosas mezclas de varios animales.
Poco más le interesó de la misma cuando observó que el interior
estaba vacío. Si en algún momento había contenido almas, estas ya
no se encontraban en su interior y, posiblemente, la urna ya había
cumplido el fin para el cual fue depositada en dicho lugar. Por ello, la
dejó caer desde el borde de la enorme roca, rompiéndose en varios
pedazos, para su asombro, al contacto con el suelo.
Mabel levantó la cabeza y observó el ingente número de espectros
que esperaba sus indicaciones. ¿Qué iba a hacer con ellos? No estaba
segura, aunque algo le decía que debía buscar un mejor método que
el de su abuela para hacerles avanzar. Quizá si fuera buena idea realizar
un viaje a través de los continentes de Endina y Basina para hacerse
con la información que precisaba, por lo que la siguiente pregunta
debía ser: ¿por dónde empezar la búsqueda?
¿Quieres más relatos de fantasía? Descubre a otros autores de fantasía en el Proyecto Golem