―¡No, no, no! ¡Espera! ―gritaba el enclenque caballero mientras tiraba al suelo el pesado escudo y corría a protegerse tras una ancha columna natural de la fría y húmeda gruta―. Podemos arreglar esto de otra forma.
―¡¿De otra forma?! ―El enfurecido dragón, uno bastante pequeño y no porque fuera una cría, mantenía el ceño fruncido a la par que de sus ollares surgían leves cúmulos de humo―. ¡Entras en mi guarida, me atacas por la espalda y, ahora, clamas piedad! ¡¿Cómo tienes tal valor?!
La exagerada amplitud de la caverna, tanto por el altísimo techo como por la separación de sus irregulares paredes, hizo rebotar la grave voz del reptil para aumentar enormemente su volumen y conducirla por las numerosas galerías hacia distintos puntos de la hueca montaña.
―Tú que osas entrar en mi cubil ―continuó la bestia―, tú que me despiertas bajo la amenaza del filo de tu espada, ¡tú que pretendías acabar con mi vida sin darme una sola oportunidad de defenderme!
El dragón de amarillas escamas apretaba con fuerza las garras de sus dos patas traseras en el suelo de arcilla, tan distintas de las dos delanteras, pequeñas y sin aparente uso en el erguido pecho, viendo cómo el humano, temeroso por su vida, daba rápidos saltos a un lado y al otro por detrás de la columna. Era consciente de que no iba a resultarle sencillo atraparlo.
―Pero fue un error, lo reconozco. ¿Acaso no veis con buenos ojos mi arrepentimiento?
―¡¿Y ahora me hablas de usted?! No lograrás calmar mi ira con vanas adulaciones y un falso respeto por éste que querías muerto hace sólo un minuto. Y mucho mejor que con buenos ojos, prefiero saborear tu arrepentimiento con mi caprichoso paladar.
―¡Vamos! Estoy seguro de que habrá mejores platos que disfrutar que el de un huesudo hombre que, a todo esto, lleva casi dos semanas sin lavar su cuerpo.
El gesto de desaprobación en el rostro del reptil animaron un instante al muchacho de no más de veinte años, estatura media y cintura tan delgada que a ojos de incluso un humano quizá pasase por hembra bajo según qué vestidos. Sin embargo, en seguida volvía a moverse con rapidez en busca de no quedar expuesto, ya fuera a las mandíbulas o al ígneo aliento de su enemigo.
―De todos modos, poco me importa que tu piel estuviera cubierta por costras y tu hedor pudiese envenenar el bravo mar del norte si al fin consiguiera tener al alcance ese cuello tuyo. No pienso perdonar tu afrenta.
―¿Ni siquiera si por salvar la vida de este desdichado tú salieras ganando?
―¡¿Ya vuelves a tutearme?! No, no hay nada que me hiciera regocijar con mayor intensidad que sentir quebrarse tus huesos entre mis colmillos.
―Sigo pensando que no deberías renunciar tan pronto a una buena propuesta.
―Sí cuando nada de lo que digas puede interesarme.
―¡Si aún no me has escuchado!
―Preferiría no tener que continuar escuchando tu estridente voz.
―¡Vaya! Tampoco es que la tuya sea la más imponente de los de tu especie.
El atrevimiento del humano, cuyos morenos cabellos hasta los hombros ocultaban por momentos su rostro en cada nuevo vaivén, sacó un poco más de sus casillas al dragón, que lanzó la primera dentellada al aire hacia el lugar que ya no ocupaba el chaval.
―¿Cómo pueden salir dichas palabras de la garganta de un hombre que por tan poca cosa entre los suyos ninguno de los míos se molestaría siquiera en dedicarle un simple vistazo?
―¿Quiere eso decir que cerrarás tus ojos para evitar verme marchar?
―En absoluto. Lo que quiere decir es que me sorprende que con tu ridícula forma física, con un enorme escudo que casi no has sido capaz de mantener en peso con una sola mano y sin armadura o cota de malla que te protegiera de los dientes o del fuego, vinieras hasta aquí para enfrentarte a un temible dragón.
―Hombre, temible, temible… No eres tan grande como tus hermanos mayores.
La puntilla que necesitaba el reptil para erizar sus escamas y atragantarse, sólo un poco, con el denso y negro humo formado en su garganta. No, no era tan grande como otros reptiles, pues ni siquiera pertenecían a la misma raza. La suya constituía el más bajo eslabón en la jerarquía draconiana, ejemplares de poco más de metro y medio de altura y apenas otros tres desde el hocico hasta el final de la cola. Solían esconderse de los demás y procuraban no dejarse ver nunca por los humanos, ya que algunos tenían la suficiente habilidad para derribarles desde el suelo al atravesar las alas con sus flechas o segmentarles el cuello con robustas y muy afiladas espadas. En realidad, bastante tenían con resignarse a esta situación y tener que esconderse del resto de las criaturas dominantes del continente para, encima, recibir este tipo de visitas y aguantar semejantes palabras.
―¡Pues bien que te proteges tras esa columna, todo por no enfrentarte a este tan poco temible dragón!
―Sin embargo, aunque tu fiereza no pueda compararse con la de otros dragones… ―Un nuevo y seco rugido hizo que el muchacho replanteara su alegato, tragando abundante saliva antes de continuar―. ¡Oh! ¡Terribles son tus dientes y garras! Comprende, por ello, que pretenda no caer a tu alcance, pues, en verdad, sí temo lo que consigas hacer con ellos en mi cuerpo.
―Mal actor eres, aunque peor caballero debes reconocer ser. ¡¿Por qué demonios viniste hasta aquí con la intención de matarme?!
―Por honor.
―¡¿Por honor?! ¡No me hagas reír! No hay honor posible en abatir al enemigo mientras duerme.
―¿Y desde cuándo los dragones sabéis algo del honor? Arrasáis nuestras aldeas con fuego y nos robáis ovejas y terneros para saciar vuestro apetito sin que en realidad os costase trabajo alguno cazar venados o jabalíes salvajes de los bosques.
―Ya los nombraste antes; ésas son acciones de los grandes dragones, no de los de mi raza, que nunca nos acercamos a los vuestros y preferimos escondernos de todos.
―Bueno, mejor razón para atreverme a enfrentarme a ti, que más posibilidades de victoria tendría que frente a otros ejemplares de mucha mayor envergadura.
―No has respondido a mi pregunta ―gruñó entre dientes el reptil.
―¡Mírame! Tú dices que has de esconderte, pues no menos he de hacer yo en mi poblado.
―¿Y cuál es ése poblado? ¿Brátel? ¿Nábade, quizá?
―No. Es… Naras. ―El chico pronunció el nombre a tan bajo volumen que el increíble oído de la bestia casi fue incapaz de oírlo, aunque llegó a hacerlo.
―¿Pero ése no es un asentamiento de mercenarios?
―Así es, ¡y me exigían una prueba de valor y coraje para permitir que me quedara entre ellos, por eso vine a por algunas escamas y dientes!
―¡Pues de escamas no sé, pero de dientes te vas a hartar!
El dragón amarillo, cuya cabeza quedaba a la misma altura que la del humano, se lanzó por uno de los lados de la columna. Sin embargo, el chico, ágil y veloz, supo escabullirse de la arremetida.
―¡Por favor! Si me dejas ir, juro que no volveré nunca más.
―Mis escamas y mis dientes… ¡Dime, ¿qué harías tú en mi caso?!
―¿Dejar marchar al humano?
El reptil recuperó su anterior ubicación de un salto, errando nuevamente en su intento de atrapar al chaval.
―¿De verdad pensabas que te sería tan fácil matar a uno de los míos?
―Al menos a uno chiquitito…
Una profunda bocanada dio como resultado que algunos de los morenos mechones del hombre quedaran aún más negros, si cabía dicha posibilidad, aunque el hedor desprendido no dejaba lugar a dudas del semiacierto del reptil.
―¡Pues ya ves cómo te salió la jugada! Un dragón, con independencia de su tamaño, es una de las mayores criaturas de la creación. Mira mis colmillos, maravíllate con mis alas, ¡teme mi aliento de fuego!
―Entonces, si dices ser tan temible, ¿por qué te ocultas de todos los demás? ―El reptil no le contestó. Se limitó a apretar la mandíbula y dejar escapar un ronco gruñido por su garganta mientras el joven seguía hablando―. No voy a negar que ahora tenga miedo de que me despedaces, podrías hacerlo en el caso de tenerme al alcance, pero tú tienes tantos enemigos como yo contra los que nada puedes hacer. Sí, increíbles tus alas que te permiten volar hasta donde yo nunca llegaré, poderosos tus colmillos que no conocen carne en este mundo que no puedan desgarrar; pero vives escondido y ojo avizor por si surgiera alguien contra el que nada puedas. De hecho, estoy seguro de que carroñeas o, al menos, te abalanzas hacia tus pequeñas piezas mientras éstas aún no son conscientes de tu presencia, como yo me disponía a hacer contigo. ¿De verdad eres tan distinto? ¿En serio lo crees?
―¿Y me lo dices tú que quieres ponerte a la altura de guerreros cuyas habilidades siempre te serán esquivas, los cuales se mofarían de ti cuando te vieron cargar tan pesado escudo y a duras penas te alejabas de ellos, quizá incluso arrastrando los pies?
El muchacho se detuvo un instante, dejando de dar los saltos que le hacían desaparecer cada dos o tres segundos de la vista de la bestia. A la mente le llegó el recuerdo de las carcajadas de esos que le pidieron una prueba de su fingida valentía, así como la imagen de los labios arqueados en exceso mientras se burlaban de él con estrafalarias sonrisas en sus rostros llenos de cicatrices. Se sentía débil y quería demostrar que no lo era, pero en esta gruta estaba empezando a comprender que no era posible camuflar una verdad tan rotunda.
El de amarillas escamas, contento de su victoria sobre el humano, se acercó lentamente hacia él, quedando su hocico a pocos centímetros de la cara del joven.
―Tienes razón en que me esconda de los más fuertes ―continuó el dragón en voz baja y muy, muy despacio―, pero soy lo suficientemente inteligente como para saber elegir a mis víctimas. En eso, por lo que veo, te gano por una notable diferencia.
El chico se quedó mirando los ahora tan cercanos ojos del reptil, mirada fija e intensa que carecían, por vez primera desde que saliera del asentamiento humano, de temor alguno. Esto desconcertó un momento al dragón, que le oyó hablar de similar manera a cómo él acababa de hacer.
―Sin embargo, tu orgullo y soberbia te llevarán a la muerte. ―Acompañó sus palabras girando unos pocos grados la espada, de modo que el reflejo de la escasa luz proveniente de la galería principal incidiera en la hoja y, así, su enemigo la viera de reojo, levantada el arma lentamente hacia el cuello una vez que salió de su campo de visión―. Los humanos seremos ingenuos, nuestra piel se rasgará con excesiva facilidad y nuestros sueños, ilusorios la inmensa mayoría de ellos, nos llevarán a realizar arriesgadas acciones que nos pondrán en peligro en numerosas ocasiones, pero no puedes dejarte llevar por esto para menospreciarnos a todos, para creer que sólo unos pocos son dignos rivales para ti.
Ambos se quedaron en silencio un rato; el furioso dragón maldiciendo el momento en el que dio por ganado el combate; el envalentonado humano decidiendo el momento de atravesar las pequeñas escamas amarillas con su espada. Por contra, otra idea apareció de súbito en la mente de este último.
―No voy a decirte que me arrepienta de haber venido hasta aquí y verme en esta situación, pues he aprendido valiosas lecciones frente a ti. Ahora comprendo que no necesito permanecer allí donde no me quieren, menos aún en un lugar al cual no pertenezco, así como tampoco deseo sesgar la vida de aquel que nada me ha hecho. Por eso, dime, ¿qué harías tú en mi lugar?
―¿Dejar marchar al dragón?
El humano marcó una triste sonrisa en el rostro, pero no bajó aún la espada.
―Sin embargo, el dragón aún no quiere dejar escapar esta presa. ¿Me equivoco?
―No le pidas a uno de los míos que reconozca su derrota, la cual difícilmente aceptará sin que la sangre que riega el interior de su cuerpo acabe bañando la parte externa de su piel.
―¿Significa eso que prefieres morir antes de que te deje vivir por piedad?
―No hagas estúpidas preguntas para las cuales ya conozcas las respuestas.
―Bien. Entonces, pongamos que bajo la espada. Supongo que en ese caso me atacarás y darás muerte. ¿Asomaría después en tu interior algún sentimiento de culpa tras demostrarte mayor honor del que tú profesas tener?
Las palabras del hombre hicieron mella en la conciencia del dragón, conciencia de la cual, hasta entonces, creía carecer.
―Los de mi especie saben qué es el honor, más que la mayoría de los humanos.
―¿Y cómo podrías matarme, entonces, una vez que reconocido mi error pretendiese dejarte marchar ileso?
Un nuevo rugido, caliente el aire al impactar en el rostro del muchacho, asomó entre sus dientes.
―Añade el don de la palabrería a tu lista, humano, pero no tomes esto por una victoria. ―Creyendo por sus palabras, y el tono tranquilo al pronunciarlas, que ya no había peligro de que se lanzase hacia la yugular, el hombre bajó la mano hasta el costado y el dragón, libre de la amenaza en forma de acero, dio un par de pasos hacia atrás―. Haz como si nunca hubieses estado aquí y reza porque nunca, en este o cualquier otro lugar, volvamos a encontrarnos.
Sin embargo, cuando el chico asentía y se disponía a abandonar la gruta, contento de esta nueva e inesperada oportunidad, un inmenso dragón de color azul surgió desde la mayor de las galerías. Podría haber entre once y doce metros desde el suelo hasta el mentón de esta nueva bestia, que caminaba sobre cuatro musculosas patas y golpeaba rítmicamente el suelo a su espalda con una también poderosa cola mientras se relamía al observarles.
El corazón del joven comenzó a latir desbocado y las gotas de sudor surgieron de improviso en su frente. El de escamas amarillas, por su parte, retrasó su posición hasta llegar a la altura del hombre, hacia el cual volvió la cabeza.
―Dime, humano. ¿No querías escamas y dientes de dragón?
El muchacho se obligó a mirar al que tenía a su izquierda y vio en sus ojos el temor que a él mismo le atenazaba. ¿Sería posible que, ahora, fuesen exactamente iguales? A ojos del azul, desde luego, lo eran.
―¿Y después nos los repartimos?
―¡Claro! Pero no quiero verte nunca más por aquí. ¿De acuerdo?
Dragón y humano centraron nuevamente su atención en el que en cualquier momento se lanzaría contra ellos. Hacía unos minutos pretendían matarse el uno al otro; ahora deberían luchar codo con codo, y eran conscientes de que no tenían apenas posibilidades frente a tan formidable contrincante. No obstante, ambos adoptaron una postura ofensiva. Las alas del amarillo quedaron extendidas en dirección al techo de la gruta, los ojos entornados y las fauces a medio abrir mientras enseñaba los dientes. El hombre flexionó las rodillas, levantó frente al pecho el mango de la espada y marcó una larga sonrisa en sus finos labios.
―De acuerdo, pero me pido ambos colmillos.
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Me sumo a todos para felicitarte por la originalidad del relato. Además, otro punto a resaltar es el lenguaje utilizado. Esos giros y expresiones ayudan al lector a situarlo en el medievo. Casi te dan ganas de soltar un «¡Voto a bríos!» al final.
Gracias a ti también. Tantas buenas críticas animan a no dejarlo 😉
Me gusta esta visión de un ser que prácticamente se puede considerar casi un dios. ¡Ellos también tienen miedo!. Un ser insignificante. Me ha gustado el final.;).
¡Vaya! Me alegro de recibir tantas y tan buenas críticas. Tranquilos, habrá más relatos. Lo que espero es poder superar este alto listón que por vuestras palabras parece que me he puesto…
No se por qué pero cada vez que escribís un relato estoy convencida de que de él puede surgir una gran historia.Mis felicitaciones.Va a ser que sí sabes de dragones, chico de las islas 😉
Sonia, Sonia, Sonia… ¡Que ya soy peninsular de nuevo! :p Tú tampoco te quedas atrás, que he disfrutado tus colaboraciones, pero la última me dejó sin palabras…
Como ya viene siendo habitual en tus frecuentes colaboraciones Jorge tengo que darte la enhorabuena por este artículo y un más que merecido RETO SUPERADO !!!
¡Oh, yeah! De todas formas, sólo puede equivocarse el que lo intenta, y así seguiré, aunque me estampe trescientas veces :p
Fantástico, Jorge.
El toque final de enemigos irreconciliables que deben unirse para afrontar un enemigo común le da un giró muy fresco al relato. Los diálogos tienen chispa, con el toque justo de humor para que no le roben el dramatismo que la escena que nos presentas debe tener ( y que tiene, sin duda). Además, creo que es muy interesante que presentes un dragón en absoluto clásico, lo que le aporta un valor extra :D.
Gracias, compañero. Es que, y no sé si es un problema o una buena baza, cuando escribo me baso demasiado en el mundo que nos rodea. Un gran soldado, sin miedo alguno y con sangre fría para hacer frente a un ser como un dragón debe estar loco de remate (un legionario, vamos xDDDDDDDD). Y como creo que de todo debe haber en el mundo, pero no por pequeño uno tiene que sentirse indefenso y a merced del resto, pues ahí está ese dragón de raza pequeñita :p
Buenas palabras de un gran «competidor» en estos retos xDDDDDDDDDD Gracias de nuevo 😉
Me ha encantado! 😀 Y realmente no esperaba este final!!
¡Gracias, Ireth! La verdad es que ni yo lo esperaba, incluso a mí me sorprendió mientras desarrollaba el relato :p
He de reconocer que no fue nada sencillo elegir la escena, pero aquí tenéis mi participación en este gran reto que nos habéis propuesto. Supongo que si queremos demostrar que somos buenos en esto, que nuestras obras merecen la pena, tendremos que dar pruebas de ello, y ésta es una genial oportunidad. Espero que ninguno de mis compañeros se eche atrás en aceptarlo y podamos leer pronto sus propuestas 😉