La magia es uno de los componentes principales de la Fantasía. Así como el contexto medieval parece casi obligatorio, introducir el elemento de la magia nos amplía el rango del mundo en el que nos desenvolvemos. En mi caso tengo dos referentes muy claros: Tolkien y R.E. Howard. El empleo de la magia en la Tierra Media se realizaba de manera muy sutil, casi imperceptible. Eran continuas las referencias a los sortilegios élficos, a las palabras cargadas de poder inscritas en runas, e incluso toda la acción de El Señor de los Anillos gira alrededor de un anillo mágico. Pero Tolkien fue capaz de darle un viso de normalidad, algo que no se sale de lo común pero que se ve de manera muy frecuente. Así, Gandalf evita constantemente el uso de sus poderes, y podemos observar la presencia de la magia circunscrita a entornos proclives para ello, como puede ser el bosque de Lorien, Rivendel y otros lugares. Me gusta el toque furtivo que le proporcionaba.
R.E. Howard utilizaba la presencia de la magia para algo más común: invocar demonios y seres de otros mundos, proteger torres vinculándoles estos seres y otras hechicerías, conjuros que provocan la pérdida de la razón, que seducen… es una magia más oscura, magia negra en la mayoría de los casos, utilizada por hechiceros y brujos en tenebrosos estudios plagados de grimorios y pergaminos escritos en lenguas olvidadas. Me encanta el halo de maldad que le reviste a la trama el uso de esta hechicería.
Ahora bien, si en la Europa Medieval queremos introducir magia, lo llevamos complicado. El uso de la magia y de las pociones mágicas era muy extendido, pero aquellas que surtían efecto eran perseguidas por la Iglesia y por los señores feudales. Emplear la magia era muy arriesgado, penado con la muerte en el peor de los casos. Pero se puede introducir magia en este contexto, sobre todo si aplicamos los dos casos descritos anteriormente: aísla esta magia del mundo mortal, dale un toque de normalidad que le proporcione la oportunidad de pasar desapercibido, añade los toques de hechicería negra que permitan invocar a demonios y lanzar sortilegios oscuros, y tendrás un efecto muy potente en tu historia. Se trata de evitar al típico mago que camina por la Europa Medieval lanzando bolas de fuego, volando a voluntad y moviendo objetos con la mente. Este mago seguramente acabaría en la hoguera muy pronto si no fuese capaz de ocultar sus poderes a los mortales. Tiene que ser un personaje potente y poderoso, pero que no precise realizar magia constantemente porque sería delatado y perseguido. Imaginad la situación de Bilbo si los enanos descubriesen que en verdad tenía un anillo mágico que le hacía desaparecer… se lo arrebatarían al momento y le defenestrarían. O situad a Gandalf en la corte de Castilla del siglo XIII: terminaría en la hoguera sin necesitar apenas que hiciese algún juego de luces. Todo esto le proporciona a la historia potencia y emoción, de manera que el personaje deba emplear los poderes mágicos disimulándolos ante los ojos de los mortales.
Si quieres emplear magia en tu historia de fantasía, no abuses de ella. Haz que sea como la sal en una comida: le proporciona sabor y sustento a la comida, pero si se te va la mano corres el riesgo de arruinar el plato. Dale un toque sutil, casi como de pasada, y empléala en el momento justo, sin grandes alardes pero con el efecto deseado. Disfruta de la magia, pero con moderación…
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Me gusta tu punto de vista, Pablo, pero claro, desde los ojos de los personajes de tus libros (si es que entendí bien tu propuesta desde los otros temas del Proyecto Gólem). En la mitología europea tenemos montones de seres «mágicos», como vampiros o licántropos, que si bien no pronuncian complicados hechizos para ver la consecuente reacción a los mismos, pertenecen a ese mundo mágico que intentas disimular. Y si miramos más para casa, ¿qué nos dices de las brujas, o meigas? No quiero decir que andaran libremente entre los miembros de la corte, pero su ifluencia sería tal que hasta los más conservadores monarcas querrían tener alguno cerca, ya fueran sanadores, videntes o nigromantes, que consiguieran protegerles con artes oscuras de enemigos para los que su ejército nada pueden hacer. Porque la magia no son únicamente rayos o fuego surgidos a voluntad de los dedos de unos pocos privilegiados; de ella emanan también, y entre otros, los poderes para crear un potente talismán o maldecir el más santo de los objetos.
Mira, sacado el tema (tampoco necesitaba un empujón demasiado fuerte), me gusta pensar que la magia, en realidad, «ha estado presente» en nuestro pasado medieval. Ya no sólo por criaturas como las descritas en los relatos de los Hermanos Grimm (considero a todas estas criaturas irreales y mitológicas como mágicas, pues es esta magia la que hace que, por ejemplo, el cuerpo de un troll se solidifique al contacto con la luz solar o que el tan buscado, y bien valorado, cuerno de unicornio sea uno de los más efectivos objetos como medio de sanación), sino también por las manzanas envenenadas, los calderos de brebajes, los tónicos de fuerza o valor, ¡hasta la mismísima Excálibur! Pero es que incluso nuestra propia inquisición se encargó de echar a la hoguera multitud de brujas, documentados estos actos en diarios y registros del clero ejecutor (que yo quiero de esas setas que comían, oye).
Es decir, y ya acabo, que no podríamos ceñirnos a pensar, o decir, que la magia simplemente es cosa de hechiceros, pues todo aquello que se sale de la razón y no pertenece a la parapsicología o a la ciencia ficción (como viajes en el tiempo, pasar a través de finas brechas del espacio o la mengua de cuerpos más allá de los largos meses en los que dura una estricta dieta) bien tienen su cabida en la amplia definición de la magia. ¿No creéis?
Me ha gustado tu respuesta.
Yo me quería referir a la magia que podemos ver en la mayoría de las historias de Fantasía. La magia en el medievo lo revestía todo, pero casi nunca se manifestaba de manera real: eran rumores susurrados junto al fuego de una chimenea, historias narradas por los ancianos… por supuesto que existían aquellos que practicaban los ritos druídicos celtas, o cualquier magia tanto oriental (que existía, y los famosos Djinn desvelaron durante siglos a los habitantes del medievo oriental), pero el avance del catolicismo fue borrando poco a poco todo lo hermoso que podría tener, revistiéndolo de la «santidad» de los milagros y demás.
Pero cuidado, amigo, incluso aquel que obraba demasiados milagros terminaba pasandolo mal…
Disfruta de la Fantasía, y por supuesto de la magia!
Enhorabuena Pablo por este escrito que nos has mandado. Invita a la reflexión y puede ser un buen punto de partida para interesantes debates sobre el tema.
A mi en particular me gusta un uso más abusivo de la mágia. Precisamente después de leer Crónicas de la Dragonlance y ver como se trata el tema de la magia, donde detallan incluso nombres y palabras de los conjuros y hechizos ví que era eso lo que echaba en falta en El Señor de los Anillos, más magia. Es lo mismo que me falta en Harry Potter, más magia, aunque quizá, como bien dices, precisamente el éxito de estas grandes novelas sea precisamente ese, dejarte con ganas de más. Solo entreabrir la puerta al mundo de la magia y dejar el resto a la imaginación…
Soy de la opinión de Aven: ¡Magia por todas partes y en cantidades industriales! Claro, que esto ya depende del estilo del autor. Los hay más sutiles y otros realmente exagerados, pero donde esté ese poderoso hechicero, mago o brujo, que se quiten los demás, ¿no? :p
Muy buen consejo. Me ha gustado mucho.
Yo creo que también depende del tipo de historia que éstes leyendo. Si lees las «Cronicas del mago oscuro», de Trudi Canavan (me gustó mucho), verás magia, magia y magia. Si lees Juego de Tronos apenas encontrarás algún retazo en honor al Dios Rojo… creo que todo debe tener su contexto.
Y, por supuesto, todas las opiniones son válidas,¡porque para gustos los colores!