Klaus estaba muy nervioso, no había pegado ojo en toda la noche pensando en lo que le había dicho su maestro el día anterior: su magia estaba averiada y necesitaba una reparación urgente.
El aprendiz no sabía a qué se refería con eso, aunque sospechaba que tenía relación con la última práctica, en la que debía conseguir hacer crecer una calabaza usando tres hechizos básicos. Era un ejercicio sencillo para su nivel, sin embargo, el conjuro le falló y en lugar de salir la lluvia fertilizante se formó un pequeño tornado que provocó las burlas de sus compañeros.
Esto fue lo más vergonzoso para él.
Klaus era uno de los aprendices más veteranos; tenía veinticuatro años y este era su tercer año en segundo, lo cual significaba que era capaz de dominar la magia esencial. Pero algo había salido mal.
—Vamos, ¿estás preparado? —quiso saber su maestro cuando fue a buscarle a su habitación.
—Supongo que sí—contestó Klaus encogiendo los hombros.
—Tranquilo, iremos a ver a unos viejos amigos. Son expertos en averías.
—Eso no ayuda—resopló el aprendiz.
Maestre Morgan soltó una sonora carcajada. Era diez años mayor que él y se trataba de un hechicero experimentado en las disciplinas acuática y terrestre, además de ser respetado en el Círculo Mágico.Klaus le admiraba y le envidiaba a partes iguales y se arrepentía cada día de su vida de no haber sentido interés por la magia antes.
Los dos hechiceros se dirigieron hacia Luna Creciente, la ciudad más poblada del Este, montados en sus respectivos corceles. Klaus solo la había visitado una vez en su vida y lo único que recordaba de ella era lo ruidosa que le resultó. Circular por la calle principal era desesperante: cientos de personas deseaban llegar a cualquier parte cuanto antes sin preocuparse por la integridad física del prójimo.
Ambos se desviaron por un callejón repleto de comercios dedicados en su mayoría a la venta de artilugios para hechiceros: vendían desde túnicas hasta los más sofisticados instrumentos de medición astronómica.
— ¿Esto ha estado aquí siempre?—inquirió el aprendiz.
—Sí, pero no todos los mercaderes abren a diario. Algunos lo hacen solo una vez al mes y hoy es ese día. Tenemos que aprovechar—aseguró Maestre Morgan.
— ¿Te refieres a los que me repararán?
—Sí, a esos. Ya verás, te gustarán—contestó el Maestre.
Klaus no le tenía tan claro.
Dejaron las monturas en la puerta del establecimiento y se dispusieron a entrar.
Por fuera tenía un aspecto semejante al resto, sin embargo no tenía un cartel donde se anunciara su nombre, pero sí uno que indicaba el horario de apertura:“Atendemos personalmente cada día de luna creciente, pueden dejar sus encargos en el buzón. Atentamente: La Empresa”
El aprendiz se asomó para ver el casillero del cual hablaba el letrero, estaba rebosante de pergaminos escritos en idioma común.
Maestre Morgan iba delante.
—Adelante, pasen. Los Maestres les atenderán en unos momentos—les recibió una enana sonriendo.
—De acuerdo—contestó Morgan.
Ambos se sentaron en la sala de espera; había cuatro personas más delante de ellos, todos ellos eran hechiceros con un problema similar al suyo, tres de ellos eran humanos y uno un elfo urbano.
Tardaron una hora en pasar, pero valió la pena. Cuando la puerta de la consulta se abrió, apareció un enano tosco:
—Venga, no tenemos todo el día—refunfuñó.
— ¿Es que no vas a saludar a un amigo?—se quejó Morgan.
El enano le miró con suspicacia.
— ¡Ah! ¡Maestre Morgan! Cuanto tiempo sin verte por aquí—replicó unos instantes más tarde. ¿Quién es tu joven aprendiz?—quiso saber.
El hechicero lo presentó.
—Ya veo.Supongo que tiene algún problema que necesita solución y, como no conoces a nadie más, recurres a los mejores—señaló el enano.
—Eso mismo—afirmó Morgan.
—Por cierto, yo soy Onni y este es mi hermano Ari—dijo el enano presentando también a su socio: un elfo silvestre.
Klaus se asombró al descubrir a dos miembros de razas tan distintas trabajando juntos y que además que fuesen hermanos.
—Un placer.Veo que me has traído a un aprendiz de tierra, agua y aire—aseguró el elfo mientras observaba a Klaus.
— ¿Tienes que hacer eso siempre?—se quejó el Maestre.
—Hago mi trabajo—dijo Ari sin cambiar su expresión.
—Entonces, tenemos una complicación—suspiró Morgan.
—¿Qué, cómo? Pero dominar más elementos es algo bueno ¿no?—intervino Klaus confundido.
—Es bueno para ti, pero me temo que yo no te podré ayudar en todas las disciplinas—explicó el Maestre.
—Eso no me gusta—dijo el aprendiz.
—No, claro que no—prosiguió Morgan.
—Además de buscarte otro Maestre, vas a necesitar un canalizador.Tu magia está desestabilizada: el elemento eólico ha aparecido de manera repentina y puede amenazar el terrestre, el acuático es su aliado y juntos lucharán por suprimirlo—diagnosticó observando sus pupilas.
— ¿Tendré que llevar un bastón?—inquirió Klaus.
—Es posible.Los bastones canalizan muy bien la tierra.Aunque tal vez necesites un objeto menos contundente para tu complexión—indicó el elfo.
— ¿Una varita?—preguntó el aprendiz.
—Exacto, además creo que tengo lo que necesitas. No tendrás que esperar mucho. Enseguida vuelvo—indicó Ari mientras se dirigía al almacén.
Klaus y su Maestre no se movieron del sitio.Onni también seguía en el mismo lugar por si tenía que intervenir en algún momento, pero no fue necesario.
—Aquí tienes tu varita—aseguró el elfo mostrando al aprendiz su nueva herramienta de trabajo. Era una rama tallada de olmo que medía unas diez pulgadas, estrecha, con diminutas caracolas marinas incrustadas en ella y muy ligera.
—Está hueca, su interior guarda una pluma de halcón—señaló Ari.
—Vaya—añadió Klaus sorprendido.
—Ahora tendrás que aprender a usarla—dijo Morgan.
—Tiene una garantía de cien años, pero si se descarga la puedes traer y te la recargo.
—Las recargas no tienen costes. El precio del canalizador son 100 monedas de oro—agregó el enano.
—Eso es mucho dinero—se quejó Morgan.
—Es lo que vale, claro que también puedes a ir a uno de esos que los hacen por solo 10—replicó Onni sonriendo.
—Sabes que no lo haré—el hechicero depositó un saquito de monedas en las manos del enano. Este las peso y comprobó su autenticidad.
—Todo correcto—dijo, al fin.
—Esperamos verte más por aquí—añadió el elfo—. Mi hermano está encantado cuando llega este momento.
—Qué poco espíritu enano tienes—gruñó Onni.
El elfo se encogió de hombros.
Un mes más tarde Klaus consiguió dominar su magia, gracias a su canalizador y su nuevo Maestre de apoyo; aunque también tenía más trabajos por hacer y menos horas de descanso. Ser un hechicero multidisciplinar era muy duro.
Emma F.M
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