Cornelius Tamphels, es el encargado de investigar cada nuevo brote y su misión es descubrir porque, cuando y dónde tendrá lugar el siguiente.
Si quieres participar te recomiendo que consultes la página oficial. www.survivalzombie.es dónde encontrarás, todas las fechas y lugares de las siguientes infecciones.
Era una noche fría y oscura. Demasiado pronto para que diera comienzo la fiesta y demasiado tarde para que los que no hubieran abandonado el pueblo pudieran hacerlo ya. Cornelius paseaba tranquilo por el parque. Estaba seguro que los mercenarios y militares de La Corporación ya habrían llegado y estarían soltando Z’s en las calles principales.
Demasiado previsibles.
Los hombres de Pablo también estaban allí, esperando su momento. Sabían que si jugaban bien sus cartas hoy sería una noche decisiva para ellos. Conseguir el virus, golpear a La Corporación y recuperar a Cornelius en una misma noche. La navidad había llegado antes de lo esperado. Sin embargo había demasiada gente. Quijorna no es como Madrid, ni siquiera como la Puerta del Sol en hora punta. Era tarde, lloviznaba y hacía un frío de cojones y a pesar de todo eso las calles estaban llenas de gente, de curiosos que parecían que estaban esperando algo que muy pronto iba a ocurrir.
Había llegado la hora.
Cornelius empezó a caminar sin prisa hacia ese pequeño bar de la esquina donde tenía que encontrarse con Pablo. A los pocos segundos se escuchó el primer grito que rompió el tenso silencio de la noche. Un grito desgarrador, la fiesta había empezado antes de lo previsto y esa mujer había sido la primera invitada al banquete. Ahora las cosas empezarían a ponerse feas de verdad y Pablo no lo tendría nada fácil para salir con vida del pueblo. Como siempre WRG había mandado a sus mejores hombres para zanjar el tema de una vez por todas.
Casi tan rápido como los primeros infectados, aparecieron unos locos que pretendían tener la cura para el virus, una especie de secta que ofrecía protección y cobijo a los desvalidos. Aunque la única protección efectiva en estos casos es tener muy a mano una Ak-47 y salir pegando tiros del pueblo. Aceptando que esos tipos no se hubieran fumado nada raro y pudieran realmente controlar el brote en menos de una hora La Corporación, después de haberse divertido un rato y volver a comprobar que no podía controlar una infección ni en un pueblo de reducidas dimensiones, haría estallar la bomba.
No habían aprendido nada de todas las pruebas anteriores. Siempre en un brote zombie hay algo que se descontrola, algún zombie que decide abandonar la fiesta y salir a pasear a su aire, gente que no está donde debería estar, militares que al ver a su primer zombie en lugar de disparar empiezan a correr…demasiadas cosas pueden salir mal como para que se puedan controlar y restablecer el orden una vez soltadas las hordas asesinas. Demasiadas.
Ya casi había llegado. Otra de las innumerables ventajas de estar infectado, uno puede pasearse entre las hordas como si estuviera de fiesta un sábado por la noche y no hace falta ni ponerse a gruñir, ellos hacen todo el trabajo sucio. Por el camino habían caído otros cuatro civiles. La abuelita del quinto, incapaz de correr y demasiado curiosa como para acercarse a ver sin las gafas de lejos; no había mucha carne pero la horda estaba hambrienta. El repartidor de pizzas, nadie le había avisado que repartir pizzas en medio de un apocalipsis zombie se considera un trabajo de alto riesgo, debería haber pedido un aumento de sueldo y una moto algo más rápida. Y luego estaban esos dos tipos raros, vestidos con sus capas blancas e invocando a Los Hijos de la Luz. Fue incluso divertido ver como intentaban parar a cientos de zombies hambrientos haciendo figuritas con las manos en el aire. Os lo advertí, mejor usad un subfusil de asalto. Solo tenéis que apuntar bien a la cabeza.
Allí estaba, esperando, sentado en una de las esquinas del bar como si nada de lo que ocurría fuera de esas cuatro paredes le importara lo más mínimo. Sus hombres luchaban y morían, los mercenarios de La Corporación también. La resistencia y esos locos de la luz hacían lo propio. Los zombies indiferentes a la lucha que se estaba librando seguían su camino en busca de más comida. El aperitivo de abuelita no había estado mal pero tocaban a poco por cabeza. Algunos ciudadanos se creían a salvo tras las resistentes puertas de sus casas. Aguantarían más que los que se aventuraban por las calles de Quijorna pero era solo cuestión de tiempo, algo que cada vez escaseaba más y más.
El plan de Cornelius estaba funcionando a la perfección. Los hombres de Pablo y los militares y mercenarios de La Corporación estaban acabando unos con otros, la resistencia aportaba su granito de arena a la lucha y luego estaban esos… bueno, esos locos de la luz intentando quitarles la comida a los hambrientos zombies. Que desconsiderados, tal vez tendría que hacerles una visita y que comprobaran en sus carnes cuán efectivos eran sus métodos contra el virus Z. Lo que tenía totalmente desconcertado a Cornelius era la tranquilidad de Pablo. Esa mirada serena como si todo estuviera ocurriendo según lo planeado no le gustaba lo más mínimo. De pronto, aparecieron varios mercenarios por la puerta trasera.
-Señor está todo a punto. Todo el perímetro está minado y los explosivos colocados en intervalos de 2 metros. Nadie va a salir con vida de este pueblo, ni militares, ni nadie de la resistencia, ni ninguno de esos tipos con capas blancas.
-Perfecto, ha llegado el momento de largarse y empezar nuestra propia guerra. Ordenad que todos los hombres que sigan con vida se replieguen y se dirijan al punto de extracción Z-21
-¿Punto de extracción?- soltó Cornelius demasiado sorprendido para poder mantener la boca cerrada.
-Si apreciado Cornelius, este túnel nos sacará del pueblo a todos sin tener que andar jugueteando con esos apestosos ni con los zombies. Tal y como habías dicho ¿Qué podría pasar en un pueblo tan pequeño? Entrar, coger el virus y salir. Sencillo, sin fisuras y como siempre un paso por delante de ti. La inteligencia nunca fue tu mejor habilidad y ahora….- Zas, un directo a la mandíbula lo dejó inconsciente. Segundos más tarde volvía a estar atado y dentro de un saco camino de algún lugar bajo las calles de Quijorna.
En pocas horas todo el mundo estaría muerto y los amigos de La Corporación se llevarían una buena sorpresa, su bomba no era la única esa noche.
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