Nov 202015
 
 20 noviembre, 2015  Publicado por a las 11:11 Libros Tagged with: ,  Sin comentarios »

El despertar de Antaros es una novela de fantasía en toda regla y se nota mucho cómo bebe de las obras clásicas del género. A la multitud de razas que hacen presencia en la historia (humanos, elfos, enanos, trasgos, orcos…) se unen hechiceros, que harán uso de increíbles facultades mágicas, y grandes guerreros, todo ensalzado por fuertes valores como la lealtad, el honor o la amistad bajo un marcado tono épico durante la trama.
El Despertar de Antaros de Néstor Bardisa
Este conjunto debería alegrar a los lectores más conservadores, con más razón al encontrar entre sus páginas situaciones o características ya muy habituales (con enanos cabezotas y amantes de una vida bajo la superficie terrestre o la existencia de un gran Árbol que actuará como protector del mundo en el que se desarrolla la historia). Sin embargo, esto no debería disminuir el número de potenciales lectores de la obra, pues el autor no se ha limitado a recopilar elementos típicos ya vistos en otros libros, colocar un enemigo al que vencer y, a partir de ahí, dirigir los pasos de los protagonistas hacia la consabida batalla final. Según yo lo veo, Néstor Bardisa ha elegido una serie de características que le gustan para tomarlas como base (la cual, también es justo decirlo, ayudará a un mayor número de personas a imaginar de forma más sencilla todo lo que se cuenta en la obra), para, después, imprimir su propia visión sobre las mismas y dar forma a una novela muy sólida que tiene muchos puntos positivos.

Entre las 380 páginas con las que cuenta el libro (he leído la versión física) encontramos un mapa, sencillo y funcional, que evitará que nos perdamos mientras leemos cómo los diferentes personajes viajan por diversas localizaciones de Undra (nombre que recibe este mundo). En total, son cuarenta y tres los capítulos en los que se divide, además del épilogo. No todos tienen la misma longitud y tampoco veremos algunos demasiado extensos, algo que, en lo personal, agradezco.

Narrado en tercera persona, el ritmo es francamente bueno y no he encontrado partes pesadas o tan poco interesantes como para pensar que sobraran. Digamos que no es ni lento ni muy intenso; se toma el tiempo necesario para dar las oportunas explicaciones o descripciones. Y los diálogos, creíbles y dinámicos, continúan dando esa buena sensación lograda por el narrador.

Una pequeña espinita clavada que tengo es que hay bastantes páginas en el libro, aunque también muchos personajes con suficiente peso en la trama que han de repartírselas. Sé que para gustos, colores, y que habrá quien prefiera algo más directo, pero me pareció que quizá el libro necesitara de una mayor extensión para tanto personaje. Algunos son muy interesantes y merecen su espacio, el cual me pareció algo escaso, aunque esto no es más que una apreciación personal por apego a los mencionados. Aún así, he de reconocer el buen trabajo de Néstor Bardisa al contar con tantos personajes y lograr atribuirles características y personalidades lo suficientemente diferenciadas como para que cada uno de ellos pareciese único.

Otro punto a favor, que me pareció muy bueno, es el de las notas a pie de página, breves explicaciones sobre alguna expresión soltada por un personaje o la aclaración o ampliación de información que de haber aparecido en el propio texto podría haber ralentizado el mismo. Así, deja a elección del lector cuándo leerlas, en lugar de forzarlas a aparecer en medio de algún diálogo.

Algo que me ha llamado la atención, y solo mencionaré por encima ya que esta novela se encuentra en pleno proceso de corrección en pos de una nueva edición, es la obsesión del autor por las “comas”. Las hay en un número algo excesivo, lo que lleva a que, en ocasiones, haya que releer algunas líneas varias veces para comprender el mensaje que pretenden transmitirnos. No es que la lectura se vuelva complicada, pero llama la atención cuando hay otros tantos signos de puntuación que, quizá, hubiesen permitido una mejor primera comprensión de dichas líneas. No obstante, repito, no es algo que entorpezca la lectura al punto de remarcarlo como punto negativo a tomar en consideración, además de que es muy posible que este aspecto haya sido subsanado con la nueva edición.

Especial mención, por cierto, para el bando enemigo. No es mi intención spoilear a nadie, de ahí que únicamente diga que me ha parecido genial; misterioso, con mucha fuerza, inteligente, presentado a cuentagotas y como una verdadera amenaza que juega unas cartas que muy pocos sabrían. Mi enhorabuena por este aspecto, porque todo lo que rodea a su ser, forma de actuar y modo de presentación es muy bueno.

En resumen, El despertar de Antaros ha sido una lectura muy entretenida y amena, con momentos francamente buenos, personajes variados y bien diferenciados y con combates bien definidos y explicados. Una novela que recomiendo, sin duda alguna.

Jul 222015
 
 22 julio, 2015  Publicado por a las 11:11 La Taberna de Dalfgan, Noticias Sin comentarios »

Ya está en marcha la campaña de crowfunding de la novela de fantasía épica El Despertar de Antaros

Hace tiempo tuvimos la suerte de conocer a Néstor y poder compartir con él algunas cervezas y una charla amena durante el I Encuentro Golem en valencia y nos llevamos una muy buena impresión.

Ahora su novela ya va por la 3e edición así que si todavía no la has leído este es un buen momento para conseguirla y conseguir alguna de las recompensas destinadas a los mecenas.

¿Pero que hay del libro?
El Despertar de Antaros por Néstor Bardisa - Libros de Fantasía
Bueno, poco más puedo añadir a la reseña de El Despertar de Antaros que en su día publicamos.

Esta edición en comparación con la que en su día pudimos disfrutar ha mejorado bastante su maquetación y diseño. La portada, sin ninguna duda, es mucho mejor y refleja parte de la esencia de la historia. Y la posibilidad de tener un mapa tamaño A3 de Undra es algo que me impulsa a conseguir un nuevo ejemplar.

¿Y sobre el autor?

Pues lleva bastante tiempo colaborando de manera activa con el Proyecto Golem así que la mejor manera de que puedas conocer su estilo y decidir si te gusta o no es que lo veas por ti mismo.

Estas son algunas de las colaboraciones de Néstor en el Proyecto Golem. Espero que las disfrutes. Y recuerda, si te gusta aprovecha el momento y consigue tu ejemplar de El Despertar de Antaros, no te arrepentirás.

Mar 202015
 
 20 marzo, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  4 comentarios »

El pasillo que conducía a la sala del trono de Tarsha se mostraba silencioso, vacío a la luz de la luna que penetraba por las grandes cristaleras emplomadas de los laterales. El comandante Draur Kottor se había encargado de que así fuera; manipuló los turnos de la guardia y dio permisos de forma que, durante un par de horas, todo estaría despejado. No necesitaban más para llevar a cabo su cometido: asesinar a un rey.

Iria Shiblin permanecía entre las sombras, oculta a posibles ojos indiscretos. Junto a ella el lord consejero Cross Dévano, hechicero personal del rey Shiram, se apretaba las manos sudorosas, nervioso. No tenía madera de asesino, pero su papel era crucial. Como consejero real, su misión en esta intriga era citar al rey en la sala del trono para decidir el mejor curso de actuación ante los últimos movimientos del ejército valdario, que hablaban de invasión y guerra. Últimos movimientos que eran mentira, una elaborada farsa que lady Shiblin, miembro de la Hermandad de Espías, se había encargado de difundir para crear una falsa urgencia que hiciera salir al rey de la seguridad de sus aposentos.

Desde que empezaran las hostilidades y tiranteces entre Tarsha y Valdaria, Shiram se había atrincherado a conciencia, siempre rodeado de guardaespaldas y precavido hasta rozar la paranoia. Se decía que iba a cagar armado con una daga y embutido en cota de malla. Pero Kottor había hecho un buen trabajo, nadie auxiliaría al monarca esa noche. Tres actos; no, tres traiciones que por separado no levantarían sospechas, pero que juntas constituirían la caída de Shiram.

—Ha llegado la hora —anunció Iria Shiblin—. Intentad no mearos encima, lord Dévano. Aunque con todo ese sudor que sale de vuestra calva dudo que fuerais capaz —se burló.
Relatos de Fantasía - Tres tristes traidores
—Vuestro ácido sarcasmo es incansable; si esto no sale bien, siempre podéis enrolaros con alguna compañía itinerante de bufones. Aunque por vuestro atuendo quizá deberíais optar a otro tipo de oficio.

La mujer vestía una túnica de seda vaporosa que realzaba su sinuoso cuerpo y que dejaba entrever más piel de la que el lord consejero estimaba necesaria. Llevaba el suave pelo castaño recogido con un pasador de madera, aunque aquí y allá varios mechones caían sobre su cuello y hombros con calculado descuido, dándole un aspecto desenfadado y juguetón, casi infantil.

—Soy una espía, me adapto a las situaciones; y esta en concreto precisa de cierta delicadeza.

—¿Entonces ya habéis pensado cómo acabar con nuestro amado soberano? —preguntó Cross Dévano con desconfianza.

—Digamos que compartiremos algo más que intimidad —susurró con picardía.

—¿Y cómo pensáis lograr eso exactamente, mi lady? —Esa era la parte del plan que más preocupaba a Dévano, ya que era la única que escapaba a su conocimiento y control. La espía se había negado a desvelarle los pormenores de su plan, y todo indicaba que esa noche no iba a ser una excepción.

—Muy fácil, apelando a lo único capaz de hacer que un rey renuncie a su seguridad: su entrepierna. Vos aseguraos de entretenerlo lo suficiente mientras yo me infiltro en su alcoba.

—Silencio —exigió ser Draur Kottor—. Cumplid vuestra parte del trato, sin errores. No me gustaría incurrir en la ira de lord Dárban Shark, ese hombre me pone los pelos de punta.

—No os preocupéis tanto, ser. Una vez terminemos este encargo tendréis una posición privilegiada dentro de la corte y un cofre con tanto oro que necesitaremos varias vidas para gastarlo —aseguró Iria.

Dárban Shark era un hombre importante y peligroso a partes iguales, regente de las tierras del sur y sobrino del rey Shiram. Y dado que este último no poseía descendencia, el joven lord era uno de los principales candidatos a sucederle en el trono, pero no el único y desde luego no el más paciente. Así que había decidido acelerar el proceso a través de nuestros tres protagonistas.

Unos minutos después, el lord consejero Cross Dévano discutía con el rey los pormenores de los avances del ejército valdario, presentando todo tipo de documentos y falsos testimonios que Shiram ni siquiera se molestó en leer. Tenía un enemigo y este debía ser erradicado, el rey no necesitaba que lo aburrieran con largas exposiciones sobre maniobras tácticas y enclaves estratégicos. Por unos segundos Dévano se sintió decepcionado, había invertido mucho esfuerzo, incluso creatividad, en falsear toda su intervención. Un trabajo de meses.

—Informa a Draur Kottor y al resto de comandantes, que inicien la ofensiva. Los invasores no pueden llegar a nuestras puertas, ¿me habéis oído? No permitiré que esos bastardos campen a sus anchas por mis dominios —zanjó la conversación Shiram antes de retirarse a sus aposentos.

Una hora después y bien entrada la medianoche, Shiram dio por terminada la reunión y despachó al lord consejero, que respiró de nuevo con tranquilidad.

—Os mostráis más sudoroso de lo habitual —le había comentado el monarca durante la reunión. Visitad al galeno real y que os prepare una poción, no tenéis buena cara.

<<Vos si que necesitaréis un galeno dentro de poco, y ni eso os ayudará.>>

De vuelta a la privacidad de su habitación, el rey Shiram percibió una presencia que lo observaba desde las sombras que dominaban la estancia. Echó mano a la daga que pendía de su cinto y encendió el candil de su mesa mientras el filo de acero amenazaba a la oscuridad. Una figura sinuosa descansaba sobre su cama, perfilada por la pálida luz lunar y la titilante llama, plata y oro bañaban su piel tersa.

—Lady Shiblin —dijo Shiram con suspicacia—, no recuerdo haber solicitado vuestros servicios, así que debéis tener una buena razón para irrumpir en mis aposentos, más allá de lo evidente —añadió contemplando su desnudez.

<<No se fía, debo andarme con mucho ojo.>>

—No creo que ese cuchillo sea necesario, majestad. Como podéis ver no voy armada —dijo en un ronroneo. Shiram no contestó, pero relajó su postura y bajó el arma. En ese preciso momento Iria supo que el monarca había mordido el anzuelo y ahora solo restaba tirar del sedal. La entrenaron para aquel tipo de menesteres e interpretar hasta el más nimio de los movimientos de los músculos de la cara era una de sus muchas habilidades; algunos pensaban que había magia en lo que hacía, y ella se encargaba de avivar esos rumores. Que la gente pensara que poseía ciertos poderes místicos era una ventaja nada desdeñable—. Sé que últimamente habéis estado sometido a mucha tensión, mi señor; el peso de la corona, lo llaman. Había pensado que quizá yo podría hacer algo para aliviar esa carga.

La espía se puso en pie, se acercó con un suave contoneo de caderas y rodeó al rey por los hombros; este acarició su piel, que se mostraba cálida bajo sus dedos. Lady Shiblin liberó su melena y una cascada de mechones castaños y cobrizos se precipitó sobre el arco de su espalda, un leve brillo metálico centelleó en sus manos cuando la punta del pasador atravesó el cuello de Shiram. Un grito ahogado murió en su garganta y se evaporó tan rápido como su vida mientras observaba a su verdugo con una mezcla de odio e impotencia. Fue una muerte rápida, implacable.

Iria se arrebujó en una túnica negra y cubrió su cabeza con una capucha ancha que ocultaba casi por completo su rostro. Dio un par de golpes acompasados en la puerta y esperó. Draur Kottor y Cross Dévano entraron en la habitación seguidos por un par de soldados, pero estos no portaban los colores del rey. <<Sureños. Hombres de lord Shark>>, convino Iria.

—Marchaos de inmediato —les urgió el comandante—, usad la entrada secreta, tal y como acordamos. Esperadme al otro lado del túnel mientras yo me encargo del cuerpo de Shiram.

Tras los tapices de lana de vivos colores el muro de piedra ocultaba un pasadizo, estrecho y oscuro que los recibió con una ráfaga de aire cálido y cargado de humedad. No hubieron recorrido ni cien pasos cuando Dévano rompió el asfixiante silencio:

—He de reconocerlo, mi lady. Me habéis impresionado grata… —Una punzada dolorosa recorrió su espalda, una laceración de puro fuego. Cada pulgada de acero que penetraba en su piel era una dentellada despiadada.

—Pues no será la última sorpresas de esta noche.

—¿Cómo…? No llevabais… —sollozó Dévano al tiempo que se derrumbaba sobre la pared, recordando demasiado tarde el puñal que había pertenecido al rey.

—Ya os lo dije: soy una espía, me adapto a las situaciones. —Sonrió Iria.

—Había oro suficiente para todos… —logró articular en un patético balbuceo.

—Digamos que tengo gustos muy caros. —La mujer retorció la daga, sintió como la sangre del lord consejero se deslizaba por su mano, entre sus dedos. Caliente.

 

Los soldados de lord Shark depositaron el cuerpo de Shiram y colocaron varios objetos desperdigados por la sala. Todas las investigaciones posteriores obtendrían el mismo resultado: una pelea.

—Eso bastará —informó Draur Kottor—. Esfumaos —ordenó a los sureños—. No os detengáis hasta abandonar la ciudad, no habléis con nadie y pasad desapercibidos. Es esencial que cuando se descubra el asesinato nadie pueda relacionarlo con lord Shark.

Ambos hombres de armas asintieron y se dispusieron a cumplir sus órdenes con premura. <<Un último paso y todo habrá terminado.>> El comandante dirigió sus pasos hacía el exterior del palacio, al pie de la muralla, donde desembocaba la entrada secreta que momentos antes habían utilizado sus compañeros conspiradores. Se ocultó tras unos arbustos desde donde podía vigilar cualquier movimiento y desenfundó lentamente la espada. No quería delatar su posición. Escuchó pisadas amortiguadas. <<Hora de poner fin a esta historia.>> Tensó los músculos listo para actuar, pero lo último que sintió fue el frío mortal del puñal en su cuello. Luego todo fue oscuridad.

 

* * *

 

Iria Shiblin penetró en la seguridad de su mansión, situada en el barrio más opulento de Tarsha; satisfecha con su estratagema. Fue una jugada ingeniosa; las muerte de ser Kottor y lord Dévano no solo silenciaban su participación en el regicidio, sino que además podían considerarse daños colaterales provocados por el asesino del monarca; incluso era posible que jamás encontraran el cuerpo del lord consejero. Nadie sabría nunca que fue ella la responsable. Sin testigos, sin consecuencias. O eso pensaba ella.

—Imaginaba que tarde o temprano haríais acto de presencia, mi señora. —dijo una voz sedosa desde la penumbra. Tenía esa tonalidad peligrosa, de dulce amenaza que poseen todas las voces de los hombres con poder.

Por unos segundos su situación le recordó demasiado a la que horas antes había vivido el rey Shiram. El destino no estaba exento de cierta ironía retorcida.

—Sabía que no erais más que ratas traidoras, que la codicia os vencería y acabarías matándoos unos a otros… Para seros sincero, no esperaba que fuerais vos quien sobreviviera —confesó Dárban Shark al tiempo que abandonaba su escondite—. No es que el resultado vaya a ser distinto, pero esto complica las cosas.

—Quizá su “alteza” me haya subestimado, pero pronto descubriréis cuán errado estáis.

—Habéis malinterpretado mis palabras, no esperaba que sobrevivierais porque ese era el plan.

En ese momento Iria lo comprendió. <<Por eso Draur Kottor estaba agazapado entre los arbustos, no estaba vigilando nuestra huida; quería matarnos. Ese era el plan de Dárban, desde el principio.>> Y este confirmó sus sospechas.

—Kottor debía acabar con vos, pero tal vez era mucho pedirle a ese estúpido bruto. Aunque eso ya no importa. Simplemente responded a esta pregunta: ¿quién empuñó el arma que segó la vida de mi tío? —Solo obtuvo silencio—. Sí, fuisteis vos —añadió con una sonrisa—. Lo sabía. Ser Draur era demasiado imbécil para hacer nada por su cuenta, y lord Devano tenía la mentalidad de un lacayo lameculos… Pero vos sois distinta, quizá por eso estáis viva. No por mucho tiempo, claro —sentenció.

—Sois un hombre pragmático Dárban, no es necesario que os diga lo provechosa que podría resultaros la compañía de una mujer…

—¿Despiadada? —aventuró lord Shark.

—Con recursos.

Con recursos y peligrosa. No insultéis mi inteligencia, lady Shiblin, después de todo sois una traidora. ¿Qué no haríais por más oro? Ya habéis abjurado de vuestro rey, ¿cuánto tardaréis en chantajearme a mí? Vuestro afán por el poder y el dinero es conocido por todos, y no voy a dejaros ir. Además, aunque escaparais no llegaríais muy lejos; me he encargado de que mis hombres pusieran suficientes pruebas junto al cadáver de mi tío, y todas ellas apuntan a vos.

<<Ahora entiendo el súbito interés de Draur por deshacerse del cuerpo.>>

—He de reconocer que sois harto astuto —concedió Iria.

—Y aún no habéis visto nada. Imaginad cuando vuelva a la corte y le presente al Consejo la cabeza de la traidora que asesinó a mi querido tío, justo el impulso que necesito para erigirme como rey. —Sus palabras fueron acompañadas por un raudo movimiento de su mano.

El destelló acerado de la traición, eso fue lo último que vio lady Iria Shiblin.

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Dic 262014
 

Buenos días aprendices y rastreadores de Tierra Quebrada hoy vamos a conocer un poco más a Néstor Bardisa, autor de El Despertar de Antaros.

Néstor Bardisa

Apasionado del genero fantástico, la cartografía, los videojuegos y la cultura japonesa, siempre soñó con crear su propio mundo, con ciudades, montañas y valles donde unos personajes surgidos de su imaginación vivieran grandes historias, y de ahí surgió el mundo de Undra, un lugar donde se juntan maravillosos e inhóspitos paisajes por los que perderse en pos de la aventura.


 
¿Por qué nombre te conocen los humanos?
Néstor. No me pidas que te lo traduzca a élfico porque lo tengo un poco oxidado.

¿Qué opinas del género de fantasía en nuestro país?
Desde hace un tiempo ha experimentado un auge impresionante. Es un cambio interesante, ya que tradicionalmente no era un género que gozara de un público amplio. Pero resulta irónico que este despunte repentino tenga que ver más con estrenos de películas como “El Señor de los Anillos” o de series como “Juego de Tronos” que por los libros en sí. No obstante, como autor de fantasía no me quejaré, es algo de lo que todos nos beneficiamos en mayor o menor medida (aunque a veces nos toquen las migajas).

¿Cuáles son tus obras literarias de referencia en el mundo de la fantasía?
Evidentemente tengo que mencionar a Tolkien porque fue su obra la que me incitó a escribir en parte, o más que a escribir a imaginar mundos propios. De hecho esa es la parte que más admiro de este autor en concreto, su capacidad creativa es de las más espectaculares que jamás he visto. En la actualidad, no obstante, sigo mucho la obra de Brent Weeks y Joe Abercrombie. Sus temáticas más oscuras y adultas me llaman poderosamente la atención, en especial los retratos psicológicos que hacen de sus personajes. Y por último Richard A. Knaak, su estilo dinámico es impresionante, sus historias si que “fluyen” de verdad.

¿Cuál fue el primer libro de fantasía que leíste?
Creo recordar que fue “El Hobbit”, aunque no estoy muy seguro. Llevo más de veinte años leyendo literatura fantástica y las fechas a veces son algo borrosas (en el mejor de los casos).

¿Cuál es tu personaje de fantasía preferido? ¿Por qué?
Entre mis preferidos se encuentran Durzo Blint de las saga “El Angel de la Noche” o el mítico Drizzt´Do Urden de Salvatore. Siempre me han atraído los antihéroes: personajes trágicos con un punto de cinismo y que en muchas ocasiones rebasan esa linea entre el bien y el mal. Una linea que no está nada clara. De hecho para la siguiente novela estoy trabajando con ese concepto del antihéroe.
Entrevista a escritores de fantasía
¿Qué es lo que más detestas al leer un libro de fantasía?
Con una obra de fantasía o cualquier otra, en realidad. Que me aburra, que no pase nada durante páginas y páginas. Los ritmos lentos que pueden llegar a ser exasperantes.

¿Desde cuándo escribes fantasía?
Empecé joven, a los trece años. Pero por aquel entonces mis capacidades literarias eran más bien escasas; y estoy siendo generoso con ese término. Sabía que tenía que mejorar y aprender muchísimo, así que por aquel entonces me dediqué a crear el mundo de Undra, y el boceto de la historia principal.

¿Cómo describirías tu estilo de escritura?
Un estilo dinámico, casi cinematográfico. No me gusta recrearme en descripciones largas, aunque eso no quiere decir que no haya, pero prefiero ir perfilando el mundo y todo lo que le rodea dando pequeñas pinceladas que sumerjan al lector poco a poco, sin aburrirlo pero atrapándolo al mismo tiempo, dejando al final de cada capítulo una nota de interés para que se enganche con el siguiente.

¿Cómo trabajas la creación de un mundo de fantasía?
Este apartado es algo en lo que invertí muchísimo tiempo, y creo que al final me ha dado frutos muy positivos. No solo me limité a crear un mapa con sus continentes, sino que también trabajé muchísimo las sociedades, las relaciones entre las razas, los reinos, sus lenguas y sistemas de gobierno y la historia propia y común que todos comparten. El mundo de Undra es muy vasto y he llegado al punto de crear toda una historia que abarca un par de milenios. Mi objetivo era construir un lugar suficientemente amplio e interesante que me permitiera contar historias dispares y diferentes entre sí siempre que quisiera La idea era que Undra respirara, que viviera y creo que eso lo he conseguido.

¿Qué consideras más importante en la escritura de un libro (argumento, personajes, mundo…)?
Es un todo, aunque es evidente que el argumento, tu historia principal es lo más importante, porque al fin y al cabo esto se trata de literatura, y la literatura es escribir. No obstante no pierdo de vista los demás aspectos, porque soy consciente que el aficionado o lector habitual de fantasía disfruta más de un libro cuando este va acompañado de todos los aspectos clásicos del género. Por eso he cuidado al detalle todos y cada uno de los elementos, como pueda ser el mapa, los reinos y sociedades, etc. Pero insisto, si no hay historia, no hay nada.

¿Le has cogido especial cariño a alguno de tus personajes? ¿Por qué?
Es imposible no encariñarse con algunos de ellos, en especial aquellos en los que más has trabajado o mejor te han quedado, o porque te has basado en alguien para crearlos.

¿Cuál es la mayor estupidez que ha hecho alguno de tus personajes?
Confiar en quien no debía.

¿Qué sientes al escribir la última palabra de una historia?
Es una sensación gratificante. Cerrar una etapa muy larga en la que has invertido una cantidad de horas y esfuerzo increíble. Aunque dura poco, porque en mi caso acabar una novela supone empezar a trabajar en la siguiente.

¿Cuál es la principal dificultad a la que te has enfrentado como escritor?
La hoja en blanco. Pasar horas y horas mirando un trozo de papel y no ser capaz ni de poner una coma. Esos días son difíciles y hay que saber llevarlo bien. Aunque bueno, todo día en blanco tiene uno de compensación en el que parece que te faltan hojas, o tinta.

¿Algún consejo para los nuevos escritores que quieren iniciarse en este mundo?
Un escritor novel debe tener las ideas muy claras. Con esto quiero decir que debe saber a qué aspirar. ¿Cuál es tu motivación: publicar, vender, contar historias? En un mundo ideal nos quedaríamos con los tres, pero a diferencia de nuestras novelas, la realidad es distinta y a veces pega duro. Ten claro tu objetivo y lucha por él. Y no rendirse, tirar la toalla no vale para nada.

¿Autoedición o editorial?
Ambas tienen sus puntos positivos y negativos. Ahora mismo yo estoy enfrascado en ambas. En relación a la pregunta anterior, todo depende de lo que busques en realidad (o lo que consigas). El mundo de las editoriales se mueve por beneficios, como cualquier otra empresa y eso es totalmente lícito. Son las reglas y hay que aceptarlas, nos gusten o no. Por tanto tu difusión está supeditada a lo que ellos consideran que será un éxito. Incluso con las más grandes editoriales encontrarás pegas de todo tipo.
Y para autoeditar la cosa no es más fácil, hay que tener muchas ganas y dedicación, porque todo el trabajo lo tienes que hacer tú.

¿Cuáles son los mayores obstáculos que hay que superar antes de poder publicar un libro?
Básicamente uno: tú mismo. Muchas buenas obras se quedan en los cajones por el miedo al fracaso o cómo se valorará tu obra. El rechazo editorial puede ser muy duro, pero hay que entender que este puede ser debido a que tu libro no encaje en la moda imperante. Debes creer en tu propia obra y cuidarla al detalle. En el otro extremo está el orgullo desmedido. Hay muchos que piensan que todo lo que cagan es oro. Nada más lejos de la realidad. Afronta tus trabajos y las críticas con humildad. Si quieres aprender y mejorar, un exceso de ego te impedirá ver de tus errores.

¿Cómo definirías a tu público?
Hoy por hoy es bastante variado, tanto en edad como en tipo. Es algo que me ha llamado la atención, ya que no solamente ha sido acogido por fans del género sino también por gente que nunca había leído fantasía.

¿Sufres más leyendo o escribiendo?
Escribiendo, aunque me encanta hay días que sufres para juntar dos párrafos. Leo para evadirme y aprender más, si además sufriera leyendo apaga y vámonos. No, no llego a sufrir con la lectura. Soy bastante selectivo, así que pienso bien que voy a leer.

¿Recuerdas alguna anécdota divertida, interesante… de tu carrera como escritor?
La verdad es que es curioso, pero siempre que he tenido una entrevista para la radio he tenido problemas de audio y con las grabaciones. Parece que tengo gafadas las ondas radiofónicas.

¿Cuál es tu mejor defecto?
Soy incapaz de desconectar. Siempre tengo activa la mente,siempre estoy pensando cómo continuar una historia o qué hacer con un determinado personajes. Por eso voy a todas partes con un lápiz y papel, nunca sabes cuándo pueden atacarte las ganas de escribir. Es agotador.

¿Qué te preguntarías a ti mismo? ¿Y cuál sería tu respuesta?
¿Escribir es una habilidad o un talento? Sin duda, en mi opinión, una habilidad. Desde mi punto de vista se base en meter muchas horas, en trabajar duro. Es cuestión de sentarse delante de la hoja. Algunos días quemarías hasta la última coma de lo que has escrito, pero siempre es bueno darse un tiempo y volver a revisar una y otra vez, al final verás que algo de todo eso merece la pena no ser incinerado. Aprender escribiendo, claro que leer mucho también ayuda. Básicamente se trata de no esperar a las musas, claro que cuando te hacen una visita no te quejas, pero no puedes confiar en ellas.

¿Alguna frase épica que quieras compartir con nosotros?
—Matarme no solucinará nada
—No, pero disfrutaré haciendolo.

Tu turno, tienes 1 minuto para convencernos de que leamos tus libros y no los de otro autor…
¿Un minuto? Me sobran cincuenta segundos. Porque sino lo haces la gente te señalará por la calle, y tú no quieres eso, ¿verdad?

Ahora es tu momento apreciado lector. Hazle tu pregunta a Néstor, seguro que estará encantado de responderla 🙂

Jul 232014
 

El sol caía a plomo sobre sus cabezas, un calor seco que penetraba en sus ajados pulmones. Respirar era una lucha contra un aire que parecía fuego. Las arenas emitían un bochorno inaguantable que hacía ondear el horizonte. Basazis alzó la vista, ni una nube, ni una sombra que le permitiera huir del sofocante desierto. Ante él, las montañas de El Desfiladero se erguían hasta el cielo, como agujas de roja caliza. Roja como la sangre, la sangre de su raza. Se sentía empequeñecido con su metro veinte de altura ante aquel portento de tierra y piedra. Imaginó que era un águila, que podía sobrevolar el cielo azul tan lejano. Bajó la vista, los hirientes rayos del sol le obligaron, y vio los grilletes. La realidad le golpeó con fuerza. Miró a sus compañeros, todos congéneres, todos sarkan.

Era un esclavo en las Minas de Kerassar, que se extendían a lo largo de la vertiente oeste de El Desfiladero. Un esclavo de esos sucios guldaharís, que les hacían extraer minerales preciosos y azufre para luego comerciar con reinos lejanos de los que solo había oído hablar: Haegir, Shinto e incluso mucho más al sur, pasado Bosqueazul, con los que llamaban los hombres dragón. También fletaban enormes barcos que viajaban hacia el oeste, adentrándose en aguas tan infinitas como azules, hacia continentes misteriosos que sus ojos jamás verían. A veces, se preguntaba si en aquellos lugares lejanos también habrían sarkan, si serían esclavos, si vivirían bajo las cadenas y el yugo.

Sus ojos, no por casualidad, se posaron en Nisa. Le costaba creer que ambos fueran de la misma raza. Las orejas de la joven sarkan eran puntiagudas, muy parecidas a las de una elfa: largas y esbeltas. En cambio las suyas eran anchas y membranosas, como las de un horripilante murciélago gigante. El cuerpo de Nisa era menudo y fino, grácil como el de una ninfa. El suyo era basto, de miembros largos y fibrosos, desproporcionado; y sus manos callosas, destrozadas por el arduo trabajo. Nisa era una cascada de finas trenzas azabache y una piel del color de la turmalina verde. Basazis era calvo como un huevo y de un oscuro verde enfermizo. Ella tenía un rostro afable, de suaves curvas y pómulos altos, de finos labios y nariz chata. Él era una boca grande llena de dientes afilados y nariz ganchuda, era unos ojillos brillantes que destilaban rencor bajo un ceño prominente.

Era increíble que pese a tanta penuria y odio, nada había cambiado a la joven sarkan. Seguía igual, seguía siendo bella pese a los harapos de paño con los que la obligaban a cubrirse. Cuando quiso darse cuenta, Nisa le devolvía la mirada, incluso le dedicó una sonrisa, algo forzada, pero aun así… Y de súbito, se desmoronó. Al verla caer de rodillas, Basazis abrió los ojos como platos. Giró la vista en todas direcciones, como si esperara que fueran a ayudarla. Si los capataces guldaharís la vieron desplomarse por la sed, la ignoraron. ¿Por qué iban a preocuparse? Para ellos no eran mejor que la suciedad en sus botas. A su lado Kipniz, su compañero, picaba entre la piedra en busca de una veta de plata. Nadie movió un dedo. Desesperado, soltó el pico y corrió hacia la cuba, sumergió sus manos en el agua y sacó un cazo a rebosar, pero su mano lo dejó caer. El agua se derramó y las ardientes arenas succionaron el líquido elemento en un abrir y cerrar de ojos. El dolor llegó inmediatamente después, en forma de dedos rotos.
—Sucia rata —masculló el guldaharí con la porra de madera en alto, listo para descargar otro golpe—. Vuelve a tu puesto o te juro por los dioses sin nombre que el siguiente porrazo te abrirá el cráneo como un huevo.
Era un hombre de tez olivácea y largos bigotes lacios, negros como el carbón. Los otros guldaharís lo llamaban Harad el Quebrantahuesos. Estaba claro el porqué. Basazis se arrastró atemorizado, alejándose del esclavista.
—¿Estás bien? —Kipniz le ayudó a levantarse—. ¿Por qué te la juegas todos los días? Sabes que la suerte no dura eternamente, ¿verdad?
—¿Suerte? —bufó Basazis—. ¿A esto llamas suerte? Solo somos animales de carga que nadie echará de menos.
Kipniz se encogió de hombros y le miró como si no supiera a qué se refería, como si no entendiera sus palabras, como si fuera un loco por el que se debía sentir compasión. Basazis apretó los puños, quería odiarle, despreciar a su compañero, pero ¿de qué hubiera servido? Kipniz no tenía la culpa, pobre estúpido e ignorante. Esclavos, siempre habían sido eso, no conocían otra cosa, pero él sí. Rememoró aquel recuerdo. Por un breve espacio de tiempo supo qué era la libertad, no rendir cuentas a nadie salvo a sí mismo. Bajó la vista y vio los grilletes, sus grilletes. La imagen se evaporó de inmediato, aplastada por el peso del hierro.
Relatos de Fantasía - Sarkan - Esclavos
Cuando el sol poniente comenzaba a desaparecer tras las arenas, los capataces les hicieron formar en filas. Por delante había una larga caminata hasta el campamento, una empalizada junto al único oasis en kilómetros a la redonda. No llegarían hasta bien entrada la noche. Los sarkan deambulaban como no muertos, con la vista fija en el horizonte, sin ningún sueño en sus mentes hastiadas. Basazis en cambio observaba el anaranjado cielo, en busca del águila que viera horas antes.
—Gracias —dijo Nisa con voz débil tras de él, en la fila—. Sé que intentabas ayudarme.
—Pero no pude. —Basazis maldijo su impotencia, su debilidad.
—¿Por qué lo hiciste, por qué te arriesgaste por mí? —Su fracaso no pareció importarle a la joven sarkan—. Podían haberte matado.
—Si no nos ayudamos entre nosotros, ¿qué nos queda? —Basazis tragó saliva, quizá debería decirle lo que sentía. Tras unos segundo buscando el aplomo necesario, habló—. Además, yo…
Harad restalló el látigo, el cuero curtido arrancó una tira de piel y dibujó una línea perfecta en la espalda del sarkan.
—¡Silencio! El próximo que hable acabará con la lengua cortada y metida en el culo.
Nadie dijo nada durante el resto del camino.

A la mañana siguiente los trabajos continuaron, sin descanso. Todos los días eran iguales: del campamento a la mina, de la mina al campamento, repiqueteo de picos y arrastrar de cadenas. Los guldaharís les vigilaban, con látigos y cimitarras en mano. Vestían largas túnicas con faldones de malla y babuchas de cuero remachadas con hierro. Basazis picaba con su mano buena, la otra se le había hinchado y apenas podía cerrarla. Prestó atención a la conversación de los esclavistas, ya que no les consideraban personas no se molestaban en discutir sus planes en privado. Uno de ellos era el Quebrantahuesos.
—Hoy saldremos a mediodía, así que procura que tus hombres coman rápido.
—¿A qué tanta prisa? —preguntó Harad de mala gana.
—¿Eres sordo o solo estúpido? Te he dicho que la tormenta de arena se echará sobre nosotros al atardecer. No voy a arriesgarme a perder a mis esclavos entre el caos porque tus hombres no puedan vigilarlos ni a un palmo de sus narices, o porque seas tan imbécil de quedarte aquí. —El hombre parecía furioso—. Haz lo que te he dicho, o haré que el Yaguarandi* Ras´tesan te cuelgue de las orejas.

Se trataba de un tipo orondo que vestía con finas sedas escarlata cubiertas por innumerables bordados de hilo de oro, un mercader mirzense. Basazis no sabía por qué el Quebrantahuesos dejaba que le hablará de esa manera tan irrespetuosa, así que supuso que se trataba de Abnassar, el jefe de las minas, su dueño.
Una tormenta de arena era la oportunidad perfecta para escapar y dejar atrás tanta miseria. Se llevaría a Nisa consigo, no dejaría que muriera. Era peligroso y muy fácil perderse bajo la densa capa de polvo y arena, pero era mejor que esto. Las minas eran una sentencia de muerte. Necesitaba agua y víveres, de lo contrario sería imposible cruzar el desierto; y un arma, por si los descubrían o si decidían seguirlos. Sabía donde guardaban las reservas de agua y la comida, conseguiría lo que necesitaba, aunque antes debía deshacerse de las cadenas.
Pero por mucho que se afanaba en buscar, allí no había nada que pudiera usar. O quizá sí. El pico de hierro estaba sujeto al astil de madera por un alambre oxidado que pasaba por unos agujeros y daba varias vueltas formando un nudo rudimentario. Si se hacía con él, podría forzar el cerrojo de sus ataduras. Con disimulo fue desenrollándolo, poco a poco. Por temor a ser descubierto picaba una y otra vez y cuando pensaba que nadie lo observaba, iba deshaciendo el nudo. El alambre se le clavaba en las yemas de los dedos, provocando cortes y magulladuras.
Aquella dolorosa maniobra le llevó más de media mañana, hasta que el trozo de hierro quedó sujeto por una única lazada. Usó el pico con cuidado de no desarmarlo para que los guldaharís no descubrieran sus intenciones. Los soldados hacían turnos para comer, tal y como Abnassar dispuso, y pronto llegó la hora de evacuar las minas. Cuando les guiaron para guardar picos y palas, Basazis se apoderó del alambre y lo escondió entre sus ropajes.

Una hora después emprendían el camino de vuelta al campamento. A lo lejos, muy al norte, la gran tormenta de arena avanzaba como un titán que ocultaba el cielo con su colosal sombra. Los más de trescientos sarkan arrastraban los pies, con pasos pesados.
—¡Harad, aumenta el ritmo! Quiero estar al atardecer en el campamento. Por la mañana marcharemos al Bastión Dunaluna, hasta que pasen las tormentas. —anunció Abnassar.
La respuesta no se hizo esperar, los látigos chasquearon sobre las espaldas verdes de los sarkan. Maldición, si quería huir debería hacerlo pronto, en cuanto entraran en Dunaluna sería imposible escapar de aquella fortaleza de altos muros.
Al tiempo que la comitiva cruzaba la empalizada que rodeaba el campamento, los primeros vórtices de arena ya les golpeaban. Minutos después la tormenta les engulló como un leviatán rojizo que se tragaba todo a su paso, haciendo aún más oscura la noche. El viento aullaba entre los barracones de madera y la arena martilleaba con insidia tiendas y paredes. Esa misma noche, Basazis pondría en marcha su plan, cuando todos durmieran se desharía de sus grilletes y liberaría a Nisa, entonces escaparían juntos. Odiaba tener que dejar a Kipniz y a los demás atrás, pero cuantos más fueran menos posibilidades tendrían y no iba a arriesgarse. Su única preocupación era deshacerse del guardia que custodiaba la puerta del barracón. Y mientras elucubraba su plan e imaginaba su tan esperada libertad, Abnassar y el Quebrantahuesos entraron en la gran habitación junto a un hombre de rostro anguloso enmarcado por una perilla bien arreglada de color azabache y vestido con una cota de malla de reluciente plata.
—¿Creéis que esto es necesario? —preguntó el desconocido.
—Vedlo como una inversión, Yaguarandi Ras´tesan.
El tal Ras´tesan no parecía convencido con la propuesta del mercader mirzense. Basazis no supo a qué se referían, hasta ese momento.
—¿Alguna vez os habéis follado a una sarkan? —inquirió Abnassar.
Por cómo formuló la pregunta, Ras´tesan supo que no era la primera vez que hacía aquello, ni sería la última. El orondo mercader le produjo un rechazo indescriptible.
—¿Habéis perdido el juicio? Antes violaría a una cabra que yacer en el mismo lecho con una de esas bestias —escupió el yaguarandi.
Abnassar estalló en carcajadas.
—Vos mismo, pero el burdel más cercano está en Kal´lar, a más de cien kilómetros. Y por aquí tampoco hay cabras. —Más risas—. De todas formas, con esta tormenta no llegaríais muy lejos. Además, los hombres empiezan a estar demasiado cachondos para obedecer las órdenes sin rechistar.
Ras´tesan meditó durante unos instantes, se pasó la mano por el mentón, calibrando las consecuencias de impedir que sus hombres se desahogaran.
—Está bien, haced lo que consideréis oportuno.
—Excelente, mi señor yaguarandi. Coger a esas tres, son las que parecen más humanas —dijo señalando a varias sarkan, entre ellas Nisa—. Puede que tengamos que satisfacer necesidades, pero aún tenemos cierto gusto.
—¡No! —Basazis se debatió con todas sus fuerzas, pero estaba bien amarrado a la pared.
—¡Silencio, rata! —Harad le propinó un fuerte puñetazo que le partió el labio.
—Y a ese darle cincuenta latigazos —añadió Abnassar—, a ver si así aprende de una vez por todas cuál es su lugar.
—Os recomiendo que lo matéis, de lo contrario os traerá problemas en el futuro. —El Quebrantahuesos se mostró contrario a su decisión.
—Cuando quiera tus consejos, te los pediré. Guarda silencio y haz lo que te ordeno. Ah, y si grita en uno solo de los latigazos, cortadle la lengua.
No gritó. Después de aquella noche, Nisa nunca volvió, y Basazis solo pensaba en una cosa: venganza. Los mataría, a todos. Los mataría y se regodearía en sus muertes. Si tuviera la fuerza necesaria, si tuviera una oportunidad… Pero no era nadie, no tenía nada. Solo cadenas, y su miserable vida. Durante días olvidó sus planes de fuga, su odio e incluso el roñoso trozo de alambre que guardaba con tanto celo. Solo podía pensar en Nisa, en el recuerdo de su sonrisa. Hasta que una noche la furia helada volvió a apoderarse de su corazón, y el odio afloró de nuevo con más fuerza. Ya no le importaba ser libre, ya no pensaba en volar lejos de allí como un águila. Era la hora de rendir cuentas y aunque le costara la vida, pagarían por ello: Abnassar, Harad el Quebrantahuesos y el Yaguarandi Ras´tesan.

Pasaron cuatro días envueltos por la terrible tormenta, pero en cuanto cesó se pusieron de nuevo en marcha, camino del Bastión Dunaluna. Una semana después estaban frente a las macizas puertas de madera, que se abrieron con un retumbar. Cientos de sarkan penetraron cabizbajos al ritmo del restallar del látigo. Basazis tenía puestos sus ojos sobre Abnassar, estaba cerca, muy cerca. Tan solo le separaba de él, Harad, que le sacaba varias cabezas. Para el sarkan era como una torre de piedra maciza. Y aun así no iba a rendirse.

Abandonó la fila y, pese al cansancio, de un empellón sentó de culo al Quebrantahuesos. Aun trabado por las cadenas se lanzó con un rápido movimiento sobre Abnassar y de un mordisco le arrancó la oreja, el mercader mirzense comenzó a chillar y sangrar como un cerdo. Basazís rodeo el grueso cuello con sus dedos como zarpas y los cerró con firmeza. Las toses de Abnassar cesaron de inmediato ante la estrangulación, y de súbito todo terminó. Harad le propinó un golpe con la porra en plena cara que le volvió a partir el labio. Acto seguido le puso la babucha de hierro sobre el pecho y apretó con fuerza.
—Os lo advertí, os dije que este engendro era peligroso.
—Destroza a ese malnacido —farfulló Abnassar, todavía sin respiración.
—¡Alto! Entre estos muros yo soy la autoridad. —Todos guardaron silencio cuando el Yaguarandi Ras´tesan habló desde lo alto de su caballo—. Tengo pensado algo mejor. Mañana al amanecer lo ejecutaremos frente a sus congéneres, servirá de ejemplo a todos aquellos que osen rebelarse. Y créeme, bestia inmunda, cuando acabe contigo suplicarás por una muerte rápida. ¡Sacadlo de aquí!

Cuando abrió los ojos, vio un techo de piedra alto y oscuro. Lo último que recordaba era como le arrastraban y golpeaban hasta que perdió el conocimiento. Se incorporó con dificultad. Estaba en una celda, pero eso no iba a detenerle. Rebuscó entre sus ropas raídas y sacó el trozo de alambre. Hurgó durante largos minutos en los grilletes de sus tobillos hasta que logró abrirlos. Estuvo apunto de llorar tras verse libre de las cadenas, después de tantos años, pero era solo el primer paso. Las ataduras de sus muñecas estaban soldadas y no podía deshacerse de ellas. Se acercó a la puerta de madera y cuando introdujo el alambre en la cerradura esta se abrió con un gemido quejumbroso.<<Se la han dejado abierta.>> Basazis no salía de su asombro. Abandonó su celda con cautela, ascendió un tramo de escaleras que le pareció eterno y su sorpresa aún fue mayor cuando ni un solo guardia se cruzo en su camino.

Una vez en el exterior vio que se encontraba en lo alto de la muralla, ya era más de medianoche. Transitó por el adarve hasta que se topó con un grupo de guldaharís. No se lo podía creer, entre ellos estaban Abnassar, con un vendaje en la oreja; Harad el Quebrantahuesos y el Yaguarandi Ras´tesan. Entraron en una de las torres, todos aquellos de los que quería vengarse reunidos en un mismo sitio, parecía que el destino se había puesto de su lado. Dos soldados armados con cimitarras montaron guardia en el puerta.

Sin pensarlo se acercó en silencio y golpeó por sorpresa con ambos puños a uno de ellos en la entrepierna. El intenso dolor le hizo soltar el arma y caer de rodillas, sin aliento. Se abalanzó sobre el otro y con una fuerza de la que no era consciente que tenía lo derribó, se puso a horcajadas sobre él, le agarró la cabeza y la estrelló con saña contra el suelo, una y otra vez, hasta que el empedrado quedó teñido de rojo y la sangre se filtraba entre las rendijas de la piedra. Para entonces, el primer guldaharí ya se recuperaba del ataque sorpresa. Rápido como el viento, Basazis saltó sobre él y pasó las cadenas entorno a su cuello. El soldado pataleó e intentó zafarse de la presa, al ver que era inútil comenzó a golpear los costados del sarkan, pero este aguantó el castigo; demasiado acostumbrado, ya no notaba el dolor. Le faltó el aire y emitió un gañido sordo. Basazis apretó, apretó tanto que pensaba iba a dislocarse las muñecas engrilletadas, hasta que de un estertor el guldaharí murió con el rostro amoratado.

Se levantó, jadeante, y se hizo con la daga curva de una de sus víctimas. El camino se abría ante él, libre. Recorrió los escasos metros del adarve que le separaban de la sala donde entraron sus objetivos. Estaba tan cerca. El corazón le palpitaba, desbocado.
Sabía que no me equivocaba al darte una oportunidad —resonó una voz en la oscuridad. Basazis miró en todas direcciones, pero la noche era demasiado cerrada para distinguir nada. La voz emitió una risita, casi como el siseo de una serpiente—. Aquí arriba.
Alzó la vista y sobre un travesaño de madera que salía de la torre pudo ver una sombra agazapada, como una gárgola que acechaba desde las alturas. Parecía vestir un manto tan negro como el vacío. ¿Qué quiso decir con una oportunidad, acaso era él quién había abierto la puerta de su celda?
—¿Quién eres?
—Mi nombre no importa, al menos no por el momento —dijo en tono enigmático—. Estoy más interesado en ti, en el fuego que refleja tu mirada. —Basazis entrecerró los ojos, nunca se había fiado de nadie, y esta no sería una excepción—. Ves, ahí está otra vez. Tienes los ojos, la férrea determinación.
—No entiendo qué quieres decir. ¿Los ojos? ¿De qué hablas?
Los ojos del asesino, el brillo de la Muerte. Lo conozco bien. Te he observado, sarkan, y me ha gustado lo que he visto. —No podía verle el rostro, pero por alguna razón supo que esbozaba una sonrisa de satisfacción—. Hace tiempo que me embarqué en una búsqueda, y creo que hoy ha tocado a su fin. He encontrado lo que necesitaba.
<<Me busca a mí, ¿por qué? ¿Qué es lo que pretende?>>Basazis estaba cada vez más confundido.
—¿De dónde has salido?
La sombra se puso en píe, todavía en la viga. Era alto, y tenía forma humana. Sus vestimentas ondearon en la noche.
—He viajado mucho y recorrido infinidad de lugares. Soy de ningún sitio y de todas partes, pero lo verdaderamente importante es que represento a un grupo interesado en gente como tú.
—Quiero recuperar mi libertad —mintió.
—Y la tendrás, si aceptas venir conmigo. Pero no es ese tu único deseo. Lo huelo, huelo tu odio, tu afán de venganza, de hacer pagar a todos aquellos que te han causado dolor. Eso es lo que me ha traído hasta ti.
—¿Cómo lo sabes…? —preguntó el sarkan con recelo. Aquel hombre oscuro leía sus pensamientos, debía ser un brujo. Los guldaharís hablaban de ellos en susurros. Seres siempre en las sombras de la realidad, observando a los mortales, urdiendo planes.
El desconocido emitió una risa queda.
—Ya te lo he dicho, me dedico a esto.
—¿Me ayudarás a matarlos?
—No.
—Entonces, tú y yo no tenemos nada que decirnos. —Basazis estiró la mano dispuesto a penetrar en la habitación.
—Sí, podrías entrar, quizá mates a alguno de ellos… ¿Y luego qué? Morirás —dijo la sombra, sin darle tiempo a responder.
Llevaba razón, pero a decir verdad su vida no le importaba lo más mínimo, tenía un objetivo y lo cumpliría aunque le costara la vida.
—En cambio —prosiguió el desconocido—, yo puedo enseñarte las habilidades necesarias para que puedas hacerlo tú, para que sea tu mano la que clame justa venganza. No será hoy, no será mañana, pero lo harás. Al fin y al cabo la venganza es un plato que se sirve frio.
<<La venganza en un plato que se sirve frio.>> El hombre de las sombras le prometía muchas cosas, era demasiado bueno para ser cierto. ¿Y si era una trampa de esos pérfidos guldaharís, un montaje para romper más sus pobres esperanzas?
—La decisión es tuya, sarkan.
Demasiadas dudas. Basazis aún se aferraba al pomo de la puerta, sentía que si se marchaba ahora perdería su oportunidad por siempre, que defraudaría a Nisa. <<La venganza se sirve fría.>> El recuerdo de la joven sarkan le atormentó, debía hacerlo o nunca volvería a dormir tranquilo, pero ¿y si fallaba? Se saldrían con la suya, quedarían impunes. Decídete. <<Fría.>> Soltó el pomo.

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