Jul 172015
 
 17 julio, 2015  Publicado por a las 11:11 Proyecto Golem Tagged with: , , ,  4 comentarios »

Se incorporó en la cama con el pulso martilleándola las sienes. ¡Otra vez ese maldito sueño! A decir verdad, no era un sueño al uso, ni siquiera estaba completamente dormida. Llegaba cuando se hacía patente esa sensación de abandono y lejanía, cuando estás a punto de dejarte llevar, pero aún eres plenamente consciente de todo, de tu cuerpo, tu respiración, lo que te rodea, incluso la sábana que tus manos rozan. Había ocurrido mientras demoraba el instante de levantarse, pero no tenía por qué ser así, las “visiones” podían asaltarle en cualquier momento: sentada en el sofá mirando la tele o esperando que llegara el metro en el andén.

Lo que realmente le inquietaba es que hacía más de dos años que no ocurría. Lo tenía controlado, o eso creía hasta hacía unos días…

Desde niña había aprendido a vivir con ellas porque su abuela tenía el “don” y se encargó muy mucho de explicarle, desde antes de que pudiera comprender, y no es que fuera alguien torpe ni mucho menos, pero primero de hablar ya tenía claro que había cosas que no podía hacer. Después, cuando fue creciendo las “visiones” eran el menor de los problemas, había otras variedades del “don” que podían resultar mucho más peligrosas. De manera, que condenada a la soledad y a no relacionarse con otros de su edad, había crecido confinada en una vieja casa perdida en el monte, alejada de sus padres y hermanos, y bajo la tutela de su abuela.

Doria era una mujer recia y estricta, incluso distante, pero a ella eso no le importaba, hacía tiempo que había comprendido que lo mejor que podía hacer era mantenerse lejos de los afectos humanos, porque la cercanía derivaba en una serie de imágenes que se sucedían reiteradamente en su mente, y unos impulsos…¡más que impulsos, aquello eran órdenes de su mente, de su cuerpo… de toda ella! Hasta que aquel terrible momento había pasado y ella podía de nuevo escabullirse de sus múltiples escondites y continuar con su marcada doctrina de adiestramiento.

Alguna vez, trató de explicar que no eran exactamente como lo que su abuela experimentaba y pretendía hacerla entender, pero ante las respuestas obstinadas de esta, terminó por convencerse de que era mejor así: aprender sola a controlarlo.

Edificio en llamas - Relatos de Fantasía

La anciana falleció cuando ella contaba dieciséis años y hubo de regresar al hogar paterno, junto con dos hermanos que no conocía. ¡Oh dios! Aquello si fue realmente difícil. Controlar todo lo que sentía… Una explosión de secuencias futuras que se sucedían a cualquier hora y en cualquier lugar y que tenían como protagonista a alguien que la rodease y en ese momento constituyera una molestia para sus intereses. Aprender a dominar aquello, “no intervenir” como decía su abuela, había sido lo más difícil a lo que se había enfrentado. Pero consiguió hacerlo y con dieciocho años tomó la decisión de integrarse en la sociedad. Ya no podían retenerla y la herencia que su abuela le había dejado se hacía efectiva.

Madrid y la Universidad suponían un nuevo reto, pero se sentía segura de sí misma y sabía que manteniendo la distancia suficiente con quienes pululaban en torno a ella, todo iría bien. Y así había sido, hasta hacía poco más de seis meses.

Volvía de la compra y al pulsar el botón del ascensor una de las bolsas se había rajado, exponiendo por el suelo toda clase de productos. Maldijo una y otra vez su suerte cuando escuchó abrirse tras ella la puerta del portal y unos pasos que se aproximaban.

– Deja que te ayude – ella negó con la cabeza y se apresuró a meter todo lo que podía en la otra bolsa, pero el chico, porque la voz era de un chico, se había agachado junto a ella y le tendía un paquete de pan de molde. Por un momento alzó la vista y sus ojos se encontraron, tenía una mirada oscura, casi negra y un brillo divertido en las pupilas, sonreía. Se bloqueó, solo fueron unos segundos pero cuando sus manos se rozaron, se bloqueó. Ya no recordaba la última vez que había mantenido contacto físico con otro ser humano. Se retiró con brusquedad, entró en el ascensor dejando que la puerta cayera con un golpe estridente y pulsó con frenético apremio el botón del quinto piso.

Cuando se dejó caer en el sofá aún sentía la electricidad del otro en la punta de los dedos. Estaba confundida y asustada y para colmo las luces se encendían y apagaban como las de una discoteca. Respiró profundamente e intentó calmarse, volver a tener el control, como siempre. Lo estaba logrando cuando el timbre aceleró las pulsaciones en su pecho y la bombilla estalló en la lámpara sobre su cabeza.

Se resistía a abrir, pero por otra parte… ansiaba de nuevo sentir esa descarga, más fuerte que ninguna otra que la hubiera recorrido antes. Se paró delante del pomo y lo asió con fuerza, hasta que los nudillos palidecieron, inspiró hondo y lo hizo girar.

Allí, de pie frente a ella estaba el muchacho moreno sosteniendo delante de sus ojos el paquete de pan de molde.

-Te lo has dejado…- ella volvió a contemplarlo y decidió que no podía ser tan horrible si había conseguido “tenerlo oculto y en silencio” durante tanto tiempo. Sonrió y entornó su mirada felina. Él le devolvió la sonrisa y desde ese instante no habían dejado de verse ni un solo día.

¡Ella! La rara, la que siempre estaba sola, la que todos deseaban pero a la que ninguno osaba acercarse, se había enamorado y por primera vez en su vida, creía ser feliz y lo estaba haciendo bien, sin miedos, sin presiones… Hasta… Hasta hacía una semana. Gabriel le había presentado a una compañera de clase y al darle dos besos todo su cuerpo se tensó, como una advertencia de lo que vendría. Y así había sido, desde ese instante las malditas visiones se repetían una y otra vez, acechando en cualquier parte. Sin permitirle hacer nada con normalidad. No dormía, no comía, no salía… todo su ser se concentraba en “no intervenir”. Pero había llegado a su límite, no lo soportaba más. No podía vivir así y menos aún, podía perder lo que había conseguido con tanto esfuerzo, lo que ya tanto quería.

Se levantó de la cama resuelta, se duchó, se vistió y salió de casa. Anduvo un buen rato por las calles ya poco transitadas por la hora. Los comercios comenzaban a cerrar, pero su paso era firme, seguro, sabía justo donde tenía que dirigirse. En su cabeza sonaba una y otra vez el Adagio de Albinoni, su pieza preferida y que siempre conseguía calmarla.

Se detuvo frente a una zapatería con el cierre ya bajado y escuchó. Su fino oído le descubrió el ajetreo de una empleada que se afanaba en recoger con prisa para marcharse cuanto antes, aunque lo cierto es que no necesitaba imaginar nada, sabía perfectamente lo que ocurría dentro, lo había visto cientos de veces en la última semana.

Colocó con suavidad la mano sobre la pared junto al cierre y en su mente se dibujó a la perfección el cableado de todo el edificio. No tuvo que esforzarse demasiado para enviar una corriente desde sus dedos hasta una bombilla que se balanceaba con parsimoniosa indolencia sobre la joven, que en ese instante hacía malabarismos sobre una pequeña escalera e intentaba colocar en orden unas cajas, sin demasiado éxito. La explosión la sobresaltó e hizo que cayera hacia atrás golpeándose la cabeza con una de las baldas de hierro de las estanterías, perdiendo el conocimiento. A continuación unas muy intencionadas chispas cayeron sobre un montón de cartones que prendieron sin dificultad.

Fuera de la tienda solo ella se había “percatado” de lo ocurrido. No pudo evitar sonreír cuando el Adagio llegaba a su momento álgido y recordó las palabras de su abuela: “En otro tiempo nos hubieran quemado, por brujas”. Dejó que una leve carcajada escapara grácilmente de su boca mientras encendía un cigarrillo: “No era ella la que ardía ahora, sino la amiga de Gabriel”. Dio una profunda calada y dejó que el humo huyera de sus labios rojos y ascendiera, mientras ella se alejaba, uniéndose en una macabra danza con las incipientes bocanadas negras que se escapaban por debajo de la persiana de metal, fundiéndose a la altura de las azoteas, como dos amantes.

¿Quieres más relatos de fantasía? Descubre a otros autores de fantasía en el Proyecto Golem

May 152015
 

“Jamás te fíes de nadie, jamás te fíes de nadie…”, una y mil veces resonaban en su mente las ya distantes palabras de su madre, que creía olvidadas hacía tiempo.

Corría sin cesar, sin rumbo fijo, sin cuidado, sin tan siquiera mirar en derredor. Los ruidos de la noche se manifestaban y multiplicaban por doquier en torno a ella: crujir de ramas, animalillos que dejaban sus escondrijos para emprender su vida nocturna, el ulular de un búho… El aire que se colaba entre las ramas y al compás del agitar de estas, con el rozar de sus hojas, componían una singular tonada de muerte.

Cuando sus piernas no aguantaron más y sus pulmones estallaban del esfuerzo, se dejó caer vencida sobre el suelo encharcado y embarrado por las cercanas lluvias que habían anegado el lugar.

Inconscientemente rebuscó entre las pieles intentando hallar aquello que siempre pendió de su cuello y que ya nunca volvería. Clamó al cielo en un grito silencioso y ahogado que culminó con una especie de sollozo sordo y contenido, quedando descubierto, pese al esfuerzo, por el movimiento convulso de su pecho y hombros. Era el aullido de un animal herido.

Respiró profundo y se tragó con dignidad las lágrimas que aún pugnaban por escapar. El salado caudal había dibujado marcas en su hermoso rostro que una tímida luna, que de vez en cuando se asomaba a curiosear, iluminó veladamente. Intentó sin mucho éxito acompasar el ritmo de la respiración, del todo descontrolada. –¿Por qué?– fue tal el grito de desesperación y dolor, traición y humillación, que el bosque entero calló, ni una brizna de hierba agitada por una corriente distraída se hubiera atrevido a quebrarlo.

Largo tiempo se mantuvo en aquella postura de súplica, alzando al cielo unas manos sucias y vacías, esperando qué: ¿El perdón de sus antepasados? Sacudió la cabeza: había perdido lo más valioso para su gente, lo que siempre debió proteger, por encima de su propia vida y… lo había extraviado. ¡No! Lo había entregado sin tan siquiera oponer resistencia. Se lo había ofrecido a un hombre, a cambio de qué: ¿amor? Escupió con repugnancia. ¿Promesas? Las promesas no valían de nada y ahora lo comprendía, pero era demasiado tarde. La gema de su clan ya no existía… ¿cómo invocarían a los espíritus de las cosechas, o a la lluvia o al sol?
Relatos de Fantasía - Tienda

El asco que se había adueñado de la boca de su estómago apenas la dejaba respirar. Su colgante, su esfera, estaba en manos de la matriarca de los Askudy. Ella ni siquiera podía recurrir a su pueblo, era una proscrita, una exiliada. Se llevó la mano al cinto y extrajo cuidadosamente de su funda de piel, la daga que su padre forjase para ella cuando niña. El nublado brillo de la luna dejó escapar un destello de la pulida hoja que dirigió a su desbocado corazón. Y lloró, con pena, con amargura, porque había amado, había confiado y ahora estaba muerta, por dentro y por fuera. Las lágrimas que emanaban de sus ojos se mezclaban con el fango donde aún hundía sus manos y al enjugarse el rostro, dejaron tras de sí, una curiosa máscara de guerra. Se alzó con decisión y caminó entre la espesura. Las ramas arañaban su piel surcándola de hilos de sangre. Al mirar su reflejo en el lago, ella misma reconoció a la muerte.

El poblado Askudy apareció ante ella. Dormía. Dos vigilantes que perezosamente se apoyaban en la muralla de troncos mientras bromeaban, no la vieron venir, y sus gargantas fueron seccionadas sin apenas dejar escapar un silbido. Tenía claro el destino, la choza del jefe. Con paso sigiloso, casi felino, se encaminó hacia allí y sirviéndose del mismo arma apartó las pieles para poder contemplar el interior, apenas iluminado por una tea. Allí estaba Jurgo, descansando plácidamente en el cómodo lecho, sin atisbo de dolor o remordimiento en el rostro. Ella apretó fuertemente los dientes. Se aproximó con cuidado hasta que la punta del arma rozaba su garganta. Al contacto inmediato, despertó y buscó por inercia el arma que siempre descansaba junto a él pero que ella se había encargado de alejar. El hombre, desnudo y sorprendido trató de explicarse, pero un chasquido de la lengua de la joven lo hizo callar. Con la hoja dibujó una línea sanguinolenta hasta el corazón y allí dejó fija la punta.

–Creí en ti y te amé– él intentó defenderse, pero un gesto negativo y contundente de ella se lo impidió. –Me has convertido en una repudiada para mi gente y ¿por qué? Por una joya de invocación de los elementos que solo yo puedo usar…
–Mi madre…
–¡Cállate! No me interesa nada de lo que tengas que decir ya– y haciendo un esfuerzo sobrehumano hundió el arma en el corazón del joven. Cuando desprendió las manos de la empuñadura, se retiró tambaleante y aturdida de dolor. Al rozar el pecho que le ardía, retiró los dedos teñidos de la propia sangre, y comprendió que también ella estaba herida de muerte.

El muchacho consiguió alargar los dedos cuanto pudo y rozar la mano de ella, ya casi sin vida y susurrarle:

–Era la piedra o tu vida…–contempló su mirada vidriosa antes de dejar vencer la cabeza.
–Ahora, ya no será nada.
***
A la mañana siguiente solo encontraron dos cadáveres a los que habían dado muerte de igual modo, que se miraban y rozaban sus manos inertes.

María Martínez Ovejero

María Martínez OvejeroNació en Talavera de la Reina en 1987. Estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Lectora voraz desde la infancia, los libros han supuesto una constante en su vida.Puedes seguirla en su web o en Facebook

¿Quieres más relatos de fantasía? Descubre a otros autores de fantasía en el Proyecto Golem