Quién tima a un dragón…
Estaba convencida que al final del angosto túnel encontraría un buen tesoro. Naila avanzó centímetro a centímetro, casi arrastras. Descubrir la entrada a aquella olvidada y remota fortaleza le había llevado semanas. Escrutó cada piedra, cada losa, cada oquedad;
hasta que finalmente su paciencia se vio recompensada y encontró una brecha por donde colarse. Su espíritu estaba ávido de hallar una fortuna de tiempos lejanos, aunque a decir verdad, lo que realmente le atraía era la búsqueda, el reto, superarse. Con catorce años había robado y saqueado tesoros de incalculable valor, así que ciertamente nada de aquello le hacía falta.
Inmersa en sus pensamientos salió del conducto, una gigantesca cueva se abrió ante ella, y a tan solo unos quince metros una pantagruélica montaña de oro y gemas descansaba, reluciente, al paso del tiempo, olvidada en las oscuras profundidades de la tierra. De pura sorpresa emitió un largo silbido, impresionada. En ese instante la pila de oro se removió, inquieta, como si tuviera vida propia. Las monedas y joyas resbalaron formando regueros fulgurantes y Naila pudo intuir una colosal forma oculta bajo el
valioso tonelaje.
Una cabeza reptiliana surcó el dorado oleaje que su despertar había provocado, alzándose a una altura de más de veinte metros. Un repiqueteo metálico rebotó en la cueva cuando las monedas cayeron desde las alturas deslizando por su escamoso cuerpo. Un poderoso brazo se izó en el aire, perezoso, y cuando alcanzó su máxima longitud descendió a una velocidad imposible sobre la ladrona. La enorme zarpa cayó, inmisericorde, y Naila pensó que su vida acababa en ese preciso momento; pero al contrario de lo que esperaba, la oscuridad no se cernió sobre ella. Al abrir los ojos se vio atrapada por las fuertes garras del dragón, aplastada contra el suelo. Estaba tan cerca que podía ver las innumerables y lustrosas escamas que formaban la dermis de la gran bestia. Aunque no se atrevió a tocarlas, estaba convencida de que serían más duras que el acero.
—¿Quién osa perturbar el sueño de Sul-Kanar? —preguntó el dragón muy lentamente.
—Una simple exploradora que eligió mal su ruta, vistos los acontecimientos más inmediatos —intentó exculparse Naila.
—No te molestes, sé a qué has venido. Todos venís a por lo mismo, queréis robarme mi fabuloso tesoro —sentenció la gran sierpe.
—Técnicamente el oro no sería tuyo, quiero decir que tú también lo robaste en algún momento —contraatacó la joven.
—No es menos cierto, pero dado que sus legítimos dueños murieron hace tiempo, o los maté yo, podemos convenir que toda esta fortuna me pertenece ahora.
La inmensidad de la antigua criatura era apabullante. Si quería escapar sabía que debía atacar de alguna forma su inteligencia, y según decían las malas lenguas acerca de los dragones era que: lo único más grande que su tamaño, era su ego.
—Supongo que ahora me devorarás.
—¿Devorarte? —Un estruendo de lo que Naila creyó eran carcajadas emergió de las fauces del dragón, inundando la cueva—. No voy a devorarte, vosotros los humanos no sois tan sabrosos.
—Es un alivio.
—No he dicho que vaya a devorarte, pero tampoco pienso dejarte con vida. Disfruto matando a los de tu especie de otras formas menos asquerosas para mi paladar que la deglución.
Sul-Kanar rio con ganas de nuevo.
—He de suponer pues que no estarías interesado en un juego de acertijos.
—Previsible y tediosa sugerencia.
—A mi me ha sonado más a genuina cobardía. Aunque estoy convencida que nn tienes miedo de perder contra un intelecto inferior como el mio.
—Creo que el esqueleto de tu izquierda también intentó apelar a mi supuesta cobardía para engatusarme… ¿o fue el de la derecha? —dudó Sul-Kanar.
—Entonces será un auténtico honor batirme, y ser derrotada en un auténtico duelo dialéctico, por una de las criaturas más astutas e ingeniosas que jamás haya pisado este mundo.
—Adulación, eso también lo intentaron otros con más labia que tú.
—Me estás dejando muy pocas opciones —se quejó la joven.
—Mira a tu alrededor, ¿qué te hace pensar que eres mejor que todos ellos? —preguntó el dragón haciendo alusión a los resecos y vetustos montones de huesos.
—Que aún sigo viva.
Sul-Kanar no pudo evitar reírse.
—Interesante respuesta, pero dime, ¿por qué los humanos sentís la imperiosa necesidad de ser humillados intelectualmente antes de morir? ¿Acaso perder la vida noes suficiente para vosotros?
—Puedo derrotarte, confieso que aún no sé cómo lo haré, pero no te quepa la menor duda de que el resultado me será favorable —apuntó Naila con fingida confianza.
—Orgullosas palabras de alguien que está a punto de perecer a garras de un dragón. En cualquier caso, he vivido eones, creo conocer de memoria todos los acertijos creados por tu frágil raza, niña.
—A todas luces, inverosímil —negó rotundamente Naila.
—Haz la prueba.
Había logrado encauzar la conversación, ahora solo tenía que pensar algún enigma que le permitiera ganar algo más de tiempo.
—¿Qué animal tiene todas las vocales?
—El murciélago —contestó Sul-Kanar ipso facto—. La verdad, esperaba mucho más de ti. Si te molestaras en observar el emplazamiento donde nos encontramos, tú misma podrías haber deducido que en esta cueva hay cientos de murciélagos. De hecho
llevo siglos contemplando esos espeluznantes bichos. Resulta terriblemente aburrido contarlos.
—De acuerdo, admito que quizá no ha sido el mejor comienzo… Veamos si puedes con este otro: un prisionero está cautivo en una celda que tiene dos puertas, una de ellas… —comenzó Naila en tono triunfal hasta que Sul-Kanar la interrumpió.
—¿Si yo le pregunto al otro guardián por qué puerta tengo que salir, qué me responderá? —acertó nuevamente el dragón reprimiendo un bostezo. —Creo haber respondido a este acertijo en concreto… más de cien veces.
—Dame otra oportunidad, al fin y al cabo si me matas ya, tendrás que reemprender tu aburrida tarea de contar murciélagos.
—No te das por vencida. He de admitir que eres tenaz, será una lástima deshacerme de ti.
Frenética, Naila lanzó la mirada en todas direcciones. Se quedaba sin ideas y la salida estaba a menos de diez metros, aquella pequeña oquedad por la que había penetrado en el cubil del dragón. Tan cerca y tan lejos. Pero ahora estaba rodeada por
cadáveres a los que pronto se uniría… Entonces tuvo una idea total y definitivamente descabellada, aunque por otra parte nunca había estado bajo las garras de un dragón y cualquier opción le parecía perfecta para mejorar su complicada situación.
—Está bien, te propongo un último juego de ingenio. Uno al que estoy segura ninguno de estos desdichados que nos rodean te retó. El juego definitivo que pondrá a prueba tu habilidad.
Sul-Kanar alargó su serpenteante cuello, acercando su descomunal y sobrecogedora testa hasta que esta quedó a tan solo unos centímetros de Naila. La visión de sus colmillos hizo que la joven ladrona tragara saliva con mucha dificultad.
—¿De qué se trata? —inquirió la sierpe con cierto interés.
—Antes quiero que me des tu palabra de que serás sincero en este juego, y que si gano yo, me dejarás en libertad.
—La mendacidad es una cualidad típica de los tuyos, no necesito recurrir a tretas para ganar a los de tu especie. Tienes mi palabra de que esta lengua no pronunciará falacia alguna.
—La acepto.
Sul-Kanar asintió levemente.
—Oigamos pues de que va ese juego… y por tu bien espero que, en verdad, sea interesante.
—Lo será, pues se trata del juego sobre como voy a morir, o mejor, de cómo vas a matarme.
El dragón entrecerró los ojos, no se fiaba de lo que aquella insignifcante humana pudiera estar tramando, pues sabía que los humanos eran seres traicioneros.
—Una cosa más, ¿comerme está descartado, verdad? —quiso cerciorarse Naila.
—Totalmente.
—En ese caso, te apuesto mi vida a que eres incapaz de matarme de una forma completamente original y distinta a la que usaste con todos estos infortunados que yacen en derredor. —El dragón rumió unos instantes—. No vale repetir —dijo la ladrona en tono juguetón—, tenemos un trato.
Por la cantidad de cadáveres y restos acumulados en la cueva era imposible que Sul-Kanar encontrara una forma novedosa de darle muerte, o al menos eso esperaba, y deseaba.
—Supongo que todo esto no es una argucia con ánimo de dilatar lo inevitable —advirtió Sul-Kanar—. No me gusta perder el tiempo.
—Es curioso que digas eso cuando llevas tropecientos años durmiendo.
El dragón no pareció entender el reproche de Naila, pues estaba claro que dormir, para el enorme reptil, no se consideraba en absoluto una perdida de tiempo.
—Sorpréndeme, Sul-Kanar. Otórgame una muerte digna de un poema épico. —La joven pronunció las palabras con gran dramatismo.
—Veamos —comenzó el dragón—, usar mi aliento de fuego imagino que no sería válido…
—Los montones de ceniza te delatan, amigo mio.
Sul-Kanar miró hacia su lado izquierdo y añadió:
—Destripados por mis garras. —Luego desvió su mirada a la derecha—. Reventados de un coletazo.
—Es una suerte que hayas agotado esas opciones, no debieron ser muertes agradables. Algo me dice que pronto seré libre. —Sabía que no era prudente regodearse, pero tenía que hacerle cometer un fallo.
—¡Silencio, chiquilla! —la conminó el dragón—. Cuando acabe contigo tu muerte alcanzará el estatus de obra de arte, y los bardos no cantarán otra cosa durante siglos.
Sul-Kanar se rascó la sobarba con una de sus garras, intentaba hacer memoria, su orgullo y reputación estaban en juego. Nunca había perdido y no iba a ser esta la primera vez. Analizó la estancia, escrutando cada vida que había arrebatado hasta que completó con su cuello un giro de trescientos sesenta grados.
—Empalado, chamuscado, decapitado y despedazado —enumeró Sul-Kanar con pasmosa precisión.
—¿Qué me dices de aquel hombretón? —preguntó Naila señalando los restos de una gran armadura oxidada, fingiendo ayudarle.
—Aplastado.
—Te quedas sin opciones.
—No puede ser cierto, tiene que haber una manera inédita que no haya usado antes, quiero decir, ¿es siquiera posible agotar todas las posibilidades? —Sul-Kanar se negaba a creer tal desenlace, aunque debía admitir que en cierto modo se sentía orgulloso de semejante hazaña.
El dragón se apoyó sobre sus cuartos traseros irguiéndose en toda su altura y se cruzó de brazos, pensativo, no parecía encontrar solución al dilema planteado por la joven ladrona. Aprovechando el despiste de Sul-Kanar, que la había liberado para adoptar una pose que le permitiera discernir mejor sus alternativas, la muchacha se deslizó en silencio y sigilosamente hacia la salida, y pese a no haber conseguido ningún beneficio material reconoció que salvar la vida era premio suficiente.
Y cuando Naila escapaba por la estrecha oquedad, henchida de orgullo por haber embaucado a un dragón, Sul-Kanar aún discutía consigo mismo empeñado en solucionar un problema que ya había dejado de ser tal.
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