Jun 102015
 
 10 junio, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , ,  2 comentarios »

La espesura de la selva apenas nos dejaba ver el camino. Seguíamos el rastro de una antigua leyenda hasta el templo perdido de Protelos, dios de la guerra. Mi montura, un grifo de las cumbres nevadas del Nak-Kharus, no estaba preparada para recorrer grandes distancias a pie, pero tenía miedo de lo que nos podríamos haber encontrado de haber intentado esa travesía por el aire. Le había puesto dos bolas de acero en las garras de las patas delanteras, para que al menos le amortiguara al caminar. Lifrlof, mantenía las garras cerradas, aferrando fuertemente las dos esferas de metal, e intentando no rozar sus fuertes alas contra las plantas que estrechaban el camino. La cola se agitaba bajo el incesante movimiento de los insectos propios de la jungla. Se encontraba nervioso.
Descendimos levemente hacia un valle y una formación rocosa nos dio la bienvenida. Lifrlof, me acarició el hombro con el pico. Yo aún no lo distinguía, pero la aguda vista de mi compañero lo había captado en el mismo instante en que la vegetación de la selva nos dejó ver más allá de un palmo de terreno. Le acaricié el robusto pico y me acerqué hasta el saliente más próximo. Saqué el viejo manuscrito de mi bolsillo y lo desenrollé. Después de tantos días de camino la ruta era exacta; allí estaba aquella majestuosa construcción, escondida por la frondosidad de la jungla y la nubosidad valle.Relatos de Fantasía - Profecías
—    ¡Aquí está!, tal y como lo describía el manuscrito. —Lifrlof respondió agitando la cabeza hacia los lados y bufando levemente.
Examiné el templo desde las alturas, pero no conseguí distinguir nada desde aquella distancia. Llamé al grifo. Lifrlof estaba hurgándose con el pico debajo del ala derecha, que tenía levantada, haciendo caso omiso a lo que ocurría. Allí estábamos tranquilos, de lo contrario ya lo hubiese presentido. Silbé y se acercó levemente y en silencio.
—    Comprueba a ver qué ves, viejo amigo —le dije, mientras le quitaba las dos bolas de acero de sus garras.
Lifrlof se asomó al saliente, agarrándose con firmeza a la roca. Le conocía bien, no había nada que le llamara la atención.
—    Creo que es el momento de que volvamos a tu elemento. —De un salto me subí a su grupa, lo que para el grifo era una orden no hablada.
Desplegó las alas e hizo un picado, soltándose de la piedra. La primera impresión fue de vacío, una sensación de estar en caída libre, pero sólo en el instante en el que nos soltamos. Después miré hacia atrás y vi cómo nos alejábamos rápidamente de aquella diminuta cordillera pétrea. Mi corazón se calmó mientras mi cuerpo se acostumbraba al viaje y se tranquilizaba. No era la primera vez que mi montura realizaba esa maniobra, pero nunca había conseguido acostumbrarme.
Nos arrimamos a la copa de los árboles y abriendo sus alas en toda su envergadura, planeamos suavemente hasta uno de los laterales del templo. Las garras se incrustaron en una de las paredes laterales, cerca de un ventanal. Me agarré con fuerza a Lifrlof, ya que nos habíamos quedado adheridos verticalmente al muro y esa posición podía hacerme perder el equilibro. Alcancé la abertura y entré en el templo. Desenvainé mi espada, una falcata de hoja ancha, y esperé unos segundos para ver u oír lo que había en el interior del santuario.
Había entrado en la zona donde los monjes realizaban las ofrendas, estaba inundada por innumerables cirios y velas que aromatizaban y cargaban el ambiente. Un altar mostraba la figura tallada del dios Protelos, sentado sobre un trono. Su escudo descansaba a sus pies, junto a las almas de los muertos en guerras pasadas, que según se decía, aquel broquel absorbía. Todo estaba en calma, pero no me fiaba; la mitología de mi pueblo narraba extrañas historias sobre lo que ocurría en ese lugar. Silbé dos veces. Lifrlof entró. Si las cosas se complicaban, el grifo sería un gran aliado.
Los monjes habían abandonado la estancia después de la oración y ese era el momento propicio para cumplir la misión que me había sido encomendada. Me acerqué a Lifrlof y de una de sus alforjas extraje un objeto envuelto en un paño. Mientras el grifo se mantenía en guardia, lo desenrollé. La gema era opaca, en cambio, un corazón de brillo rojizo latía fuertemente en su interior.
Al fondo, un pequeño tabernáculo albergaba otras cuatro piedras de idéntica talla y calidad a la que sujetaban mis manos. Todas blancas, totalmente mates, pero palpitando a ritmos diferentes, componiendo una melodía de luces que hicieron estremecerse la figura del dios de la guerra. Lifrlof se inquietó. Me acerqué hasta el retablo donde descansaban las cuatro piedras y, cuidadosamente, deposité en su interior la roca que había traído a través de la selva. Doblé el paño y me lo guardé. Parecía que todo había salido según lo planeado.
Cuando me di la vuelta, dispuesto a marcharme del templo, el grifo dio un paso atrás. El conjunto de las cinco piedras blancas comenzó a irradiar una tenue luz que aumentaba en intensidad cada vez más. La estatua de Protelos quedó iluminada con la luz proyectada desde el altar. Un aura resplandeció alrededor de la figura del dios de la guerra. Yo mismo tuve que dar un paso atrás al igual que Lifrlof. En ese momento, aquella efigie que representaba la deidad, cobró vida. Sus ojos se movieron y una voz de ultratumba retumbó en el templo.
—    Después de mucho tiempo las piedras vuelven a estar juntas —se oyó—. ¿Por qué la has devuelto extranjero?, nada vas a ganar con ello, salvo quizás calmar mi ira…
No supe qué contestar, notaba una intensa sensación de pánico. Lifrlof se escondía detrás de mí, pese a que su envergadura era mucho mayor. Varios monjes habían entrado en el santuario y al ver cómo el dios al que adoraban a diario emanaba vida, automáticamente se arrodillaron y postraron sus rostros contra el suelo como un signo de veneración.
—    … Pero de eso no tienes ninguna culpa. —sentenció—. Dime, guerrero. ¿Qué te ha impulsado a venir a este recóndito lugar para entregarme la piedra?
—    Los más sabios de mi pueblo me encomendaron la labor de venir hasta aquí y devolver lo que una vez fue robado. —le respondí balbuceante, presa aún del miedo—. Los jefes de mi tribu están desesperados, los sacerdotes se encomiendan a los dioses e incluso las familias realizan sacrificios con ofrendas de toda clase esperando una respuesta…
—    ¿Una respuesta?
—    A una vieja profecía —Esa vez reuní cierto valor, me adelanté y me postré delante de la figura del dios de la guerra—. Lamento mucho el desaire causado por mi pueblo y tengo la esperanza de que con este gesto se pueda calmar tu ira y el maleficio sea apaciguado.
—    ¿Cómo te llamas guerrero? —preguntó.
—    Sunnos, me… me llamo… Sunnos.
—    Hace falta mucho valor para adentrarse en este lugar santo, a escondidas como un vulgar ladrón, y esperar que no haya pasado  nada.
—    ¡No tenía intención de irme!
—    Guerrero, no me mientas —el tono mostraba cierto enfado—. Puedo leer en el corazón de los hombres y saber si realmente me mienten.
—    Quizás hubiese sido más honorable por tu parte haberle entregado la piedra a uno de los monjes.
—    ¡No sabía lo que nos podíamos encontrar…! —dije señalando al grifo.
Las luces dejaron de alumbrar y las piedras de latir. Se produjo un silencio, como si aquella conversación no hubiese ocurrido jamás y hubiese sido fruto de mi imaginación. Me encontraba confuso, sin saber qué era lo que había pasado. Los monjes aún continuaban con sus rezos, lo que indicaba que todavía no había terminado todo. Una imagen fantasmagórica emergió en el centro de la sala, una imagen etérea que podía ver pero no tocar, una imagen que se difuminaba como una nube de humo si intentaba agarrarla. La observé mejor después de la sorpresa inicial. Narraba la historia de un hombre, un ladrón que se adentraba de noche en el mismo templo en el que me encontraba y robaba una de las cinco piedras depositadas sobre el altar del santuario. Se veía como huía a través de la densa selva y llegaba hasta el mismo lugar donde había nacido Sunnos: Gallarea. En seguida comprendí el propósito de aquella estampa.
—    ¡Lamento ver esto!, y me avergüenzo —dije mientras apartaba la vista—. Cuando él llegó y nos mostró la piedra, lo celebramos como un augurio de buena suerte. Deseábamos tener esta reliquia. —Mi voz retumbaba en la estancia. Parecía que nadie escuchaba—. No hicimos caso de la profecía y pagamos un precio por ello —mi corazón se mostraba sombrío, entristecido.
Recordé cómo al poco tiempo nuestras cosechas se volvieron mustias, el grano no servía para nada y todo lo que obteníamos del campo no lo querían ni los animales, quienes terminaron muriendo poco a poco de inanición o enfermedad. Hambruna y muerte, eso es lo que nos trajo aquella piedra. Al principio, recorríamos grandes distancias para traer agua y al final, muchos terminaron abandonando aquella tierra baldía. No hicimos caso de las advertencias de la profecía:

«Protelos otorga prosperidad a través de sus piedras.
Larga vida con cada uno de sus latidos.
Y maldición para quien las separe y extinga su luz»

Una nueva escena apareció delante. La misma persona que había robado la piedra, se encontraba vertiendo el contenido de un ánfora sobre el río que abastecía Gallarea y sus campos, sin tan siquiera saber qué era lo que le había impulsado a hacer algo tan mezquino.
—    Nadie ha castigado a tu pueblo, pero aun así agradezco que hayas devuelto la piedra al lugar al que pertenece —la voz surgió de nuevo—. Las profecías son avisos o premoniciones, y como todo, hay que saber interpretarlas…

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May 202015
 
 20 mayo, 2015  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , , ,  4 comentarios »

La primera gota de luz que cayó poderosa sobre la Tierra, sirvió para curar toda la oscuridad en la que se encontraba inmersa. Aún tardó mucho tiempo en calentarla lo suficiente como para poder despertar así la vida que había congelada en ella. Todo era agua y tierra, y en el lugar donde cayó la primera gota, nació entonces el fuego.

Muy lentamente fueron creciendo los árboles bajo las nubes y a sus pies la hierba cubrió el suelo.

-Despierta- dijo la primera voz.

Y tuvo que repetirlo varias veces.
Relatos de Fantasía - Sleipnir
Entonces, la figura que yacía enterrada entre los musgos, aparentó moverse. El cuerpo desnudo, que no parecía de carne, se fue incorporando despacio hasta ponerse finalmente de pie, y el cabello largo dejó caer las hojas que lo habían ocultado, permitiendo ver unos suaves brazos, manos y pies.

Miró a su alrededor y vio más seres que parecían proceder de las cortezas de los árboles, de los musgos del suelo y de las hojas de las ramas que la rodeaban. Incluso algunos se fundían con el agua. Lo primero que hizo inconscientemente fue oír una voz en su cabeza y preguntarse qué estaba pasando, qué era ella y qué era lo que había a su alrededor.

Escuchó lo que decidió llamar silencio, y justo después sonidos extraños del bosque que llevaron a su cabeza nuevas preguntas.

Caminó entre aquellos seres como ella que se mostraban dormidos mientras aguantaba la respiración.

-Ven- escuchó.

Sintió entonces algo extraño en el pecho, unos leves golpes que se aceleraban, algo que la hizo detenerse y preguntarse si debía continuar avanzando.

-No tengas miedo.

Miedo. No sabía lo que era eso. En realidad no sabía lo que era nada, y sin embargo decidió seguir caminando.

-Aquí, un poco más adelante- dijo de nuevo la voz.

Tocó los árboles que dejaba atrás a su paso apoyándose levemente en ellos y la espesa corteza húmeda le agradó, al igual que el olor a tierra mojada. El suelo se convirtió con lentitud en hojas secas a medida que avanzaba, y se fueron quebrando con pequeños chasquidos bajo sus pies hasta llegar finalmente al centro del bosque, donde no había tierra abajo ni cielo arriba. El lugar de donde provenía esa voz.

-Al fin has despertado.

Miró a un lado y a otro y notó que aquellos golpes en el pecho iban cada vez más despacio. Se preguntó por qué.

-Puedes hablarme. Mueve tus labios para que los pensamientos que llegan a tu cabeza puedan salir. Pero cuidado, no digas todo lo que piensas. Con el tiempo sabrás que es mejor no

hacerlo.

-¿Qué soy?- fueron las primeras palabras que surgieron de su boca.

-Eres el principio. Una mujer. El primer nacimiento.

-¿Qué eres tú?

-Lo sabrás cuando hayamos terminado. Tu nombre será Embla.

-¿Qué es un nombre?

Se escuchó una suave risa lejana.

-Todas las cosas que te rodean tendrán un nombre, incluida tú misma.

Embla miró arriba y abajo. No debía decir todo lo que pensaba, pero no sabía por qué.

-¿Para qué lo necesitan?

-Para cobrar sentido. Si las cosas no tienen nombre no tienen sentido- sentenció la voz.

Sin embargo, ¿cómo decidir qué preguntar primero?

-¿Le pondrás nombre tú a todas las cosas?

-No. Tú tendrás que ayudarme- respondió la voz-. Lo primero que harás será encontrar a Ask. Es igual que tú, pero él es un hombre. Ambos provenís de los árboles y juntos seréis los

progenitores de la humanidad.

-¿Cómo voy a ayudarte?

Eres un ser humano. Te haces preguntas, deseas buscar las respuestas. Los pensamientos llegan a tu cabeza, eres capaz de interpretarlos, de inventar, de sentir. Puedes aprender y transmitir lo aprendido, incluso sobre cosas que no puedes ver ni tocar.

-¿Igual que no te puedo ver a ti?- giró de nuevo la cabeza tratando de encontrar a quien hablaba.

-Eres un ser humano- repitió-. No necesitas ver para creer. Te dejarás llevar por tus pensamientos y sentimientos para lo bueno y lo malo. Tú y los que serán como tú.

-¿Tú tienes un nombre?

-Lo tuve, sí. Ahora solo debes escuchar mi voz, ésa que a lo largo de los siglos se oirá en otras bocas transmitiendo las mismas palabras. Palabras de hombres que hablarán de profecías y conocerán por inspiración divina las cosas distantes o futuras. Pero también habrá otros que predecirán hechos futuros bien por casualidad o bien utilizando sus dones para deducir lo que es lógico. Cada uno de ellos tendrá un nombre. Algunos se harán llamar profetas, otros videntes o chamanes, y un sinfín de denominaciones que los humanos irán creando.

-¿Por qué lo harán?

-Muy pocos estarán inspirados por los Dioses. Ellos les designarán como sus mensajeros para llevar la palabra a los hombres. Otros lo harán utilizando sus conocimientos para que los que sienten miedo busquen su consuelo, algunos incluso para utilizar a las masas ignorantes a su antojo.

Y tanto unos como otros como el resto de los mortales, dudarán en algún momento, se harán preguntas, sentirán miedo.

-¿Por qué sabes todo eso?

-Porque todo destino está escrito. Tarde o temprano, lo que tenga que ser, será. No habrá un solo hombre capaz de luchar contra lo que los Dioses han designado para ellos. Aún así lo

intentarán. ¿Ves eso de ahí? La mujer miró a su alrededor.

-Es Yggdrasil, el árbol del poder, de la vida. Hay nueve mundos sostenidos cada uno de ellos por una de sus nueve raíces. Él sujeta tanto a los mundos exteriores como a los que existen bajo la tierra. Uno de ellos es de fuego y otro de oscuridad y niebla. Entre esos dos reinos hay un gran caldero de agua burbujeante llamado Hvergelmir, que alimenta las aguas de los doce grandes ríos que flotan sobre el gran abismo vacío. Estás ante el nacimiento de un nuevo mundo después de que el otro haya sido destruido.

-¿Quién lo ha destruido y por qué lo ha hecho?

-Fue la batalla entre los Dioses y los gigantes. El porqué de la destrucción es algo complejo.

Todo hombre, gigante o dios tiene sentimientos. Amor, odio, deseo de poder o de venganza, y toda una espiral que lleva perpetuamente al mundo a destruirse una y otra vez, al ser humano a destruirse una y otra vez. De ahí que las profecías sean constantemente las mismas pero dichas a través de otras voces.

-¿Por qué sabes tantas cosas?

Solo hay que observar la vida de un único hombre y descubrirás que todas las vidas son iguales. Todo es un ciclo perfecto. El hombre nace, crece, ama, siente el dolor, se hace preguntas, busca respuestas, se defiende de quien le daña, lucha para conseguir satisfacer sus deseos, sueños y necesidades…pero por más que luche, ame y odie, al final muere. Puedo predecir cada vida de cada hombre que habrá sobre la Tierra.

-¿A dónde irá cuando muera? ¿Yo moriré también?

-Tu morirás, pero tu nombre nunca lo hará. Será recordado por los siglos de los siglos pasando de boca en boca a través de la palabra de todos aquellos que dictan las profecías y también de los que las creen. Por eso necesitas uno, Embla.

-Entonces, ¿no vas a decirme quién eres?

Mi nombre fue y es Odín, y me aparezco ante ti tras la batalla del destino de los Dioses, la mayor de las profecías, el Ragnarok. Tanto gigantes como hombres y Dioses lucharon en la batalla final, incluso los espíritus de los muertos en la batalla se unieron y terminaron con el mundo entero. Hoy nace de nuevo. Yo os di a ambos el hálito vital, la vida física y el alma; Vili os dio el ingenio y las emociones y Ve los sentidos y el habla.

Ahora un nuevo ciclo comienza, como decían las profecías. Algunos Dioses sobrevivieron y otros resurgirán del mundo de los muertos para sentarse en el que fue mi trono en el Valhalla de los cielos. Existirán moradas que contendrán el alma de los muertos, habrá un nuevo cielo y las almas de buena y virtuosa voluntad vivirán en los mejores lugares. Habrá sitios horribles en el inframundo, donde jamás llegará la luz del sol. Y los hombres y los Dioses crearemos un lugar donde vivir en paz y armonía.

-¿Entonces el mundo no volverá a destruirse?

-Lo hará una y otra vez, y lo profetizarán una y otra vez, tantas veces como hombres nazcan, sientan, razonen y mueran. Ahora ve en busca de Ask, lo encontrarás al final del bosque, donde comienza el mar extenso, flotando sobre las aguas.

Embla continuó caminando hasta que el suelo bajo sus pies se volvió polvo fino de arena y allí, como Odín había predicho, encontró el cuerpo desnudo del hombre. Entonces no vino a su

cabeza pregunta alguna, pero en el pecho aquellos rápidos y leves golpes comenzaron a notarse de nuevo.

 
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May 132015
 

―¿Qué diablos está haciendo? ―susurró Géndel a Bardasa mientras ambos soldados observaban la intensa actividad del profeta, un hombre ya entrado en años ataviado con ropajes oscuros y desgastados, tan anchas las mangas de su camisola que bien algún día podría errar al colocársela e introducir por una de ellas el delgado tronco en lugar de un brazo.

―No te asustes ―respondió imitando el tono de voz de su compañero―. Reconozco que la primera vez impresiona, pero ya he tenido que visitarle en varias ocasiones y no correremos peligro desde la puerta.

El viejo, pues su melena por entero canosa, las profundas ojeras y las ya aparentes arrugas en su rostro permitían describirlo como tal, se movía veloz de un lado a otro de la amplia estancia, que a su vez era dormitorio, estudio y prisión.

―Pero, ¿es cierto lo que dicen, que está loco de atar?

―No me corresponde a mí afirmar la veracidad de dicho rumor, aunque tú mismo puedes ver que muy normal no es que sea. Ahora, piensa un momento en esto: ¿es él el loco, por su extraña forma de actuar y sus divagaciones sobre supuestas visiones del futuro y la interpretación de antiguos manuscritos, o lo es aquel que se cree lo que sale de su desdentada boca?

―¡Por todos los dioses, Bardasa! ―intentó no elevar demasiado la voz, aunque de haber gritado a pleno pulmón sus palabras, probablemente, el viejo no les hubiera hecho el menor caso, tan concentrado se encontraba en sus quehaceres―. ¿Entiendes el alcance de lo que acabas de soltar? ¡Es nuestro mismo rey el que lo mantiene aquí encerrado, el mismo que ha ordenado que vengamos hasta aquí!

―No he dicho que nuestro monarca esté loco por creer a este que tenemos enfrente.

―Pero lo has dejado caer… ―El nervioso soldado echó ligeros vistazos a su espalda, temeroso de que alguien pudiese oírles, pero nadie subiría sin una buena razón la escalera que por único fin tenía aquellos aposentos.

―Tranquilízate, ¿quieres? Sólo te he hecho una pregunta.

―Vale. Entonces, te diré que todo el mundo tiene derecho a creer en una cosa u otra, sin que otra pueda, o deba, juzgarlo. ¿O puedes probar que lo que este hombre asegura que va a ocurrir es mentira?

―Mi trabajo no consiste en averiguarlo.

―Venga, Bardasa. Solo es una pregunta…

El nombrado miró de reojo a Géndel y así se mantuvo inmóvil algunos segundos, incomodando sobremanera a su compañero.

―Está bien ―respondió devolviendo la mirada al viejo, el cual reía a carcajadas y daba algunos saltos sobre la cama antes de avanzar despacio y a grandes zancadas hacia el desordenado escritorio, del que recogió una pluma, mojó esta en un enorme tintero y comenzó a hacer ciertos garabatos en el suelo―. La primera vez que vine a este lugar, el profeta nos entregó un papel en el que dibujó una especie de pájaro con las alas extendidas, del mismo color negro que la tinta con la que está enguarrando el suelo en este momento. Además, bajo el ave dejó un amplio borrón y una serie de letras saliendo del pico.

―¿Qué palabras? ―preguntó el curioso Géndel.

―”Ja, ja, ja”. Esas fueron las palabras.

El más joven clavó sus ojos en el suelo, a unos pocos pasos de donde se encontraban. Así permaneció un instante, hasta que una clara idea se materializó en su mente, relacionada esta con cierto emblema en el que aparecía un cuervo en pose amenazadora.

―¡La invasión del reino de Tarkas!

―Bueno, es lo que se interpretó cuando tres meses más tarde de entregarnos el dibujo, en efecto, el rey de Tarkas envió sus tropas hacia la frontera de ambos reinos con la firme intención de anexionarse parte de nuestro territorio.

―Entonces, ¡no está loco!

―Vaya, te veo muy emocionado.

―¡¿Cómo no estarlo?! Ese hombre es capaz de ver el futuro.

―Puede ser…

―¡Vamos! ¿Lo pones en duda? Vio el futuro y nos avisó de ello. Ahora lo veo claro. Ahora entiendo que nuestro monarca lo mantenga aquí, bajo su custodia, para anticiparse a cualquier problema que surja.

―Eso estaría muy bien, genial, en serio, si realmente hubiese podido hacer algo antes de que el enemigo nos atacara. Por contra, con dibujo o sin él, la reacción de nuestro rey fue de sorpresa. Tuvo que hacer frente a dichas tropas sin estar preparado para ello, sobre la marcha, y perdimos algunas aldeas. No creo que haga falta que te lo recuerde.

―Bueno… Pero es un hecho que lo vio. Quizá en esa ocasión no valiese para mucho, aunque estoy seguro de que este hombre será muy útil para otras tantas. ¡Ve el futuro!

―Sí, un futuro diferente según quién interprete sus visiones.

―¿Qué quieres decir?

―Quiero decir que tras recoger su papel, bajamos a toda prisa las escaleras para informar a nuestro superior más inmediato y, durante el paso por el pequeño puente hasta la siguiente torre, sentí algo en mi hombro derecho. Se trataba de la cagada de un pájaro, descubriendo en lo alto un cuervo que graznaba como si se riera descojonado tras acertarme de lleno con su proyectil. ¿Vio el futuro este hombre? Pongamos que sí. ¿Pero qué futuro vio? ¿El del ejército de Tarkas o el del cuervo y su regalo?

Géndel se quedó con la boca a medio abrir, sin saber qué responder. El profeta, por su parte, se acercó a él de cuclillas, le agarró de una de las muñecas y tiró suavemente de ella, indicándole que le acompañara.

Bardasa asintió con la cabeza a su compañero de armas y este, tragando abundante saliva, comenzó a andar hacia el escritorio, deteniéndose a escasos pasos para observar las líneas de tinta del suelo.

Giró su cabeza a la derecha; a la izquierda; caminó hacia un lado; entrecerró sus ojos y se llevó una mano a la barbilla; terminó de rodear el extraño dibujo…

Tras varios minutos, en los que el viejo se sentó en su cama, movía jovialmente las piernas arriba y abajo y mantenía una perpetua sonrisa que permitía comprobar la total ausencia de piezas dentales, Géndel regresó junto a Bardasa, indicándole que debían irse. Así hicieron, cerrando la puerta con llave al salir.

―Desde donde yo estaba ―inició Bardasa a fin de romper el tenso ambiente creado entre ellos, observando de reojo el pálido semblante de su compañero―, solo pude ver montones de líneas curvas. Eso sí, me pareció advertir una especie de corona a un lado. Por tu expresión, ¿crees que el rey está en peligro… o qué interpretas tú?

Géndel lo miró muy serio, pero ninguna palabra salió de su boca. Continuó andando, cada vez con zancadas algo mayores, hasta que, finalmente, comenzó a correr desbocado. A Bardasa le cogió del todo por sorpresa dicha reacción y procuró darle alcance, aunque era muy rápido. Aún así, no le costó averiguar cada esquina doblada por su compañero, atendiendo a aquellos a los que empujó o los puestos del mercadillo con cuyos elementos colisionó.

La persecución duró poco, una vez que miró hacia el interior de una vivienda por la que un segundo antes se introdujeran, veloces, hasta tres soldados. A su izquierda vio a Géndel, sujeto con gran dificultad por otros dos hombres. A la derecha había alguien más, retorciéndose boca abajo en el suelo, de cuyo rostro daba la impresión de surgir toda aquella sangre que regaba los viejos tablones bajo el mismo. Y al frente, apoyada en el marco de la puerta que debía dar al dormitorio, una mujer con el cuerpo tan solo cubierto en parte por una fina sábana. Por último, a los pies de ella, una corona.
Relatos de Fantasía - Mujer en alcoba
Bardasa miró la cara de la chica y al instante comprendió el dibujo que el profeta hiciera en el suelo de su alcoba. Incluso ahora reconocía la extendida mancha de nacimiento de la mujer en el borrón del supuesto rostro de la figura representada por el viejo. ¿Sería posible que en realidad no se tratara del tipo de interpretaciones que todo el mundo hacía, a su conveniencia, de los dibujos del profeta, que de verdad este hubiese sido tocado por la gracia de los dioses y fuera capaz de hacer predicciones a tener en cuenta, incluso adivinar cosas que de otro modo le sería imposible conocer?

Géndel fue conducido fuera de la morada por cuatro soldados, cada uno sujeto a una extremidad distinta, mientras otros guardias ayudaban al rey a ponerse de pie. Esa nariz rota tardaría un tiempo en sanar y el maquillaje no ocultaría del todo los moratones. No era el momento de informar al monarca de la predicción del profeta, pero, ¿qué distinta interpretación le daría este? Más adelante lo sabría. Más adelante.

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