May 212014
 
 21 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , ,  5 comentarios »

—¡¿Te has vuelto loco?! Eso no era parte del plan —susurró Calíope.

—Ssss. —Evan emitió un siseo—. Harás que nos descubran. Vigila ese pasillo mientras yo fuerzo la puerta.

—Por todos los dioses —musitó la muchacha—. ¿Me estás escuchando si quiera?

—Mira, podemos discutir cuál es el mejor curso de actuación, pero sería tremendamente aburrido —dijo este, diplomático—; o bien puedes ayudarme y continuar con la misión.

Evan hurgó en la cerradura de la maciza puerta de madera remachada.

—Misión. Ese es precisamente el problema. —La voz de Calíope le llegó amortiguada por la distancia, apenas un cuchicheo—. Te recuerdo que nuestro objetivo era (¿Por qué había dicho era? Maldición, así parecía que se doblegaba a los nuevos y absurdos planes de Evan) obtener los mapas del despliegue de las tropas rebeldes. ¿Cuándo, y lo más importante cómo, se te ha ocurrido la brillante estupidez de querer asesinar al General Killgore?
Pero su compañero estaba demasiado concentrado para contestar. Las ganzúas tintinearon con suavidad al acariciar los pernos. Con un chasquido seco el tambor giró y la puerta se abrió con un leve chirrido de los goznes.

Relatos de Fantasía - Muerte en la oscuridad - Salón
La Sala de Audiencias era una gran habitación con las paredes y el suelo de piedra cincelada. En los muros colgaban tapices representando los mapas de los distintos reinos y regiones. Una mesa de roble blanco dominaba el centro de la estancia, rodeada por exquisitos butacones forrados en terciopelo rojo. La pared norte la presidía una increíble vidriera de vivos colores, pero en aquel momento filtraba la luz de la luna, bañándolo todo con un halo mortecino, fantasmagórico.

Evan avanzó muy lentamente. Un pie tras otro. Deslizándose. El lugar estaba vacío, pero si una cosa le había enseñado su oficio, es que nada era lo que parecía. No podías fiarte. Calíope esperó en la puerta mientras su compañero registraba el lugar desde las sombras. En perfecta sincronía mantenían ojos vigilantes en los puntos susceptibles de una emboscada. Entrar y salir. Sin testigos, sin huellas y por supuesto sin muertes. Ese era su cometido, se dijo Calíope. Pero Evan se empeñaba en ir más allá. No es que tuviera reparos en matar, y menos a un perro sedicioso sin corazón como Lander Killgore, pero no era su estilo. Demasiado ruidoso, demasiado arriesgado.

Robar, para eso sí habían sido entrenados. Ladrones y espías profesionales. En cambio Evan ambicionaba mucho más. No entendía qué pretendía demostrar matando al general rebelde. Vale, los asesinos a sueldo cobraban cantidades desmesuradas de oro, más si eran buenos en lo suyo. Eso debía concedérselo. Aunque algo le decía que a su compañero no le preocupaba el dinero. Él quería destacar, ser el mejor. Siempre había sido así. Una sombra cruzó el rostro de la joven. Malos presentimientos nublaron su mente y un escalofrío le recorrió el espinazo.
Evan levantó el puño y lo puso frente a sus ojos, la señal inequívoca de que el lugar estaba desierto.

—Según la información del Condestable, los documentos están en algún lugar de esta sala. Ya sabes como va esto: registra cualquier resquicio, minuciosamente.

Calíope asintió. Nada estaba fuera de lugar. Los muebles, de exquisita factura, se mostraron inmaculados; las sillas ordenadas y separadas unas de otras por una distancia calculada al milímetro; una estantería con copas de cristal abrillantadas con esmero y los archivadores de madera con sus legajos clasificados pulcramente, o lo estaban porque Evan trasteaba pasándolos a toda prisa. Pero aquel perfecto equilibrio solo lo era en apariencia. Sí que había un elemento que no parecía encajar del todo en tan simétrico conjunto: una pintura de bodegón. Una temática del todo inapropiada para una sala donde se decidía el futuro de miles de personas, donde se jugaba a la guerra.

La ladrona se acercó al cuadro y tiró suavemente de él, no se movió ni un ápice. Anclado a la pared. Sospechoso. Deslizó los dedos por detrás del marco, con delicadeza y muy lentamente. Encontró lo que buscaba. Presionó con la yema del dedo corazón. Clic. Continuó palpando. Una nueva presión, un nuevo clic. El mecanismo oculto se puso en marcha y el cuadro se desplazó hacia arriba, en el más absoluto de los silencios. Calíope emitió un silbido ascendente muy característico. Evan supo que su compañera había encontrado lo que buscaban. Un hueco oculto albergaba la tan codiciada información.

—Copiemos los documentos y… —Calíope no pudo terminar la frase.

—Llegó la hora de eliminar a ese bastardo de Lander Killgore.

Calíope puso los ojos en blanco. Bien, justo lo que no quería oír.

—¿Y has pensado en cómo lo harás? —La muchacha lanzó la pregunta con tono reprobatorio.

—Improvisaremos.

—¿Improvisar? Estás de coña. —Calíope obtuvo una sonrisa por toda respuesta. Una sonrisa que había aprendido a temer—. No, no estás bromeando.

—Escucha, en los planos que nos proporcionaron venían marcados los aposentos privados de Killgore. Solo hay que ir hasta allí y acabar con él.

Más fácil de decir que de hacer. Tenía que poner fin a tan estúpida confabulación de una vez por todas.

—No cuentes conmigo. Tendrás que hacerlo solo. —Mierda, para ser una ladrona profesional no se le daba nada bien mentir.

—¿Qué? ¿Es que no lo entiendes? Está en nuestra mano acabar con todo. Esta misma noche. Si eliminamos a Lander mañana esta guerra será tan solo un mal recuerdo.

—¿De verdad lo haces por eso, estás seguro que no hay nada más? Nunca te tuve por un tipo altruista, Evan. No esperes que te crea ahora.

La discusión se vio interrumpida de forma abrupta por la llegada de un centinela que patrullaba la zona.

—¿Hay alguien ahí? —inquirió el guardián al tiempo que asomaba la cabeza al interior. Pero no recibió respuesta, la Sala de Audiencias estaba tranquila, despejada.

Las pisadas de las botas de cuero rebotaron en las paredes, el soldado deambuló por la habitación mientras silbaba, despreocupado. Calíope rezó desde su escondite por que el guardia no se diera la vuelta y viera el escondrijo descubierto tras el cuadro, por que las sombras ocultaran su latrocinio. No hizo falta. Con los reflejos de un gran felino, Evan salió de la oscuridad y aferró al hombre por la espalda. El filo de la daga rasgó su garganta como si fuera seda. El cuerpo quedó tendido en el suelo, inerte.

—¿Te has vuelto loco? ¿A qué ha venido eso? —le recriminó la joven de inmediato.

—Ahora ya no nos queda otra —dijo el ladrón restándole importancia al asunto.

—¿Qué te ha pasado, Evan? Nunca antes habías actuado así. —Pese a sus esfuerzos por ocultarlo un deje de tristeza afloró en su voz.

—Ahora soy más eficiente, más letal…

—Más temerario, más descuidado, más estúpido —le cortó ella.

Evan se encogió de hombros. Aquello no fue un accidente, lo tenía todo planeado. El muy cabrón buscaba forzar un encuentro con el General Killgore. Ahora de nada servirían los informes y mapas. Cuando los soldados encontraran el cadáver de su compañero sabrían que había espías en la fortaleza y cualesquiera que fueran sus planes se verían irremediablemente trastocados para evitar las posibles filtraciones. Tanto esfuerzo y trabajo para infiltrarse habían desaparecido de un plumazo. Calíope apretó los puños, quería darle una buena paliza a Evan, pero se contuvo. Lo fulminó con la mirada, era lo más que podía permitirse ahora. ¿Cuándo había cambiado? Eran compañeros, más que eso: amigos, los mejores. Desde que tenía uso de razón siempre habían estado juntos. Evan lo sabía, y jugaba con eso. Y por mucho que protestara acabaría acompañándole. La tenía bien agarrada. Y así fue. Todavía fluía la sangre del centinela degollado cuando se descubrió así misma tras los pasos de su amigo.

Evan se apresuró, el tiempo corría en su contra. Calíope no dejaba de echar la vista atrás, esperando ver en cualquier momento un grupo de soldados dispuesto a apresarlos, aguzó el oído segura de que alguien daría la voz de alarma. Pero nada de eso ocurrió, la fortaleza dormía sumida en la noche. Recorrieron los tejados y almenas evitando los pocos guardias que estaban de ronda. Al llegar al torreón principal escalaron con cuidado la fachada, usando los resquicios como asideros. Una vez arriba descubrieron que la torre tenía el tejado plano y en el centro una bóveda de cristal. Ambos se arrastraron hasta alcanzarla y se asomaron con precaución. Doce metros más abajo vieron a Killgore, parecía dormir. Su habitación, tenuemente iluminada, estaba invadida por la penumbra. En un abrir y cerrar de ojos dispusieron sus cuerdas con una serie de nudos corredizos y forzaron la ventana de la bóveda.

Evan se descolgó por la cuerda con la cabeza por delante y los pies cruzados. Variando la presión con los muslos y ayudándose con las manos bajó como si de una araña que se acerca a su presa se tratase. Apenas era perceptible un ligero roce, del cuero contra esparto. Desenfundó de nuevo su daga, un reflejo carmesí parpadeó a la luz de las velas. La sangre seca era como diminutas perlas coaguladas, rojizas. Estiró el brazo con sumo cuidado, el filo se acercó peligrosamente al cuello de su víctima. Solo unas pulgadas más y Lander Killgore recibiría el afeitado más apurado de su vida.

¡Tong, tong, tong! Una rápida sucesión de campanadas rompió la quietud de la noche. Voces de alarma estallaron por doquier. Killgore abrió los ojos como platos justo a tiempo de esquivar el mortal ataque. La daga dibujó una profunda linea roja en su mejilla izquierda. La sangre salpicó la almohada cuando el general rebelde se revolvió en la cama e intentó agarrar a Evan por las muñecas, este desenlazó las piernas y dejó que la inercia le diera la vuelta. Sus pies impactaron en el pecho de Lander que se estampó contra la pared, donde quedó sin aliento. Cuando logró ponerse en pie a voz en grito y soltando pestes por su boca, Evan ya había desaparecido en las alturas.

—Un trabajo muy limpio —apostilló Calíope. Evan respondió con un sonoro bufido.

Una lluvia de flechas se estrelló a diez pasos de su posición.

—¡Allí, en los tejados! —Voces provenientes del patio interior.

Los ladrones se internaron una vez más en las entrañas de la fortaleza, descendieron estrechas escaleras de caracol y recorrieron lóbregos pasadizos mal iluminados, sin saber dónde les llevaban sus pasos, sin un destino real. A su alrededor todo era caos y confusión, pero eso no duraría eternamente, tarde o temprano los soldados darían con ellos. Ella lo sabía. Evan lo sabía.

Su huida quedó interrumpida abruptamente por un enrejado cubierto de óxido. Un robusto candado mantenía la puerta bien apresada. Con un rápido movimiento de ganzúas Evan liberó el cerrojo. Calíope fue la primera en cruzar, y no hubo dado ni dos pasos cuando un chasquido seco sonó a su espalda. Al girarse vio a su amigo tras las rejas, el candado firmemente cerrado en su pasador.

—¿Qué…? —La joven no parecía entender lo ocurrido.

—Voy a intentar retenerlos, te daré tiempo suficiente para que puedas escapar.

—¡Evan, no!

—Escúchame —dijo cogiendo su rostro entre las manos, a través de los barrotes—, son demasiado, y no sabemos si este pasaje desemboca en una salida. Vete.

—¿Por qué? ¿Por qué lo haces? —suplicó Calíope.

—Todo esto es culpa mía, quizá debería haberte hecho caso. —Evan sonreía.

—Eres un estúpido —lloró ella.

El tronar de un centenar de botas colmó los pasillos colindantes. Ya estaban ahí.

—Sí, siempre me dijiste que mi ambición me llevaría a la ruina. Tenías razón, pero no pienso arrastrarte conmigo. Esta vez no.

—No… —Pero él ya se daba la vuelta para encarar a sus perseguidores.

Evan introdujo la mano entre los pliegues de su capa y extrajo una ballesta. El primer soldado cayó con un virote atravesando su cuello. El segundo recibió un tremendo golpe que redujo el montante de la ballesta a astillas, justo a tiempo para desviar con su espada la malintencionada estocada de un tercer asaltante. Ladrón y soldado quedaron trabados cuerpo a cuerpo, forcejeando. Músculos hinchados. Evan le propinó un cabezazo en las narices, el hombre trastabilló y este aprovechó para asestarle un mortal tajo en la cara. Los dos siguientes atacantes fueron despachados con la misma celeridad y habilidad. Los cadáveres empezaban a acumularse a los pies de Evan y pese al nutrido grupo de enemigos que saturaba el pasillo, ninguno parecía querer dar el primer paso.

Calíope no podía creerlo, conocía la pericia de Evan con la espada, pero aquello era increíble, tanto que por un breve instante un atisbo de esperanza cruzó sus ojos. Esperanza que se desvaneció cuando una flecha atravesó su muslo y Evan se vio obligado a hincar la rodilla en el suelo. Dos soldados más aprovecharon la nueva situación del acorralado ladrón y se abalanzaron sobre él, este apenas pudo mantenerlos a raya mientras oscilaba su acero de un lado a otro. Hasta que el tajo certero de un soldado le amputó varios dedos de la mano derecha. Calíope ahogó un grito de desesperación y se tapó la boca con ambas manos. La espada de Evan, con la empuñadura ensangrentada, cayó al suelo con un tintineo metálico que arrancó ecos por todo el túnel.

—¡Apartaos! —rugió una voz tras los soldados.

Lander Killgore avanzó entre las filas de hombres que abarrotaban el pasillo, empujando a todo aquel que osaba interponerse en su camino, mandoble en mano. Su mejilla aún sangraba profusamente y su camisa de lino blanca estaba salpicada de manchas carmesí.

—¡Qué os apartéis he dicho! Ese cerdo es mio. Voy a enseñarte la grave equivocación que has cometido.

El pie del general se incrustó en el vientre de Evan que se dobló de dolor, pero no permaneció mucho tiempo en esa postura, pues Lander le agarró por el pelo y tiró de él con brusquedad.

—¿Y tu compañera? —le interrogó. La furia era palpable en su voz.

—Que te jodan… —logró barbotar.
Antes de que Evan pudiera completar su insulto el puño de Killgore se estrelló en su cara. La fuerza del impacto impulsó la cabeza de Evan hacia atrás con gran violencia.

—Te lo preguntaré una vez más. ¿Dónde está tu compañera?

—¿Qué pasa, tu mujercita no te da amor? —Un nuevo golpe. Evan aprovechó para escupirle, añadiendo una nueva salpicadura sangrienta a la colección de su camisa blanca.

—Creo que no eres consciente de tu situación. Vas a morir de todas formas, de ti depende el grado de sufrimiento que quieras obtener.

—Me alagas, pero no me van los hombre.

—Craso error —dijo con voz sibilina.

Killgore pisó con fuerza las piernas del arrodillado Evan para evitar que se moviera, alzó su espada con la punta directamente sobre el ladrón y descendió el gran mandoble muy lentamente, dejando que el acero penetrara por el hueco de la clavícula, sin prisa, milímetro a milímetro. Los gritos de Evan no se hicieron esperar al sentir tan tremendo dolor. El metal rajó el cuero de su armadura, la piel y el músculo y se precipitó con calma sobre el pulmón derecho. Los chillidos se transformaron en aullidos enloquecidos que quedaron súbitamente interrumpidos por un acceso de tos sanguinolenta que manchó el empedrado. En las sombras, las lágrimas recorrían sin control las mejillas de Calíope, sus sollozos quedaron apagados por los gritos. El mandoble arrastró tejido y órganos en su imparable descenso a la agonía. Algunas costillas crujieron bajo la desmedida presión, para entonces Evan ya había perdido el sentido y gemía levemente.

—La última vez que ejecuté así a un hombre tarde cuatro minutos en matarlo. Aspiro a batir esa marca —le confesó Lander Killgore en voz baja, al oído.

Minutos después, largos, eternos, interminables, Evan se desplomó en el suelo como una marioneta a la que le habían cortado los hilos, un juguete con el que los dioses estaban cansados de jugar.

—Deshaceos de esta basura —ordenó Killgore—. Y encontrad a esa zorra. ¡La quiero viva!

Pero Calíope ya no estaba, engullida por las sombras, desaparecida en la noche. Jamás la encontrarían.

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Feb 262014
 
 26 febrero, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  9 comentarios »

Quién tima a un dragón…

Estaba convencida que al final del angosto túnel encontraría un buen tesoro. Naila avanzó centímetro a centímetro, casi arrastras. Descubrir la entrada a aquella olvidada y remota fortaleza le había llevado semanas. Escrutó cada piedra, cada losa, cada oquedad;
hasta que finalmente su paciencia se vio recompensada y encontró una brecha por donde colarse. Su espíritu estaba ávido de hallar una fortuna de tiempos lejanos, aunque a decir verdad, lo que realmente le atraía era la búsqueda, el reto, superarse. Con catorce años había robado y saqueado tesoros de incalculable valor, así que ciertamente nada de aquello le hacía falta.

Relatos de fatasía - Tesoro del dragón
Inmersa en sus pensamientos salió del conducto, una gigantesca cueva se abrió ante ella, y a tan solo unos quince metros una pantagruélica montaña de oro y gemas descansaba, reluciente, al paso del tiempo, olvidada en las oscuras profundidades de la tierra. De pura sorpresa emitió un largo silbido, impresionada. En ese instante la pila de oro se removió, inquieta, como si tuviera vida propia. Las monedas y joyas resbalaron formando regueros fulgurantes y Naila pudo intuir una colosal forma oculta bajo el
valioso tonelaje.

Una cabeza reptiliana surcó el dorado oleaje que su despertar había provocado, alzándose a una altura de más de veinte metros. Un repiqueteo metálico rebotó en la cueva cuando las monedas cayeron desde las alturas deslizando por su escamoso cuerpo. Un poderoso brazo se izó en el aire, perezoso, y cuando alcanzó su máxima longitud descendió a una velocidad imposible sobre la ladrona. La enorme zarpa cayó, inmisericorde, y Naila pensó que su vida acababa en ese preciso momento; pero al contrario de lo que esperaba, la oscuridad no se cernió sobre ella. Al abrir los ojos se vio atrapada por las fuertes garras del dragón, aplastada contra el suelo. Estaba tan cerca que podía ver las innumerables y lustrosas escamas que formaban la dermis de la gran bestia. Aunque no se atrevió a tocarlas, estaba convencida de que serían más duras que el acero.

—¿Quién osa perturbar el sueño de Sul-Kanar? —preguntó el dragón muy lentamente.

—Una simple exploradora que eligió mal su ruta, vistos los acontecimientos más inmediatos —intentó exculparse Naila.

—No te molestes, sé a qué has venido. Todos venís a por lo mismo, queréis robarme mi fabuloso tesoro —sentenció la gran sierpe.

—Técnicamente el oro no sería tuyo, quiero decir que tú también lo robaste en algún momento —contraatacó la joven.

—No es menos cierto, pero dado que sus legítimos dueños murieron hace tiempo, o los maté yo, podemos convenir que toda esta fortuna me pertenece ahora.

La inmensidad de la antigua criatura era apabullante. Si quería escapar sabía que debía atacar de alguna forma su inteligencia, y según decían las malas lenguas acerca de los dragones era que: lo único más grande que su tamaño, era su ego.

—Supongo que ahora me devorarás.

—¿Devorarte? —Un estruendo de lo que Naila creyó eran carcajadas emergió de las fauces del dragón, inundando la cueva—. No voy a devorarte, vosotros los humanos no sois tan sabrosos.

—Es un alivio.

—No he dicho que vaya a devorarte, pero tampoco pienso dejarte con vida. Disfruto matando a los de tu especie de otras formas menos asquerosas para mi paladar que la deglución.

Sul-Kanar rio con ganas de nuevo.

—He de suponer pues que no estarías interesado en un juego de acertijos.

—Previsible y tediosa sugerencia.

—A mi me ha sonado más a genuina cobardía. Aunque estoy convencida que nn tienes miedo de perder contra un intelecto inferior como el mio.

—Creo que el esqueleto de tu izquierda también intentó apelar a mi supuesta cobardía para engatusarme… ¿o fue el de la derecha? —dudó Sul-Kanar.

—Entonces será un auténtico honor batirme, y ser derrotada en un auténtico duelo dialéctico, por una de las criaturas más astutas e ingeniosas que jamás haya pisado este mundo.

—Adulación, eso también lo intentaron otros con más labia que tú.

—Me estás dejando muy pocas opciones —se quejó la joven.

—Mira a tu alrededor, ¿qué te hace pensar que eres mejor que todos ellos? —preguntó el dragón haciendo alusión a los resecos y vetustos montones de huesos.

—Que aún sigo viva.

Sul-Kanar no pudo evitar reírse.

—Interesante respuesta, pero dime, ¿por qué los humanos sentís la imperiosa necesidad de ser humillados intelectualmente antes de morir? ¿Acaso perder la vida noes suficiente para vosotros?

—Puedo derrotarte, confieso que aún no sé cómo lo haré, pero no te quepa la menor duda de que el resultado me será favorable —apuntó Naila con fingida confianza.

—Orgullosas palabras de alguien que está a punto de perecer a garras de un dragón. En cualquier caso, he vivido eones, creo conocer de memoria todos los acertijos creados por tu frágil raza, niña.

—A todas luces, inverosímil —negó rotundamente Naila.

—Haz la prueba.

Había logrado encauzar la conversación, ahora solo tenía que pensar algún enigma que le permitiera ganar algo más de tiempo.

—¿Qué animal tiene todas las vocales?

—El murciélago —contestó Sul-Kanar ipso facto—. La verdad, esperaba mucho más de ti. Si te molestaras en observar el emplazamiento donde nos encontramos, tú misma podrías haber deducido que en esta cueva hay cientos de murciélagos. De hecho
llevo siglos contemplando esos espeluznantes bichos. Resulta terriblemente aburrido contarlos.

—De acuerdo, admito que quizá no ha sido el mejor comienzo… Veamos si puedes con este otro: un prisionero está cautivo en una celda que tiene dos puertas, una de ellas… —comenzó Naila en tono triunfal hasta que Sul-Kanar la interrumpió.

—¿Si yo le pregunto al otro guardián por qué puerta tengo que salir, qué me responderá? —acertó nuevamente el dragón reprimiendo un bostezo. —Creo haber respondido a este acertijo en concreto… más de cien veces.

—Dame otra oportunidad, al fin y al cabo si me matas ya, tendrás que reemprender tu aburrida tarea de contar murciélagos.

—No te das por vencida. He de admitir que eres tenaz, será una lástima deshacerme de ti.

Frenética, Naila lanzó la mirada en todas direcciones. Se quedaba sin ideas y la salida estaba a menos de diez metros, aquella pequeña oquedad por la que había penetrado en el cubil del dragón. Tan cerca y tan lejos. Pero ahora estaba rodeada por
cadáveres a los que pronto se uniría… Entonces tuvo una idea total y definitivamente descabellada, aunque por otra parte nunca había estado bajo las garras de un dragón y cualquier opción le parecía perfecta para mejorar su complicada situación.

—Está bien, te propongo un último juego de ingenio. Uno al que estoy segura ninguno de estos desdichados que nos rodean te retó. El juego definitivo que pondrá a prueba tu habilidad.

Sul-Kanar alargó su serpenteante cuello, acercando su descomunal y sobrecogedora testa hasta que esta quedó a tan solo unos centímetros de Naila. La visión de sus colmillos hizo que la joven ladrona tragara saliva con mucha dificultad.

—¿De qué se trata? —inquirió la sierpe con cierto interés.

—Antes quiero que me des tu palabra de que serás sincero en este juego, y que si gano yo, me dejarás en libertad.

—La mendacidad es una cualidad típica de los tuyos, no necesito recurrir a tretas para ganar a los de tu especie. Tienes mi palabra de que esta lengua no pronunciará falacia alguna.

—La acepto.

Sul-Kanar asintió levemente.

—Oigamos pues de que va ese juego… y por tu bien espero que, en verdad, sea interesante.

—Lo será, pues se trata del juego sobre como voy a morir, o mejor, de cómo vas a matarme.

El dragón entrecerró los ojos, no se fiaba de lo que aquella insignifcante humana pudiera estar tramando, pues sabía que los humanos eran seres traicioneros.

—Una cosa más, ¿comerme está descartado, verdad? —quiso cerciorarse Naila.

—Totalmente.

—En ese caso, te apuesto mi vida a que eres incapaz de matarme de una forma completamente original y distinta a la que usaste con todos estos infortunados que yacen en derredor. —El dragón rumió unos instantes—. No vale repetir —dijo la ladrona en tono juguetón—, tenemos un trato.

Por la cantidad de cadáveres y restos acumulados en la cueva era imposible que Sul-Kanar encontrara una forma novedosa de darle muerte, o al menos eso esperaba, y deseaba.

—Supongo que todo esto no es una argucia con ánimo de dilatar lo inevitable —advirtió Sul-Kanar—. No me gusta perder el tiempo.

—Es curioso que digas eso cuando llevas tropecientos años durmiendo.

El dragón no pareció entender el reproche de Naila, pues estaba claro que dormir, para el enorme reptil, no se consideraba en absoluto una perdida de tiempo.

—Sorpréndeme, Sul-Kanar. Otórgame una muerte digna de un poema épico. —La joven pronunció las palabras con gran dramatismo.

—Veamos —comenzó el dragón—, usar mi aliento de fuego imagino que no sería válido…

—Los montones de ceniza te delatan, amigo mio.

Sul-Kanar miró hacia su lado izquierdo y añadió:

—Destripados por mis garras. —Luego desvió su mirada a la derecha—. Reventados de un coletazo.

—Es una suerte que hayas agotado esas opciones, no debieron ser muertes agradables. Algo me dice que pronto seré libre. —Sabía que no era prudente regodearse, pero tenía que hacerle cometer un fallo.

—¡Silencio, chiquilla! —la conminó el dragón—. Cuando acabe contigo tu muerte alcanzará el estatus de obra de arte, y los bardos no cantarán otra cosa durante siglos.

Sul-Kanar se rascó la sobarba con una de sus garras, intentaba hacer memoria, su orgullo y reputación estaban en juego. Nunca había perdido y no iba a ser esta la primera vez. Analizó la estancia, escrutando cada vida que había arrebatado hasta que completó con su cuello un giro de trescientos sesenta grados.

—Empalado, chamuscado, decapitado y despedazado —enumeró Sul-Kanar con pasmosa precisión.

—¿Qué me dices de aquel hombretón? —preguntó Naila señalando los restos de una gran armadura oxidada, fingiendo ayudarle.

—Aplastado.

—Te quedas sin opciones.

—No puede ser cierto, tiene que haber una manera inédita que no haya usado antes, quiero decir, ¿es siquiera posible agotar todas las posibilidades? —Sul-Kanar se negaba a creer tal desenlace, aunque debía admitir que en cierto modo se sentía orgulloso de semejante hazaña.

El dragón se apoyó sobre sus cuartos traseros irguiéndose en toda su altura y se cruzó de brazos, pensativo, no parecía encontrar solución al dilema planteado por la joven ladrona. Aprovechando el despiste de Sul-Kanar, que la había liberado para adoptar una pose que le permitiera discernir mejor sus alternativas, la muchacha se deslizó en silencio y sigilosamente hacia la salida, y pese a no haber conseguido ningún beneficio material reconoció que salvar la vida era premio suficiente.

Y cuando Naila escapaba por la estrecha oquedad, henchida de orgullo por haber embaucado a un dragón, Sul-Kanar aún discutía consigo mismo empeñado en solucionar un problema que ya había dejado de ser tal.

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Ene 172014
 
 17 enero, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , ,  1 Comentario »

Si estabas buscando las respuestas al reto de El Despertar de Antaros has llegado al lugar adecuado y en el momento preciso. Sigue leyendo y descubre que es un jawán o para que sirven los Portales de Igorath.

El Despertar de Antaros de Néstor Bardisa

¿De qué color son las armaduras irithianas?
Negras

¿Cuál es la especialidad de la posada de Rowen?
La cerveza

Según algunos catadores habituales la mejor cerveza de toda Aradia. Aunque las otras respuesta no dejaban lugar a dudas, las patatas picantes son la especialidad de Otik, el pollo ala diavola se sirve en la Taberna de Dalfgan y la sopa es el plato típico de la Jarra llena hasta arriba.

¿Donde murieron los padres de Shain?
En la guerra de las tumbas

La batalla de la colina del jabalí tuvo lugar hace mucho, muchísimo tiempo antes de la celebración de la feria de San Justo, en la península de Aeris. La guerra de aguas muertas hace referencia un pueblo histórico «Aigues Mortes» situado en Francia y la batalla del abismo de Helm es conocida por cualquier fan de Tolkien y su obra El Señor de los Anillos. Así que en esta tampoco hay margen para el error, es La guerra de las tumbas.

¿Qué es un jawán?
El vestido típico de la niñas bárat

El palo con el que luchan los enanos en la oscuridad hace referencia a los jupak que usan los kenders en Crónicas de la Dragonlance. «Toda nueva senda requiere un jupak». ¿Escudos de orcos, capas de magos? No, el nombre le cae mejor a los vestidos típicos de los bárat.

¿Qué es el Bélgantain?
Un árbol

Bueno técnicamente no es un árbol es EL ÁRBOL. Pero no me vale como excusa para fallarla, el resto no eran opciones a considerar.

¿A qué es vulnerable la Desolación?
Al fuego

Casi todo lo que conozco es vulnerable al fuego, salvo algún demonio de fuego, los Walrog, dragones, ifrits… ehhh, bueno muchas cosas son vulnerables al fuego y la desolación es una de ellas. Por cierto, ¿alguien sabe que le ocurre a un sapo cuando le alcanza un rayo? Lo mismo que a todo los demás 😉

¿Qué puedes hacer con los Portales de Igorath?
Viajar largas distancias

Invocar demonios, ver el futuro o encerrar criaturas de la oscuridad son extras y hay que pagar por ello.

¿Qué es la compañia de los Halcones Libres?
Un ejército de mercenarios

¿Cual de las siguientes criaturas no podemos encontrar en Undra?
Un kender

Cierto, los kenders viven en Ansalon, muy muy lejos de Undra. Y por si alguien se esta preguntando que es un trogodón, aquí su definición oficial: Criatura reptiliana de gran tamaño y peso, parecida a un caimán.

¿Cual es el grito de guerra de los haegis?
¡En la vida sacrificio! ¡En la muerte, honor!

A mi señal ira y fuego, también es un grito de guerra pero en un tiempo y un lugar mucho más cercanos a nosotros.

¿Quieres probar con otro reto? Ahora es el mejor momento 🙂 Entra en los Retos del torneo del Rey

Dic 062013
 

—¡El Consejo Arcana debe pronunciarse! —exigió Cáldir con un sonoro puñetazo en la mesa.
—Cálmese, Heraldo del Fuego. Sabe que las Casas de la Magia no deben interferir en la política, es la única manera de garantizar nuestra independencia —dijo Brent, el Sumo Conjurado de Irithnun, en tono conciliador.
—La magia es poder, ¿de qué nos sirve ostentar tal habilidad si no podemos usarla?
—¡Maldición, Cáldir! Precisamente por eso. Ya se han torcido bastante las cosas en Lumlenth desde que el Entarca Rodius tomara el control del país. ¿Y ahora pretendes que nos sublevemos por un puñado de magos proscritos? —Fándor, Sumo Conjurador de Lumlenth, pronunció las palabras con perplejidad.
Cuentan con nuestro apoyo, pero no es momento de inmiscuirse en tal asunto —confirmó Brent el argumento de su colega.
—Ha sido un largo viaje hasta Tyrasea, ¿para que hemos venido aquí entonces? ¿Para que nos despachéis como a perros?
—¡Basta! —rugió Fándor—. Las Casas de la Magia de toda Undra y el Consejo Arcana nos brindan su apoyo, pero debemos mantenernos fieles a nuestro código de no intromisión.
—¿Cómo podéis estar tan ciegos? —contraatacó Cáldir de nuevo—. Esto es un paso más hacia nuestro fin. Primero Lumlenth nos ha encerrado en nuestro propio hogar con esa estúpida orden que prohibe el uso de la hechicería fuera de los muros de la Casa de la Magia, y ahora esto. Pronto nos tildarán de herejes y acabaremos en la hoguera, como está pasando con los brujos y
nigromantes.El fin de la magia
Ni se le ocurra compararnos con esos bastardos desalmados, no somos magos negros —arguyó Brent—. La Erantaia acabará por comprender vuestra situación, pero no a su manera, Heraldo del Fuego; sino a través de la diplomacia y no del conflicto ni la ostentación de poder. Cáldir abandonó la sala, furibundo. Sentía como el flujo de la magia bombeaba por sus venas, mezclado con su sangre, tan caliente como la ira y el odio que le corroía por dentro. Odio por todos aquellos adoradores del Dios Único que reprimían sus derechos, y odio por el Consejo Arcana, por los Sumos Conjuradores que se cruzaban de brazos y no movían un dedo por solucionar la situación. Y más cuando tenían el poder necesario para ello. La magia estaba ligada a los sentimientos y los estados de ánimo, por eso a veces era difícil controlarla, y esa era la razón por la que él se había erigido como Heraldo del Fuego de la Casa de la Magia de Lumlenth. El Fuego era pasión y fuerza de voluntad, y de eso Cáldir tenía de sobras. Deliberadamente, dejó que el torrente mágico inundara todos sus canales, apretó los puños y el fuego surgió de sus manos. De un puñetazo desmenuzó la piedra del muro, derritiéndola primero y convirtiéndose en un montón de polvo después. Pero él era distinto, ¿por qué tenía que arrastrarse como un perro?, ¿o encerrarse en un sótano como un apestado cuando era capaz de tales proezas? ¿Por qué la magia no podía ser libre como en el resto de Undra? Esos ignorantes y radicales de la Erantaia les condenarían por mera superchería. Pero no estaba dispuesto a tolerarlo y sabía que, como él, había muchos que compartían tal ideal. Rodius I de Valois salió al patio interior de la Gran Catedral de Lumlenth y se dirigió a los cuarteles del Ejército Sagrado. Un pequeño séquito de monjes le seguía a todas partes, como perrillos falderos que estuvieran hambrientos y esperaran recibir las sobras de su amo. Sus consejeros le habían sugerido que fuera prudente con el delicado asunto de la Casa de la Magia, ya que durante el reinado de Óbaron II habían gozado de libertad para ejercer sus funciones; que era peligroso enemistarse con una organización que poseía tanto poder.

—Solo temo la ira de mi Dios Único, ceder ante ellos supone quebrantar la Fe —solía decir él con voz grave. Así que hizo lo más lógico: cambiar de consejeros. Esa misma mañana los ejecutó por herejes y por apoyar las artes prohibidas de la magia que la Erantaia y Heran, el Dios Único, condenaban. Los nuevos consejeros se mostraron más acordes con sus severos ideales, no sabía si por propia convicción o por el peculiar destino de sus antecesores en el cargo. En cualquier caso, así es como debía ser.
Una vez dentro de los cuarteles exigió que el General compareciera ante él. Al instante, un hombre fortachón y de poblado bigote rubio se presentó hincando una rodilla en el suelo.

—Su altísima Eminencia, es un honor gozar de su presencia, ¿qué le trae hasta aquí? —preguntó el militar servilmente.
—Levántese, General Valériam, y demos un paseo por el exterior. Con una reverencia Valériam se puso en pie; y Entarca, general y séquito se dirigieron a los jardines.

—Sin duda estará al tanto de los últimos acontecimientos relacionados con nuestros queridos amigos de la Casa de la Magia —Por la forma de pronunciar la palabra “amigos”, Valériam supo
que el Entarca no profesaba ningún cariño por aquel grupúsculo, pero el general permaneció en silencio y se limitó a asentir —.

-La magia es perniciosa, intentar controlar los elementos solo provocará el infortunio entre nuestras gentes. Así lo dice la Palabra de Heran, y la Palabra es incuestionable.
—Llevará tiempo hacer desaparecer a todos los magos de Lumlenth.
—Quiero este problema solucionado antes del próximo cónclave con los Altos Intercesores—dijo Rodius de forma tajante.
—Eso nos deja poco margen de actuación, su altísima Eminencia ¿A qué tanta prisa, si me permite el atrevimiento?
—Sé que los Altos Intercesores no tomarán a la ligera una decisión como la de declarar hereje a todo mago dentro de las fronteras de Lumenth, pero si les damos un pequeño empujón quizá les ayudemos a decidirse.
—Si me permite hablar con franqueza; no creo que usted, como representante de Heran en Undra, tenga que requerir el permiso de nadie para llevar a cabo su voluntad. El Entarca soltó una fuerte carcajada.
—Aprecio su visión, general. Pero comprenda que debo hacerlo ofcial a ojos de nuestro
Dios Único tanto como a ojos del vulgo. No quisiera que los magos se hicieran con el apoyo popular y se convirtieran en mártires. Seria malo, muy malo.
Rodius era consciente del poder que una muchedumbre enardecida podía llegar a conseguir. No en vano él depuso al anterior rey Óbaron II de Valois a través de ese mismo método, sabía bien de lo que hablaba.
—Entonces deberemos abordar este asunto con sutileza, pero no sin cierta brutalidad. Supongo que mis métodos… los encontrará de su agrado.
El Entarca asintió ligeramente, complacido por las palabras de Valériam. Sin duda aquel hombre entendía sus requerimientos, como era de esperar en un hombre de armas.

—Oh, lo olvidaba —añadió Rodius al tiempo que, con un gesto de la mano, un monje de losvarios que le acompañaban se adelantó y le entregó un fardo. Valériam retiró los muchos trapos raídos que lo envolvían, era una espada de manufacturaantigua.
—¿Qué es esto? —inquirió el general.
—Una reliquia de tiempos pasados que he guardado con celo desde que llegó a mis manos. Es una Nulificadora, mientras empuñe este arma será inmune a cualquier hechizo. Ahora tenía una misión, y el favor directo del Entarca. Falsificaría un par de órdenes acusando a varios hechiceros de practicar magia fuera de los límites, se presentaría en la Casa de la Magia y así diezmaría sus fuerzas en apenas un par de días. Una vez fuera de circulación y lejos de ojos indiscretos, la tortura en las criptas de la Gran Catedral arrancaría las confesiones necesarias. Valériam desenfundó la espada Nulificadora y comprobó el filo, estaba deseando entrar en acción.
El Ejército irrumpió en los jardines de la Casa de la Magia, en plena noche y sin previo aviso. Un intenso revuelo pronto dominó el patio, decenas de magos se agolparon intentando atisbar el porqué de la discusión que tenía lugar en la entrada.

—Le aconsejo que las lea y se empape bien de ellas, Heraldo —expuso con desprecio Valériam arrojándole las órdenes de detención a Cáldir.
—No será necesario —dijo con voz amenazadora a la par que de sus dedos brotaban incandescentes flamas que desintegraron los pergaminos. El fuego refulgió en la armadura laminada del general.
Los magos empuñaron sus bastones o prepararon sus hechizos más mortales al tiempo que los soldados desenfundaban sus armas.
—¡Soldados! —gritó Valériam—. Somos el Ejército Sagrado, valedores de la fe de Lumlenth. La desobediencia y la agresión se pagan con la muerte. ¡Mandad al inferno a estos herejes!
Con un grito conjunto el grueso del contingente cayó sobre los hechiceros. Conjuros surcaron la noche destrozando armaduras y chamuscando piel, las espadas desgarraban túnicas y derramaban sangre. A decir verdad, no esperaba este desenlace. Los magos siempre se habían comportado como cobardes, nunca presentaban resistencia. El Entarca no estaría contento, pero si no sofocaba cualquier intento de revolución en ese momento, la situación se le escaparía de las manos. Cáldir describió un arco con su brazo conjurando un fulgor abrasador que se abalanzó sobre Valériam. Este lanzó un corte al aire con la Nulificadora que cortó limpiamente el fuego en dos. Elhechicero frunció el cejo, pero pese a su mueca de furia la sorpresa en sus ojos era evidente.
—Supongo que no esperabas este resultado, pero no te preocupes tu cuello pronto catará el filo de mi espada.
—Reduciré tu querida alma inmortal a cenizas. —La amenaza iba cargada de hiriente sarcasmo. Cáldir arremetió de nuevo hundiendo sus llameantes manos en el suelo, la tierra a su
alrededor vomitó fuego amenazando con consumir a Valériam, pero los rápidos movimientos del militar pusieron distancia entre ambos. Ahora fue el general quien embistió al mago con un tajo
horizontal. Cáldir freno la espada con sus manos, agarrando el filo con fuerza y rodeando el arma en llamas que crepitaban mientras la magia se disipaba por el efecto de la Nulificadora.

—¿Qué pretendes con todo esto? —preguntó Valériam.
—Ganarme la libertad.Ambos empujaron en direcciones opuestas.
—No eres más que un hereje. Vuestras malévolas artes mágicas nos condenarán a todos. Tu pequeña revuelta no llegará a ninguna parte, esta noche pasaréis a ser tan solo un mal recuerdo.
—Esto es mucho más grande de lo que tú puedes llegar a comprender. Vuestra tiranía no nos encadenará nunca más. ¡La magia será libre! Una terrible explosión sacudió el suelo y mandó a ambos contendientes por los aires. La confusión se apoderó de ellos. El estruendo llegó de súbito, Fándor levantó la cabeza con un sobresalto y dejó de leer el voluminoso tratado sobre corrientes taumatúrgicas que descansaba sobre su escritorio. Lanzó
fugaces miradas por la ventana en busca de la causa del estrépito, justo cuando una nueva explosión asoló el patio. Un fogonazo de luz anaranjada que expulsó llamas por doquier. Ahora una cacofonía de gritos se había unido al caos.
El Sumo Conjurador salió de sus aposentos como una exhalación, recorrió los pasillos a todo prisa y en su acuciante carrera se topó con una tropel de aprendices que huían en dirección contraria, aterrados. Con determinación agarró a uno y le obligó a detenerse.
—¿Qué demonios está pasando ahí fuera? —demandó Fándor en tono autoritario.
—El Ejército Sagrado está aquí, van a matarnos —farfulló el joven aprendiz fuera de sí, con los ojos desorbitados.
El Sumo Conjurador aflojó su presa, oportunidad que aprovechó el rapaz para retomar su huída. El Entarca debía haber enloquecido para lanzarse a ciegas en una guerra abierta contra ellos. Era ridículo, ¿qué sentido podía tener un ataque directo? Pese a la tensa situación con la Erantaia, hasta hoy jamás se habían enfrentado. En aquel preciso instante Fándor tuvo un mal presentimiento. Una vez en el gran salón, divisó a un nutrido grupo de magos atrancando las puertas principales, apilando bancos y muebles. Un hechicero reforzó la improvisada barricada cubriéndola con un muro de hielo, la madera crujió bajo el frío de la escarcha. A la cabeza de la cuadrilla se encontraba el Heraldo del Fuego, que rezongaba órdenes sin sentido.

—¡Por el amor de los dioses, Cáldir! ¿Qué es todo este inferno? —preguntó al ver sus heridas. El hechicero le lanzó una mirada cargada de odio.
—Estoy haciendo historia, Sumo Conjurador. —A Fándor no le pasó por alto el tono burlesco y condescendiente con el que pronunció su título, pero dada la situación no quiso reprenderle. Además, algo en sus ojos, quizá un atisbo de demencia, le sugirió que era mejor no contrariarlo en ese momento.
—Sumo Conjurador, menos mal que está usted aquí —dijo otra voz junto a él.
—Maestre Virne, quizá pueda arrojar algo de luz en todo este disparate. ¿Es cierto que el Ejército Sagrado nos ataca?
—Así es, señor, pero nada de esto habría pasado si este lunático —dijo Virne señalando a Cáldir— no hubiera atacado al general Valériam.
—Los demonios me lleven —musitó—. ¿En qué estabas pensando? —Este guardó silencio, ni siquiera se dignó a mirar a su superior—. Contésteme, Heraldo del Fuego. —Fándor agarró a Cáldir por el brazo y le obligó a girarse.
En un arrebato de cólera conjuró una potente combustión que casi calcina a Fándor, y ese hubiera sido su fn. Solo su rápida reacción creando un escudo protector le salvó la vida.
—Tus actos nos han condenado a todos —dijo con tristeza—. Has escrito el destino de la magia en este país con sangre.
—Con sangre y fuego, Fándor —le corrigió Cáldir con desdén—. Con sangre y fuego

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Nov 222013
 

Torneo del Rey: El Despertar de Antaros
Aventurero, héroe o simple mortal, esta es la oportunidad para demostrar tu habilidad y tu talento.
En el Torneo del Rey tienes disponible un nuevo reto al que enfrentarte y conseguir fama, gloria y porque no, un poco de experiencia en combate que llegado el momento siempre te puede venir bien.

En El Despertar de Antaros un elfo, un humano, un enano y un maga tendrán que enfrentarse al mal que pretende destruir Undra y sumirlo en la oscuridad. ¿Serán capaces de conseguirlo antes de que sea demasiado tarde?

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