Oct 132014
 
 13 octubre, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  6 comentarios »

¿Qué se le dice a alguien que sabes que va a morir? ¿Con qué valor cruzas el umbral de la puerta y qué palabras secretas llevas sin quererlo escritas en tu mirada?

Sabía que mi hermano vería en mí la verdad, aquélla que, antes incluso de que nuestros ojos se cruzaran, él ya conocía. Y esperaba ver miedo en él, pánico, terror. Sin embargo hallé solo admiración y orgullo.

Había combatido en la batalla de los cinco reinos, la que traería libertad y prosperidad a todo pueblo y ser sobre la faz de la tierra.

Lloré y recé desde el día en que supe que había sido llamado a la lucha, y maldije cada segundo a mi rey y al resto de reyes, incapaz de encontrarle sentido a todo aquello. Fue entonces cuando Belenos, mi hermano pequeño, apuntó que una mujer no podría entenderlo jamás.

Ahora se moría ante mis ojos y la angustia se fundía con mi enfado mientras él agonizaba entre mis brazos.

Y entonces habló.

Siempre creí que el campo de batalla sería un lugar desgarrador, lleno de sonidos y sangre, de alaridos que preceden a la muerte, de choques de espadas y ruidos guturales. De bramidos de hombres que dejaban atrás a sus familias y sus tierras para morir por su honor y por su rey.

Levantó la mano ante mi gesto de silenciarlo. Quería contármelo antes de dejar el mundo de los vivos.

-También creí que moriría de los primeros, que jamás sobreviviría a tal acontecimiento. Pero por increíble que parezca, en aquel terreno empinado solo había silencio, como si fuera el preludio de algo muy secreto que iba a ocurrir aquella mañana. Cuando el sol despuntó atreviéndose a acariciar las regias copas de los árboles que rodeaban aquel valle inclinado, los escudos y las armaduras de los soldados comenzaron a brillar mientras permanecían quietos, petrificados, a la espera de una orden que les hiciese avanzar. Una mezcla de miedo, de valor y furia contenida pululaba por sus mentes con toda seguridad. Los de las primeras filas portaban los estandartes de sus reinos con un orgullo difícil de contar. Al norte los del Pueblo de la Luz, con sus cabellos de oro y bronce y ojos de nácar, tan pacíficos en su tierra y tan devastadores en la nuestra; al sur nosotros, la raza aria de los Keltoi, conocidos por nuestra caballerosidad y orgullo en la lucha y aliados con el ejército del este, los Ojáncanos, sanguinarios y de aspecto aterrador, crueles, capaces de matar a uno de sus miembros más ancianos abriéndole el vientre para repartirse lo que llevase dentro antes de enterrarle. No podía entender la extraña alianza que habíamos forjado con aquellos, que más bien deberían estar en el lado del mal.

Relatos de fantasía - La batalla de los cinco ejércitos
Después al oeste los Caballos del Diablo, que según contaban aparecían volando entre llamas, humo y emanaciones de azufre, rompiendo el silencio de la noche y esperando inmóviles junto a los desconfiados Nuberos, aquellos que controlan el tiempo a su voluntad provocando tormentas y tempestades, defendiéndose con rayos o granizo. Ambos aún sin desvelar si estaban con los del Norte o con el Quinto ejército, a los que no alcancé a ver hasta que los del Pueblo de la Luz comenzaron su avance descendiendo por la pendiente como bestias enfurecidas que hacían temblar el suelo.

Entonces aparecieron, la luz del sol iluminó con timidez su formación que era como una especie de caparazón de escudos en círculo. Los primeros se agachaban para aguantar el embate de los enemigos y los de la segunda fila cubrían con los suyos las caras de los compañeros. En el interior de su coraza supuse que habría muchos más hombres.

Los que avanzaban desde el norte confiaban al parecer en su superioridad numérica, pero ésta se tambaleó al ver a aquel ejército inmóvil e impasible. Impulsados por la inclinación del terreno se lanzaron sobre la extraña barrera circular de escudos rodeada de un intenso silencio, y entonces fueron frenados por la fuerza de aquel caparazón de madera y carne. Nada más tomar contacto con los del quinto ejército, los Ascomanni, Hombres del Fresno, desplegaron los escudos y de entre ellos salieron brazos y manos que masacraron a todo el que se acercaba. Pronto sus cuerpos estuvieron llenos de sangre enemiga que salpicaba sus caras y caía brazos abajo.

Los otros ejércitos no aprovecharon para atacar, preferían estudiar a sus enemigos e intervenir sería como ir a socorrerles. Pero cuando cayó el primer grupo, los Caballos del Diablo y los Nuberos que habían forjado su propia alianza, corrieron en masa hacia el centro del valle perdidos entre nubes de humo y ráfagas de viento. Los primeros, unas libélulas gigantes de inmensas alas, formaban grupos de siete con uno de ellos adelantado, el rojo, el percherón, de quien se decía que era montado por el mismísimo diablo. Dejaban huellas en la tierra como si de cascos y pezuñas se tratase, y su resoplido era tan fuerte y frío que no quedaba hoja alguna en los árboles del oeste. Los segundos, criaturas obesas de tamaño pequeño y aspecto malicioso, formaron sobre sí una enorme nube tormentosa que salpicaba rayos sobre la tierra. Juntos trataron de romper aquella extraña defensa, pero los Ascomanni aguantaban todos sus ataques.

En ocasiones el caparazón se abría y uno o dos hombres saltaban sobre las espaldas de sus compañeros y se mezclaban con el enemigo. Abatían a unos cuantos de forma salvaje y volvían a la protección de su círculo. Así pude ver que luchaban casi desnudos y también que algunos eran mujeres- no había miedo en los ojos de mi hermano ni en sus palabras, a pesar de que ambos éramos conscientes de que apenas quedaba sangre en las venas de su cuerpo.

-Llegó el mediodía y nosotros los del sur junto a nuestros extraños aliados aún no habíamos intervenido. Les suponíamos cansados, llevaban horas luchando, creíamos que no tardarían en caer bajo nuestras espadas. Pero aquellos hombres del quinto reino venían de tierras frías y duras donde morían de hambre y veían morir también a sus familias. No luchaban solo por un rey ni por conquistar los cinco reinos, sino por sus propias vidas, y aquella fuerza era muy superior a la que nos movía al resto.

Nuestro ejército solo tenía que subir la pendiente y sabíamos de sobra cuál sería su respuesta. Además ellos no conocían nuestra forma de luchar y se habían expuesto demasiado. Nuestros caballeros no podían lanzarse sobre ellos cuesta arriba, pues no tenía sentido aquel ataque, así que los rodearon y galoparon hacia abajo para desarmar su formación. Entonces, cuando nuestros hombres no podían parar sus monturas, los Ascomanni tiraron de unas cuerdas que permanecían enterradas y cientos de estacas se levantaron para terminar clavadas en los pechos de los caballos. Cayeron nuestros caballeros al suelo y apenas pudieron defenderse por el peso de la armadura. Los masacraron.

-¿Ganaron?- le interrumpí viendo que se asfixiaba quedándose sin tiempo.

Mi hermano sonrió. Sentí ganas de llorar al saber que ésa sería la última sonrisa suya que vería.

-¿Sabes por qué una mujer no puede comprender la guerra?

Negué con la cabeza.

-Porque es absurda, porque preferiríais arreglar con palabras algo que no tiene solución, algo que debe arreglarse con sangre y honor. A pesar de eso, de vuestros miedos nace vuestra fuerza y al pensar en el dolor de vuestras familias algo se revuelve dentro de vosotras, capaz de arrasar con el mayor de los ejércitos. Porque os negaríais a enviar a vuestros hombres a una muerte segura a luchar por territorios o dominios de un rey al que consideráis muy por debajo de un dios, aunque ellos se vean a sí mismos a la altura. Porque en definitiva la guerra os parece ridícula en comparación con vuestra lucha diaria para conseguir que los vuestros no se mueran de hambre. Pero ésta era la guerra de los cinco reinos. Merecía la pena morir por ella.

-¿Acaso es menos absurda que las otras?- le pregunté llorando.

-No sé contestarte a eso- su mano me acarició un instante y me pidió perdón en silencio por dejarme sola-. Solo sé que vi en aquellos hombres lo mismo que veo en tus ojos, que no entendían el sentido de aquella batalla, que huían del hambre y del frío, que nada podían perder salvo sus vidas y las de los suyos. Y su desesperación fue muy superior a cualquier instrucción militar de cualquier hombre o criatura.

-Así que no entendemos la guerra pero…

-De vuestro sufrimiento sacaron la fuerza para librar tan suicida batalla. Aquellos hombres no veneraban a su rey sino a sus pueblos. Cada golpe que asestaban, cada hombre que abatían, era un pequeño paso hacia su libertad. Y ni nuestros caballeros con sus armaduras de placas ni los arqueros o los Nuberos, ni la crueldad de los Ojáncanos fueron capaces de eliminar a aquellos que tanto se habían expuesto quedándose en el centro del campo de batalla, dejando claro que su intención de ganar la guerra de los cinco reinos era la de subsistir, empleando la inteligencia que da el hambre y el dolor tras la pérdida de los suyos para trazar su estrategia.

-¿Por qué crees que se quedaron entre los cuatro ejércitos?- solo quería seguir oyendo su voz y pensé que tenía derecho a elegir de qué hablar en los últimos instantes.

-Porque desde el centro se ve todo mejor. Mientras por culpa de la pendiente los del norte no nos veían a nosotros ni al contrario, los Ascomanni divisaban el comportamiento de los otros cuatro. Estudiaban a sus enemigos y buscaban sus puntos débiles, como una mujer observa al hijo que enferma mientras éste le roba su sueño o suplica en silencio que haya pan y algo de carne para el día siguiente. No ganaron, no. Los Keltoi acabamos con sus vidas, dejamos que todos lucharan y se agotara el tiempo. Permitimos que casi se mataran entre los cuatro reinos. Pero fueron ellos quienes derrotaron al resto dándonos un gran ejemplo vital. No es la tierra lo que debemos ansiar poseer sino la vida que podemos regalar a los demás. Porque una guerra es en realidad el mayor acto de amor hacia los tuyos, hacia el afán de protegerlos, de proveerlos de un mundo mejor.

Entonces comprendí la ausencia de miedo. Se iba para siempre, su rostro palidecía mientras la sangre escapaba por sus heridas, pero había sido parte de la batalla de los cinco ejércitos, la más importante de todas. Aquélla que nos había enseñado la verdadera naturaleza del hombre, el origen de su fuerza y el motivo de su desesperación. Entendí su orgullo, el gran regalo que nos hacía aunque el precio fuera su vida.
Nada era eterno. La paz duraría el tiempo necesario hasta que otros repitieran los mismos actos, y terminasen en cualquier lugar del mundo debatiendo quién debía ser el dueño de éste. Pero el verdadero tesoro, nuestra vida y supervivencia, sería la guerra que lucharíamos siempre, cada día al salir el sol. Y los Keltoi habían conseguido la victoria asegurando así que nuestra raza vería una vez más el mañana.

 
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Oct 062014
 
 6 octubre, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , ,  2 comentarios »

Abrió los ojos y los vio, estaban todos allí, en silencio, expectantes. Eran miles, cientos de miles y siempre habían estado ahí, ocultos a la vista de todos los habitantes de Rongor. Se alimentaban del tiempo. Eran devoradores de tiempo. Sin ellos no existiría el día ni la noche. La existencia de las demás especies, humanos, orcos, elfos o dragones estaría condenada a una eternidad sin sentido. No habría pasado ni futuro. No existiría un antes y un después.

Pero algo no estaba funcionando como lo había hecho durante siglos. El tiempo se había ralentizado, de manera casi imperceptible para el ojo humano pero los días eran más largos, las noches eran más largas, incluso los suspiros eran ahora más largos.
Relatos de Fantasía - Seres diminutos por Aven Roy
Ese pequeño ser de un color casi transparente se aproximó lo suficiente al rostro de Vengor para que pudiera verle con claridad. Pero incluso a una distancia tan pequeña resultaba extremadamente difícil diferenciarlo de su entorno. Luego acudieron otros dos más. Mismo color, misma estatura. Resultaba imposible para Vengor apreciar ninguna diferencia entre ellos y sin embargo la había, en su manera de hablar, en su manera de moverse, incluso en su aspecto físico, ligeros matices de color en la piel, en su textura que podía variar desde un musgo aterciopelado hasta el áspero contacto de una corteza de roble. Tales eran las diferencias que cualquier observador experimentado podría advertir entre un Serdon y otro si hubiera tenido la oportunidad de verlos durante el tiempo suficiente.

Poco a poco sus palabras, incomprensibles al principio, fueron tomando forma y Vergon empezó a comprender. El mundo de los Serdons estaba amenazado, alguien había alterado el flujo normal del tiempo y muchos de ellos habían muerto. Incapaces de controlar esos cambios bruscos y repentinos sus diminutos cuerpos empezaban a vibrar hasta acabar desapareciendo como una gota de agua lo hacía al calor del verano.

Si ese alguien seguía jugando con el tiempo pronto no habría suficientes Serdons para devorar la cantidad de tiempo necesaria cada día y el proceso sería totalmente irreversible. Lenta pero paulatinamente los días, las noches, los atardeceres se irían alargando hasta quedar detenidos en un instante preciso del que nada ni nadie podría escapar.

El viejo relojero conocía la historia. Su padre y el padre de su padre antes que él, habían conocido de la existencia de los Serdons. Su legendaria fama en la fabricación de relojes se debía precisamente a ese encuentro fortuito tiempo atrás. En el engranaje de cada reloj se insertaba una sustancia que solo los Serdons podía producir y acumular, el tiempo negativo. Con eso sus relojes estaban ajustados siempre, ni un minuto antes ni un minuto después. Los relojes del viejo relojero siempre marcaban la hora que debían marcar.

También conocía el efecto de esa sustancia, ralentizar el paso del tiempo. Un Serdon no podía devorar un espacio de tiempo negativo y ahí fue cuando empezaron los experimentos. Volder, había construido relojes toda su vida pero su tiempo se agotaba. La enfermedad que había desarrollado su cuerpo era ya incurable. Eso le había dicho la hechicera del bosque. No le quedaban más de dos o tres semanas de vida así que no tenía nada que perder. Detendría el tiempo y así burlaría a la muerte. Entonces empezaron los experimentos. Cada vez más atrevidos, cada vez más peligrosos…

Si antes de la medianoche Vergon no había conseguido detener al relojero Rongor y el resto del mundo conocido estarían atrapados para toda la eternidad.

Aven RoyHistoriador y Aventurero de día, Mago y Guerrero de noche siempre me ha gustado combinar la afilada hoja de mi espada con una bola de fuego o una tormenta de rayos.
Son… argumentos contundentes.
Puedes encontrarme en Tierra Quebrada mi segundo hogar.

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Sep 242014
 
 24 septiembre, 2014  Publicado por a las 11:11 Sin comentarios »

El camino pedregoso hacía tropezar a la columna de esclavos. Los carros rebotaban contra el firme, los caballos tiraban con dureza y se afanaban por arrastrar la pesada carga de hombres y mujeres apresados en los límites del imperio. Los desafortunados esclavos que no entraban en los carruajes, eran atados con largas cuerdas y arrastrados por la fuerza de la imparable columna. El chasquido de los látigos restallaba entre la enorme polvareda del camino y algunos prisioneros se derrumbaban exhaustos. El calor les había hecho llegar al límite y nada podía ya levantarlos, sus cuerpos se arrastraban sin que nada pudiera detener la comitiva.

Oigres estaba herido. Mientras combatía recibió un feo corte de más de un palmo. Se veía el interior desgarrado del músculo pectoral. La infección se había extendido, el polvo y la suciedad habían ayudado a que los vendajes no estuvieran limpios, y aunque poco les importaba a sus captores que siguiera con vida o no, su valentía y su destreza con la espada le habían salvado la vida, al menos de momento. Deliraba, un sudor frío recorría todo su cuerpo, y su visión iba y venía al son de su consciencia. Varios destellos iluminaban su mente cada vez que volvía del mundo de Morfeo, o cuando los desvaríos y las alucinaciones le permitían distinguir lo que pasaba a su alrededor.

El cielo azul con alguna nube dispersa. Mucho polvo y un tremendo ataque de tos. Un rostro que lo miraba y le hablaba, pero no oía sus palabras. De nuevo el cielo y un fuerte traqueteo que le hacía retorcerse de dolor. El ardor de la herida. El mismo rostro, el bello rostro de una mujer de hermosos ojos claros.
Relatos de Fantasía - Escorpión
—    No te muevas —Las palabras le llegaron nítidas—. ¡Yo cuidaré de ti!

Recogió de su boca una especie de pasta que estaba masticando, la aplastó con los dedos y la introdujo en la abertura de la herida. No le habían dejado coser el corte, tenían mucha prisa por proseguir la marcha hacia su siguiente destino. Aquella mezcla rellenaba el hueco dejado por el filo de la espada y evitaba que la infección fuera a peor y la herida se ensuciara más de lo debido, aunque el vendaje seguía siendo el mismo. Oigres giró la cabeza y antes de desvanecerse le pareció ver una figura arácnida corretear cerca de su herida.

Se despertó sobresaltado, era de noche y parecía que habían acampado. Ya no sudaba, pero el dolor no remitía. Algo correteó cerca de su ombligo y se disipó bajo las sombras que reflejaban las hogueras del campamento. Ella apareció de nuevo, su tez ya no parecía tan pálida en la oscuridad, en cambio, sus ojos brillaban con la misma intensidad, con una claridad pasmosa. Le recostó con cuidado y le examinó la venda. Los fluidos que supuraban de la herida se habían secado en parte y la tela del apósito se había pegado a su cuerpo. Oigres echó un vistazo y lo que vio no le pareció nada alentador, la herida tenía muy mala pinta.

—    No te preocupes —le dijo ella en un tono conciliador, la mujer sabía lo que hacía—, está mejor de lo que tú te crees.

La figura arácnida tomó forma con una aterradora cola bajo un gran aguijón plegado. La criatura se le acercó observándole con los dos enormes ojos. Con un rápido movimiento el aguijón se incrustó en el mentón, fruto del latigazo, Oigres notó cómo se le paralizaba parte de la cara y, poco a poco, esa sensación le bajó hacia el torso, hasta la herida. La mujer se quitó un collar que anillaba varios aguijones de escorpión de diferentes formas y tamaños. Eligió uno de los más grandes para poder juntar la herida por los extremos. Cuando fijo la carne con el aguijón, buscó uno mucho más fino dentro de su collar, casi tanto como una aguja. Con la punta empujó hasta traspasar el corte y con la mano tiró fuerte del hilo hasta darle una buena puntada que remató con otra, para que los puntos fueran mucho más fuertes. En poco tiempo, pudo coser la herida y ponerle una cataplasma con una solución a base de una sustancia viscosa, excretada por varios escorpiones que correteaban a su alrededor. Oigres sentía cierto alivio al ver que había terminado. Aunque no le había dolido, se le revolvían las tripas sólo de ver a la mujer ahondar dentro de su herida.

—    ¿Estás mejor? —se interesó. Oigres asintió—. La infección se ha extendido y la fiebre es alta.
—    ¿Quién eres? —balbuceó.
—    Me llamo Mel. Me capturaron igual que a ti.
—    ¿Dónde estamos? —Oigres estaba desorientado, notaba cómo volvía poco a poco al mundo de los sueños.
—    Eso da lo mismo. Allí donde vamos sólo nos espera dolor y tristeza. —Mel le vio cerrar los ojos—. Descansa, te harán falta todas tus fuerza.

Llegaron a una vieja fortificación enclaustrada en la roca. Un enorme corredor horadado por el antiguo cauce de un río llevaba hasta lo alto de un enorme puente de varios arcos que se internaba en el inmenso torreón. La explanada del puente se abría ante un portón de hierro, guardado por dos fastuosas estatuas que daban paso al recinto amurallado. Toda la construcción aprovechaba a la perfección la forma de la piedra, una montaña de roca viva. El convoy se detuvo y los hombres comenzaron a repartir a los prisioneros. Los cuerpos inertes eran arrojados a un foso central, situado en el patio, donde dos enormes bestias esperaban impacientes los despojos de los cautivos arrojados desde el patio. A los prisioneros que aún podían caminar, los llevaron a través de unas escaleras laterales hasta unas mazmorras que asomaban a la derecha, justo por debajo del puente.

—    ¡Llevad a éste ante el Rey Dios!

Mel miraba al oficial con desaprobación. Oigres se encontraba profundamente enfermo, la infección se había extendido por todo su cuerpo y la fiebre le había llevado al límite de sus fuerzas, aún así se resistía a cruzar al más allá. Los esfuerzos de su improvisada enfermera no habían conseguido dar los frutos deseados, tan sólo paliar los intensos dolores que sufría. Mel se interpuso entre los soldados y el cautivo.

—    ¿Pero es que no veis cómo está? ¡No puede moverse!
—    Si no puede andar. ¡Al foso! —el oficial fue tajante.
—    ¡Dejadme al menos que le acompañe!, si le quiere ver el Rey Dios no creo que sea muy recomendable que le arrojéis a las fauces de esas bestias ¿no creéis?
—    ¡Está bien!, pero haz que se levante cuando esté delante de nuestro señor o los dos acabaréis como cena de los Fehus. — dijo señalando a las enormes bestias que se estaban dando un banquete a costa de los cuerpos de los prisioneros.

Mel se acercó a Oigres, quien se encontraba muy debilitado. Lo incorporó y le hizo ingerir un espeso brebaje. El elixir surtió un efecto instantáneo, al menos para recuperar la conciencia. El cuerpo en cambio se convulsionaba por la intensidad de la pócima ingerida, era como si un potente veneno recorriera su cuerpo y ejerciera su trabajo a destajo. Pasaron unos minutos de sufrimiento hasta que los temblores cesaron y el hombre cayera desplomado, entre sudores fríos, bajo los brazos de la mujer. Mel le secó el sudor y avisó a uno de los soldados. Ambos se pusieron en camino escoltados por los mismos guardias que los habían llevado hasta allí.

Ascendieron por el torreón, la construcción principal que se elevaba decenas de pies sobre aquella colina de piedra situada al comienzo una enorme cordillera. Las escaleras se enroscaban a las paredes exteriores. La torre era hueca en su interior y dividida en dos niveles.  Llegaron al último de ellos, el tejado del torreón. Una escolta les dejó pasar después de bajar unos peldaños. La plaza circular estaba rodeada por varias gradas y un trono central, sobre el que se sentaba la figura acorazada del dueño de aquellas tierras, el Rey Dios.

Nadie le había visto nunca. Su aspecto era una incógnita, pero la leyenda hablaba de un brujo, del espíritu de un brujo atrapado en el cuerpo de un gigante envuelto en una armadura mágica, que absorbía la fuerza vital de los prisioneros que llegaban hasta la fortaleza, permitiéndole vivir eternamente.

—    Éste es el hombre que con tanta fuerza se defendió cuando le capturamos, mi señor. —Oigres no parecía gran cosa en ese estado—. No sé ni cómo ha sobrevivido al viaje.
—    ¡Buen trabajo comandante! —tronó la voz desde detrás del casco—. Será un excelente aperitivo. ¿Quién es la mujer?
—    La encontramos en Lutan, fue la única superviviente —El Rey Dios le miró extrañado—. Se resistieron demasiado y sus órdenes eran claras. Si no se pueden hacer prisioneros, sin prisioneros.
—    ¿Y?
—    Lo arrasamos todo. Ella lo ha mantenido con vida.

El Rey Dios se acercó hasta Oigres, pero antes de que pudiera hacer nada desfalleció y se desplomó quedando tendido en el suelo. Mel no se movió ni un ápice, su rostro había cambiado. Había rabia en él. Odio. No le quitaba la vista de encima.

—    ¡Tú fuiste el que exterminó a mi pueblo! —dijo enfurecida—. Te conozco. Conozco tu reputación, pero jamás pensé que te atrevieras a ir tan lejos sólo por tu codicia. La inmortalidad. Tu deseo de vivir para siempre te ha llevado demasiado lejos, y yo he sido una estúpida al pensar que jamás nos llegaría tu voracidad.

—    Es una pena que el pueblo de los escorpiones se haya extinguido, siempre han tenido fama de tener un espíritu fuerte, sus cuerpos me habrían hecho vivir muchos años —se burló—. Me tendré que conformar contigo.

El Rey Dios alzó el frágil cuerpo de la mujer y un haz de energía comenzó a fluir a lo largo de su cuerpo hacía la armadura, era como si su vida se estuviera disipando y sus fuerzas fueran absorbidas por aquel ser del averno.

Entre convulsiones, Oigres se levantó. Ya no parecía el mismo, sus ojos se habían enrojecido y su piel palidecía en tonos grisáceos. Jadeaba. Su cuerpo se había transformado para siempre y ya no dominaba su mente. Una enorme cola de alacrán le surgió de la espalda y para cuando el Rey Dios quiso reaccionar, el aguijón le había atravesado el peto de la armadura y el veneno circulaba por todo su cuerpo. El cuerpo y la armadura se desplomaron soltando a la mujer.

—    Soy la reina de los escorpiones —le susurró acercándose a su oído—. Tú destruiste mi pueblo, destruiste una raza, y yo he creado una nueva para ti —fueron las últimas palabras de venganza que oyó antes de morir.

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Ago 202014
 

El nacimiento de un nuevo ser siempre trae consigo dos efectos encontrados, como una espada de doble filo. Por un lado, el autor o escritor desea crear criaturas nuevas y únicas para añadir ambiente o transferir emoción en su mundo o en su historia, pero por otro la lado, aquellos que se encuentran con estos seres, totalmente nuevos, necesitan tener un punto de referencia para poder vislumbrarlos. Los seres humanos tendemos a abstraer los mundos imaginarios, con sus criaturas, hacia el mundo que nos rodea, hacia el mundo real, y por eso se nos hace difícil hacer encajar todos estos seres en un universo que no es el nuestro. Por eso nos cuesta imaginarnos todas aquellas bestias creadas en la mente de otra persona.

La forma más sencilla de imaginarnos criaturas nuevas es combinarlas. Si nos remontamos a los confines de las civilizaciones, a su nacimiento, y vemos toda su mitología, podemos ver la diversidad de criaturas que salieron de las mentes de aquellos hombres que intentaban dar una explicación al cosmos que les rodeaba. Así nacieron las mantícoras, —cuerpo de león, cabeza de hombre y cola de escorpión—, los sátiros o faunos, los centauros o los grifos.

Animales legendarios - Manticora

Animales legendarios – Mantícora

Otra forma es simplemente agrandar un animal o darle cualidades especiales. Por ejemplo, hace más de cien años Robert E. Howard, en sus libros de Conan, imaginó un caracol gigante cuyos cuernos eran mazas y se guiaba por un sensible olfato. El “gigantismo” es una técnica para crear verdaderos monstruos, cogiendo un ser diminuto y convirtiéndolo en un ser enorme, potenciando todas las cualidades de un mundo minúsculo y llevándolas a otro nivel.
El mero hecho de aumentar la inteligencia de una criatura o cambiar su comportamiento puede convertir a un animal soso y aburrido, en un monstruo poderoso y excitante. ¿Un perro que habla?, ¿un león que no caza?, ¿un ganso que ataca a todo lo que se le acerca? Las posibilidades son infinitas. Si a esto le unes la posibilidad de añadir nuevas capacidades a criaturas existentes, puede dar lugar a un ser aparentemente familiar que causará sorpresa y será una novedad para todos aquellos que se topen con él. Volar, saltar, nadar, el uso de venenos, un aliento fétido, poderes mentales… Y por qué no, la magia. ¿Un erizo capaz de lanzar sus envenenadas púas?, ¿una ballena que controla la mente de los marineros que intentan atraparla? La imaginación vuelve a no tener límites.
No nos detengamos aquí. ¿Por qué tienen que ser animales? También podemos generar nuevas especies en el mundo de la botánica, incluso dos razas que convivan en armonía una con otra, o sencillamente que una de ellas sea un parásito del otro. El siguiente extracto llamado “El jardín de Junna” describe dos nuevas razas, una de ellas vegetal, que conviven la una con la otra:

…observó cómo se abría ante sus ojos otra inmensa caverna invadida por extrañas plantas que crecían de la polvorienta tierra y que no se parecía en nada a las que había visto en la superficie. Flora abundante y en la que la característica principal resaltaba la ausencia de tallo. Las propias raíces hacían labores de tronco y sostén de cada planta, hundiéndose levemente en aquella especie de suelo inerte. Carecían de color que las identificase como plantas… fue al acercarse a una de aquellas plantas, que se enroscaban sobre sí mismas y se elevaban como si fueran numerosas ramas unificadas en otra de mayor tamaño… daban una especie de fruto que se encontraba en su punto exacto de maduración… el animal había hecho una maniobra similar a la de sus congéneres y cuando cogía con sus patas traseras el fruto de uno de aquellos inmensos árboles, chocó levemente con una pequeña rama que sobresalía de una de las raíces, emitiendo un leve chasquido. La planta reaccionó con la velocidad de un rayo y las raíces se movieron sobre sí mismas atrapando al incauto murciélago… pasados unos minutos las ramas volvían a su estado original y el cuerpo del animal quedaba con la misma forma que la de un trapo… en las raíces, por la parte interior, colgaban unos hilillos que se le habían incrustado al desgraciado animal a través de la piel, succionándole todo líquido de su cuerpo; era como si lo hubieran puesto a secar al sol… cuando un animal era atrapado y succionado todo el jugo que en él se encontraba, un pequeño ejército de hormigas del tamaño de una uña, avanzaba hasta el cadáver y se lo llevaba trozo a trozo hasta el interior de una de aquellas plantas, convirtiéndose ambas especies en una perfecta máquina depredadora…

Lo verdaderamente difícil es crear una criatura original y, por supuesto, es imposible explicar cómo hacerlo. Cuando en mi mente surgieron los Mirdalirs, fue un cúmulo de cosas y de influencias lo que acabó por moldear su rostro, sus costumbres, su historia y su cultura. Crear una nueva raza implica ir más allá que el mero aspecto físico y mental para que sea creíble, hay que trazar las vivencias de un pueblo, la geografía y la climatología del lugar donde habitan, su mitología para saber qué es lo que veneran, lo que odian y lo que temen. En resumen, deberíamos formar parte de ellos para poder entenderlos y conocerlos, y así poder transmitir lo que es una nueva raza. ¿Quizás con un avatar?

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