Cornelius Tamphels, es el encargado de investigar cada nuevo brote y su misión es descubrir porque, cuando y dónde tendrá lugar el siguiente.
Si quieres participar te recomiendo que consultes la página oficial. www.survivalzombie.es dónde encontrarás, todas las fechas y lugares de las siguientes infecciones.
Ser zombie después de todo tenía sus ventajas. Una tolerancia al dolor por encima de la media. Un nivel de inmortalidad cercano al de los vampiros. En realidad después de varios días encerrado en ese contenedor incluso le parecía buena idea dejarse llevar y dejar de pensar, eliminar cualquier rastro humano que aún quedara en su cuerpo, así todo sería mucho más fácil. La Corporación, la resistencia, los mercenarios de Pablo…todo se veía desde una perspectiva muy diferente encerrado en un congelador. Incluso podría quedarse así durante varias décadas, esperar a que todo pasara y luego marcharse a su casa tranquilamente a disfrutar de un buen helado de vainilla. Pero era su parte humana la que pensaba eso. Su parte débil, con sus temores, sus miedos, su resistencia a seguir luchando por unas horas más de vida. Cornelius quería acabar con todo, dejar de esconderse, de correr al ver a los militares, de correr al ver a los zombies, de correr al ver a sus amigos, si es que aún le quedaba alguno, para evitar hacerles daño. Estaba solo pero eso no era lo peor, lo peor era sentirse completamente solo.
Sin embargo era esa misma parte humana la que, aunque fuera de una manera débil y sutil, le incitaba a seguir luchando por salvar lo poco que quedaba de él; a buscar venganza y ese era un sentimiento muy poderoso. ¡¡¡Venganza!!! Y solo la iba a conseguir de una manera, saliendo del congelador y empezando a repartir ostias a tutiplen. Le daba lo mismo a mano abierta, con un bate de béisbol o con ese SSK 950 que podía ver apoyado en la pared. Solo había un problema, estaba congelado, completamente congelado y dentro de una cámara frigorífica esperando su turno en la mesa de operaciones.
Fue entonces cuando lo vio por primera vez. A decir verdad todos ellos se parecían demasiado, pantalones de militar, camisa de militar, botas de militar, incluso llevaban un corte de pelo estilo militar. Además el hecho constatado que todos se llamaran Fernández tampoco ayudaba mucho a diferenciar unos de otros. Pero ese le llamó especialmente la atención.
No había nadie en la habitación de operaciones, los dos científicos, con cara de no haber dormido durante las últimas siete semanas, habían salido a fumarse un poco de lo que les mantenía despiertos durante tantas horas en ese cuartucho pequeño. Fuera lo que fuera tendría que pedirles un poco cuando saliera del congelador. Entonces entró Fernández, sin abrir la luz, sin hacer ruido. Se acercó a la puerta y la abrió. Se acercó hasta el ordenador que había encima de la mesa y empezó a teclear. Luego colocó un pequeño recipiente con algo que parecía ácido de bateria mezclado con tinte del nº 5 encima de la torre. Fuera lo que fuera en pocos minutos habría perforado todo el vaso y todo el disco duro del pc. Lo anoté en mi lista de productos de la compra para cuando dejara mi estado actual de hivernación, que a juzgar por el aumento repentino de la temperatura iba a ser más pronto de lo esperado.
Entonces aparecieron de nuevo las preguntas y con ellas la necesidad de escapar, de volver a huir de nuevo. ¿Quién era ese tipo? ¿por qué parecía conocerme? ¿y por qué tenía que avisar a la resistencia?
Debajo de ese mensaje que aún se podía leer en la pantalla del pc solo dos nombres, Aviá y Poblete.
Ya no estaba allí. Tal y como había entrado había salido de la habitación, sin ruido, sin dejar rastro. La única persona que podía contestar a mis preguntas había desaparecido.
Cinco minutos más tarde ya podía mover los dos pies y las manos, pero todavía estaba demasiado congelado para poder salir por mi propio pie de la sala y mucho menos para poder llegar hasta la SSK 950 que me esperaba pacientemente muy cerca de la puerta.
No iba a funcionar, después de 7 minutos el proceso de congelación aún no se había revertido y los científicos estaban al caer. Por muy buena que fuera la hierba que se fumaban ningún científico permanecía fuera de su puesto de trabajo más de diez minutos al día. Llevaban demasiado retraso con los zombies. Y los resultados de las anteriores pruebas dejaban mucho que desear. El señor de la pasta no estaba contento y no hay que cabrear al señor de la pasta, si no las cosas pueden ponerse muy feas.
El ácido había hecho su trabajo, demasiado bien. Empezaban a saltar chispas del pc. Demasiadas chispas, demasiados papeles esparcidos en la típica mesa de un científico loco. El resultado no se hizo esperar. Dos minutos más tarde, lo que antes eran pequeñas chispas se habían convertido en fuego. Eso aceleró el proceso de descongelación. Los dos zombies que tenía delante empezaron a gruñir como solo un zombie sabe hacer, tenían hambre y salían a buscar comida. Yo solo tenía sed, sed de venganza. Cuando el primer zombie llegaba a la puerta saltaron todas las alarmas. Demasiado tarde para el científico que la abrió. El primer mordisco en el cuello ahogó sus gritos en su propia sangre. Un segundo mordisco le desgarró su oreja izquierda aunque, a juzgar por la reacción del zombie, no se iba a contentar con tan poco desayuno. Luego llegó el segundo y empezaron a destripar ese pequeño cuerpo ahora completamente rojo de la sangre que brotaba de su cuello. Fue una muerte rápida pero dolorosa. Su compañero fue quién activó todas las alarmas y yo aún estaba lejos del SSK 950, ansiaba tenerlo entre mis manos para poder ajustar algunas cuentas.
Mientras tanto esas palabras seguían resonando en mi cabeza…Avisa a la resistencia. Aviá. Poblete. Ese tipo era un auténtico Fernández, en lugar de mandarme un correo electrónico con todos los detalles me dejaba escrito un mensaje estúpido y sin sentido.
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