Si a alguien le da por buscar el significado de fantasía verá que no existe una definición clara y concreta sobre la misma. Como mucho, podemos estar de acuerdo en que, en cuanto a literatura, hablamos de mundos de ficción que pueden basarse, más o menos, en el real que nos rodea para desarrollarse. Así, encontramos ríos, montañas, mares, zanahorias, cabras… Muchos elementos que son cotidianos y todos conocen, pero mezclados con otros como pueden ser extensiones de tierra que flotan en los cielos, ríos con agua que evitan el contacto con aquel que intenta zambullirse en ellos, Ents, hadas, minotauros… Es decir, que podemos ayudar al lector a entender por dónde se mueven nuestros personajes y cómo son sus escenarios y los objetos con los que interactúan colocando ante ellos cosas que ya conocen y que no necesitan de una gran explicación por nuestra parte para que entiendan de qué se trata. Después, con esa base, ya podemos comenzar a incluir elementos salidos de nuestra imaginación para empezar a darle nuestra propia personalidad a este nuevo mundo.
Entonces, sacamos la primera conclusión de que no es necesario crear un mundo cien por cien original, pues esto incluso podría llegar a desorientar tanto al lector que, al cabo de unas pocas páginas, se sentirá mareado y por completo abrumado ante tanta cosa desconocida.
Normalmente, en los libros de fantasía vemos a la especie de los humanos como la más común de todas. En realidad, es una de las mejores maneras de que empaticemos con los personajes, si nos podemos ver reflejados en ellos (y siempre será más fácil con una persona que con una gallina, por ejemplo). Describir su color, tipo y longitud de cabello, su constitución física, posibles tatuajes, barba o discapacidad… Son elementos de diferenciación pobres, que no necesitan de mucho más, pues una persona es una persona, no tienes que describir su número de ojos, piernas o corazones. En definitiva, sabemos qué y cómo son. Piensa, si no, en soldados. Ya de por sí los imaginas con armadura, así que te vas a basar en poco más para diferenciar a dos en concreto. ¡Mira! Distinto color de pelo y que uno de ellos tenga incipiente barba. Ya está, no necesitas de más detalles, en principio, para que todos se hagan una idea de cómo son.
Pero, ¿y el resto de criaturas con las que comparten mundo? Puede que en tu mundo de fantasía no hayan más seres inteligentes, que tan sólo se vean animales y/o monstruos, pero si hay otros con los que interactuar y comunicarse, aunque sea a base de espadazos, habrá que pensar en cómo presentarlos. Un recurso muy utilizado, después de los humanos, son los conocidísimos elfos, enanos, goblins, orcos y un largo etcétera de criaturas mitológicas o ya clásicas de la literatura o el cine. Si lo pensamos, la gente tiene ya una idea bastante común de cada uno de estos. A los enanos suelen vérseles como personas bajitas, regordetas y con mucho pelo, en melenas y largas barbas trenzadas. ¿Un elfo? Estilizados, con melena lisa, orejas puntiagudas y conectados con la naturaleza. Podemos continuar con orcos, ogros o trasgos, pero no haría falta, ¿verdad? Además, a no ser que queramos remarcar lo especial de algún miembro en concreto de estas especies, ni tendremos que describirlos.
Criaturas mitológicas
¡Ah! Espera, espera, que aquí es a donde yo quería llegar, justo a este punto. Recapitulemos y leamos despacito:
podemos ayudar al lector… colocando ante ellos cosas que ya conocen; criaturas mitológicas o ya clásicas de la literatura o el cine; la gente tiene ya una idea bastante común de cada uno de estos. Así, aplicando lo ya mencionado, lo que tenemos entre manos no es sino una historia como todas las demás, quizá una expansión de otras o una simple modificación habiendo alterado el orden en el que se ubican las tribus o pueblos de cada especie en nuestro mapa. Y no, no me estoy contradiciendo. En la RAE encontramos la definición de fantasía como ficción, cuento, novela o pensamiento elevado e ingenioso. Entonces, aunque nos gusten los enanos, ¿por qué hemos de situarlos bajo tierra, en largas galerías de minas y como maestros herreros? ¿Por qué no podemos convertirlos en nómadas como son los hombres reno en Mongolia? Lo mismo para el resto. Si queremos una Quimera, ¿no podemos elegir qué partes de animales queremos para ella? ¿Y a los elfos hacerlos grandes ingenieros comprometidos con la ciencia? Yo te respondo: Podemos, y es más, debemos. No escribimos sobre un hecho histórico que hemos de estudiar al detalle y al cual ceñirnos para desarrollar nuestra historia, ni tampoco nos debemos a las leyes físicas propias e inquebrantables de nuestro universo real.
Hablamos de fantasía y, como tal, no existen los límites. Una cosa es hacerlo creíble y otra muy distinta quedarnos con lo que creemos establecido en el género como una ciencia cierta e inequívoca.
Por mi parte, me encantan los dragones, pero en mis libros tienen sus propias características, físicas y psíquicas. Lo mismo, por ejemplo, para los demonios, y rompiendo los esquemas con estas dos especies tampoco renuncio a los humanos tal y como somos, abundantes y de carne tan débil que se rasga con el mínimo contacto de una daga, pero soy capaz de elegir qué me gusta y qué no de las criaturas que quiero que salgan en mis obras.
La conclusión a la que quería llegar, y espero no haberte producido un terrible dolor de cabeza con este artículo, es que un mundo de fantasía no ha de escribirse bajo unas reglas ya impuestas, sino que somos nosotros quienes sazonaremos este plato con las especias y condimentos que mejor nos sepan, por mucho que otros maestros ya dieran en el pasado con otras distintas recetas dignas del mejor paladar.
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