2- El Ángel de la Muerte.
Creo que la medicación que me ha inyectado el Potestad es lo que me mantiene mi cabeza en ese eterno sopor. Me pesan los párpados, pero al menos el dolor que siento en mis alas ha cesado.
»Santa María Madre de Dios…
Escucho los rezos de una mujer. ¿Puede ser que los Querubines me hayan asignado a un nuevo mortal? ¿Es que no saben que estoy herido? Pero las plegarias cesan inmediatamente. Intento establecer el vínculo con esa persona, pero no hay respuesta. Creo que los calmantes están interfiriendo en mis habilidades. De repente, el corazón me da un vuelco.
Hay tristeza flotando en el ambiente, un sentimiento de pesar que me estremece. Intento abrir los ojos y veo una silueta oscura que se mueve alrededor de mi cama. Poco a poco mi visión se va aclarando y veo al ángel que está frente a mi. Tiene el pelo largo y negro y una cara con rasgos refinados. Sus ojos, brillantes como la luz que produce la explosión de una supernova, no se atreven a mirarme y repasan con minuciosidad todos los elementos de la habitación: los monitores a los que estoy conectado, la cama en la que me hallo postrado, el armario cerrado ─que seguramente estará vacío. Se acerca a la cabecera de la cama y toca la cortina que usan los médicos para preservar mi intimidad. Viste con un traje de tweed gris, con un chaleco, también gris, del que cuelga un reloj de bolsillo. En su espalda, replegadas sobre sí, tiene sus alas, negras como la noche más oscura.
─Así que ya has vuelto…
─Eso parece. ¿Quién eres? ─como había dicho Azazel, los Serafines seguramente vendrían a preguntar, pero aquel ángel solo tenía un par de alas, no tres como el cuerpo de seguridad.
La pregunta parece pillar por sorpresa al desconocido.
─Bien… esto es bueno… ─habla entre susurros, pero puedo escucharle.
─¿Qué es bueno?
─Que no te acuerdes de mi.
De repente la cara de aquel ángel cambia y su inexpresiva serenidad se vuelve agresividad.
─Por tu bien, Nael, espero que no te acerques a Babel ─su voz suena entre amenaza y advertencia─. Por la cuenta que te trae, no te acercarás ni a su sombra. ¿Entiendes?
─¿Cómo que no me acerque? ¿Es que acaso sabes algo?
La verdad es que es extraño, porque siento que le conozco; la sensación de tristeza que le envolvía me era familiar, como si estuviese acostumbrado a ella. Veo que se acerca a la ventana y la abre. Pone un pie en el alféizar y me lanza una última mirada llena de… ¿añoranza?
─Da igual lo que yo sepa… Si quieres seguir con vida, no vuelvas a pisar Babel…
Intento levantarme para evitar que salte pero los cables a los que estoy atado, y el dolor de mis alas me lo impiden. No puedo evitar verle abrir sus alas negras y salir volando.
La sensación de tristeza desaparece en cuanto se va. Entiendo, pues, que aquel ángel forma parte del escuadrón de los Ángeles de la Muerte, los incomprendidos encargados de segar las almas de los humanos que yo he de proteger. Pero aún así no tengo claro si ese cuervo ─como los suelen llamar─ es amigo o enemigo.
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