La muerte de Cornelius Tamphels no fue la victoria que La Corporación estaba buscando. Nuevos brotes y nuevos peligros acechan a todos los supervivientes pero ellos estarán allí para detenerlos.
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La noche había sido larga, demasiado larga. Acosados por militares y zombies su única opción para salir con vida de ese infierno fue volver a subir a uno de los camiones que abandonaba con prisa el lugar.
El primero en despertar fue el conserje. El ruido de los frenos y el grito del soldado que controlaba el acceso al complejo le devolvieron a la realidad. Estaba atrapado con esos tres becarios aspirantes a cerebritos en un camión militar cargado de cajas de madera y con destino a quien sabe donde.
Y para arreglarlo parecían ser los mismos militares que decidieron volar el laboratorio y cargarse a su perro. No tendrían que haberlo hecho, ese perro era lo único que le obligaba a levantarse cada mañana para acudir a un trabajo de mierda con un sueldo de mierda. Pero con algo tenía que pagar la comida del perro y la caseta del laboratorio era un lugar tranquilo donde poder escuchar las retransmisiones de los partidos de 2ª regional.
Había llegado el momento de devolverles el favor. Si había militares habría explosivos y si había explosivos habría explosiones.
Ingrid y Rebeca despertaron cuando el camión se detuvo por segunda vez ante la puerta de un hangar. El conserje seguía a lo suyo abriendo cajas en busca de algún explosivo para su fiesta particular. Zoilo ajeno a todo seguía durmiendo en el fondo del camión. Nadie en su sano juicio seguiría durmiendo a estas alturas y en esta situación pero a Zoilo viajar le provocaba un sueño profundo. Tal vez fue eso lo que le salvó. Tal vez lo mejor hubiera sido morir y olvidarse de todo.
Un portazo. Pasos. El conductor se dirigía inevitablemente hacia la parte trasera del camión. Después de todo ahora no parecía una idea tan buena subirse de nuevo a un camión militar.
Y luego estaba esa caja de madera en el centro del camión. El viejo casi había conseguido destaparla cuando la lona trasera se abrió dejándolos al descubierto.
-¡¿¡¿ Pero que demonios !?!?…
-Corred chicas corred -gritó el conserje justo cuando dejaba caer la tapa de la caja de madera que ya había conseguido abrir.
Ingrid y Rebeca saltaron del camión pasando literalmente por encima del sorprendido soldado, pero el soldado estaba bien entrenado y el conserje no era tan rápido como las dos becarias. Acabó estampado contra el suelo y con la rodilla del soldado presionándole las costillas. Le costaba respirar, notaba como la presión aumentaba poco a poco y como los ojos del soldado, encendidos de ira, se le clavaban como puñales. Tal vez fue eso lo que le salvó.
El soldado levantó el cuchillo para rematar el trabajo. El conserje sabía que había llegado el momento de salir a buscar a perro y solo lamentaba no haber encontrado algún explosivo para dejarles un buen recuerdo.
El cuchillo empezó a bajar, lo más probable era el corazón. Un golpe certero, una muerte segura. El viejo no era un héroe, ni siquiera pretendía serlo y en esos momentos estaba tan asustado que no prestó atención al grito desgarrador que salió de la boca del soldado. Solo esperaba su muerte. El soldado seguía gritando, unos gritos que hubieran helado la sangre de cualquiera que estuviera suficientemente cerca para oírlos, pero solo estaba el conserje.
Ese ser deforme que se había arrastrado desde la caja de madera atraído por el ruido por fin tenía algo a lo que incarle el diente. Con el primer mordisco arrancó carne y tendones del cuello del soldado. La sangre brotaba y los gritos del soldado siguieron hasta que en el tercer mordisco perdió el conocimiento y se desplomó encima del conserje. Muerto.
El podrido seguía masticando los trozos de carne que le había arrebatado al cadáver que yacía inmóvil en el suelo, pero pronto iría a por más. El conserje seguía atrapado bajo el peso del cuerpo y todos sus esfuerzos por liberarse de esa mole de 120 kilos no daban resultado. La bestia asomó la cabeza entre las lonas del camión. Había olido carne fresca y quería otra ración para saciar su voraz apetito y se lanzó a por su presa.
No era un ejemplar especialmente rápido. Sus movimientos torpes y lentos fueron lo que le salvó la vida al conserje. Eso y la ayuda de Ingrid y Rebeca que, tirando como si les fuera la vida en ello, lograron sacarle de debajo de ese cadáver putrefacto que lo mantenía aprisionado.
Demasiado tarde para volver a por Zoilo. Solo podían correr y huir de ese engendro del demonio.