May 132015
 

―¿Qué diablos está haciendo? ―susurró Géndel a Bardasa mientras ambos soldados observaban la intensa actividad del profeta, un hombre ya entrado en años ataviado con ropajes oscuros y desgastados, tan anchas las mangas de su camisola que bien algún día podría errar al colocársela e introducir por una de ellas el delgado tronco en lugar de un brazo.

―No te asustes ―respondió imitando el tono de voz de su compañero―. Reconozco que la primera vez impresiona, pero ya he tenido que visitarle en varias ocasiones y no correremos peligro desde la puerta.

El viejo, pues su melena por entero canosa, las profundas ojeras y las ya aparentes arrugas en su rostro permitían describirlo como tal, se movía veloz de un lado a otro de la amplia estancia, que a su vez era dormitorio, estudio y prisión.

―Pero, ¿es cierto lo que dicen, que está loco de atar?

―No me corresponde a mí afirmar la veracidad de dicho rumor, aunque tú mismo puedes ver que muy normal no es que sea. Ahora, piensa un momento en esto: ¿es él el loco, por su extraña forma de actuar y sus divagaciones sobre supuestas visiones del futuro y la interpretación de antiguos manuscritos, o lo es aquel que se cree lo que sale de su desdentada boca?

―¡Por todos los dioses, Bardasa! ―intentó no elevar demasiado la voz, aunque de haber gritado a pleno pulmón sus palabras, probablemente, el viejo no les hubiera hecho el menor caso, tan concentrado se encontraba en sus quehaceres―. ¿Entiendes el alcance de lo que acabas de soltar? ¡Es nuestro mismo rey el que lo mantiene aquí encerrado, el mismo que ha ordenado que vengamos hasta aquí!

―No he dicho que nuestro monarca esté loco por creer a este que tenemos enfrente.

―Pero lo has dejado caer… ―El nervioso soldado echó ligeros vistazos a su espalda, temeroso de que alguien pudiese oírles, pero nadie subiría sin una buena razón la escalera que por único fin tenía aquellos aposentos.

―Tranquilízate, ¿quieres? Sólo te he hecho una pregunta.

―Vale. Entonces, te diré que todo el mundo tiene derecho a creer en una cosa u otra, sin que otra pueda, o deba, juzgarlo. ¿O puedes probar que lo que este hombre asegura que va a ocurrir es mentira?

―Mi trabajo no consiste en averiguarlo.

―Venga, Bardasa. Solo es una pregunta…

El nombrado miró de reojo a Géndel y así se mantuvo inmóvil algunos segundos, incomodando sobremanera a su compañero.

―Está bien ―respondió devolviendo la mirada al viejo, el cual reía a carcajadas y daba algunos saltos sobre la cama antes de avanzar despacio y a grandes zancadas hacia el desordenado escritorio, del que recogió una pluma, mojó esta en un enorme tintero y comenzó a hacer ciertos garabatos en el suelo―. La primera vez que vine a este lugar, el profeta nos entregó un papel en el que dibujó una especie de pájaro con las alas extendidas, del mismo color negro que la tinta con la que está enguarrando el suelo en este momento. Además, bajo el ave dejó un amplio borrón y una serie de letras saliendo del pico.

―¿Qué palabras? ―preguntó el curioso Géndel.

―”Ja, ja, ja”. Esas fueron las palabras.

El más joven clavó sus ojos en el suelo, a unos pocos pasos de donde se encontraban. Así permaneció un instante, hasta que una clara idea se materializó en su mente, relacionada esta con cierto emblema en el que aparecía un cuervo en pose amenazadora.

―¡La invasión del reino de Tarkas!

―Bueno, es lo que se interpretó cuando tres meses más tarde de entregarnos el dibujo, en efecto, el rey de Tarkas envió sus tropas hacia la frontera de ambos reinos con la firme intención de anexionarse parte de nuestro territorio.

―Entonces, ¡no está loco!

―Vaya, te veo muy emocionado.

―¡¿Cómo no estarlo?! Ese hombre es capaz de ver el futuro.

―Puede ser…

―¡Vamos! ¿Lo pones en duda? Vio el futuro y nos avisó de ello. Ahora lo veo claro. Ahora entiendo que nuestro monarca lo mantenga aquí, bajo su custodia, para anticiparse a cualquier problema que surja.

―Eso estaría muy bien, genial, en serio, si realmente hubiese podido hacer algo antes de que el enemigo nos atacara. Por contra, con dibujo o sin él, la reacción de nuestro rey fue de sorpresa. Tuvo que hacer frente a dichas tropas sin estar preparado para ello, sobre la marcha, y perdimos algunas aldeas. No creo que haga falta que te lo recuerde.

―Bueno… Pero es un hecho que lo vio. Quizá en esa ocasión no valiese para mucho, aunque estoy seguro de que este hombre será muy útil para otras tantas. ¡Ve el futuro!

―Sí, un futuro diferente según quién interprete sus visiones.

―¿Qué quieres decir?

―Quiero decir que tras recoger su papel, bajamos a toda prisa las escaleras para informar a nuestro superior más inmediato y, durante el paso por el pequeño puente hasta la siguiente torre, sentí algo en mi hombro derecho. Se trataba de la cagada de un pájaro, descubriendo en lo alto un cuervo que graznaba como si se riera descojonado tras acertarme de lleno con su proyectil. ¿Vio el futuro este hombre? Pongamos que sí. ¿Pero qué futuro vio? ¿El del ejército de Tarkas o el del cuervo y su regalo?

Géndel se quedó con la boca a medio abrir, sin saber qué responder. El profeta, por su parte, se acercó a él de cuclillas, le agarró de una de las muñecas y tiró suavemente de ella, indicándole que le acompañara.

Bardasa asintió con la cabeza a su compañero de armas y este, tragando abundante saliva, comenzó a andar hacia el escritorio, deteniéndose a escasos pasos para observar las líneas de tinta del suelo.

Giró su cabeza a la derecha; a la izquierda; caminó hacia un lado; entrecerró sus ojos y se llevó una mano a la barbilla; terminó de rodear el extraño dibujo…

Tras varios minutos, en los que el viejo se sentó en su cama, movía jovialmente las piernas arriba y abajo y mantenía una perpetua sonrisa que permitía comprobar la total ausencia de piezas dentales, Géndel regresó junto a Bardasa, indicándole que debían irse. Así hicieron, cerrando la puerta con llave al salir.

―Desde donde yo estaba ―inició Bardasa a fin de romper el tenso ambiente creado entre ellos, observando de reojo el pálido semblante de su compañero―, solo pude ver montones de líneas curvas. Eso sí, me pareció advertir una especie de corona a un lado. Por tu expresión, ¿crees que el rey está en peligro… o qué interpretas tú?

Géndel lo miró muy serio, pero ninguna palabra salió de su boca. Continuó andando, cada vez con zancadas algo mayores, hasta que, finalmente, comenzó a correr desbocado. A Bardasa le cogió del todo por sorpresa dicha reacción y procuró darle alcance, aunque era muy rápido. Aún así, no le costó averiguar cada esquina doblada por su compañero, atendiendo a aquellos a los que empujó o los puestos del mercadillo con cuyos elementos colisionó.

La persecución duró poco, una vez que miró hacia el interior de una vivienda por la que un segundo antes se introdujeran, veloces, hasta tres soldados. A su izquierda vio a Géndel, sujeto con gran dificultad por otros dos hombres. A la derecha había alguien más, retorciéndose boca abajo en el suelo, de cuyo rostro daba la impresión de surgir toda aquella sangre que regaba los viejos tablones bajo el mismo. Y al frente, apoyada en el marco de la puerta que debía dar al dormitorio, una mujer con el cuerpo tan solo cubierto en parte por una fina sábana. Por último, a los pies de ella, una corona.
Relatos de Fantasía - Mujer en alcoba
Bardasa miró la cara de la chica y al instante comprendió el dibujo que el profeta hiciera en el suelo de su alcoba. Incluso ahora reconocía la extendida mancha de nacimiento de la mujer en el borrón del supuesto rostro de la figura representada por el viejo. ¿Sería posible que en realidad no se tratara del tipo de interpretaciones que todo el mundo hacía, a su conveniencia, de los dibujos del profeta, que de verdad este hubiese sido tocado por la gracia de los dioses y fuera capaz de hacer predicciones a tener en cuenta, incluso adivinar cosas que de otro modo le sería imposible conocer?

Géndel fue conducido fuera de la morada por cuatro soldados, cada uno sujeto a una extremidad distinta, mientras otros guardias ayudaban al rey a ponerse de pie. Esa nariz rota tardaría un tiempo en sanar y el maquillaje no ocultaría del todo los moratones. No era el momento de informar al monarca de la predicción del profeta, pero, ¿qué distinta interpretación le daría este? Más adelante lo sabría. Más adelante.

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