Mar 172014
 
 17 marzo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  6 comentarios »

Un enorme dragón de color blanco, largos los pelos que cubrían por completo su cuerpo desde la ancha e interminable cola hasta la cabeza que coronaba el extenso cuello, observaba distraído lo que acontecía a tantos metros por debajo del risco en el que se encontraba tumbado. A su lado, sorprendiéndole, surgió un hechicero vestido con una sencilla túnica. Los pliegues de ésta, negra como los grillos que a más de un insomne habrán hecho enloquecer en su continuo cantar nocturno, desaparecían y regresaban con cada lento paso del humano, un hombre bastante joven, pues ni siquiera habría llegado a cumplir la treintena, aunque tampoco asomaba un solo pelo por debajo de la capucha. En realidad, a excepción de las cejas, no había ni rastro de vello en toda la cabeza.

El recién llegado dio un par de palmadas sobre la pata delantera del reptil y se sentó al lado de éste, las piernas colgando sobre el vacío.

―Estaba seguro de que te encontraría aquí ―empezó a decir con una amplia sonrisa en el rostro, momento en el que echaba la capucha atrás.

―No tiene mérito ninguno, Fath; aquí me encontraste ayer y todas las tardes de la semana pasada, así como también las de los últimos meses.

La voz del dragón sonaba demasiado aguda para uno de su tamaño, lo que indicaba que hacía poco que había alcanzado la madurez.

―Pero podías haber decidido cambiar. Así que acerté. ―El hechicero le guiñó un ojo, gesto que no pasó desapercibido para la bestia. Sin embargo, ésta hizo como si no lo hubiera visto.

―Poco más podemos hacer en estas tierras. Entonces, ¿por qué cambiar de lugar? Después de todo, aquí, al menos, tenemos con qué distraernos.
Tierras Anheladas - Relatos de fantasía
El humano echó levemente el cuerpo hacia delante, con cuidado de que las fuertes rachas de aire no le hicieran despeñarse. Habría sido sumamente desagradable.

―Mírate, Téldagar ―se dirigió de nuevo hacia el dragón―. ¿Crees realmente que esto te hace bien?

―No sé a qué te refieres.

―¿En serio? Oye, ¿cuánto hace que te conozco?

―Sabes de sobra que no me gustan esos juegos tuyos. Además, no tengo tanta memoria.

Los párpados del hombre bajaron hasta hacer desaparecer la mitad superior de sus ojos y sus labios se apretaron hasta quedar finos y alargados en la habitualmente pequeña boca.

―Pues yo sí que la tengo, y puedo afirmar que te conozco lo suficiente para saber que no haces sino compadecerte de ti mismo. No puedes seguir así.

―¡¿Y por qué no?! ―se exasperó―. ¡¿Qué más da lo que haga o deje de hacer?! ¡No habría consecuencia alguna, decidiera hacer una cosa u otra!

Fath echó una nueva ojeada abajo, dando unos segundos a su compañero para calmarse. Cuando lo creyó conveniente, sólo un par de minutos más tarde, reanudó la conversación.

―No eres el único que los echa de menos. Sí, con sus cosas buenas y también las malas, pero esto es lo que nos toca vivir en este momento. Al menos, ya que nos vemos obligados a ello, deberíamos pasarlo lo mejor posible.

El reptil resopló con fuerza, aunque el sonido del aire corriendo entre sus fauces, asombrosamente gélido, parecía provenir de cualquier otro lugar.

―Sé que tienes razón, Fath, pero es muy injusto.

El nombrado fue a responder cuando un sonido de pasos en carrera a sus espaldas le interrumpió. Se trataba de una mujer, alta y corpulenta, sin duda una soldado por su vestimenta, aunque ésta no la recordaban haber visto ninguno de los que permanecían sentados al borde del precipicio.

Ambos se quedaron observando su avance, veloz hasta que diera una última zancada donde acababa el piso. Así, la humana comenzó a descender con rapidez a la par que gritaba con todas sus fuerzas. Su voz, no obstante, cambió de tono, se tornó en alarido durante unos breves segundos hasta que un potente resplandor, que obligó a Fath y a Téldagar a apartar un momento la mirada, precedió su desaparición.

―Ahí tienes a otra inconformista ―añadió en tono burlón el hombre, señalando hacia abajo.

―Tú nunca has saltado, ¿verdad?

―Nunca. No sirve de nada.

―Ya… Es algo incómodo.

En ese momento, tras ellos, surgió de nuevo la que saltara, dándose un terrible golpe al caer sobre las posaderas como si hubiese descendido desde una gran altura, aunque en realidad apareció a apenas metro y medio del suelo. Dolorida, con gruesas lágrimas corriendo por sus mejillas, se levantó lentamente y abandonó el lugar con una notable cojera hasta perderse tras los primeros árboles a su paso.

―Frustrante sería una mejor palabra, ¿no? ―indicó Fath.

―Incómodo, frustrante… La impotencia es la misma, lo llames con un nombre u otro.

―Entonces, saltarías antes de conocernos.

―Ajá.

―¿Mucho antes?

―¿Importa eso?

―No… Supongo que no.

Los dos siguieron observando lo que ocurría abajo. Aunque en apariencia se encontraban a muchísima distancia, distinguieron los carros tirados por caballos en los caminos, a los jornaleros que trabajaban las tierras cultivadas e incluso dragones, blancos y marrones, sobrevolando el continente.

―Tan cerca y tan lejos ―retomó Téldagar.

―Manida frase, amigo mío.

―Seguro que lo es, tanto como que jamás podremos volver al mundo que nos vio nacer.

―Al menos desde aquí, desde las Tierras Anheladas, podemos verlo.

―¡Ja! Las Tierras Anheladas… Tantas historias oí sobre ellas, tan sorprendentes y fascinantes… Y creo que no hay una sola que haya acertado con la realidad en las mismas.

―En eso he de darte la razón; es todo tan diferente a lo que uno imaginaba…

Algo menos sorprendidos, tras ellos oyeron a otra criatura, en condiciones similares a la mujer, aunque en esta ocasión era un demonio el que corría hacia el borde. No era demasiado alto, cuando los de ese tipo solían sacarle alguna cabeza al hechicero, de similar apariencia a éste incluso en la cantidad de vello, pero con los músculos muy desarrollados, de piel color gris y ataviado con un simple taparrabos.

El recién aparecido comenzó a gritar con fuerza desde el momento en el que abandonó el límite del bosque, así como tampoco dejó de hacerlo mientras descendía, con el mismo resultado que el anterior saltador.

―Uno tras otro ―reanudó Fath la conversación sin perder de vista al demonio―. ¿Es que no se rinden?

―¿Acaso hay algo que perder?

―Si vienen hasta aquí para saltar porque no soporten la idea de no poder regresar a Felácea, lo único que hacen es aumentar el dolor. No hay otra; no nos está permitido volver. Y sufrir por nada me parece algo bastante estúpido, la verdad.

―Te recuerdo que, entonces, también a mí me llamas estúpido.

Fath sonrió y dio otro par de palmadas al dragón, estirándose un poco esta vez para alcanzarlo.

―Me entiendes de sobra; no vale para nada.

Consciente de que le iba a ser imposible conseguir que el dragón pensara en otra cosa, el hechicero decidió, al menos, saciar su curiosidad.

―Por cierto, ¿cuáles son tus mejores recuerdos?

El reptil ladeó la cabeza y sus ojos se entornaron al frente, con la mirada perdida en algún punto a lo lejos. No esperaba una pregunta como ésa, pero, sin decir nada sobre ello, la agradeció en su interior

Al cabo de unos breves segundos, vívido el recuerdo en su mente, giró la testa en dirección al hombre.

―No te ofendas, pero uno muy bueno fue cuando engullí a uno de los de tu gremio.

―¿Te comiste a un hechicero?

―De túnica color verde.

―Me sorprendes. De los marrones me lo esperaba, pero, ¿de un blanco?

―La paciencia de los míos también tiene sus límites, sobre todo cuando un humano engreído y fanfarrón termina por chamuscarte el lomo al ser incapaz de controlar lo que debía ser un muy sencillo hechizo. Al menos, pude tomarme mi venganza.

―¿Y cómo te supo?

―¿El hechicero? Horrible; lo escupí al segundo bocado, pero ya nada se podía hacer por él.

La imagen de la irregular masa resultante de aquel congénere se materializó en la cabeza de Fath y se dio cuanta prisa pudo en desecharla. No obstante, fue Téldagar, con su nueva aportación, el que le hizo pensar en otra cosa.

―Tu turno, Fath.

―¿Cómo? ¿Mi mejor recuerdo?

El de la túnica no tuvo que pensar demasiado en ello. Lo mejor que le había pasado sobre la faz de Felácea tenía nombre de mujer, una joven tabernera que había heredado muy pronto el negocio por la enfermedad del padre, al cual se le agarrotaban los dedos de la mano al punto de no poder abrir sus puños durante horas, problema que le imposibilitaba por completo atender a sus clientes. Por contra, no quería hablar de ella. Le había cogido mucha confianza a este dragón, pero ése era tan buen recuerdo como malo, pues llegó el día en el que ambos tuvieron que separarse. Fath se había ganado demasiados enemigos y no fueron pocas las ocasiones en las que éstos fueron en su búsqueda, encontrando alguna vez a la muchacha, a la cual dejó por evitar que sufriera ningún daño por su causa.

―Hmm… Mi mejor recuerdo… ―susurraba el humano, con las orejas del reptil muy pendientes de sus palabras―. ¡Ya sé! ¡El día que morí!

―¡¿El día que moriste?! ¡¿Acaso te ríes de mí?!

―En absoluto ―afirmó entre carcajadas―. Pero fue algo bueno.

―Morir… Algo bueno… No pillo el chiste.

―Bueno, los dragones tampoco gozáis de buena reputación como criaturas con un desarrollado sentido del humor.

―Ya discutiremos eso más tarde. Ahora, dime cómo ocurrió.

Los ojos de la bestia se quedaron fijos sobre los del hechicero, inmóvil todo su ser mientras escuchaba sus palabras.

―Hay momentos que marcan la vida de un hombre para cambiarla por completo. Mi momento fue, de hecho, mi propia muerte.

―No me andes por las ramas, Fath, que mi vida también cambió una vez que la perdí; por eso nos encontramos en las Tierras Anheladas, el hogar de los dioses.

―¡Pero no te engaño! ―exclamó mientras gesticulaba moviendo a gran velocidad las manos frente al pecho―. Siempre fui muy orgulloso y, lo reconozco, prepotente como ningún otro humano. Es más, creía que no habría hechicero alguno que pudiera hacerme sombra, incluso que no había nada que se me diese mal. Pero estaba equivocado y tuve que morir para darme cuenta de ello.

―¿Y por eso es un buen recuerdo?

―No; morir tan sólo fue una buena cosa que me sucedió. ―Mientras decía estas últimas palabras, volvía a recordar la imagen de la joven tabernera, una mujer a la que en vida pretendía proteger cuando ni siquiera podía hacer lo propio consigo mismo, a la vista quedaba―. Fueron siete los hechiceros que me persiguieron por el interior de un bosque con árboles dispersos, lo que no ayudaba a protegerme de sus distintos hechizos. Haces de luz, fuego y rayos pasaban rozando mi cuerpo y poco podía hacer contra ellos.

―¿Qué querían?

―¿De verdad tengo que explicártelo? Darme una lección, sin duda. Los conocía, de fortuitos encuentros en los que a uno lo ridiculicé frente a otros colegas del gremio y a los demás los engañé para un beneficio propio que ni siquiera necesitaba. En pocas palabras, era joven, poderoso y muy, muy estúpido.

―¿Como los que saltamos al vacío con la ilusa esperanza de caer sobre Felácea porque echamos de menos nuestra anterior vida?

Fath no pudo evitar reír ante el comentario, mas su expresión era francamente triste.

―No, mucho más.

Al final lograron darme caza. En ese momento, consciente de que iban a acabar conmigo, a mi mente acudieron multitud de recuerdos. Me había pasado la vida riéndome de todo el mundo y parecía que nada podía irme mal, pero quizá sí sea cierto eso que dicen unos pocos de que los dioses no nos abandonaron, que nos observan y juzgan desde estas tierras. Estaba recibiendo lo que merecía, un castigo ejemplar, no cabe duda.

―Lo siento, Fath, pero yo no termino de ver que sea una buena cosa. Podrías haber recibido otra lección y continuar viviendo sobre Felácea.

El dragón suspiró, como otras tantas veces el hombre le había visto hacer.

―De todos modos, tampoco habría durado mucho, pues incluso con alguno de los tuyos, marrones todos ellos, me atrevía. Al menos, de esta forma, entendí que el mal que uno hace lo acaba recibiendo en la misma medida.

―Entonces, mucho mal debiste hacer.

―Bastante, mi querido amigo. Bastante. Pero mira, ahora te tengo a ti.

―¡Vamos! ―exclamó el reptil, claramente sorprendido―. Lo mejor que te podría haber pasado…

El de blancos pelos rio con ganas, a la par que el hechicero, el cual ya se levantaba y le animaba a seguir sus pasos.

Téldagar se puso en pie, dispuesto a acompañarle. Sin embargo, algo había cambiado en su cabeza, pues mientras caminaba pensó que Fath podría tener razón, que morir no debía suponer siempre algo malo y que alguna enseñanza debía sacar de ello. También era cierto que se sentían con plenas facultades, tanto físicas como mentales, del mismo modo que cuando estaban vivos, por lo que debía tomarse de otra manera su estancia en las Tierras Anheladas. Se trataba de otra etapa, así le gustaba llamarlo al hechicero, y debería encontrarle un sentido, no refugiarse en vagos recuerdos de una vida que jamás podría recuperar.

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Mar 122014
 
 12 marzo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  8 comentarios »

Drágata estaba realmente furiosa tras recibir la noticia del consejo. ¿Cómo diablos iba ella a pasar la prueba de fuego para formar parte de él, si se les había ocurrido la barbaridad de que debía demostrar que los dragones hablaban?

¿Es que acaso estaban locos? Dragones que hablan, conversaciones con un dragón, era imposible hacer algo así. Estaba cada vez más convencida de que o bien por ser mujer o por pertenecer a la familia de los descendientes de los sacerdotes que escuchaban a los oráculos, intentaban impedir que formara parte del consejo. Seguro que era eso y aquellos ancianos medio locos querían seguir haciendo de las suyas sin que nadie tomara parte en sus decisiones ni se metiera en sus asuntos. Únicamente había dos miembros que le inspiraban algo de confianza, Nuncía, la primera y única mujer del consejo que había llegado allí por méritos propios según contaban, y Avéniz, un aventurero que recopilaba información de antiguas leyendas y escribía extraños libros. Sospechaba que tal vez la idea provenía de ellos porque siempre bromeaban con mandar hordas de dragones a los enemigos cuando todo el mundo sabía que no existían.

Estaba perdida en sus pensamientos cuando sin darse cuenta había ido caminando hasta el mismo lugar de siempre, el centro del bosque de Virgin, un lugar al que solo los sacerdotes de los oráculos se atrevían a ir, pues posiblemente con sus leyendas de visiones, fantasmas y muertos habían alejado a cualquier humano que pensase siquiera en aquel lugar.
Relatos de fantasía - Cueva DragónPara Drágata no era tan tenebroso, quizás porque había crecido en él y ya no le daban miedo las sombras que los árboles secos dibujaban en la tierra polvorienta. Desde luego no era peor que la aldea de casas de piedra amontonadas unas sobre otras y la enorme algarabía de sus molestos aldeanos. Se creían hombres valientes que se llenaban la boca de fanfarronerías en sus tabernas mientras el ron y el vino corrían a raudales; sin embargo rodeaban sus aldeas de altos muros de piedra para protegerse. Menudos cobardes.

Y ahora la prueba, la maldita y descabellada prueba. Estaba claro que no querían que entrara en el consejo y por un momento se preguntó si a los otros dos aspirantes les habrían propuesto la misma misión. Nestari, un joven que vivía cerca de la costa, parecía buena persona y había estudiado durante años como era común en su familia. Drágata desconocía cómo iba a enfrentarse él a la prueba del dragón, aunque quizás se inventase una historia y solo era cuestión de que le creyesen.

Por otro lado estaba Jorgax, que pertenecía a las aldeas marineras de las islas del sur, y seguramente sabía mucho de navíos y formas de pesca, pero poco sobre dragones. Deseó poder averiguar si ellos tenían que pasar por la misma prueba.
Entonces llegó por fin a la cueva, enorme, magnífica y oscura, en cuyo centro, tras perderse en la profundidad de la roca, se abría un claro que se llenaba de luz y en el que crecía un árbol majestuoso. El oráculo de Virgin.

Según había aprendido Drágata, un oráculo era una respuesta que daba una deidad por medio de sacerdotes o a través de señales físicas o símbolos. Aquellas personas especiales que demostraban saber interpretar los símbolos eran veneradas y respetadas por todos. Sin embargo no era su caso, aunque tal vez ella era aún demasiado joven o no era la elegida. Lo cierto es que todas las paredes de la cueva estaban llenas de figuras, dibujos y perforaciones, pero ella estaba segura de que las habían hecho los hombres.

Se dejó caer en el suelo apoyando su espalda en la dura corteza del árbol y sacó de su zurrón de cuero un trozo de pan. Lo mordió aunque ya se había quedado demasiado duro y maldijo de nuevo su suerte.

-Hablar los dragones, menuda idea- dijo en voz alta, y después se quedó mirando hacia arriba, al cielo, donde la luna ya había salido e iluminaba desde lo alto el agujero de la cueva. Podía verla entre las hojas y ramas de aquel árbol, en los que la luz se posaba como diminutas perlas que se movían lentamente como en un hipnótico baile clandestino.

-¿Por qué crees que es una idea absurda?- dijo una voz suave llenando al instante toda la cueva.
Drágata abrió mucho los ojos y se puso en pie de un salto dejando caer el pan y el zurrón mientras el corazón le latía demasiado deprisa. Aquello no era una voz normal, no era la de una persona. Seguramente era el miedo lo que le hacía flaquear las piernas, algo que nunca había sentido estando allí y que según su estirpe no debería sentir jamás.

-¿Quién eres?- preguntó tratando de que no le temblara la voz, al tiempo que miraba a todos lados intentando ver quién hablaba.

-¿Por qué crees que es una idea absurda?- repitió la voz- ¿Acaso no existes tú?

-¿Eres el oráculo?-preguntó Drágata quedándose muy quieta y mirando de reojo hacia los lados.

-Podemos estar haciendo preguntas toda la noche. ¿Qué te parece si respondes alguna?- sugirió la voz.
Aunque no le gustaba tener que ceder en absoluto, la joven pensó que debía hacerlo para averiguar de quién y de dónde provenía la voz.

-Soy Drágata, descendiente de sacerdotes, y para entrar en el consejo debo pasar una prueba absurda. Demostrar que los dragones hablaban- confesó.

-¿Por qué dices hablaban?- preguntó la voz-. ¿Por qué no dices hablan?

La joven empezó a pensar que aquello era divertido. Si era la voz de un oráculo sus preguntas le parecían aún más absurdas que la idea de los dragones.

-Ni hablaban, ni hablan- explicó Drágata volviendo a sentarse fingiendo tranquilidad-. Según los libros y las antiguas creencias existieron una vez, pero yo creo que solo son leyendas y falsas historias que se inventaron los hombres.

-¿Con qué fin?- preguntó de nuevo la voz.

-Para infundir miedo, para hacer que no se acercasen a lugares como éste por la simple mención de que aquí había dragones, para justificar asesinatos y aldeas arrasadas por completo diciendo que eran los dragones…- enumeró la joven-. Para cualquier cosa de la que pudiesen sacar un beneficio.

-¿Sabes qué son los dibujos que ves a la entrada de la cueva?

-Sí, dibujos hechos por los hombres para hacer creer a quien se atreva a acercarse que por aquí existe un dragón- afirmó Drágata-. No sabes la de leyendas que se inventan por ahí de ellos, sobre todo trovadores, juglares y poetas. Ganan buenas monedas inventando historias.

-¿Qué es lo que cuentan?

-¡Ja! ¿Eres un oráculo y no sabes eso?- la joven se jactó de su conocimiento empezando una larga lista de habladurías-. Según dicen, los dragones arrojaban fuego y envenenaban las aguas, pero solo lo decían para que se les considerara un enemigo común con el que todos quisieran acabar. Se les culpaba de las plagas y de las épocas en las que escaseaba el alimento, ya que no solo podían atacar físicamente, sino que además dominaban los secretos de la magia con la que podían lanzar maldiciones. Dicen que los dragones eran tan antiguos como el propio mundo, criaturas que surgieron de las entrañas del caos cuando nació nuestra tierra y también que su aspecto es aterrador, con una piel llena de escamas que actuaba como la mejor de las armaduras. Cada vez que un ejemplar moría, todos discutían quién se quedaría con la piel para usarla como armadura o escudo impenetrables. También tenían unas armas mortíferas, como eran su aliento, sus garras y su misma sangre, que resultaba un ácido muy potente al contacto con la carne humana. ¿Qué te parece todo lo que se inventan?

La voz permaneció en silencio.

-¿Sigues ahí? Y ahora además al consejo se le ocurre que debo demostrar no solo que existían sino que además hablaban- continuó Drágata-. Si me dijeran claramente que no puedo formar parte de él, me molestaría bastante menos. ¡A mí sí que me están entrando ganas de enviarles una horda de dragones a todos ellos y acabar con sus aldeas llenas de hombres bocazas y pretenciosos!

-¿Quieres que te ayude a hacerlo?- preguntó de nuevo la voz al tiempo que toda la cueva empezó a temblar y pequeños fragmentos de roca caían por todos lados.

La joven se puso de nuevo en pie alarmada mientras sentía que la voz se aproximaba y de las profundidades de la cueva la silueta de una enorme cabeza surgía dejándose ver bajo la luz. Tenía un tamaño impresionante y las escamas eran de color blanco sobre las que se reflejaba la luz de la luna hipnotizando a la joven Drágata. De su cabeza salían enormes cuernos y las escamas continuaban hasta un largo cuello que se perdía entre aquella oscuridad. Vio su reflejo en aquellos ojos de dragón límpidos y cristalinos que se asemejaban a los de los reptiles, y descubrió que no le producía ningún miedo.

-No me temes ahora que me ves- aseguró el dragón-. Ahora entiendo por qué fuiste elegida como sacerdotisa del oráculo, algo que viendo tu aspecto y actitud no lograba comprender.

-¡Santo cielo! ¿Es un truco de los hombres o realmente existes?- dijo ella dando vueltas alrededor de la enorme cabeza-. ¡Podrías matarme con solo abrir la boca!

-¿Y eso no te infunde temor alguno?

-Lo único que temo es no poder demostrarlo ante el consejo. ¡Se quedarían boquiabiertos!- exclamó Drágata sin poder creer lo que tenía delante.

-Pero como sabes no puedo dejar que lo hagas o todas esas leyendas volverían a hacerse realidad- dijo el dragón.

-¿Así que fue todo verdad?- preguntó excitada la joven- ¿Por qué temes que se repita? Debería estar en tu instinto el querer hacerlo, se supone que sois bestias sanguinarias con sed de destrucción.

-Pensé que decías que no creías en esas leyendas…

-¿Entonces es mentira? ¿Y por eso no quieres que se sepa que existes? Yo me enfadaría mucho si se contasen mentiras sobre mí- dijo la joven-. Entonces sí que sobrevolaría las aldeas y las arrasaría, al menos las casas de esos bocazas que mienten, claro que no mataría a los niños…bueno tampoco a las mujeres ni a los ancianos…

-¿Entonces cómo ibas a hacerlo? Desde el cielo y a la velocidad que vuela un dragón no puedes elegir lo que destruyes- explicó el animal-. Así que si decidieses atacar tendrías que arrasarlo todo.

Por un momento detectó cierta tristeza en la voz de la bestia.

-Comprendo- murmuró ella-. Luego entonces, ¿es verdad o mentira?

¿Crees que si mi instinto estuviese lleno de sed de destrucción, tu gente podría vivir aquí al lado desde hace tantos años que ya ni creen que existimos?

-Entonces entiendo que habéis sido utilizados por el hombre para justificar sus matanzas y que han puesto sobre vuestros nombres horribles masacres que no habéis provocado- reflexionó Drágata-. Es una lástima que no podamos vengaros.

-No queremos venganza- dijo el dragón-. Si estáis vivos es porque así lo deseamos. Y como sabes, cuando eres elegido como sacerdote por el oráculo debes guardar secreto de por vida de su existencia.

-Y únicamente interpretar los símbolos y señales y comunicarlas al consejo…sí, eso ya lo sé- farfulló Drágata-. Lo que se reduce en que no podré pasar la prueba porque no puedo hablarles de ti…

-Pero salvas tu vida porque si sales de aquí sin hacer la promesa de sacerdotisa tendré que matarte- confirmó el dragón.

La joven se quedó pensativa unos instantes valorando cómo iba a tragarse el orgullo cuando tuviera que admitir que no podía cumplir la misión, y viera que tanto Nestari como Jorgax salían victoriosos. El próximo invierno no habría para ella un lugar en el palco junto a los demás sino que seguiría ajena a todas las decisiones que se tomasen allí dentro y en manos de las opiniones absurdas de aquellos vejestorios.

-Bien- dijo al fin la joven-, si me matas tampoco podré demostrar que pasé la prueba, pero que conste que no lo hago por miedo. Así que prometo guardar el secreto de tu existencia y como dice la tradición acudir cada luna llena a este lugar para escuchar las revelaciones del oráculo y comunicarlas a los hombres- bajó las palmas de las manos tras la promesa y añadió-. Un oráculo que por otro lado no existe y es un dragón que se esconde en una cueva.

-Dejando a un lado lo de que me escondo, el primer mensaje que deberás llevar al consejo es el de que todo hombre que forme parte de él tendrá que demostrar que la prueba que debió pasar inicialmente puede ser verificada- dijo el dragón.

-¿Y la mujer?- protestó Drágata.

-Ella no necesita demostrarlo porque estuvo aquí antes que tú- explicó de nuevo-, y ya todos saben que si dudan de su palabra sus vidas se llenarán de penurias y sus campos de plagas.

Drágata recordó entonces el año en que Nuncía llegó al consejo. Efectivamente fue un mal año para todos donde muchas personas murieron enfermas y se perdieron las cosechas. Se preguntó si fue ella quien lo provocó, y entonces empezó a sentir algo de miedo por primera vez.

-¿Nos estás utilizando para vengarte de los hombres, haciéndonos ser mensajeros de un oráculo que no existe para atemorizarlos y controlar sus acciones?

-Eres muy lista, Drágata- admitió la bestia-. La venganza por sus mentiras es algo que se debe disfrutar. Una muerte rápida no es digna de un gran mentiroso y no produce placer en quien la da. Así que como dijiste que si pudieras arrasarías sus casas, lo que deseo es que envenenes sus almas, que les llenes de miedos y creencias que gobiernen sus vidas.

Les hablarás sobre dioses que provocan catástrofes, predecirás inundaciones, incendios y guerras, y ellos a cambio te respetarán y venerarán como sacerdotisa del oráculo. Jamás dudarán de ti.

Drágata sonrió pensando que era un buen cambio a pesar de tener que admitir ante el consejo que no podía pasar la prueba. Si no podía estar dentro, sería desde fuera como manipularía sus decisiones, aquel dragón era muy astuto e inteligente. Así que salió de la cueva tras la promesa de volver cada luna llena, con la convicción de que había obtenido la recompensa de su vida, ajena totalmente a que ella era un eslabón más de aquella cadena de mentiras.

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Feb 282014
 

Ilustraciones de Fantasía - Dulces Sueños por Recóndita Rick

Dulces Sueños por Recóndita Rick


-Léeme un cuento…-susurró con voz cavernosa.

La princesa se sentó cerca de él y comenzó a relatar una historia, como cada atardecer.
Su dulce voz resonó por las paredes de la estancia, pero esta vez, no hablaba de aventuras,
sino de dulces cuentos para dormir.
(Cuentos dulces)

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