May 302014
 
 30 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11  Añadir comentarios

Miro al Este. El sol está a punto de salir. Es justo ese momento en el que las cosas dejan de ser sombras. Normalmente me alegro, pero hoy… Es como si las sombras se hubieran quedado dentro, envenenándolo todo. Y no es sólo por el bosque de lanzas que tiembla en el llano, acechando tras las nubes de polvo y deseando caer sobre nosotros.

Le llevo el desayuno a mi señor. Se me hace la boca agua, pero jamás se me ocurriría comer antes que él, como hacen otros escuderos. Aunque sé que no me lo reprocharía si alguna vez le hiciese esperar. Él nunca se queja. Así es mi señor. El mejor señor del mundo. El Héroe de Natrós. No hay taberna en la que no se hayan cantado sus gestas. He contado por cientos, ¡cientos!, las personas que le deben la vida. ¡Por las barbas del Divino! ¡Lo dichoso que sería yo de salvar sólo a una!

La mejor cosa del mundo, después de ser él, es ser su escudero. Poder estar a su lado y ver lo que es capaz de hacer. Él sólo se ha enfadado conmigo cuando me he acercado demasiado en el combate. “Los escuderos nunca reciben honores, es justo que tampoco se arriesguen jamás”, me dice. Sé que lo hace por mi bien, pero yo quiero estar ahí. No aguantaría que a mi señor lo matasen porque no pude alcanzarle un hacha o un escudo a tiempo. Así que ahora trato de esconderme para estar cerca. Es fácil en el jaleo de la batalla. A veces consigo ponerme a sólo dos pasos. Un poco más y podría tocarle.

Jamás se me ocurriría.

Relatos de Fantasía - Batalla épica

Yo siempre me quedo atrás. Callado. Mirando su magia. Porque mi señor es un mago cuando lucha. Estoy harto de ver combates y sé reconocerlo. Lo he visto también en otros caballeros. Muy pocos. Pero hasta para esos tiene mi señor recursos. Él los llama sacrificios. Es perder para ganar. Deja que le den en algún sitio para que él pueda vencer a cambio. Es muy peligroso. Puede morir en el intento. De hecho está muy tocado del último. Él llevaba un refuerzo de hierro a un lado de la barriga para eso, pero no se puede cubrir todo. Han pasado más de dos meses, y aún le cuesta respirar. Él disimula, pero yo lo conozco. Me basta ver cómo coge la escudilla para saber cuánto le duele. Pero yo atrás. Callado. Mirando al corro de oficiales y escuchando.

—Hemos ganado batallas peores.

—Si el asunto no es que no podamos ganar ésta, que ya tiene mala pinta. Es que va a ser una masacre.

—Si Nemok vence lo será. Todos sabemos que ese demonio disfruta matando. Pero si la victoria es nuestra…

—También. ¿O crees que alguno de ellos se atreverá a rendirse? ¿O simplemente a retirarse? ¿Ya has olvidado a qué condenó a los últimos que lo hicieron?

Todos callan y miran al suelo. No dejo de ver sombras en sus ojos.

—No me explico cómo se mantiene en el poder.

—Yo sí. Puro miedo.

—¿Y a nadie se le ha ocurrido eliminarlo antes?

—¡Ja! ¡A más de uno! De entre los suyos, los que aún tenían agallas, lo intentaron y fracasaron.

—Eso fue una chapuza.

—No. Te equivocas. Ellos calcularon que él solo no podría contra diez hombres a la vez. Y el maldito diablo pudo.

—¿Tan bueno es?

Nadie contesta. Y eso para mí es la peor respuesta.

—Pues la solución está clara. Todo este infierno se debe a un hombre. Sólo a uno. Nemok. Nadie aquí quiere luchar excepto él. ¡Por el Divino! Ni siquiera sus propios soldados. Hay que eliminarlo como sea.

—Ése es el problema, el cómo.

—Yo sigo pensando que si atacamos en cuña, directos a su posición…

—Ya lo estudiamos anoche, y vimos que sería casi un suicidio. ¡Son decenas de miles!

—Lo sé. Y estoy de acuerdo. Pero ¿qué otra alternativa queda?

Entonces mi señor habla. Y a mí se me hiela la sangre.

—Hay que retarlo en duelo singular.

—¿Y si no acepta?

—No tiene más remedio. Tú lo has dicho. Su poder se basa en el miedo. Si sus soldados perciben debilidad, estará acabado.

—Si diez hombres no pudieron con él, ¿quién de nosotros se atreverá?

—Yo lo haré.

La mirada de mi señor tiene más sombras que nunca. Creo que sé lo que es, y no quiero pensarlo. Me queda claro cuando me dice que deje el refuerzo de hierro.

—Tampoco necesitaré hoy la cota de mallas –me dice—, debo ir ligero. Sólo la armadura para engañar, pero nada más.

No digo una palabra. Me quedo sin poder hablar ni moverme. Él me sonríe y me achucha el hombro diciéndome que no me preocupe de nada. Pero las sombras siguen en su mirada. Y ahí veo lo grande que es mi señor. Sabe lo que va a hacer y encima tiene tiempo, quizás el último que le queda, para mí. Para un simple escudero.

—Ya sabes que no estoy bien para luchar como siempre. Incluso así lo tendría crudo contra ese Nemok. Pero si arriesgo puedo sorprenderle. Tan sólo estoy consiguiendo posibilidades. Y no lo dudes, las tengo.

Sé que él lo cree. Pero llevo muchos años en el oficio como para ver lo pocas que son. Bajamos al llano los dos solos. Nuestras monturas levantan el polvo, y nada más verlo me viene a la cabeza cómo se traga a la sangre. Me pregunto cuánto de ese polvo fue sangre de alguien alguna vez. Hoy decenas de miles de hombres vienen dispuestos a dar de beber y a convertirse en ese polvo.

Delante se acerca Nemok. Su armadura negra me recuerda a las escamas de una cobra. No es especialmente alto, ni corpulento. Y eso me hunde. Adivino lo que no quiero ver. Mientras sujeto las riendas del caballo de mi señor no puedo dejar de mirar cómo Nemok descabalga. Sus movimientos lo delatan. Es de esos pocos que tienen la magia. Y por sus hechuras debe ser muy rápido. Demasiado para mi señor. Justo lo que no quería ver. Le muestro la daga corta a mi señor, el arma más ligera que tenemos, pero él la rechaza.

Empieza el combate y me parece estar entrando en el mismísimo infierno. Mi señor saca toda su magia. Lanza las estocadas con fuerza, por los sitios más inesperados. Pero Nemok lo para o lo esquiva todo. Mi señor improvisa, crea trucos nuevos. Nemok simplemente es mejor. Aprovecha los riesgos que corre mi señor y lo hiere. Nunca mortalmente, pero lo golpea, y le hace cortes. Y veo cómo se cansa, y sangra, y pierde la esperanza poco a poco.

De pronto los dos se paran. Se observan. Mi señor me mira. Yo le enseño la daga, pero él me pide el mangual. Tardo en dárselo, porque sé lo que significa. Veo cómo arroja el escudo y no puedo soportarlo. Ahora no lleva ninguna protección para esa técnica de sacrificio. Y encima no es de las mejores. Pero no puede hacer otra. Su lesión no se lo permite.

Yo quiero gritarle. Decirle que abandone. Pero no me sale la voz. Me quedo quieto, como antes, sin poder moverme ni hablar. Con el escudo en un brazo, la daga entre los dedos y el hacha en el otro. Quieto, dos pasos detrás de mi señor. Casi a punto de tocarle. Callado. Mirando. Mi señor avanza y me oculta la figura de Nemok. Mis dientes rechinan mientras anticipo sus movimientos, que conozco de memoria. Veo la magia una vez más, y todo en él se mueve como debería.

La espada enemiga brota entre las costillas de mi señor. Mucho más profunda de lo que se suponía. La angustia me sube a la garganta como si quisiera reventarla.

Ahora debería llegar el grito de Nemok, pero no oigo nada.

Veo a mi señor caer de espaldas. Miro el guantelete de Nemok, ensangrentado, que agarra la espada de mi señor, en vez de estar clavada en su pecho. Mi señor boquea desesperado. Mi señor. El mejor…

Nemok se quita el casco, y sonríe. Está viendo a mi señor sufrir, en los últimos instantes de su vida, y… y sonríe…

Sonríe…

Levanto el hacha…

¿Qué estoy haciendo? No voy a ganarle. Sé que no puedo. Ni siquiera tengo posibilidades como mi señor.

Avanzo un paso, luego otro. Subo el escudo, aunque mi barriga es difícil de cubrir.
¿Por qué lo hago? A mí nadie me recordará. Los bardos no cantarán mi nombre. Ningún templo albergará mi tumba ni habrá mármol escrito en mi honor. Ni siquiera matando a Nemok. Todo el mundo diría que quien ganó este combate fue mi señor, que lo habría herido mortalmente antes. Incluso mi segura muerte será olvidada. “Los escuderos nunca reciben honores”.

Nemok suelta una carcajada. No se pone el casco. Sabe que no lo necesita contra un gordo como yo. El miedo me quema. Quiero salir corriendo. La ira ha bajado lo suficiente como para darme lucidez. Debería huir…

Miro al fondo. Sus soldados aguardan. Y sé que detrás de mí están los míos, que también esperan. Y sus mujeres. Y sus hijos. Y no sé cómo, empiezo a correr. Pero no hacia atrás, sino a por Nemok.

No logro tocarle. Ni rozo su espada. Él no sólo me esquiva. Mi pierna sangra y ni siquiera he visto cómo me ha cortado. Lo encaro. Adopto la postura que tantas veces vi en mi señor, pero yo no llevo refuerzo de hierro. Nemok se acerca andando, confiado. Todo pasa muy rápido. Siento cómo la espada se clava en mi barriga, pero tarda en cortar toda esa grasa. Nemok no ve la daga de mi mano izquierda, y yo agradezco al Divino que no quisiera ponerse el casco. Los dos caemos sobre el polvo. Él sangra a borbotones por el cuello y chilla. Se tapa la herida con la mano, pero no sirve de nada. Basta ver cómo el polvo traga su vida a chorros para adivinar que no le queda mucho.

Mi barriga está abierta y no quiero ver lo que sale de ella además de la sangre. Sé que me espera una muerte mucho más lenta. Quiero gritar, llorar, pedir ayuda. No aguanto el dolor, me supera. Quiero que todo acabe ya, que el Divino me lleve de una vez. Pero el dolor no se va, sigue subiendo, y la sangre manando y el polvo bebiendo.

Mientras me retuerzo apretando los dientes miro al fondo, a todos esos hombres que no van a pasar por lo que yo. Al menos hoy no. ¿Cómo dijo el oficial? “Decenas de miles”.

Sí, decenas de miles…

Y sonrío.

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Polvo de Sangre por Diego A. López
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Diego A. López García

Como lector siempre buscó en las novelas ideas originales y trascendentes. Fue en la fantasía y en la ciencia ficción donde más las encontró. Varias de ellas, deseando nacer, andaban en pos de un escritor, pero sólo dieron con él. Le hechizaron, le obligaron a estudiar el oficio y alumbrarlas en una novela. Y desde entonces, sigue hechizado…

  Un comentario en “Polvo de Sangre por Diego A. López”

  1. Polvo de Sangre. Se me ha quedado la boca seca. 😀
    Es como una pelicula a camara lenta. Te deleitas con cada frase. Frases cortas que llegan. Y se quedan.
    Y sonrio.

    Genial relato, ¡¡felicidades!!

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