Oct 302015
 
 30 octubre, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  Sin comentarios »

En una ciudad costera de la península de Iberia hacia finales del siglo XI.

El frío aire de la noche le golpeó el rostro hinchado al abandonar la taberna. Achicó los ojos hasta reducirlos a meras rendijas y oteó la calle en busca de la mujer. La vio justo doblando una esquina al abandonar la calle principal.

Conocía perfectamente aquellas callejuelas estrechas y mal iluminadas. Parecía que le iba a simplificar el trabajo. Sin demorarse más, se encaminó hacia la calleja subiéndose los calzones de sarga con la mano izquierda mientras con la derecha se apoyaba en el muro de adobe para no perder el equilibrio.
Dobló el recodo con un forzado giro. A lo lejos, entre la penumbra, vio la capa oscura que se alejaba. La noche estaba despejada y las lunas alumbraban lo suficiente entre los aleros de los tejados para mitigar las sombras en aquella vía carente de braseros. A paso ligero la cogería pronto, sin necesidad de correr. No quería espantarla.

El gélido ambiente invernal le estaba despejando rápidamente de los efectos del aguardiente, y sus botas roídas avanzaban cada vez con más firmeza y velocidad. Cada zancada que daba le acercaba un poco más a ella. Pero la condenada, aunque no miraba hacia atrás, parecía querer escaparse en cada esquina.
Era una mujer demasiado enjuta para su gusto. No tenía curvas; ni buenos pechos ni culo abultado se adivinaban bajos sus ropajes. Su rostro tampoco le había parecido muy agraciado, pero sus ojos… Su mirada sí había cautivado su atención. Después de la camarera gorda como una vaca de la semana pasada seguro que la cosa solo podía mejorar. Sentía cómo se iba excitando solo de imaginarse la situación.

Relatos de Fantasía - Ajetreo Puerto

Nadie decente caminaba ya por los aledaños del puerto. Una señorita sola, aventurada a esas horas por la ciudad, debía saber que estaba expuesta a grandes peligros. Tanteó el cuchillo que escondía debajo del blusón. No parecía que tuviese que utilizarlo, pero tampoco tenía reparos en ello.
El agua sucia que corría por el embarrado suelo de la calleja se había congelado y le hizo dar un traspié. A punto estuvo de caer torpemente contra la pared. Cuando devolvió la mirada al frente había perdido a su objetivo. Aceleró el paso nervioso hasta el primer recodo y volvió a ver la capa parda alejándose, lenta, pero constante. La impaciencia se apoderó de él y comenzó a acelerar el paso decidido a dar caza a la mujer, que seguía internándose en la telaraña de callejuelas de los almacenes del muelle. Debía hacerlo lo antes posible o llegaría al puerto y ya no tendría oportunidad.

«Seguro que es una furcia. Va bien dada la muy puta si piensa cobrarme por sus servicios. No voy a pagar ni una moneda de cobre. Que no me hubiese mirado así en la taberna. Si por lo menos fuese más atractiva, lo consideraría… ¡Que se dé por pagada si no la destripo!»

Dio los últimos trancos casi corriendo para cogerla del hombro.
─Ven aquí amorcito. Vas a saber lo que es un hombre de verdad ─le dijo en un grosero susurro mientras la empujaba con brusquedad contra la pared.

La mujer quedó con la espalda sobre el muro de madera, aprisionada por el orondo cuerpo del hombre. Una de sus manos le sujetaba por la muñeca y la otra le tapaba la boca.
─Vamos a hacer esto sencillo y rápido, y podrás irte a tu casa antes de que amanezca. Si es que tienes casa. Si te resistes, te dolerá. Si te portas bien, tal vez te deje vivir…

La mujer se quedó inmóvil mirándole a los ojos, sin forcejear demasiado, y sin gritar cuando retiró la mano de su cara para bajarse los calzones y desgarrarle la falda.
─Ya decía yo que eras una ramera. Me gusta más cuando os resistís un poco y chilláis asustadas ─le dijo antes de lamerle la mejilla.

No había terminado el grosero trayecto de su lengua cuando sintió un fuerte dolor en la entrepierna. La mujer le propinó un rodillazo al confiado agresor y le empujó sobre unas cajas apiladas tras él. El hombre se recompuso irguiéndose sorprendido y cabreado.
─¡Te avisé que podía ser por las buenas! ─amenazó blandiendo su cuchillo─. Para lo que te quiero me sirves tanto viva como muerta.

Se abalanzó sobre la mujer con el puñal en alto para ponérselo sobre el cuello y forzarla a obedecer. Lo que recibió a cambio fue otra patada en el estómago que volvió a derribarlo al suelo. Se levantó furioso y dolorido, cambió la empuñadura y se abalanzó sobre ella dispuesto a apuñalarla.
Escuchó a la mujer murmurar en lo que le parecía un idioma extranjero justo cuando estaba armando la hoja. Una luz blanca surgió súbitamente de las manos de la mujer. Sintió como le quemaba el cuerpo y un tremendo impacto que le lanzó sobre el barro calle arriba.
Quedó tumbado sobre la espalda, aturdido, le dolía el pecho con cada acelerada respiración. Levantó la cabeza para ver cómo la mujer se acercaba con pasos muy lentos, hablando para sí cosas ininteligibles. Intentó retroceder sobre sus codos como una sabandija, pero apenas pudo hacer el gesto de intentarlo ante el dolor que le inundaba el cuerpo con cada movimiento. El miedo comenzó a crecer rápidamente en su interior al sentirse inmóvil e indefenso. No tenía ni idea de a dónde había ido a parar su arma.

─¡Dé jame! solo quería divertirme un poco, como todos. No hablaba en serio.
La mujer se acercó sin responderle y plantó sus pies a ambos lados de su cuerpo tendido.
Le agarró del vestido con la intención de derribarla pero apenas pudo cerrar la mano en torno a la tela. De las delgadas manos de ella manaba un fulgor violeta mientras seguía murmurando en tono bajo.
─¡Déjame, por favor! ─imploró como un chiquillo presa del pánico. La situación ya escapaba de su raciocinio pero presentaba malos augurios─. Llévate mi dinero si quieres.
─No es tu dinero lo que deseo ─respondió ella mientras flexionaba las rodillas hasta agacharse lo suficiente para apoyar sus manos incandescentes sobre el pecho del hombre.
Las manos se iluminaron con mayor intensidad. El fulgor violeta se expandió sobre el orondo tronco como si fuese agua. No pudo moverse, no pudo gritar, mientras sus ojos desorbitados estaban atrapados por aquella mirada que le había tentado en la taberna. Sintió su cuerpo temblar mientras se vaciaba, antes de quedar flácido, como un fardo de carne sobre el barro. Sus ojos estaban abiertos desmesuradamente dirigidos a las estrellas del firmamento que se recortaban en las negras siluetas de los aleros de los tejados.

La mujer se puso en pie y estiró sus brazos en dirección a las brillantes lunas. Sentía como la energía recorría su cuerpo. Disfrutó del momento unos instantes, se ajustó la capucha y se arremolinó en la capa antes de desandar los pasos que la habían llevado hasta allí, sin mirar atrás si quiera. Un alma más para acrecentar su poder y un indeseable menos del que preocuparse la ciudad.
Cuando le encontrase al alba un estibador madrugador, llamaría a la guardia que sentenciaría que era otro pobre diablo al que la borrachera bajo la helada le había resultado mortal.
Caminaba con paso tranquilo de vuelta a casa. Había resultado sumamente sencillo esta vez. Provocarle para que la siguiera había sido un juego de niños. Conseguir que no perdiera su rastro por los callejones, ya había sido más complicado; incluso se había tenido que parar en una ocasión para que no girase por la esquina equivocada. Una mirada era suficiente para tentar a un hombre, hacerle perder la cabeza, y hasta su alma.

Ago 192015
 
 19 agosto, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  4 comentarios »

C Frases en uando al abrir un libro encuentras una dedicatoria de la propia autora pensando en ti, las frases de su interior se hacen aun más bonitas. Si esta misma autora te pide que no le envíes una horda de dragones en el hipotético caso de que no nos guste su novela, lo primero que deseas es enviarle esa misma horda de dragones. Y en el fondo quiero creer que a más de uno le gustaría asomarse un día por la ventana y encontrar flotando al otro lado del cristal el imponente cuerpo de un hermoso y terrorífico dragón. Con su mirada fija en él. Esperando.

Gracias María.

Estas son algunas de las frases que encontrarás en la novela de María Martinez Ovejero, «Tierras de Luz, tierras de sombra«

  • «-¡Debe ser muy fácil tratar de inútil a alguien cuando eres capaz de usar el fuego para defenderte!»
  • «-Todos son malvados, son monstruos; y todos deben desaparecer.»
  • «-¡Que ironía, que cuando más cerca te he tenido sea mientras me estoy muriendo!…Supongo que no podía ser de otra manera.»
  • «-¿Osas decir que no he hecho nada por este reino?
    – Todo lo contrario, lo habéis dominado bien.»
  • «-No es una petición, padre. No os estoy pidiendo que permitáis que me lleve el diamante. Solo os lo estoy comunicando.»
  • «-Si, ese entrecejo que tienes siempre fruncido, se te quedará así para siempre algún día, ya lo verás.»
  • «-No se quiere más a alguien por hablarle todo el tiempo de su vida.»

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Fuentes

Tierras de luz, tierras de sombra
Autor: María Martínez Ovejero
Editorial: Éride Ediciones

May 272015
 
 27 mayo, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  Sin comentarios »

Frases en La elegida de los dioses de Pedro Camacho sus 16 años de edad Venus está a punto de descubrir un nuevo mundo, un mundo lleno de magia, de fantasía, pero también de peligros que acechan en lo más profundo del bosque, ocultos entre las sombras, esperando su momento.

Descubre nuestra recopilación de las mejores frases de La Elegida de los Dioses, el primer libro de la saga Cuentos del Círculo de Bardos del escritor Pedro Camacho.

  • …y comenzó a dibujar, a describir con su mente mundos de fantasía.
  • La Magia de Él proviene y a Ella regresa. La Fuente de Vida. El Todo y la Nada.
  • Y en una noche de lobos, el hielo y el fuego caminarán juntos…
  • No era más hermosa que una mujer humana, pero sí poseía una belleza distinta, lejana.
  • La nueva situación requería nuevas reflexiones.
  • Me preguntas que haces aquí tan lejos de tu casa; no puedo responder a eso; tan solo Ethandor, el Todosabio puede hacerlo.
  • Oscuras reflexiones se fraguaban en las cabezas del mago y la Reina Yhulia. Reflexiones que, en breve, tendrían cumplida respuesta.

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Abr 082015
 

—¿Estás seguro de que es lo quieres hacer? —El joven, que no debía tener más de dieciséis veranos, inquirió al chico sentado a la mesa frente a él; la misma edad, rubio y de ojos azul pálido, ambos eran como dos gotas de agua.

Él le miró durante unos segundos en silencio, el único sonido era el del fuego que ardía en el hogar y la suave voz de su madre, a la que podían oír tarareando una vieja y triste melodía desde la cocina. Su madre ya no cantaba canciones alegres, todas eran tristes y desazonadas desde aquel fatídico día que ninguno de los tres podía olvidar.

—Estoy seguro, Adym, no he estado más seguro de nada en mi vida —dijo finalmente el joven.

Su hermano gemelo dejó escapar un largo suspiro y tomó en sus manos las de él.

—No tienes por qué hacerlo… Será muy peligroso.

—Lo sé. Y tengo que hacerlo. Por ti y por padre.
Relatos de Fantasía - Traidores
—¿Son esas tus palabras o las de ella, Aram?

«Ella, ni siquiera quiere pronunciar su nombre», Aram sonrió torcido pero decidió no comentar sobre ello.

—Son mis palabras, Adym. Es una causa justa. Es lo correcto.

—Va en contra de todo lo que enseñan los Monjes Grises. En contra de la ley…

—Una ley injusta. La misma ley que se llevó a nuestro padre. No, Adym, no voy sentarme y esperar a que vengan a por ti también. Naciste con un gran don y digan lo que digan los Monjes Grises, no es un pecado ni una señal del mal. Padre no era un hombre malo y tampoco lo eres tú. Lucharé por vosotros y lo haré a mi manera.

—Pero unirte a la Fraternidad… Si se enteran alguna vez de lo que pretendes en realidad… —Adym se estremeció al pensar en el más que oscuro destino que le aguardaría a su hermano en caso de descubrirse sus intenciones; convertirse en Cazador para minar la institución desde dentro, trabajar como espía y agente doble, traicionarles.

—Si ese momento llega, si antes he podido hacerles daño, entonces habrá valido la pena y sea cuál sea mi castigo, lo aceptaré sin remordimientos…

. — . — . — .

Ese día había llegado finalmente para Aram, el siguiente sería su último amanecer. La soga le esperaba al mediodía, nada de morir con la primera luz del sol. No, a él le tenían reservado el momento álgido, sería el «espectáculo central», el ejemplo para todos aquellos por cuyas mentes se pasase el pensamiento de la rebelión y la traición. Traición… Ese era uno de los cargos por el que le acusaban. Una palabra sencilla, una palabra que evocaba un gran mal, pero también una palabra cuyo significado y connotaciones podían cambiar según el punto de vista; pues donde unos podían ver un deleznable acto de traición, otros verían un acto de valentía, de sacrificio por un bien mayor, por una causa justa.

Aram creía que su «crimen» caía dentro de esa segunda categoría, que aunque muchos lo tacharían de traidor y hereje, el segundo cargo que pesaba sobre su cabeza, habría otros tantos que lo recordarían como un héroe; alguien que se había alzado a su manera contra el orden establecido, que había decidido luchar contra las injusticias de una ley y una religión que perseguían a aquellos que nacían con el don de dominar las Corrientes, con el poder de controlar la magia que los Dioses, los verdaderos, otorgaban a algunos mortales, como su padre y su hermano. Por eso se había unido a la Fraternidad de los Cazadores, la orden que se dedicaba la caza y captura de aquellos que nacían con el don, los mismos que cuando tenía catorce años habían entrado en su hogar y se habían llevado a su padre, que se habrían llevado también a su hermano de haber sabido que poseía el don.

La idea tardó dos años en tomar forma en su mente y no terminó de cuajar hasta que conoció a Silvan, una mujer en la cuarentena, y que había llegado a su casa poco después de que los Cazadores se llevasen a su padre. Al parecer, Silvan era una antigua de la infancia de su padre, del pueblo donde este había crecido. El padre de Silvan les había enseñado a ambos a controlar las Corrientes y ocultarse de la Fraternidad y del resto de ojos acusadores que veían la magia como el mayor de los pecados y herejías. Cómo Silvan se había enterado de lo ocurrido, Aram nunca lo tuvo claro, pero la mujer le contó historias de la antigüedad, de cuando los magos de Darterra no eran perseguidos, sino honrados y respetados, cuando ser un Amo de la Infraesfera era un honor y no un pecado, de cuando se seguían las enseñanzas de los Dioses verdaderos, los Hijos de los Dioses de la Esfera y la Infraesfera, Señores de la sagrada Vermosë y guardianes del Equilibrio, y le habló de Última Hermandad, aquellos que todavía recordaban el pasado y usaban la magia para un bien mayor, para traer de vuelta la libertad de siglos pasados, la misma libertad de la que se decía que disfrutaban los magos de Arterra, el mundo gemelo al otro lado de la Puerta Entre Mundos. Para restablecer el Equilibrio que los mundos estaban perdiendo.

Las historias de Silvan, el deseo de venganza por su padre y el miedo que sentía al pensar en que podía perder a su hermano de la misma manera, llevaron a Aram a tomar la decisión de unirse a la Fraternidad y luchar contra ella desde dentro. No le importaba que la historia le recordase como un traidor y hereje. No le importaba si al final era descubierto, como había ocurrido, porque al menos su trabajo habría dado frutos y su hermano seguiría a salvo.

Así, tras entrar como recluta en la Fraternidad de Cazadores un mes después de su decimosexto cumpleaños y graduarse a los dieciocho, comenzó su trabajo como agente doble. Durante quince años, en los que se ganó el respeto de sus colegas Cazadores, facilitó también grandes cantidades de información referentes a la Fraternidad, sus miembros más importantes, sus objetivos, sus planes, salvando en muchas ocasiones a magos inocentes e incluso a miembros de la Última Hermandad que estaban siendo perseguidos. Durante ese tiempo, Silvan fue el principal de sus contactos y su asociación trajo grandes éxitos a la Hermandad. Sin embargo, alguien más listo que él había atado cabos y descubierto que entre ellos debía haber algún traidor; aunque Silvan y él siempre habían tomado las mayores precauciones, alguien había descubierto el doble juego de Aram y lo habían denunciado ante el alto mando de la Fraternidad. Su detención fue fulminante y no tardaron en tirarlo a una celda en espera de un juicio que lo sentenció a muerte en la horca por traición y herejía sin vacilar un instante. Pero antes de cumplir su pena, fue escrupulosamente interrogado y torturado por agentes de la propia Fraternidad.

Pero ni el dolor ni la agonía de las torturas que tuvo que soportar de sus captores, que buscaban el nombre de otros posibles traidores, de miembros de la Última Hermandad, de sus cómplices, de la localización de sus escondites, de la identidad de sus líderes, arrancó una sola palabra de sus labios. Aram calló, consciente de lo que estaba en juego: la vida de aquellos que luchaban por un mundo mejor y más justo, por la libertad de todos los magos. Apretó los dientes, gritó, sollozó, derramó lágrimas y sintió su cuerpo romperse de mil maneras diferentes, pero no habló, no delató a nadie, no reveló sus secretos y aceptó el oscuro final que le esperaba. Dejó ir los días, perdiendo su cuenta en aquella nube borrosa de dolor y sufrimiento, se encomendó a los Dioses en los que ahora creía y aguardó la llegada de su último amanecer y de la soga que temblaba en la brisa esperando su cuello.

Hacía rato que la luna había desparecido del alto y diminuto ventanuco de su celda, el alba se acercaba y con él sus últimas horas, sus últimos rayos de sol, su último suspiro. Apretó sin fuerzas las manos en puños, los grilletes y cadenas tintinearon suavemente en la húmeda oscuridad del calabozo. Había aceptado su muerte, pero todavía dolía en algún lugar de su agotado corazón, aún sentía la tenaza del miedo en él; miedo a morir sin poder hacer más, sin poder seguir luchando, sintiendo que todavía no había alcanzado a vengar por completo la muerte su padre y la de tantos otros magos que la Fraternidad había cazado a lo largo de los años desde que los que los Hijos de Temir dominaban todas las tierras de Darterra. Miedo a no volver a ver a aquellos que se habían hecho con un lugar en su corazón, su madre, su hermano y amigos y el amor que no había podido ser. Dejó escapar un largo suspiro que se quebró en sollozo. Al menos moriría sin remordimientos. Al menos moriría con la conciencia tranquila y sabiendo que había hecho lo debido, que había luchado por una causa justa, que había ayudado a traer de vuelta el Equilibrio por el que luchaba la Última Hermandad. Lo único que lamentaba era no tener tiempo para más y que su nombre sería sinónimo de traición en los libros de historia y su muerte un ejemplo y una lección aprendida. Rezó a los Dioses una vez más para que no fuera así, para que su sacrificio no fuera en vano, para que en los años por venir su nombre fuese sinónimo de heroísmo y valentía, de honor en la defensa de los valores justos.

«Al menos la Hermandad me recordará así. Al menos Silvan y Adym se asegurarán de ello y otros seguirán esta lucha», pensó como único consuelo.

Vislumbró la luz acerada del amanecer a través del ventanuco y un escalofrío que nada tenía que ver con el frío de la alborada recorrió su espalda. Se encogió sobre sí mismo y sus castigados músculos protestaron. Dejó escapar unas lágrimas, las últimas que derramaría en la íntima oscuridad de su celda, pues no daría la satisfacción de verlo derrumbarse a los asistentes a su ejecución, entre los que estarían el Canciller de la Orden de la Guerra y sus seis Primados, afrontaría su muerte con la cabeza alta y toda la dignidad y el orgullo que poseía hasta que la soga se ajustase sobre su cuello. Entonces solo esperaba que la muerte fuese rápida, que la caída partiese su cuello y la agonía no durase más que un momento.

—Que los Dioses tengan misericordia —susurró con voz ronca y rota contra sus rodillas.

. — . — . — .

El sol del mediodía pegaba con fuerza en el patio de armas del cuartel general de la Fraternidad de Cazadores, donde Aram había permanecido prisionero tras su juicio y sentencia. Tuvo que cerrar los ojos deslumbrados por la luz tras pasar tantos días en la penumbra de su celda, pues el peso de las cadenas y los grilletes de sus muñecas apenas le permitían alzar las manos, debilitado como estaba por las torturas y la falta de alimento. Los guardias que caminaban a su lado envueltos en el uniforme gris de los Cazadores lo obligaban a avanzar hacia el cadalso improvisado en el centro del patio, a su alrededor los que hasta hacía poco se habían considerado sus compañeros y camaradas lo miraban con odio no disimulado, maldecían su nombre y escupían a su paso. Pero Aram no les prestaba atención, sus ojos azules fijos en la soga que se mecía en la tórrida brisa veraniega y su mente perdida en memorias de tiempos mejores con su familia y de todo el bien que había hecho, de la gente a la que su información había salvado, del progreso que la Última Hermandad había hecho en los últimos años gracias a él, en los Cazadores que habían muerto en emboscadas que él había ayudado a planear.

Con la cabeza alta y una sonrisa bailando en sus labios subió los peldaños del cadalso, la madera crujió bajo su peso, el de sus guardias y el del verdugo que ya la esperaba allí para pasar el lazo de la soga por su cabeza. Sabía que nadie vendría en su rescate, era demasiado arriesgado y él no podía culparlos, no lo hacía, porque la lucha debía seguir, pero no tenía sentido morir en vano atacando aquel lugar, ese momento aún no había llegado. Pensó en su hermano al sentir la soga acariciar su piel; Adym era ahora un Amo de la Infraesfera y un miembro de la Última Hermandad, un mago que luchaba por la misma causa que Aram, tras finalmente decidir seguir sus pasos, y que seguiría su lucha cuando él ya no estuviera.

—¿Te arrepientes de tus crímenes? —le preguntó con voz grave el Canciller de la Orden desde su lugar de honor.

El hombre había estado hablando desde el momento en que había subido al cadalso, pero Aram lo había ignorado hasta ahora, no estaba más que relatando sus «horrendos crímenes».

—No —contestó con voz firme y segura y un clamor airado se elevó entre los presentes.

Gritos de perro traidor, hereje y otras lindezas se escucharon entre la multitud de insultos que cayeron sobre él. Aram siguió sonriendo, lo que pareció irritar más al público reunido en el patio.

—Entonces cumplirás tu sentencia de muerte en la horca. No hay perdón para los herejes y traidores —dijo el Canciller—. Tu nombre será borrado de las listas de la Fraternidad de Cazadores y tu cuerpo será despedazado y dejado para los carroñeros, pues no mereces el descanso en tierra consagrada. Muere con…

—¡¡Vosotros sois los sucios traidores!! —gritó Aram antes de que el Canciller terminase su discurso, estas serían sus últimas palabras y las aprovecharía para gritar una última vez su verdad, la verdad de la Última Hermandad—. ¡¡Traidores al Equilibrio y los Dioses verdaderos!! ¡¡Algún día los Amos de la Infraesfera volverán a alzarse… Argh…!!

No pudo terminar, a un gesto del Canciller, la trampilla bajo sus pies se abrió, su cuerpo cayó y la soga se cerró en torno a su cuello sin misericordia alguna, arrebatándole las palabras y su aliento. La vida se fue apagando en sus ojos con cada segundo, no luchó contra lo inevitable y se dejó ir. Su lucha había terminado.

«Algún día los Amos de la Infraesfera volverán a alzarse, los magos serán libres y los Dioses verdaderos serán honrados de nuevo.»

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Ene 282015
 

Frases en Vuelo de Yobirous: Renacer, de Felix A. Basuando una novela de la extensión de Vuelo de yobirous: Renacer, cae en tus manos, se abre un mundo de posibilidades de encontrar grandes frases. Descubrir esos pequeños tesoros escondidos entre las páginas de un libro es… un verdadero placer.

  • «El presente y el futuro son los pilares que han de guiar nuestras acciones.»
  • «…nunca te rindas sin haber luchado, porque estarás despreciando la fuerza y obstinación de aquellos que lucharon y lograron alcanzar sus sueños más imposibles.»
  • «Ningún hombre, cualquiera que sea su razón, puede inhibirse por siempre de los constantes engaños de la mente.»
  • «El último rayo de sol quiere esconderse cuanto antes para no seguir mostrando el horror de lo que aquí ha ocurrido.»
  • «Prefiero vivir con el corazón herido, a vivir viendo cómo amas a otro sin haber confesado lo que siento por ti.»

Fuentes

Renacer – Vuelo de Yobirous nº 1   Autor: Félix A. Bas. Versión Kindle