Feb 212014
 
 21 febrero, 2014  Publicado por a las 11:11  Añadir comentarios

Capítulo 4, Fuerza de mascarón: El capitán

Mi posición en el bauprés, casi a ras de cubierta, no me permitía divisar velamen alguno: el horizonte visible desde la cofa del vigía quedaba mucho más lejos. El personal que como yo estábamos a pie de cubierta todavía tardaríamos algún tiempo en distinguir siquiera el extremo del mástil.

–Calma, señores: sigan con sus tareas.
Fuerza de mascarón por Juan F. Valdivia
El capitán había surgido del alcázar y ya subía por la escalera hacia la toldilla, dispuesto a retomar el mando. El nostramo, habiendo escuchado su voz, se dirigía hacia él desde la rueda del timón; en su mano izquierda portaba el miralejos, que le tendió tras un saludo más bien desenfadado. El viejo aferró el tubo y sin decir palabra oteó durante cierto tiempo el horizonte, tanto en la dirección indicada por el vigía como en un arco de bastantes grados en torno a ella. Los ociosos como yo le observábamos llenos de impaciencia; los más atareados seguían con sus quehaceres, si bien le dedicaban furtivas pero repetidas miradas. El capitán se fue acercando con lentitud desde la rueda de cabillas hacia la borda sin bajar el miralejos. Parecía no estar seguro de lo que veía a través de él. Como si con eso creyera ganar alguna ventaja a la hora de distinguir lo que surgía del horizonte se subió al pasamanos de la borda y trepó por uno de los obenques de mesana. Ahí arriba el viento de popa le golpeaba con mayor intensidad que sobre cubierta. Su gorro rojo chillón apenas se sujetaba gracias a la banda de cuero que lo ceñía a la mandíbula. En esa posición todos podíamos apreciar su uniforme de la marina: un dos–piezas azul oscuro de tejido grueso y recio, en su caso salpicado por parches dorados que anunciaban sus méritos y logros. Portaba el reglamentario sobretodo bermellón que le identificaba como capitán: la normativa dictaba que el sobretodo debía tapar por completo el dos piezas, pero el viejo Larsenbar tenía por costumbre llevarlo apenas abrochado con dos botones. Ahora, subido al obenque, la prenda chillona resaltaba contra el oscuro tono del mar mientras ondeaba salvaje al viento. Casi parecía una llamarada.

Mientras el capitán seguía concentrado oteando el horizonte el nostramo, que le seguía siempre atento a una distancia no superior a una braza, tomó el puesto de segundo de abordo soplando sin cesar órdenes con su silbado. Hombre silencioso y tosco, con un perpetuo gesto serio o incluso furioso, no olvidaba ninguna de las tareas que permitían al buque mantenerse en rumbo y en perfecto funcionamiento. Ni siquiera en momentos de agitación como el presente parecía capaz de olvidarse del más mínimo detalle. Tenía entendido que llevaba varios lustros acompañando a Larsenbar, de tal manera que habían llegado a un punto tal de compenetración que casi no tenían la necesidad de hablar entre ellos para gobernar la nave. La nave, con el casco como cuerpo, la tripulación como músculo y nervios y ellos dos como cerebro doble, palpitaba viva y con perfecta coordinación. Formar parte de ese organismo tan bien entrenado en verdad le enorgullecía a uno.
Relatos de fantasía - Cubierta Barco
De improviso el capitán bajó el miralejos y con gesto resoluto caminó hacia el centro de la barandilla que daba de la toldilla al puente. Apoyándose en ella se dirigió a toda la tripulación:

–Caballeros, ¡a sus puestos! ¡Dispongan el buque para soltar otro cuarto de paño!

La figura rojo intenso del capitán resaltaba contra el oscuro frente borrascoso que iba ganando más y más horizonte. ¿Soltar más paño con una tormenta como la que se nos avecinaba ya casi encima? Aquello contravenía toda lógica: ante la amenaza de semejantes vientos se deben mantener poco paño al aire, y si es necesario se debe arriar parte del ya desplegado, o incluso todo. En nuestra situación yo consideraba que con las gavias medias bastaba. Pero había dicho que se desplegara otro cuarto más. Sólo se podía entender su orden como una intención algo alocada de ganar velocidad y abrir millas entre nosotros y esa vela. Pero si la tormenta nos cazaba en plena ejecución de esa maniobra podíamos encontrarnos en serias dificultades. Sí, las bodegas estaban llenas lo que hacía que la estabilidad del buque estuviera asegurada ante una posible escora. Sin embargo no se podía decir lo mismo del riesgo de hundimiento, sobre todo ante a la presumible mar picada que acompañaría a la tormenta. Pero el viejo, con su experiencia y lo observado a través del miralejos, había dado un orden que no se podía cuestionar. No sólo yo me había quedado sorprendido: durante un instante casi inapreciable toda la tripulación se había vuelto estatuas asimilando el significado de las palabras del capitán. Pero, aun tratándose de un tiempo inferior a un parpadeo, el viejo notó esas dudas. Con voz mucho más dura restalló:

–Venga, señores: ¡es para hoy!
El silbato del nostramo inundó la nave secundando al capitán. Su sonido potente y agudo, casi doloroso, llegaría hasta la última sentina espoleando a todo el personal con más amenaza que la que producía el temido Besos. La cubierta se llenó de carreras. Supongo que a unos ojos inexpertos parecerían caóticas pero para mí estaban dotadas de singular belleza salvaje: las veía como una especie de danza de coreografía perfecta, una soberbia representación fruto de la práctica y disciplina que reinaban a bordo. Hombres trepaban por los obenques raudos a colocarse en sus puestos en las vergas, mientras otros se lanzaban hasta las drizas y cabos que, atados a gavillas y a diversas partes de cubierta y las raíces del mastelero, afianzaban la arboladura y las gavias. Yo, en mi cargo de tutor de mascarones y responsable del bauprés, salté por la borda de proa y empecé a recorrer la red de chinchorro comprobando el estado de las jarcias de los foques. El menor ya estaba desplegado, quedando sólo el principal y el sobrefoque. La orden implicaba dejar este último aún plegado, pero me cercioré de que sus jarcias quedaban dispuestas para un izado de urgencia. La orden definitiva de desplegar velamen llegaría en cualquier momento y no deseaba que de nuevo mi porción de paño se desplegara la última y me echaran en cara mi condición de novato.

Adoraba aquella posición, más adelantado que nadie, los pies desnudos sobre la malla notando las salpicaduras del agua cuando la roda quebraba las olas. Desde allí poseía la mejor panorámica imaginable, e impresionante, de mis queridos mascarones. Nuestra nave, una vetusta bric bautizada Orgullo de Ashrae, disponía de tres. Los pobres mostraban un aspecto ajado y descuidado: la Orgullo había vivido tiempos mejores y sin lugar a dudas tanto ella como los mascarones requerían una visita al dique.

Contemplando las efigies, con sus capas de pintura desconchadas y carcomidas por el salitre de décadas y los cercos dejados por incontables lapas, mejillones y otras criaturas similares, recordé mi última locura. En nombre de esas estatuas yo, un simple tutor recién embarcado en mi primera misión en la marina, le había sugerido al mismísimo viejo cómo actuar. Noté el calor del rubor mientras la escena regresaba a mi mente: todavía no habíamos superado el mediodía del segundo día de travesía y los ánimos de la tripulación (tras la anormal estiva y la preocupante ruta escogida por el Almirantazgo) seguían alterados. Supongo que ese ambiente enrarecido me debió afectar más de lo que en un primer momento pensé, tanto como para cometer aquel acto de indisciplina. Por una razón u otra –si de verdad había alguna– tras comprobar los mascarones y cerciorándome de cómo su estado se iba deteriorando con lentitud pero sin pausa, me envalentoné ofuscado. Sólo con la idea de proteger a mis chicos crucé la cubierta con paso raudo y me planté ante la puerta cerrada del cuarto de derrota. Golpeé con los nudillos una o dos veces la madera y llamé al viejo:

–Capitán, capitán Larsenban. ¿Está ahí?

Debería haber aguardado una respuesta, sí, pero en mi atolondramiento respiré hondo, empujé la hoja y atravesé el umbral.

Juan F. Valdivia

Foto Juan F. Valdivia Autor de Fuerza de mascarón, un relato corto de fantasía. Lector compulsivo y amante de la escritura poco más desvela sobre su propia persona.

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Fuerza de mascarón: El capitán
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Aven

Historiador y Aventurero de día, Mago y Guerrero de noche siempre me ha gustado combinar la afilada hoja de mi espada con una bola de fuego o una tormenta de rayos.
Son... argumentos contundentes.

  Un comentario en “Fuerza de mascarón: El capitán”

  1. Hola.

    Soy Juan F. Valdivia, autor de lo que acabas de leer. Desde aquí te invito a comentar lo que te ha parecido el capítulo. De igual manera te puedes pasar por mi web y leer más textos míos en http://juanfvaldivia.wordpress.com/textos-publicados/ Todos los comentarios serán bien recibidos.

    Un saludo,

    Juan.

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