Erase una vez hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano un tipo que bebió demasiada cerveza. Pero la cosa no tendría mayor importancia para nosotros si en ese crucial momento no hubiera tenido a mano alrededor de unas mil y pico piezas de Lego. Todos bebemos demasiada cerveza en algún momento de nuestras cortas vidas.
Y me pregunto yo, ¿que hace una persona en su sano juicio después de haber abusado un poco de la buena cerveza si tiene tantas piezas de Lego a mano?
El resto de los mortales podrían llegar a construir algo similar a la Torre de Pisa, es decir, un amasijo de piezas más o menos torcidas en función del grado de embriaguez sin demasiada gracia.
Sin embargo hay gente a la que el destino reserva una peculiar misión en la vida. Elegidos entre la multitud para cumplir profecías y leyendas. Algunos mueren por el camino, otros, también, pero más tarde. Es lo que habitualmente se llama de muerte natural, pero no nos desviemos del tema que nos ocupa. Ese elegido decidió hacer algo grande y no me refiero a una Torre de Pisa más grande de lo habitual, no, me refiero a algo grande de verdad, algo que sería recordado en los siglos venideros por gente como tu y como yo.
Añadámosle a este hecho tan curioso otro suceso fortuito del destino. El camión de reparto no llegó anoche. La gente de la Taberna estaba sedienta y ,porque no, algo molesta. Al viejo Ben no le gusta tener a la gente sedienta y molesta así que decidió solucionar el problema a su manera, maniobra de distracción, y para cuando quisimos darnos cuenta ya había cogido su pala para ir a charlar tranquilamente con el repartidor.
Por cierto, si después de ver las 10 horas de la versión extendida de los Hobbits aún te quedaron palomitas tenlas a mano, te serán útiles…