Ha llegado el momento de demostrar tu valor al mundo. Afila tu espada, prepara tu armadura y lánzate a la aventura. Ahora es el momento de sacar el escritor que llevas dentro.
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Había transcurrido bastante tiempo como para dejar atrás los recuerdos de una vida fácil, pero no era suficiente. Habían desaparecido de su mente los rostros amados de su esposo y su pequeño hijo, desdibujados tras el paso de los años. Ya no recordaba el olor de su piel, ni el sonido de su respiración pausada al dormir, ni las risas, ni las conversaciones en la mesa, ni las caricias, ni… nada. No recordaba nada. Esa era la única forma de sobrevivir en aquel paraje hostil, frío, de ambiente húmedo y campos estériles. Olvidar. Cada día era una nueva prueba, cada amanecer la vuelta a una realidad que jamás hubiera imaginado en sus años de juventud y que no deseaba ni al peor de sus enemigos. La esperanza de encontrar un camino de regreso era, a cada instante que pasaba, más lejana.
Tampoco sabía si quería volver. Tal vez lo que podía encontrar a su regreso no era lo que tanto ansiaba. Pero tampoco tenía muchas más opciones. Durante todos aquellos años de avance por caminos desolados, de encuentros desafortunados y escasas comidas calientes, la posibilidad de descubrir que no quedaba nada de lo que había sido su hogar aun le producía arcadas. Solo tenía que encontrar algo que le indicara hacía dónde dirigirse, que hacer con su despreciable vida, un porqué para seguir avanzando.
Durante todos aquellos años de búsqueda tan solo había conseguido recopilar cuatro señales. Cada una de ellas había supuesto una gran sorpresa, todas aparecían sin buscarlas como por casualidad, pero conseguirlas le había dado fuerzas para seguir adelante. Hacía demasiados días que no descubría nada. La primera fue la más inmediata, apenas habían pasado 2 días desde que despertara, y la más dura de asumir, estaba sola. La segunda la descubrió por azar mientras bebía de un riachuelo y observar que el agua discurría hacia arriba. Se encontraba muy lejos de su tierra, siendo optimistas tal vez en alguna de las nueve mil setecientas veintidos islas que formaban el mundo de Oregrund, siendo pesimistas tal vez en otro mundo. La tercera se la dijo Matias, un viejo mercader ambulante que había perdido el juicio hacia ya mucho más tiempo de lo que ella andaba perdida, «cuando las tres lunas sean una mostraran el Camino Blanco a aquel que se encuentre dispuesto a verlo». Y la cuarta, la cuarta fue un sueño en el que un niño no mucho más alto que su hijo le pedía que volviera con el dragón, que no tardara, que…»
Recordar ese sueño siempre obraba milagros en su maltrecho espíritu. Así que en contra de lo que su cuerpo reclamaba, se levantó, reanimó poco a poco sus entumecidos músculos, miró de nuevo el pedregoso camino y se dirigió al norte, hacia la primera luna…