Mar 022015
 
 2 marzo, 2015  Publicado por a las 11:11  Añadir comentarios

La batalla estaba en su apogeo. Los dos contendientes se batían sin ningún orden ni control, recrudeciendo la lucha. La montura bufaba nerviosa, Pasdria luchaba valientemente. El propio rey tenía que pelear junto a sus hombres. El olor a sangre reseca inundaba su sentido del olfato. La corona de laurel se encontraba impregnada con sangre de los hombres muertos. El caballo de Pasdria, el caballo real, sudaba por el calor de las miles de almas allí reunidas y aquel olor característico le hacía ponerse aun más tenso.

El rey luchaba para defender las fronteras de su reino. Un sin sentido para muchos, demasiadas vidas sesgadas por un trozo de tierra. Incluso Pasdria había tenido que intervenir en la contienda para poder dar ejemplo a sus hombres. Golpeaba una y otra vez desde su montura, se quitaba de encima a sus enemigos, mientras su guardia personal trataba de mantenerle con vida aunque, poco a poco, uno a uno, los soldados iban cayendo bajo el filo de las armas de sus enemigos.
Relatos de Fantasía - Batallas y Traiciones
Una pica lejana le atravesó la pechera, la parte delantera de la montura, y le hizo caer al suelo de rodillas. El caballo se desplomó hacia un lado, arrastrando a Pasdria con él. El corcel bufó una vez y se quedó inmóvil, aprisionando al rey contra el suelo. Los soldados trataron de levantar el cuerpo sin vida del animal, sin conseguirlo. Se encontraban en mitad de la lucha y tenían suficiente con preocuparse por ellos mismos.

Pronto, la noticia de la caída del rey se propagó entre amigos y enemigos, avivando la sed de sangre de unos y otros. Un nutrido grupo de guerreros se abalanzó sobre la figura de Pasdria, quien intentaba desesperadamente cortar las cintas que le aprisionaban a su montura, con la punta de una daga. Un comandante ambicioso y ávido por ganarse una reputación, se dirigía, junto con sus hombres, a terminar con la vida del rey enemigo y poner fin de una vez por todas con aquella contienda. No les costó mucho plantarse delante de la guardia personal de Pasdria y, en un duro enfrentamiento, ir acabando con la vida de aquellos defensores, que dudaban en dar su vida por la de su rey.

La cincha cedió en el último momento y Pasdria pudo zafarse e impedir in extemis, que la hoja de una espada terminara con su vida. Se giró desde el suelo, viendo llegar de nuevo el filo de la muerte. Buscó a su alrededor y no le resultó difícil encontrar algo con lo que defenderse. Por todos lados había armas dispersas en el campo de batalla, de los cuerpos que yacían muertos en torno a él. Aferró uno de aquellos aceros y detuvo el golpe en el último momento. Aún tenía en la otra mano la daga que lo había liberado y, mientras saltaban pequeñas chispas producidas por el roce de los dos metales, hundió en la boca del estómago de su enemigo, el largo de la daga. La resistencia de las dos espadas fue cediendo y Pasdria acompañó la caída del cuerpo de su enemigo hasta que tocó el suelo, pero sin soltar ninguna de las dos armas.

Se levantó y vio cómo el último miembro de su guardia personal perecía bajo la espada del comandante enemigo, quien buscaba con la mirada la figura del joven rey. Pasdria sintió cómo la muerte le acechaba por momentos, una punzada se hundía en su corazón sin que pudiera hacer nada por quitársela de encima. Sentía miedo. Se encontraba en la más absoluta soledad, era como si los miles de guerreros que luchaban junto a él se hubieran esfumado en un segundo, de golpe.

Un último acto de valentía hizo que el rey se lanzara insensatamente contra aquel comandante que buscaba su propia gloria, sorprendiéndole. Un tajo cercenó el miembro de uno de aquellos soldados y la daga mordió el cuello de otro. Pero eran demasiados para el rey, un fuerte empujón lo derribó y por un instante Pasdria perdió el conocimiento, estaba aturdido. Vio la cara del hombre que estaba dispuesto a terminar con su vida, estaba disfrutando el momento. «Maldito bastardo» pensó el rey.

Unos cascos sonaron a su izquierda y una larga lanza atravesó el pecho de aquel ambicioso comandante. Pasdria observó el estandarte de los Vacceos, de su pueblo, mientras una voz familiar le dijo:

— ¡Vamos! ¡Sube! —Argos le tendía la mano.

II

— ¡Podrías haber muerto! —le dijo Gabrielle preocupada.

— Me debo a mi rey, no puedo dejarlo morir.

— ¿Y yo qué? —contestó con lágrimas en los ojos.

Argos la abrazó con fuerza, mientras ella le limpiaba la sangre reseca que se adhería a su piel. El paño húmedo le hacía temblar cada vez que ella le frotaba la piel por encima de las manchas rojas que recorrían su cuerpo, fruto del fragor de la batalla. Gabrielle le inspeccionaba cada palmo de su cuerpo, en busca de pequeñas heridas que pudieran pasar inadvertidas, para después infectarse. El caballero la miraba como a una diosa, sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero aún así no podía dejar de sucumbir a sus encantos.

Su heroísmo le había llevado a granjearse la gratitud de Pasdria, la gratitud de un rey. Ese mismo día sería nombrado valido real y eso le otorgaba el derecho de entrar en el círculo más cercano al rey, traduciéndose en unos privilegios a los que muy pocos podían optar. Argos era un caballero, uno de los hombres en los que más confiaba Pasdria y uno de sus generales más leales. Cuando recogió a su rey de las frías campas de Cauca, la batalla se estaba decantando hacia el bando amigo y, aunque la victoria estaba comenzando a fraguarse, la pérdida del rey habría podido desembocar en una guerra que tal vez hubiese perdido.

La ceremonia de investidura se celebraría pronto y Gabrielle se afanaba por dejar al caballero lo más impoluto posible, sin ningún rastro de la lucha del día anterior. Llevaban tiempo viéndose a escondidas e intentaban no acercarse mucho el uno al otro, pero cuando lo hacían se desataba una pasión contenida entre ambos.

Gabrielle le hizo introducirse en una pequeña bañera de cerámica, para terminar de acicalarle y después perfumarle. Tenía que estar perfecto para el gran rey de los Vacceos, quien le concedería un puesto en la corte, impensable para alguien que no formaba parte de la nobleza.

Argos se vistió con el uniforme de gala, se ajustó el cinturón y se dispuso a despedirse de su amada: Gabrielle. La aferró con sus fuertes brazos y la besó apasionadamente, no sabía cuándo volvería a estar cerca de ella, y menos cuando pasara a formar parte del séquito real. En ese momento la puerta se abrió y Pasdria entró en la habitación. Por un momento el rey no asimiló lo que vieron sus ojos. Los dos amantes lo miraron con sus rostros muy cerca el uno del otro, y vieron cómo defraudaban al rey por el que todos profesaban una gran devoción.

Pasdria bajó la mirada desconcertado. Estaba decepcionado. Dio un paso atrás, saliendo de la habitación y cerrando la puerta tras de sí. Hubiera preferido morir en las campas de Cauca, a ver a la reina en manos de otro hombre, en manos del caballero que le había salvado la vida hacía apenas un día.

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La desolación de un rey por Sergio García
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Sergi García López

Aficionado a la fantasía épica y a la historia, tanto en cine como en novela, ha crecido leyendo a Tolkien y Massimo Manfredi entre otros. Su formación técnica en informática no le ha impedido dejar volar su imaginación y lanzarle a plasmar sobre el papel la magia de sus propios mundos, guiado por la creatividad y las ganas de compartir nuevas historias.

  3 comentarios en “La desolación de un rey por Sergio García”

  1. Muy guay, Sergio. No me esperaba que la traición iba por ahí 🙂

  2. Muy buen relato, me gusta el combate, la tensión del momento, la lucha por proteger al rey… La traición, al parecer doble, jejeje… Eso sí, una pequeña precisión: para un relato tan corto, sugeriría que se buscaran sinónimos de rey, porque se repite creo que demasiado: monarca, gobernante, etc…

  3. ¿Doble traición? Ahí, ahí; subiendo el listón :p

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