—¡El Consejo Arcana debe pronunciarse! —exigió Cáldir con un sonoro puñetazo en la mesa.
—Cálmese, Heraldo del Fuego. Sabe que las Casas de la Magia no deben interferir en la política, es la única manera de garantizar nuestra independencia —dijo Brent, el Sumo Conjurado de Irithnun, en tono conciliador.
—La magia es poder, ¿de qué nos sirve ostentar tal habilidad si no podemos usarla?
—¡Maldición, Cáldir! Precisamente por eso. Ya se han torcido bastante las cosas en Lumlenth desde que el Entarca Rodius tomara el control del país. ¿Y ahora pretendes que nos sublevemos por un puñado de magos proscritos? —Fándor, Sumo Conjurador de Lumlenth, pronunció las palabras con perplejidad.
—Cuentan con nuestro apoyo, pero no es momento de inmiscuirse en tal asunto —confirmó Brent el argumento de su colega.
—Ha sido un largo viaje hasta Tyrasea, ¿para que hemos venido aquí entonces? ¿Para que nos despachéis como a perros?
—¡Basta! —rugió Fándor—. Las Casas de la Magia de toda Undra y el Consejo Arcana nos brindan su apoyo, pero debemos mantenernos fieles a nuestro código de no intromisión.
—¿Cómo podéis estar tan ciegos? —contraatacó Cáldir de nuevo—. Esto es un paso más hacia nuestro fin. Primero Lumlenth nos ha encerrado en nuestro propio hogar con esa estúpida orden que prohibe el uso de la hechicería fuera de los muros de la Casa de la Magia, y ahora esto. Pronto nos tildarán de herejes y acabaremos en la hoguera, como está pasando con los brujos y
nigromantes.
—Ni se le ocurra compararnos con esos bastardos desalmados, no somos magos negros —arguyó Brent—. La Erantaia acabará por comprender vuestra situación, pero no a su manera, Heraldo del Fuego; sino a través de la diplomacia y no del conflicto ni la ostentación de poder. Cáldir abandonó la sala, furibundo. Sentía como el flujo de la magia bombeaba por sus venas, mezclado con su sangre, tan caliente como la ira y el odio que le corroía por dentro. Odio por todos aquellos adoradores del Dios Único que reprimían sus derechos, y odio por el Consejo Arcana, por los Sumos Conjuradores que se cruzaban de brazos y no movían un dedo por solucionar la situación. Y más cuando tenían el poder necesario para ello. La magia estaba ligada a los sentimientos y los estados de ánimo, por eso a veces era difícil controlarla, y esa era la razón por la que él se había erigido como Heraldo del Fuego de la Casa de la Magia de Lumlenth. El Fuego era pasión y fuerza de voluntad, y de eso Cáldir tenía de sobras. Deliberadamente, dejó que el torrente mágico inundara todos sus canales, apretó los puños y el fuego surgió de sus manos. De un puñetazo desmenuzó la piedra del muro, derritiéndola primero y convirtiéndose en un montón de polvo después. Pero él era distinto, ¿por qué tenía que arrastrarse como un perro?, ¿o encerrarse en un sótano como un apestado cuando era capaz de tales proezas? ¿Por qué la magia no podía ser libre como en el resto de Undra? Esos ignorantes y radicales de la Erantaia les condenarían por mera superchería. Pero no estaba dispuesto a tolerarlo y sabía que, como él, había muchos que compartían tal ideal. Rodius I de Valois salió al patio interior de la Gran Catedral de Lumlenth y se dirigió a los cuarteles del Ejército Sagrado. Un pequeño séquito de monjes le seguía a todas partes, como perrillos falderos que estuvieran hambrientos y esperaran recibir las sobras de su amo. Sus consejeros le habían sugerido que fuera prudente con el delicado asunto de la Casa de la Magia, ya que durante el reinado de Óbaron II habían gozado de libertad para ejercer sus funciones; que era peligroso enemistarse con una organización que poseía tanto poder.
—Solo temo la ira de mi Dios Único, ceder ante ellos supone quebrantar la Fe —solía decir él con voz grave. Así que hizo lo más lógico: cambiar de consejeros. Esa misma mañana los ejecutó por herejes y por apoyar las artes prohibidas de la magia que la Erantaia y Heran, el Dios Único, condenaban. Los nuevos consejeros se mostraron más acordes con sus severos ideales, no sabía si por propia convicción o por el peculiar destino de sus antecesores en el cargo. En cualquier caso, así es como debía ser.
Una vez dentro de los cuarteles exigió que el General compareciera ante él. Al instante, un hombre fortachón y de poblado bigote rubio se presentó hincando una rodilla en el suelo.
—Su altísima Eminencia, es un honor gozar de su presencia, ¿qué le trae hasta aquí? —preguntó el militar servilmente.
—Levántese, General Valériam, y demos un paseo por el exterior. Con una reverencia Valériam se puso en pie; y Entarca, general y séquito se dirigieron a los jardines.
—Sin duda estará al tanto de los últimos acontecimientos relacionados con nuestros queridos amigos de la Casa de la Magia —Por la forma de pronunciar la palabra “amigos”, Valériam supo
que el Entarca no profesaba ningún cariño por aquel grupúsculo, pero el general permaneció en silencio y se limitó a asentir —.
-La magia es perniciosa, intentar controlar los elementos solo provocará el infortunio entre nuestras gentes. Así lo dice la Palabra de Heran, y la Palabra es incuestionable.
—Llevará tiempo hacer desaparecer a todos los magos de Lumlenth.
—Quiero este problema solucionado antes del próximo cónclave con los Altos Intercesores—dijo Rodius de forma tajante.
—Eso nos deja poco margen de actuación, su altísima Eminencia ¿A qué tanta prisa, si me permite el atrevimiento?
—Sé que los Altos Intercesores no tomarán a la ligera una decisión como la de declarar hereje a todo mago dentro de las fronteras de Lumenth, pero si les damos un pequeño empujón quizá les ayudemos a decidirse.
—Si me permite hablar con franqueza; no creo que usted, como representante de Heran en Undra, tenga que requerir el permiso de nadie para llevar a cabo su voluntad. El Entarca soltó una fuerte carcajada.
—Aprecio su visión, general. Pero comprenda que debo hacerlo ofcial a ojos de nuestro
Dios Único tanto como a ojos del vulgo. No quisiera que los magos se hicieran con el apoyo popular y se convirtieran en mártires. Seria malo, muy malo.
Rodius era consciente del poder que una muchedumbre enardecida podía llegar a conseguir. No en vano él depuso al anterior rey Óbaron II de Valois a través de ese mismo método, sabía bien de lo que hablaba.
—Entonces deberemos abordar este asunto con sutileza, pero no sin cierta brutalidad. Supongo que mis métodos… los encontrará de su agrado.
El Entarca asintió ligeramente, complacido por las palabras de Valériam. Sin duda aquel hombre entendía sus requerimientos, como era de esperar en un hombre de armas.
—Oh, lo olvidaba —añadió Rodius al tiempo que, con un gesto de la mano, un monje de losvarios que le acompañaban se adelantó y le entregó un fardo. Valériam retiró los muchos trapos raídos que lo envolvían, era una espada de manufacturaantigua.
—¿Qué es esto? —inquirió el general.
—Una reliquia de tiempos pasados que he guardado con celo desde que llegó a mis manos. Es una Nulificadora, mientras empuñe este arma será inmune a cualquier hechizo. Ahora tenía una misión, y el favor directo del Entarca. Falsificaría un par de órdenes acusando a varios hechiceros de practicar magia fuera de los límites, se presentaría en la Casa de la Magia y así diezmaría sus fuerzas en apenas un par de días. Una vez fuera de circulación y lejos de ojos indiscretos, la tortura en las criptas de la Gran Catedral arrancaría las confesiones necesarias. Valériam desenfundó la espada Nulificadora y comprobó el filo, estaba deseando entrar en acción.
El Ejército irrumpió en los jardines de la Casa de la Magia, en plena noche y sin previo aviso. Un intenso revuelo pronto dominó el patio, decenas de magos se agolparon intentando atisbar el porqué de la discusión que tenía lugar en la entrada.
—Le aconsejo que las lea y se empape bien de ellas, Heraldo —expuso con desprecio Valériam arrojándole las órdenes de detención a Cáldir.
—No será necesario —dijo con voz amenazadora a la par que de sus dedos brotaban incandescentes flamas que desintegraron los pergaminos. El fuego refulgió en la armadura laminada del general.
Los magos empuñaron sus bastones o prepararon sus hechizos más mortales al tiempo que los soldados desenfundaban sus armas.
—¡Soldados! —gritó Valériam—. Somos el Ejército Sagrado, valedores de la fe de Lumlenth. La desobediencia y la agresión se pagan con la muerte. ¡Mandad al inferno a estos herejes!
Con un grito conjunto el grueso del contingente cayó sobre los hechiceros. Conjuros surcaron la noche destrozando armaduras y chamuscando piel, las espadas desgarraban túnicas y derramaban sangre. A decir verdad, no esperaba este desenlace. Los magos siempre se habían comportado como cobardes, nunca presentaban resistencia. El Entarca no estaría contento, pero si no sofocaba cualquier intento de revolución en ese momento, la situación se le escaparía de las manos. Cáldir describió un arco con su brazo conjurando un fulgor abrasador que se abalanzó sobre Valériam. Este lanzó un corte al aire con la Nulificadora que cortó limpiamente el fuego en dos. Elhechicero frunció el cejo, pero pese a su mueca de furia la sorpresa en sus ojos era evidente.
—Supongo que no esperabas este resultado, pero no te preocupes tu cuello pronto catará el filo de mi espada.
—Reduciré tu querida alma inmortal a cenizas. —La amenaza iba cargada de hiriente sarcasmo. Cáldir arremetió de nuevo hundiendo sus llameantes manos en el suelo, la tierra a su
alrededor vomitó fuego amenazando con consumir a Valériam, pero los rápidos movimientos del militar pusieron distancia entre ambos. Ahora fue el general quien embistió al mago con un tajo
horizontal. Cáldir freno la espada con sus manos, agarrando el filo con fuerza y rodeando el arma en llamas que crepitaban mientras la magia se disipaba por el efecto de la Nulificadora.
—¿Qué pretendes con todo esto? —preguntó Valériam.
—Ganarme la libertad.Ambos empujaron en direcciones opuestas.
—No eres más que un hereje. Vuestras malévolas artes mágicas nos condenarán a todos. Tu pequeña revuelta no llegará a ninguna parte, esta noche pasaréis a ser tan solo un mal recuerdo.
—Esto es mucho más grande de lo que tú puedes llegar a comprender. Vuestra tiranía no nos encadenará nunca más. ¡La magia será libre! Una terrible explosión sacudió el suelo y mandó a ambos contendientes por los aires. La confusión se apoderó de ellos. El estruendo llegó de súbito, Fándor levantó la cabeza con un sobresalto y dejó de leer el voluminoso tratado sobre corrientes taumatúrgicas que descansaba sobre su escritorio. Lanzó
fugaces miradas por la ventana en busca de la causa del estrépito, justo cuando una nueva explosión asoló el patio. Un fogonazo de luz anaranjada que expulsó llamas por doquier. Ahora una cacofonía de gritos se había unido al caos.
El Sumo Conjurador salió de sus aposentos como una exhalación, recorrió los pasillos a todo prisa y en su acuciante carrera se topó con una tropel de aprendices que huían en dirección contraria, aterrados. Con determinación agarró a uno y le obligó a detenerse.
—¿Qué demonios está pasando ahí fuera? —demandó Fándor en tono autoritario.
—El Ejército Sagrado está aquí, van a matarnos —farfulló el joven aprendiz fuera de sí, con los ojos desorbitados.
El Sumo Conjurador aflojó su presa, oportunidad que aprovechó el rapaz para retomar su huída. El Entarca debía haber enloquecido para lanzarse a ciegas en una guerra abierta contra ellos. Era ridículo, ¿qué sentido podía tener un ataque directo? Pese a la tensa situación con la Erantaia, hasta hoy jamás se habían enfrentado. En aquel preciso instante Fándor tuvo un mal presentimiento. Una vez en el gran salón, divisó a un nutrido grupo de magos atrancando las puertas principales, apilando bancos y muebles. Un hechicero reforzó la improvisada barricada cubriéndola con un muro de hielo, la madera crujió bajo el frío de la escarcha. A la cabeza de la cuadrilla se encontraba el Heraldo del Fuego, que rezongaba órdenes sin sentido.
—¡Por el amor de los dioses, Cáldir! ¿Qué es todo este inferno? —preguntó al ver sus heridas. El hechicero le lanzó una mirada cargada de odio.
—Estoy haciendo historia, Sumo Conjurador. —A Fándor no le pasó por alto el tono burlesco y condescendiente con el que pronunció su título, pero dada la situación no quiso reprenderle. Además, algo en sus ojos, quizá un atisbo de demencia, le sugirió que era mejor no contrariarlo en ese momento.
—Sumo Conjurador, menos mal que está usted aquí —dijo otra voz junto a él.
—Maestre Virne, quizá pueda arrojar algo de luz en todo este disparate. ¿Es cierto que el Ejército Sagrado nos ataca?
—Así es, señor, pero nada de esto habría pasado si este lunático —dijo Virne señalando a Cáldir— no hubiera atacado al general Valériam.
—Los demonios me lleven —musitó—. ¿En qué estabas pensando? —Este guardó silencio, ni siquiera se dignó a mirar a su superior—. Contésteme, Heraldo del Fuego. —Fándor agarró a Cáldir por el brazo y le obligó a girarse.
En un arrebato de cólera conjuró una potente combustión que casi calcina a Fándor, y ese hubiera sido su fn. Solo su rápida reacción creando un escudo protector le salvó la vida.
—Tus actos nos han condenado a todos —dijo con tristeza—. Has escrito el destino de la magia en este país con sangre.
—Con sangre y fuego, Fándor —le corrigió Cáldir con desdén—. Con sangre y fuego
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Me pregunto cómo puede caber tanta imaginación en tan pocas palabras,y cada relato que leo en este proyecto me hace desear que escribais un nuevo libro sobre él. Enhorabuena
Desde luego, el relato tiene una gran fuerza. Me ha hecho plantear algunas cosas, como la impresión de que todos tenemos en mente que la magia (y sus hechiceros) no cuentan con el favor de la mayoría. Pueda ser ese rechazo de la especie humana a todo aquel gran poder que, en manos de unos pocos, no pueden ni explicar ni controlar. Quizá podamos encontrar el paralelismo con los intelectuales de épocas pasadas, aquellos que con ideas revolucionarias podían cambiar el curso de la historia. Si los poderosos hechiceros se rebelaran, ¿alguien podría evitar que se hicieran con el control de toda una nación o, incluso, el planeta? ¿Cómo hacerles frente si no es a través de la represión, con leyes que limiten sus acciones, «haciéndoles creer» que no tienen la capacidad de elegir si ser completamente libres en el uso de la magia?
Buen relato, gráfico y con un mensaje muy claro 😉
A mi lo que me ha gustado de este relato han sido los personajes, su caracterización, sus acciones. Su eminencia, malvado y con ansias de poder, seguro que si este relato se convierte en libro es de esos personajes a los que llegas a odiar con todas tus fuerzas. El general, muy militar, la mejor manera de solucionar un problema es empuñando una espada y si además es una nulificadora mejor que mejor. Es un personaje simple pero resolutivo y eso es lo que le confiere su encanto, sabes como va a actuar frente a determinadas situaciones…bueno frente a cualquier solución. Y por último el mago, Cáldir, impaciente por demostrar su poder al mundo, con sus matices, con sus giros inesperados, aporta esa parte de incertidumbre a la historia, lo mismo puede convertirse en un héroe que en un villano.
Buen relato Néstor 🙂
Me alegro que los personajes te llamaran la atención, Aven. A veces resulta muy complicado (por lo menos a mi :D) hacer un retrato contundente en tan pocas palabras, siempre te queda un poco el regustillo de haber recurrido demasiado a clichés o personajes demasiado estereotipados.
Gracias por tu ánimo!
Es un recurso, que por desgracia se ha repetido más de una vez en nuestra propia historia y realmente da que pensar, eliminar lo desconocido o diferente. La condición humana es la que es y solo el paso del tiempo puede cambiarla de manera significativa para bien o para mal.
Gracias por tus palabras, Jorge.
La verdad que me apetecía profundizar un poco en ese tema: al poseer un poder sin mesura, ¿qué percepción tendrán los demás de esa situación?
Quería presentar la magia desde un punto de vista distinto, alejarme de lo más clásico e incluso intentar polemizar con el tema.