May 022014
 
 2 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  5 comentarios »

Era de noche, sí. Mañana sería martes y tendría que levantarme pronto. Pero no era justo. Había merendado, hecho los deberes, preparado la mochila para el día siguiente, había sacado la basura y mi habitación estaba recogida, me había bañado solo y puesto el pijama y había cenado todo lo del plato sin protestar y sin que mamá tuviera que pedirlo una y otra vez. Apenas llevaba una hora jugando y estaba a punto de pasar de nivel. No podían mandarme a dormir. ¡Ahora no! Un intento más y lo conseguiría. No podía volver a clase sin una victoria. Marcos y Juan hacía dos días que habían matado al dragón y no dejaban de restregármelo por las narices, presumiendo de haber conseguido el beso de la princesa. ¡Maldita sea!

-Solo un poco mas mamá, porfa, porfa, porfa, una más y la apago -suplico mientras pongo esos ojitos que se que le gustan y a los que no se puede resistir.

-¿Una más? Una más ¿cómo la de hace media hora? No, cariño. Es hora de acostarse o mañana no habrá quién te saque de la cama. Vamos. Te leeré un cuento cortito y a dormir he dicho.

-Joooooooo

Las 10:45 en el reloj de la mesita de noche. Era tarde, sí. Bueno, tarde para un niño de nueve años porque mi hermana seguía enganchada al facebook con sus amigos y ella no tenía hora. Cuando sea mayor me acostaré tan tarde como me de la gana. Aunque seguí refunfuñando un rato, después del cuento y de notar el calorcito del edredón, los ojos se fueron cerrando, la oscuridad se apoderó de mi cuarto y una fina niebla lo cubrió todo. Dragón

-Te veo -una voz grave y melodiosa resonó en mi cabeza, ¿estaba soñando?– ¡Has venido! Pensaba que nadie podría volver.

-¿Quién habla?, ¿dónde estás? -respondí somnoliento.

-Hace tanto tiempo que nadie me visita -contestó de nuevo aquella voz, cansada, triste pero fuerte y sabia.

Un ojo verde esmeralda, brillante como las estrellas del pueblo, me observaba desde los pies de la cama. Fijo en mí. No pestañeaba. Yo tuve que hacerlo. Una y otra vez. ¿Qué era aquello? ¿Estaba soñando con mi propia habitación? ¿Un monstruo de la fábrica de gritos habría venido a visitarme? ¿O era yo el que estaba en otra habitación? Me restregué los ojos y volví a abrirlos. Allí seguía. Atento a mis movimientos. Inmóvil. El dragón. Mi primer impulso fue abalanzarme sobre él y acabar con su vida para ¡por fin! conseguir salvar a la princesa, pero…dejé que pasara.

-Ahora no puedo jugar, tengo que dormir. ¿No tienes nada más que hacer? –le dije intentando parecer lo más calmado y desinteresado posible, mientras pensaba: ¡¡Oh my God!! Un dragón de verdad en mi habitación, ya verás cuando se lo cuente a mamá.

-Si tuviera algo mejor que hacer lo estaría haciendo, pequeñajo. Pero resulta que alguien ha destruido mi cueva, con un conjuro de poder ha reducido a la mínima expresión a todas las ovejas y las vacas de los alrededores y las ha guardado en un cofre dentro de una casa en el fondo del mar. Además la gente se ha ido en un cohete autopropulsado de última generación a los confines del espacio, dónde nunca llegaré a encontrarlos. En este mundo, y en tres más que yo sepa, ya no quedan princesas o reyes a los que atemorizar, si quedase algún valiente caballero ya no tendría a quién defender. Y para rematar, los malditos enanos de las minas Moritz guardan todo su oro a buen recaudo en la boca de un ratón. ¡¡Estoy aburrido!! –sentenció el dragón mientras dejaba escapar un pequeño bufido de humo.

-¿Cómo? ¿Cohetes espaciales? ¡¡Venga ya!! –Igual se pensaba que porque sólo tenía nueve años iba a creerme todas esas mentiras. Si quería engañar a alguien hoy no había escogido bien.

-¿Qué pasa?, ¿acaso solo tú puedes soñar? En mi mundo existen cohetes que transportan millones de personas en un solo viaje, trenes a vapor que funcionan con pieles de plátano, casas que se transforman en dragones y bicicletas de mil ruedas ¿Tal vez no me crees? –me amenazó el dragón, acercando su fétido aliento a mi cara.

-Pues no. ¿Para qué tendría que existir una bicicleta de mil ruedas? Sería tan larga que no podría aparcarla en ningún sitio.

-O si. ¿Y si fueran ruedas tan pequeñas, tan pequeñas, que todas puestas en fila no ocupasen más de un metro?

-¡¡Ahhh!! Sí, claro, pero eso no me lo habías dicho. –Pero ¿qué se creía ese dragón apestoso?, ¿que podía burlarse de mi?

-No. Tampoco me lo habías preguntado. Existe porque yo creo en ello. Puedo imaginarlo y como soy un dragón milenario, sabio e inmortal tengo todo el tiempo del universo para hacerlo realidad.

-Y si creo en un coche que también es barco, tren, quad, bicicleta y avión, ¿se hará realidad? -pregunté con un tono desafiante.

-Si crees de verdad en ello y pones de tu parte, tal vez algún día será realidad.

-Y si creo en poder terminar mi partida, ¿podré terminarla ahora?

-Ummmm. No –Contestó el dragón en un susurro al mismo tiempo que agachaba las orejas.

-¿Por qué no? No es justo.

-Porque si la terminas… moriré. Por eso. Igual que han muerto todos mis hermanos en otras partidas. Uno tras otro fueron cayendo. El que luchó contra Juan era mi trescientos treinta y seis hermano. El de Marcos era el más pequeño, apenas tenía mil doscientos cincuenta años. Y cada vez quedamos menos. – un brillo cristalino asomó a los hermosos ojos del dragón mientras sus resplandecientes escamas negras se tornaban en un gris apagado y triste.

-…

-¿De repente no tienes nada que decir? -refunfuñó el reptil recuperando en un instante la compostura.

-Estoy pensando.

-¡¡¡Ahhh!!! ¿Y qué piensas, si se puede saber?

-Pienso… pienso, que eres un dragón moteado con lunares de colores, una gran sonrisa de labios rosas y llevas un sombrero pequeño y redondo…¿cómo se llamaba? ¿rombín? ¿fondín? ¿condín? ¿bombín? ¡¡eso es!! llevas un bombín amarillo.

-¡¡No puedes hacer eso!! -tronó enfurecida la voz del dragón.

-Ja, ja, ja, ja, ja, ¿y por qué no?, ¿no dices que podemos soñar? -cerré los ojos muy fuerte y comencé a imaginar cada lunar sobre la piel escamosa del dragón. Unos eran grandes, otros pequeños y otros no tanto. Los había de color rojo, verde y morado, pero también de otros colores que no había imaginado nunca hasta entonces. Creé una sonrisa tan encantadora que nadie podría volver a temer a aquel dragón si se cruzaba con él. Le di un toque aquí y otro allá, cambié el apestoso olor de su boca por un aroma a chuches de fresa y al final le coloqué el bombín amarillo. Perfecto.

Un espejo al fondo de la habitación nos devolvió su reflejo.

-Jgrooaa jgrraa jargjoo -rió el dragón. Si, si, los dragones se ríen y ¡¡no te imaginas cómo!!

No podíamos parar de reír. Y con cada carcajada un lunar de dragón explotaba en miles de chispas de colores llenando la habitación de los fuegos artificiales más bonitos que había visto en mi vida. Y su piel poco a poco fue recuperando su tono habitual. Cuando todo acabó, que fue mucho tiempo después, y mientras todavía permanecía en nosotros una respiración entrecortada, el dragón me miró.

-¿Y ahora qué, vas a matarme?

-¿Te has vuelto loco? Si te mato ya no podré volver a jugar contigo. Esto es mucho más divertido que el juego de la Wii. ¡Ohh! ¡¡Maldita sea!!, mañana mi madre no podrá despertarme si seguimos jugando y va a ser ella la que me mate a mi. Me voy a dormir, ¡pero ya! Nos vemos mañana dr… por cierto ¿cómo te llamas?, porque ¿tendrás un nombre, no?

-¿Qué tal si mañana me lo pones tu? – susurró el dragón, mientras una fina lluvia de polvo de estrellas caía sobre los cerrados parpados del risueño chiquillo.

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Abr 252014
 
 25 abril, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , ,  10 comentarios »

—Por Héctor, el valiente, el defensor de Prinua, ¡el matador de dragones…! –dijo alzando la jarra de cerveza. La espuma bailó sobre el borde, pero no se derramó. De hacerlo habría caído con toda probabilidad sobre alguien, pues a pesar de la amplitud de la taberna, apenas se cabía.— ¡¡Viva!!

—¡¡VIVAAAA!! –respondieron a coro los parroquianos.

Sonó con estruendo. Había alegría y gratitud en sus miradas, todas dirigidas a un hombre que curiosamente no parecía desearlas. Todo lo contrario. Héctor trataba de pasar desapercibido, y cuando no lo conseguía, saludaba con un gesto rápido y se marchaba del lugar antes de que la cosa fuera a más. Antes de que la gente se diera cuenta del sufrimiento que aquello le causaba. Fue eso, más que ninguna otra cosa lo que llamó mi atención.

Como bardo conocía perfectamente la gesta de Héctor, el matador de Kimog, el dragón. Una bestia colosal. Cuando midieron su cadáver se anotaron unas siete varas de altura y más del triple de longitud. ¿Cómo pudo un hombre, que no pasaba de dos, enfrentarse a tamaño animal? ¿Cómo logró clavar su lanza justo en la unión entre sus impenetrables escamas, precisamente en el único lugar desde el que se podía llegar al corazón?

Lo que todo el mundo contaba era que para calmar a Kimog, hubo que ofrecer un sacrificio. Eligieron a la hija de Héctor, el molinero, y éste no pudo soportarlo. Ni el tesoro del dragón, ni desposar a la princesa, ni el honor, ni la fama, nada de todo eso había motivado a ningún héroe a intentarlo. Sólo el amor de un padre por su hija pudo. Y ahí acababa la historia. Nadie sabía explicar cómo un hombre de mediana edad, que no había empuñado un arma en su vida, logró semejante hazaña.

Lo seguí fuera. Sabía que iba a ser muy difícil abordarle. Él había rechazado a todo el que le preguntaba. Así que me arriesgué. En cuanto se dio la vuelta le solté:

Relatos de fantasía - El fin de un dragón—Yo lo vi.

—¿Cómo dice?

—Sí. Yo lo vi todo. No tienes que fingir conmigo.

Héctor dudó con los ojos.

—Si lo vio ¿Por qué no se lo ha contado a nadie?

Lancé un afectado suspiro y le dije:

—¿Y qué les iba a contar? En realidad aún no comprendo muy bien lo que vi.

Héctor asintió bajando la mirada. Yo reprimí mi alegría y traté de mantener mi papel.

—Él me advirtió ¿sabes? Me dijo que la gente no lo entendería. Por eso nunca lo he contado. Por eso y por la vergüenza.
Asentí, aunque no me enteraba de nada. Echamos a andar por el largo camino que separaba el pueblo de su hogar.

—Cuando fui a por él me refugié en mi rabia. Pensé en mi hija, y convertí mi angustia en furia, convencido de que si tenía la suficiente nada me podría parar. ¡Qué imbécil fui!

—Al menos te sirvió para entrar en su guarida.

—Y para nada más. Toda se me fue en cuanto lo vi. Cuando ahora pienso en él lo veo como realmente fue: majestuoso, hermoso, sabio, mágico, el ser más perfecto de la creación. Pero entonces me pareció la encarnación de todos los horrores del infierno. Me quedé paralizado. Él esperó. Me miró con esos ojos inmensos que parecían atravesarte el alma, pero no hizo nada.

—¿Y tu hija? ¿La viste?

—Sí. No se movía. No sabía si estaba viva o muerta. Fue eso lo que me dio fuerzas. Arremetí contra él con aquella maldita lanza. A punto estuvo de romperse. ¡Ojalá! “En las escamas no conseguirás nada, tienes que apuntar en la unión, aquí, ¿ves?”, dijo con su voz grave, y con una enorme uña me marcó el lugar. Hizo que brotara un hilillo de sangre verdosa para que no hubiera duda. Y yo, sin pensar, volví a intentarlo. Esta vez sentí su garra a mi alrededor. Ni siquiera la vi venir. “Estúpido”, rugió. “¿De verdad piensas que un simple hombre como tú es rival para un dragón?” Me alzó hacia su rostro. Su boca se entreabrió y algunas llamas palpitaron entre sus colmillos. Yo no me quedé mirándolos, como él esperaba. En vez de eso busqué a mi hija. Estaba abajo, tendida, indefensa y gemí angustiado. Las llamas desaparecieron, y su boca se cerró. “No temas por ella… aún. Sólo está dormida”. Sin más salió de la cueva. Me arrojó sobre su lomo y emprendió el vuelo. “Ahora vas a conocer lo que pretendías matar”. Y ascendimos, más y más, y yo me agarraba a las escamas, y subíamos, y yo procuraba no gritar…

Suspiró. Le vi por primera vez un amago de sonrisa. Por eso aventuré:

—Pero no todo el rato estuviste pasando miedo ¿verdad?

—Él supo hacerlo muy bien. Dejó que me acostumbrara, manteniendo un vuelo suave. Y no paró de hablar.

—¿Qué te dijo?

—Me habló de todo. De las mil cosas que había visto. De la batalla del paso Aregos, donde dos mil hombres aguantaron durante cinco días a un ejército de quinientos mil. Murieron felices por saber que alcanzarían la gloria, pero ya sólo él los recordaba.

«De cuando los archimagos de Urok-al-Nur invocaron a la Luna, se encarnó en mujer y paseó entre los hombres. Era tan bella que éstos perdieron un trocito de corazón, y por eso muchos no pueden amar para siempre. De la vida y la muerte, nuestro regalo y maldición, sin estar seguro de cuál es cuál, y de cómo envidiaba nuestra mortalidad. De la esfinge que coleccionaba acertijos y misterios. Un día descubrió el secreto del universo y lloró sin consuelo. Le pidió ayuda a él, quería morir, pero en lugar de destruirla le robó el calor de su corazón para que dejara de sufrir. Vivió muchos años antes de convertirse en piedra. De cómo el tiempo te cansa, te llena de hastío y los días dejan de brillar como antes. De las pocas veces que quiso compartir su sabiduría con los hombres: uno levantó una dinastía que sometió a medio mundo durante siglos, otro predicó una forma de enfrentarse a la vida que hizo más felices a cuantos le siguieron y cuyas enseñanzas aún perduran, otro se hizo brujo y el universo aún tiene cicatrices de su magia desequilibrada, y el último intentó matarle. De que los dragones no podían compartir su tiempo con sus hijos, ni enseñar a otros, por lo que tenían que aprenderlo todo por pura experiencia. De tantas, tantas cosas.»

—¿Por qué crees que lo hizo?

—Porque quería mostrarme lo que es ser un dragón. Su naturaleza.

—Ellos no son muy diferentes de nosotros, ¿verdad?

—Al contrario. Totalmente diferentes. ¿Sabes el poder que realmente tiene un dragón? Él me lo enseñó. Subimos volando hasta dejar atrás las nubes y ver de nuevo las estrellas siendo aún de día. Bajamos a una velocidad tan espantosa que el aire se volvía fuego. Fundió con su aliento la ladera del Kerril –dijo señalando la montaña de enfrente—, y con su magia moldeó la lava caliente hasta darle la forma que quiso.

—No sabía que fueran tan poderosos. Pero quizá en lo demás se parezcan más a nosotros.

Héctor se giró y se quedó mirándome.

—¿De verdad lo crees? ¿No ves cómo nos comportamos los hombres cuando se nos da poder? ¿En qué suele convertirse un rey, un general o un simple carcelero? ¿Cómo trata a los demás? Los dragones no nos someten, y podrían. Los dragones no atacan a otras criaturas por descuido o capricho.

—¿Que no? ¿Y tu hija? ¿Y cuando atacó el castillo del rey y dejó las arcas vacías? ¡Por los dioses! Si hasta su misma guarida es una mina de esmeraldas de la que echó a todos con sus llamas. Por no hablar del ganado que robaba continuamente.

—El ganado es necesidad. Y lo otro… Lo otro, en cierta forma, también. ¿Sabes? Incluso después de todo lo que te he contado habría sido capaz de matarlo. No me habría gustado hacerlo, pero no habría tenido demasiados remordimientos. Pero después de lo que me hizo…

—¿Qué? ¿Qué te hizo?

—Fue magia. Bueno, no sé, él dijo que los humanos llamábamos magia a todo lo que no entendíamos. El caso es que por unos momentos me hizo percibir el mundo tal y como él lo sentía.
Sin darnos cuenta, ambos nos habíamos detenido. Yo no podía prestar atención a otra cosa que sus palabras, pero él paseó la vista a su alrededor. A las luces que parpadeaban lejanas atrás, desdibujando las sombras y haciendo titilar las formas del pueblo. A las lápidas del cementerio de nuestra izquierda, llenas de luz de luna allí donde las runas y los hermosos grabados no la reflejaban. A las estatuas medio cubiertas de jazmín, con sus formas angelicales que parecían a punto de saludarte con frases bondadosas.

—¿Y qué viste?

Héctor intentó articular alguna palabra. Pareció a punto de iniciar una respuesta varias veces, pero no lograba empezar. Se quedó con la mirada perdida más allá de sus manos vacías. Al final lanzó un suspiro de frustración.

—¿Cómo le explicarías a un niño pequeño la belleza de la poesía? No se puede. Hay que ser adulto para entenderlo. Ni yo mismo comprendí la mitad de las sensaciones que me llegaban. ¿Cómo te describo un color nuevo? Pues vi cientos. Y la luz se comportaba de forma muy diferente en esos colores. Algunos atravesaban las cosas. Otros brillaban en lo que estaba caliente. Y los sonidos… ¿Sabías que los grillos en realidad cantan a coro? Y el rumor lento de la tierra. Y el frufrú de las nubes. Y luego había otra sensación, no sabría llamarla aroma, sonido o color, pero era increíblemente compleja. Era la gente. Cada persona suena de una forma. Algunas brillan fuerte, otras huelen fatal, y estamos continuamente cambiando. Creo que un dragón podría describirnos cómo somos nada más sentirnos.

—Si ven el mundo de una forma tan maravillosa, ¿cómo pueden sentir hastío?

—Eso mismo le pregunté yo. “¿Acaso los hombres no os cansáis de ver puestas de sol?”, me dijo. Yo le dije que no. “Entonces por qué no las ves todos los días”. No supe responderle.

Me quedé pensando qué le habría respondido yo. No es que uno deje de apreciar esa belleza, es… ¿Cuánto tiempo necesitaría una persona para hartarse de la vida?

—¿Fue por eso? ¿Estaba cansado de todo y…?

—No sólo por eso. Él no me lo dijo directamente. Pero en realidad todo el tiempo me lo estuvo contando. Dijo que los dragones no eran inmortales, pero que la muerte no iba a buscarlos. “Imagina una raza que tuviera hijos y no muriera. Acabarían llenando el mundo. En eso no pensó nuestro Creador, tuvimos que ocuparnos nosotros”. Ellos tienen esa maldición. Tienen que decidir por sí mismos cuándo acabar con su vida.

—Y también la forma ¿verdad? Ahora entiendo por qué reúnen tesoros. O por qué arrasan los campos, o exigen sacrificios. En realidad están buscando a su verdugo. ¿Es así?

Héctor asintió, y una mueca de dolor llenó su rostro.

—Pero yo ya no podía. No era capaz de matarlo conociéndole. No soy ningún asesino. Y menos de alguien más valioso que cualquier ser humano. ¿Comprendes ahora lo que viste? ¿Cómo tuvo que amenazar a mi hija mientras me ofrecía su vientre? ¿Por qué a pesar de tener la lanza apuntalada contra su piel yo me negaba a ensartarle? ¿Lo entiendes? ¡¿Lo entiendes?!

No pudo más y empezó a llorar. Creo que no se habría sentido peor si a quien se hubiera visto obligado a matar hubiera sido su propio hermano. Le rodeé los hombros y marchamos hacia su casa. Era una mezcla de castillo y mansión construida a toda prisa con el oro de Kimog. Iba a despedirme de él en el umbral cuando me dijo:

—¿No quieres volver a verlo?

—Bueno, si no es molestia —aventuré.

—¡Qué va! Eres el único con quien comparto el secreto.

Me condujo por un pasillo lleno de puertas mientras la curiosidad me roía las entrañas. Unas se abrían con llave, otras con mecanismos secretos. Todas eran gruesas y reforzadas con hierro.

—Esto es lo único que me levanta el ánimo cuando los remordimientos me aprietan ¿sabes?

Bajamos al sótano, donde hacía un terrible calor.

—Él me dijo que el fuego es energía.

—¿Energía?

—Sí, un tipo de magia que vale para todo. Especialmente necesaria en esta fase.

Llegamos a la última sala. Héctor suspiró, y esta vez pude ver algo de paz en su semblante, y hasta una nueva sonrisa. La segunda en toda la noche.

Sobre un hogar de piedra, entre abundantes llamas, lucía un hermoso huevo de dragón.

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Abr 112014
 
 11 abril, 2014  Publicado por a las 11:14 Tagged with: ,  3 comentarios »

Se dejaba deslizar por las corrientes, en un intento de pasar desapercibido y en silencio, bajo la gran luminosidad que irradiaba la luna en aquella noche de verano. Su fina vista observaba cómo había cambiado todo desde la última vez que salió de su morada. Todo lo que veía desde las alturas eran pequeñas aldeas dispersas a lo largo del gran valle que se abría bajo sus alas, y se preguntaba cómo era posible que los hombres se hubieran extendido en tan poco tiempo en comparación con su edad.

El sueño de los dragones podía durar siglos, todo dependía del nivel de hibernación y del letargo en el que sus cuerpos se vieran envueltos. No había un lugar igual para descansar que la antigua fortaleza derruida situada en lo alto del valle. La vegetación había inundado su interior, pero sus muros aún se mantenían firmes, majestuosos, y albergando bajo su protección a un ser de otra era.
Relatos de fantasía - Sobrevolando - Castillo y valle
El temblor que había recorrido toda aquella zona lo había despertado de su somnolencia y ahora buscaba algo que llevarse a la boca. Estaba hambriento y famélico. Tanto tiempo sin salir de su guarida e hibernando, le había dejado en los huesos. No le interesaban las aldeas, llenas de gente y de soldados. No tenía ganas de pelear, ni siquiera con aquellas insignificantes criaturas que inundaban el valle. Tenía que encontrar presas mucho más fáciles.

Dio un giro y realizó un pequeño tirabuzón, cortando el aire. Se dejó llevar nuevamente y su olfato captó algo que la luz de la luna no le dejaba percibir. Era el inconfundible olor de las reses domesticadas por los hombres del valle. Ésas eran presas fáciles.
El rebaño se situaba a apenas una milla de la aldea más próxima. El dragón se dejó llevar por las fuertes ráfagas de aire que soplaban, y dio un par de vueltas antes de tantear el terreno y localizar su objetivo. Cayó en picado plegando sus alas y, en el último momento, las desplegó frenando casi a ras de suelo. Las afiladas garras de las patas traseras cayeron con fuerza sobre la primera res, mientras que de un bocado había cercenado parte de una segunda.

El sonido de tres mastines, que parecían no tenerle miedo, le alertó de la presencia de los pastores encargados de proteger el rebaño.

—¿Qué es lo que ocurre pequeños? —gritó uno de los pastores.

Tres hombres llegaron a todo correr al oír los ladridos de los canes. Portaban largas varas de sauce y algún cuchillo de gran tamaño. Los perros estaban envalentonados y sus dueños petrificados al contemplar la estampa. La sangre salpicaba todo el rostro de la criatura a la luz de las antorchas que llevaban los campesinos. Dos reses más habían sido devoradas en un abrir y cerrar de ojos.

Ya te dije yo Alfón, no podemos fiarnos de esa bruja de Elvira —comentó el más bajito de los tres —. ¡Al final nos maldijo!

— ¡Total! Sólo por beneficiarnos a la hija.

— Ella fue la que se dejó ¿no?

— Bueno, en cierta manera… la vieja tiene razón, Alfón. —El rechoncho pastor se hurgó la nariz —. Sí que nos aprovechamos de ella.

— Eso le pasa por tener el gaznate seco.

— ¡Un pellejo de vino se bebió ella solita!

— Lo demás estaba hecho Alfón.

— ¡Perdonad! —tronó la voz áspera del dragón —. No quisiera molestarles, pero ahora mismo estoy comiendo y no me gusta que murmullen mientras como. ¡Ya les llegará su turno! —Los tres se le quedaron mirando, como el que contempla una piedra.

— ¡Ves, Alfón! Encima nos envía la señora Elvira a un finolis.

— ¡Perdone usted!, no queríamos interrumpirle mientras se come nuestras reses. —El dragón se atragantó con un trozo de carne —. No se quede con hambre señor Demonius. Allí tiene unas cuantas reses más con las que saciar su apetito.

— ¡Eso es! No nos gustaría formar parte de su festín señor… — El campesino le miró extrañado —. ¿Qué rayos es este bicho, Alfón?¡Parece un lagarto con alas! —le preguntó a su compañero.

Yo diría que es un lagartofante.

— ¿Lagartofante? —Los otros dos le miraron extrañados.

— ¡Bueno! ¡No me miréis así! ¡Lagartofante, un lagarto gigante!

— ¡Alfón!, me están entrando ganas de darte con la vara de sauce en toda la testa…

— ¿Es que nunca habéis visto un dragón? —les comentó estupefacto el reptil.

Los tres pastores le miraban sin aparentar pensar demasiado, los tres mastines se habían acomodado en el suelo a la espera de que aquella discusión sin sentido llegara a su fin y el dragón no daba crédito a lo que veía. Sin duda se vivía mejor en la ignorancia, pensó.

— ¿Dragón?, no me suena. ¿Y a ti, Alfón?

— No, tampoco. De todos los bichos raros, la Elvira nos ha tenido que enviar una lagartija con alas.

— ¡Dragón, Alfón! ¡Dragón! —exclamó el rechoncho —. No nos gustaría ofenderle, aún está hambriento.

La bestia, que se relamía el hocico para quitarse los restos de sangre, se estaba dando cuenta de que, aunque los tres tuvieran la inteligencia de un pedrusco, no eran nada tontos, pues sabían perfectamente lo que les pasaría si le hacían enfurecer. Había saciado su apetito y ahora le interesaba saber algo más sobre la gente del valle.

— ¡Pues yo no veo la diferencia!

— Pero Alfón, ¡no ves que habla!

— Haya paz señores —cortó tajante el dragón.

— ¿Qué va a hacer con nosotros? ¿La vieja nos maldijo y…?

— No se preocupe, don Alfón. —Le tranquilizó el dragón —. Sólo me he despertado y estaba hambriento. Pero decidme, esa bruja de la que habláis, ¿realmente hace magia, o simplemente es una vieja chiflada que os ha maldecido por aprovecharos de su nieta?

— ¡Oh, no señor! Ella no es una vieja chiflada, es la dueña de todo el valle. Y si con magia quiere decir que hace bailar a los gansos y cantar a los cerdos, entonces hace magia —dijo rotundamente el rechoncho campesino.

¡El dueño de este valle soy yo! —gritó enfurecido el vanidoso dragón —. Y desde lo alto de la antigua fortaleza dominaré a esa vieja bruja. — La bestia desplegó sus alas para mostrar su imponente presencia.

— ¡Mira Alfón!, éste es el bicho que describió la vieja.

— ¡Por eso hizo crujir la tierra!

— ¿Para despertarle? —El tercer campesino, el más delgado, se rascaba la cabeza sin entender.

— La vieja Elvira dijo que, en cuanto le viera cualquiera de nosotros, nos postráramos. Que a partir de ese momento sería a quien deberíamos de alabar para siempre. —Los tres se arrodillaron en silencio y el dragón se sintió henchido de gozo. Nadie le había alimentado tanto el ego.

— Levantaos pequeñas criaturas y decidme, ¿por qué me ha despertado la vieja bruja? —preguntó el dragón —.

— Nos dijo que si veíamos al bicho despierto, le dijéramos que a partir de este momento toda la gente del valle le construirá un enorme templo en cada aldea, y cada hombre tendrá un altar en su casa al que rezar todos los días. ¡Con su figura bien labrada señor dragón! ¿Verdad, Alfón? —el campesino asintió con la cabeza.

— La vieja Elvira también dijo —continuó el tercero —, que no se preocupara por nada, que la gente del valle reconstruiría la fortaleza para que pueda descansar cuando usted decida retirarse.

— ¡Muy amables! —respondió contento el dragón.

— Y no se vaya a quedar con hambre, aún hay reses a las que hincar el diente.

— No, no será necesario. —El dragón estaba contento, nunca le habían alabado de aquella manera, y le gustaba —. Creo que he comido demasiado, voy a retirarme a descansar un rato.

La enorme bestia alada comenzó a batir fuertemente sus poderosas alas hasta que muy lentamente pudo levantar el enorme peso de su cuerpo. Estaba saciado. Se giró y se alejó de allí muy lentamente a la luz de la luna, hasta perderse en la lejanía, en dirección a la vieja fortaleza.

— ¿Ves, Alfón, cómo a veces es mejor hacerse el tonto? —le aleccionó el rechoncho campesino —. Sino ahora formaríamos parte del menú de ese bicho.

— Y a saber el tiempo que se tira durmiendo…

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Abr 042014
 
 4 abril, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  6 comentarios »

Pocas veces había sentido tanto miedo como en esa ocasión, mientras se adentraba en la oscura y estrecha gruta. Lo habían visto volar sobre la Cordillera Roja y aterrizar sobre uno de los montes de la Laguna del Dragón. Su envergadura era imponente en el cielo. Por eso le temblaba el pulso, y sólo su fuerza de voluntad le hacía seguir adentrándose por la estrecha galería, sin que el pánico se adueñara de él.

La mujer de cabellos dorados que le acompañaba, parecía no sentir ni un ápice de terror. Él debía protegerla a toda costa. Lo juró por su mujer. Dio su palabra. Ella avanzó con paso lento pero decidido hasta una gran caverna sobre la que descansaba la enorme bestia y se quedó contemplándola llena de admiración. El hombre se interpuso entre ambos, levantó su hacha de combate y se escondió detrás del enorme hoplón adherido a la zurda. Relatos de fantasía - Guerrero y Sacerdotisa

El dragón parecía dormido. Su enorme cabeza descansaba sobre una de sus patas, mientras que su cola se enroscaba alrededor de su cuerpo. El guerrero continuó andando con cautela hasta situarse a unos pocos pasos. Un presentimiento le recorrió el cuerpo. El hombre bajó la guardia y envainó el hacha.

— Deja de fingir, sé que estas despierto.

La bestia alada abrió los ojos y cuando el tercer párpado, el llamado nictitante, se retiró, emergió un iris de un brillante amarillo metálico en contraste con una negra pupila con forma vertical, muy parecida a la de un gato. El dragón levantó su enorme cabeza y miró al extraño que se había aventurado en su guarida, sin perder de vista a la mujer de cabellos dorados.

— Es difícil ver a un hombre con esas cualidades. — Tronó una voz grave, que retumbaba en toda la galería. — O quizás no sea un hombre el que se estremece sólo con verme… — El hombre se mantuvo en silencio. — Normalmente, los osados que se atreven a entrar en mi guarida, — El dragón mantenía un tono sereno y calmado, como si aquello le aburriera e importunara. — no guardan sus armas cuando me ven. Dime pequeño hurón ¿Vienes en busca de fama? ¿Acaso es honor de caballero lo que quieres? ¿O simplemente son las escamas o los dientes de mi cuerpo lo que buscas?. Huelo a magia, — Ahora su tono comenzaba a ser amenazador. — la percibo a tu alrededor. No eres un simple guerrero. ¿Qué es lo que quieres… ¡Mestizo!?.

Tu consejo. — Respondió tajante.

— ¿Consejo? — Rio airadamente, aquello había captado su atención. — Esto comienza a divertirme. A lo mejor debería de devorarte ahora mismo y no andarme con miramientos, no me gusta que me molesten cuando descanso. Te daré tu consejo, pero mide bien tus palabras, no me gusta demasiado perder el tiempo con tonterías.

— No soy el que ha venido a verte. — Dijo el hombre señalando a la mujer de cabellos dorados.

— Adelántate muchacha. — El dragón elevo su cabeza por encima de su cuerpo para poder apreciarla mejor. — ¡No voy a hacerte daño! A lo largo de mi solitaria vida no he encontrado a nadie que simplemente quiera conversar conmigo, y mucho menos aprovechar mis años de experiencia. Me agrada que me traten como a un sabio y no como a una bestia. — La mujer de cabellos dorados se le acercó muy lentamente hasta que se puso justo delante de él, tocándole. El dragón se estremeció con el calor que irradiaba la diminuta mano que se posaba sobre la punta de su cola.

— Quisiera…

— Antes de nada muchacha, he de decirte que los consejos son sólo eso, consejos. Es quien los pide quien debe discernir si seguirlos o no, para eso están al fin y al cabo. La sabiduría no radica en quien los da, sino en saber de quién recibirlos. — El reptil esperó a que sus palabras surtieran su efecto. — Puede que yo no sea el más apropiado para dártelo, pero aún así lo hare. — La mujer meditó unos instantes sus palabras.

— Soy una sacerdotisa de una diosa que… — Comenzó a decir. — La lucha que tienen los de tu especie… — La mujer no sabía cómo expresar el mensaje. — Los dragones que fueron domesticados para…

— Respira hondo muchacha e intenta tranquilizarte, sino esto se puede eternizar, y aunque mi paciencia es casi ilimitada, no es eterna. ¿Haz tu pregunta?.

— Sobre mis hombros recae la carga del destino de la guerra que pronto se desatará en Weirshad.

— Eso suena un poco desmedido ¿no crees?. — Respondió el dragón escéptico.

— Los hombres del valle han domesticado a tus congéneres durante generaciones. — La muchacha ignoró las últimas palabras de la bestia. — Ahora se enfrentan en una lucha celeste y sin sentido, controlados por seres inferiores.

— ¡Ah, esas lagartijas aladas!.

¿Qué los motiva a luchar?, no es su guerra…

— Tu misma lo has dicho.

— Pero tú no luchas en esta guerra. ¿Por qué?

— ¿Qué soy para ti?

— ¡Un dragón! — Respondió la muchacha con obviedad.

— Me refiero a si ves alguna diferencia en mí con respecto a mis hermanos.

— Sí, que tú eres mucho más grande que cualquiera de ellos.

— Todavía no soy para ti más que un dragón parecido a otros cien mil dragones. Y no te necesito. Y tú a mí tampoco me necesitas. No soy para ti más que un lobo parecido a otros cien mil lobos. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo. — El dragón suspiró hondo, desconsolado. — Y entonces tendrás algo que yo jamás podré soñar en mi solitaria vida…

— ¿Pero tú eres un ser racional?, no eres un perro que depende de su amo…

— ¿Ves como no soy el más indicado para darte consejos? Quizás deberías dirigirte al hombre que habla con las bestias.

Dijo el dragón mirando al personaje que ahora descansaba, apoyando una pierna sobre una piedra.

— ¿Cómo lo sabes? — Le respondió sorprendido al dragón.

— ¿Cómo sabías que no estaba dormido? — Le contestó retóricamente.

— Aún no me has respondido, ¿Qué les impulsa a luchar a los dragones, cuando podrían dominar a su amo? ¿Qué les impulsa a luchar a unos seres racionales?, lo que nos diferencia de las bestias es la razón. — Le instó al dragón impaciente.

— Cuando alguien es domesticado pierde su libertad y deja de ser racional. Es muy simple muchacha: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. — El hombre recogió sus cosas dispuesto a irse. — A él aún no le han domesticado, es libre y vive como lo que es, un dragón. — La mujer de cabellos dorados miraba a la magnífica bestia sin perder un solo detalle de su silueta.

— Ves muchacha cómo no soy el más indicado para darte un consejo…

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Mar 192014
 

Habían pasado más de 763 años desde la gran depresión que asoló las tierras de Nergandia, poco a poco todo volvía a la normalidad. Amanecía cuando era menester y por el mismo motivo anochecía cuando era hora de irse a dormir. En Nergandia las cosas ocurrían porque debían ocurrir y no al contrario. Al menos así había sido hasta donde los más ancianos del lugar recordaban. Y aquí es donde aparece nuestro héroe, un tipo rubio, fuerte, alto (de ojos azules dirían algunos) y ducho en la batalla, decidido a ir en busca del dragón trotando a lomos de su blanco corcel hacia la guarida de uno de los dragones más temidos en todo el valle. Aunque tan merecido título tal vez se debiese a que nadie fuera del valle conocía de su existencia. Ese día pasaría a la historia de Nergandia como el día en que… bueno, dejemos que los acontecimientos hablen por si solos.
Relatos de fantasía - Caballero Medieval
-Despierta dragón -grito el apuesto caballero- He venido a matarte.
-ZzZzZzzZZ

Algo confuso por su escueta respuesta volvió a gritar de nuevo -Despierta maldito dragón, he venido a poner fin a tu miserable vida.

-¿A qué se debe tanto ruido? -contestó el dragón despertando lentamente de un sueño casi milenario.- ¿Es que un viejo dragón como yo no puede descansar ni siquiera unos minutos?

-He dicho que vengo a matarte dragón, no tendrás que preocuparte por si alguien más interrumpe tu descanso, a partir de hoy será eterno.

-Bueno, bueno, bueno, otro héroe rubio, fuerte y alto (de ojos azules dirían algunos) buscando fama, honor y riquezas. Permíteme que me presente, soy Kandor.

-Eso es irrelevante, prepárate a catar el acero de mi espada.- Y el valeroso caballero, haciendo honor a su reputación, desenvainó su reluciente espada de acero, forjada más allá de las montañas oscuras por maestros herreros cuyo… bueno, desenvainó su espada y atacó con toda su fuerza al adormilado dragón.

-Espera -gritó Kandor- esto no se hace así.

-¿Perdona? -contestó algo confuso nuestro caballero- ¿Existe alguna manera mejor de hacerlo?

-Claro, vosotros los humanos tenéis una vida corta y no es de extrañar que la mayoría no conozca cual es la manera adecuada de enfrentarse a un dragón.

-Eso carecerá de importancia cuando te haya atravesado con mi acero dragón.

-Kandor -añadió el dragón- me llamo Kandor.

-¿Y eso debería impresionarme?

-No, pero para el bardo encargado de narrar tus hazañas es un detalle de vital importancia. Porque supongo que habrás venido a matarme para conseguir honor, fama y riqueza. ¿No es así?

Nuestro caballero, cada vez más perplejo ante las respuesta del dragón tuvo que admitir que en algún punto tenía razón.

-Si, después de atravesarte con mi acero, forjado más allá de las montañas oscuras por…bueno, después de atravesarte con mi espada todo el mundo conocerá mi gloriosa hazaña y, por supuesto, voy a llevarme tu tesoro y tu cabeza para entregársela al rey y casarme con la princesa, alta, rubia, delicada como los pétalos de las rosas en otoño y según dicen algunos de ojos azules.

-Está claro que nunca antes te habías enfrentado a un dragón, joven caballero. ¿Qué te parece si empezamos de nuevo?

-¿¿¿???

-Si, vuelve a empezar, como si acabaras de llegar a la cueva.

-Si así lo quieres….¡¡¡DRAGÓN!!! He venido a matarte.

-Nooooo, otra vez mal. Necesitas un plan. No puedes presentarte en la cueva de un dragón así sin más y encima no anunciarte como es debido. ¿Quieres que la gente te recuerde como el caballero sin nombre? ¿O como el caballero embobado? La gente necesita un nombre para recordar, así que empieza por decirme tu nombre.

-Están bien dragón, soy Lord Argo de Felvan.

-Como nombre no está mal, aunque seguro que puedes encontrar algo mejor, algo con más gancho, que le guste a la gente. Nadie quiere oír hablar de Lord Argo de Felvan.

-¿Qué nadie quiere oír hablar de Lord Argo del Felvan? Y tu que eres tan listo ¿qué me sugieres?

-Pues había pensado algo como sir Cobalion puño de acero, siempre me habría gustado enfrentarme a alguien con ese nombre. Ese si es un nombre para un verdadero héroe al que la gente de todos los rincones aclamará, y lo de puño de acero siempre gusta a la gente, le da un toque recio, duro. Por otro lado si no lo haces tu lo hará el bardo encargado de contar la historia, ya sabes esos tipos nunca dejan que la verdad estropee una buena historia y ese nombre tan ridículo que usas lo más seguro es que atajen y se inventen algo mejor que ofrecer a su público.

-¿Podemos empezar ya?

-A que vienen tantas prisas, llevo durmiendo más de un milenio y no tengo intención de ir a ninguna parte y hacer las cosas bien requiere tomarse su tiempo mi joven caballero. ¿O debería llamarte sir Cobalion, puño de acero, terror de los dragones? Uno no puede ir a enfrentarse a un dragón así sin más, con un nombre no basta. ¿Que van a contar de ti los bardos? ¿Que un buen día por la mañana te levantaste y decidiste ir a cazar a un pobre dragón en su cueva? ¿Y donde está lo heroico en ello? No hay doncellas en peligro, no hay pueblos arrasados, no hay destrucción… Así que lo pertinente sería que volvieras con alguna doncella en peligro o después de quemar algunas aldeas, para matizar un poco la historia.

-¿Que yo debería quemar algunas aldeas o raptar a una princesa?

-Si quieres conseguir fama, honor y gloria me temo que si, no veo otro camino. Aunque valdría con alguna doncella del pueblo que está aquí cerca, no es como rescatar a una princesa pero tiene algo heroico que en las manos adecuadas puede dar mucho juego para tu historia. Yo me daría prisa, los dragones tenemos todo el tiempo del mundo pero para los humanos como tu es un bien escaso y preciado.

-Está bien dragón lo haremos a tu manera, espero que cuando vuelva con la doncella sigas aquí sino no habrá lugar en este mundo ni en el otro donde puedas esconderte y descansar.

Algunas horas más tarde

-¡¡¡DRAGÓN!!! He venido a matarte.

-Por lo que veo no te has dado mucha prisa en volver sir Cobalion puño de acero, terror de los dragones y salvador de doncellas. Llevo dos días esperándote.

-Prepárate a morir

-Un momento mi joven caballero

-¿Un momento? Ya tengo nombre, te he traído a una doncella en apuros que no para de gritar en el fondo de la cueva…¿qué más hace falta para que pueda atravesarte con mi acero?

-Con eso solo vas a conseguir fama, gloria y honor pero…¿qué hay del dinero? ¿Has pensado en el dinero? La fama esta bien pero no te dará de comer cuando seas un pensionista y no puedas empuñar una espada sir Cobalion puño de acero, terror de los dragones, salvador de doncellas y custodio del gran tesoro. Necesitas conseguir oro, monedas, rubíes…riqueza. Además ¿con qué vas a pagar al bardo? Piensa que sin su merecida recompensa tu historia puede acabar siendo una pesadilla de la que no podrás huir jamás.

-Pero se supone que todos los dragones custodian un gran tesoro en sus cuevas.

-Y se supone que saquean aldeas, pueblos, raptan princesas y fíjate has tenido que ir tu a por una. Bueno no es exactamente una princesa pero supongo que valdrá, siempre que no le menciones ese pequeño detalle al bardo. Y piensa un nombre para ella, algo como lady Dialga de las cumbres borrascosas, eso suena a princesa. Sir Cobalion y lady Dialga, por fin esta historia empieza a parecer épica, ya veo a las masas aclamándote como su verdadero salvador y héroe. Estás a solo un paso de que tu recuerdo perdure más allá de las inclemencias del tiempo, que la gente con solo oír el nombre de sir Cobalion recuerde sus grandes hazañas, de como venció a Kandor el gran dragón, salvó a la princesa y recuperó el oro robado. Pero para eso hace falta oro, cuanto más mejor y rápido no puedo esperar a que me mates toda la eternidad tengo otras cosas que hacer.

A regañadientes nuestro héroe tuvo que aceptar la realidad de los argumentos y se dirigió veloz sobre su blanca montura hasta el palacio más próximo en busca de algunos cofres de oro y anticipándose a lo que el dragón pudiera decirle contrató a uno de los más famosos bardos de la zona para que relatara la inminente gesta.

-¡¡¡DRAGÓN!!! He venido a matarte y traigo conmigo el oro y el bardo…umhahahahha tengo nombre, tengo a la pobre doncella, tengo el oro y tengo al bardo, solo me falta tu cabeza.

-Kandor, me llamo Kandor. No me parece un nombre tan difícil de recordar.

-Que más dará como te llames dragón si dentro de unos minutos estarás muerto.

-Hombre es un detalle importante ya que has tenido la amabilidad de traer contigo a tan renombrado bardo. A los bardos les interesan los detalles y yo tengo algunos que contarle sobre esta historia.

-Basta de chachara- gritó completamente fuera de si nuestro héroe.- Muereeeeeeeeeeeeeeeeeee.

-Un momento- añadió el bardo- el dragón tiene razón, los detalles son importantes.

-Maldita sea….¿es que nunca voy a poder atravesarte con mi espada dragón?

-Podrías, ciertamente, atravesarme con tu espada salvo por unos pequeños, aunque importantes, detalles.

En primer lugar, no eres sir Cobalion puño de acero, terror de los dragones, salvador de doncellas y custodio del gran tesoro. Tu nombre verdadero es Lord Argo de Felvan, un nombre ridículo para un aspirante a héroe.

En segundo lugar, la princesa ha resultado no ser tal princesa sino una joven de un pueblo cercano y que evidentemente no se llama lady Dialga sino Isaura y es la hija del molinero. Tampoco estaba en ningún apuro hasta que la raptaste, quemaste su molino y la trajiste hasta esta cueva.

En tercer lugar, como puede ver el bardo, aquí el único tesoro que hay es el que tu has robado del castillo, luego lo de custodio del gran tesoro es otra de tus mezquinas mentiras para engañar al pobre señor bardo, que supongo que tendrá un nombre.

-Podéis llamarme Renaldo, maestro de la pluma y el plumín. – añadió el bardo en el instante preciso.

-Y por último-concluyó el dragón- ese pincho al que insistes en llamar espada no podría atravesar mis escamas ni aunque lo empuñara un héroe de verdad. Así que tal vez a partir de ahora se te conozca como Lord Argo Felvan, maltratador de doncellas, saqueador de aldeas, ladrón de botines y rata mentirosa (el de ojos azules dirían algunos).

Aunque pensándolo mejor no podemos dejar al señor maestro de la pluma y el plumín sin su historia, no sería correcto y lo único que nos falta es un digno final donde el malvado ladrón, caballero sin honor y maltratador de doncellas es devorado por el gran Kandor, puño de acero, salvador del reino y de la joven doncella en apuros…

Tal como os contaba al principio en Nergandia las cosas ocurrían porque debían ocurrir y no al contrario y tal y como lo había expuesto el dragón ese era el momento en que el malvado villano debía recibir su merecido castigo y Kandor todo el honor, la fama y la gloria que merecía. Así que como si todo fuera parte de un guión escrito muchos años atrás, el dragón se abalanzó sobre nuestro héroe y antes de que el bardo pudiera siquiera componer el primer soneto de la historia había desaparecido entre las fauces humeantes en busca de su merecido castigo. Ocurrió, sin más.

Aven RoyHistoriador y Aventurero de día, Mago y Guerrero de noche siempre me ha gustado combinar la afilada hoja de mi espada con una bola de fuego o una tormenta de rayos.
Son… argumentos contundentes.
Puedes encontrarme en Tierra Quebrada

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