Sibil•la se había acurrucado en un frío rincón de aquella cueva en medio de ningún sitio. Intentaba ignorar el entumecimiento que comenzaba a invadir su cuerpo. Intentaba ignorar el hambre. No pensar. Si empezaba no podría parar…
Ya no hay héroes – pensó.
Y los recuerdos de lo perdido brotaron como si surgieran de un manantial. Recordó quién fue y quién ya no era. Y se puso triste. Y no tenía por qué. Había perdido a sus padres, a su hermano, la seguridad de su hogar, a su fiel, grande, negra y peluda perra Nuka. No volvería a jugar por las calles del pueblo con sus amigos, ni a saltar a la poza para refrescarse en las largas noches del cálido verano. Ahora ya no era la pequeña niña de la casa. Estaba sola. Pero era más fuerte.
Tendrían que existir los héroes.
Se preguntó dónde habían quedado los héroes de las historias que escuchaba de niña y por un instante se trasladó en el tiempo para recordarlos. Poco más podía hacer. Y recordó las palabras del anciano Dorming, cuando se sentaba a la puerta de su casa y entrelazando palabras de la forma más bella que jamás había escuchado, narraba, a aquellos que quisieran oírle, como en alguna ocasión, ciertos hombres o mujeres habían desafiado a todo un ejército con su espada en alto, gritando por la libertad y asumiendo su muerte a cambio de lo que creían justo; o les hacía ver reflejados en sus cansados ojos, con la precisión de las palabras bien escogidas, paisajes lejanos repletos de imágenes desconocidas que algunos jamás llegarían a divisar más que en sus sueños. Pero las mejores historias eran aquellas en las que un joven emprendía largos viajes con peligros inimaginables y se enfrentaba a ellos, con la imprudencia y la certeza de defender lo correcto que solo se tiene de joven.
Sibi•la apenas tenía 11 años. Y aunque solo había pasado una semana desde ese día ya sabía todo lo que necesitaba saber. Su destino no estaba escrito pero conocía el pasado de Tierra Quebrada y sus gentes. Ignoraba cómo o dónde y sin embargo conocía los porqués a todas las preguntas. Los había aprendido en aquellos cinco días y debía utilizarlos.
Así que se puso en pie, alejó cualquier pensamiento viejo de su mente, recuperó la sensibilidad de su cuerpo y salió al exterior. La tormenta hacía rato que había escampado y el camino que discurría por el acantilado parecía desierto. Era un buen momento para regresar.
Hacían falta héroes…
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Es sugerente. Verdaderamente sugerente. Ya veo que aquí hay talento de sobra para está historia. La seguiremos muy de cerca.
Estoy emocionada, que más puedo decir. ¡Que subidón!, dos comentarios positivos y motivadores. Gracias.
Me está gustando cómo va esta historia. Tres capítulos que se están haciendo bastante interesantes, a pesar de su brevedad, aunque quizá sea ese el secreto, el contar algo en pocas líneas y con ello lograr captar toda la atención del lector.
A la espera del cuarto 😉
Gracias por tus palabras Jorge, viniendo de ti se agradecen el doble. Y oye, mira tu que tonteria, y lo que animan tres frases bien dichas. 😉
Estas pequeñas historias serán la base del mundo de Tierra Quebrada. Con ellas intentaremos crear ese lugar entre real y mágico, en el que cualquiera de nosotros estaría dispuesto a perderse, más o menos tiempo. ¡O no!
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