Sep 162015
 
 16 septiembre, 2015  Publicado por a las 11:11  Añadir comentarios

Yánder comenzó a abrir los ojos con suma dificultad. Confuso, las primeras imágenes le llegaron bajo un suave velo rosado. No tardó en entender que se trataba de su propia sangre emborronando su vista, proveniente de una herida en la frente que debía tener una profunda relación con las punzadas de dolor que sufría.

Intentó incorporarse, aunque tener las manos atadas a la espalda no ayudaba en absoluto. Fue tras varios intentos, mientras se zarandeaba hacia atrás y hacía uso de sus piernas, cuando al fin logró adoptar una mejor postura, sentado sobre el suelo y apoyada la espalda en la cercana pared.
Relatos de Fantasía - Calabozos
Poco a poco, algo más definidas las formas de cada objeto a su alrededor, comprendió que continuaba en los calabozos, lugar al que acudió junto a su subordinado más inmediato para comprobar el estado de uno de sus más recientes prisioneros. Aún no había normalizado su visión, pero era capaz de distinguir las rejas de las celdas a cada lado del pasillo bajo la tenue luz arrojada por las lámparas de aceite.

Una serie de preguntas se sucedían en su mente, sin tiempo para contestarlas mientras cada una solapaba la anterior. ¿Qué había pasado? ¿Por qué se encontraba maniatado? ¿Quién fue el autor de semejante acción? No obstante, las respuestas llegarían pronto.

Al frente oyó lamentos que surgían de distintas gargantas. Sin embargo, no se trataba del sonido al que se había acostumbrado a oír en aquellas dependencias. Lo notó… distinto. La intensidad, el volumen… No había gritos que clamaran ser liberados, una nueva ración de comida o su propia inocencia ante los hechos por los que fueran encarcelados. En su lugar, aun siendo voces también desesperadas, el dolor mostrado era más profundo, involuntario. Yánder no supo interpretarlo, no al menos hasta que sus ojos fueron capaces de advertir los bultos a no demasiados pasos de su posición, cadáveres a los que no pertenecían dichos lamentos. Aquellos eran soldados, los destinados a custodiar a los prisioneros. Se lo indicaron las livianas y oscuras armaduras, aún más negras sí cabía entre aquellos húmedos muros.

El corazón del suboficial volvía a latir a gran velocidad. Así, haciendo acopio de fuerzas renovadas, logró ponerse de pie. Ahora disponía de un mayor campo visual del pasillo, en el que contó hasta seis cuerpos, todos inertes sobre extensos charcos de sangre. Entendió por ello que los continuos lamentos que aún seguía oyendo provenían del siguiente tramo de los calabozos, girando a la derecha al fondo del pasillo en el que se encontraba.

Maniatado como se encontraba, dirigió sus pasos hacia la puerta que le llevaría escaleras arriba en dirección al siguiente nivel, donde podría ser liberado de sus ataduras. Por contra, el acceso estaba cerrado a cal y canto. Le dio la espalda, se puso de puntillas y agarró el tirador con sus manos, pero, por más que lo intentó, no consiguió mover la hoja ni un solo centímetro.

Un terrorífico alarido captó toda su atención, quedando inmóvil y con la vista puesta en el fondo del pasillo durante algunos segundos. ¿Qué debía hacer? En su situación no era rival para nadie y parecía claro que allí de donde procedían los gritos debería enfrentarse a algo o alguien en absoluta desventaja. Por otro lado, tenía la opción de esperar a la llegada del relevo de los guardias cuyos cadáveres descansaban a sus pies, aunque tampoco sabía cuánto tiempo había permanecido inconsciente y si el siguiente turno accedería a los calabozos antes de que su integridad física se viera aún más comprometida.

Dudó un poco más, pegada su espalda a la puerta, cuando un nuevo alarido, más agudo y espeluznante que el anterior, inundó los calabozos. No, no podía quedarse allí parado, arriesgándose a perder la cordura mientras su imaginación empeoraba cada vez más la situación. Quizá, sólo quizá, no fuera mala idea, o no del todo, asomarse por la esquina y comprender a qué se enfrentaba. Sólo por eso, por entenderlo, avanzó con lentitud entre los cuerpos de los guardias muertos. En ellos vio profundas heridas a través de las cuales los abandonó su sangre. No obstante, lo más extraño fue comprobar que se hubieran desprendido de algunas partes de la armadura, lugares como los brazos en unos, piernas en otros e incluso el pecho en el más alejado, desprotegidas articulaciones que los terribles cortes casi cercenan.

Al fin alcanzado el término del corredor, pegó un hombro a la esquina, procurando no dejar demasiado de sí a la vista. Sus ojos no pudieron sino abrirse de par en par ante lo que divisaban.

En el nuevo espacio, teñido de rojo suelo y paredes, no sólo le conmocionó encontrar más cadáveres, en mayor cantidad y pertenecientes a todas luces a los presos, por sus harapos como vestimenta, sino ver que las cabezas y otros miembros quedaban desperdigados sin orden alguno a lo largo del pasillo. Sin duda, el autor o autores de dicha masacre debieron darse prisa a la hora de despachar a los guardias, los verdaderos rivales a batir en los calabozos, mientras a los prisioneros les dedicaron mayor tiempo y esfuerzos.

Los sollozos y gemidos crecieron en volumen, mucho más cercanos ahora. Sin embargo, el suboficial no vio al frente al causante de tal horror.

Movido por la sinrazón, pues de hacerlo en sus cabales no hubiese dado un sólo paso hacia delante, comenzó a sortear los irregulares pedazos humanos mientras sus pies se empapaban de la sangre acumulada en las grietas y agujeros del suelo. A los lados, abiertas las oxidadas puertas de las amplias celdas en las que sus ocupantes se encontraban encadenados a columnas y paredes, divisó aún más cuerpos mutilados, algunos aún agonizantes que dejaban escapar la vida con dolorosa lentitud por las heridas recibidas.

Con la boca a medio abrir, temblorosos los ojos mientras cambiaban de objetivo, Yánder no entendía la causa para producir semejante tormento. Delincuentes de poca monta la mayoría, asesinos algunos y estafadores y ladrones otros tantos, pero ya se encontraban cumpliendo condena por sus delitos; no era necesaria esta matanza, violenta y cruel, despiadada e inhumana contra personas que no podían haberse defendido.

Detuvo su avance un momento, cuando oyó el agudo chirriar de una de las puertas de barrotes. No supo si se abría o cerraba, no en un principio, pero poco importaba cuando ante él se materializó una alta y corpulenta figura vestida con su misma armadura. Y se había percatado de su presencia, tras lo cual giró su cuerpo hacia él. Sus movimientos eran lentos, mostrando una tranquilidad que Yánder no creía posible en una situación como esa.

Durante un breve periodo de tiempo, ninguno se movió, siendo el recién surgido de una de las celdas del fondo el que tomó la iniciativa. Levantó sobre su cabeza un descomunal hacha, que hasta el momento había pasado desapercibido para su observador, y lo bajó veloz hacia un hombre tumbado a sus pies, cuya vida debía pender del más fino de los hilos, al descubrir Yánder que se trataba de una de las personas que aún gemía, hasta que la ensangrentada hoja seccionó su tráquea. La cabeza rodó un par de pasos a un lado y el verdugo levantó una vez más su arma, apoyándola a continuación a su derecha.

La saliva se acumulaba en la boca del maniatado, ocupado en tragarla antes de ahogarse con ella, a la par que el sonido de su trabajosa respiración debía llegar hasta el dueño del hacha, que, de nuevo con pausados movimientos, se deshizo del yelmo. El terror tenía rostro, uno muy conocido para Yánder, pues reconoció en él a un compañero de armas con el que casi había compartido sus diecisiete años de carrera en el ejército.

Las palabras se agolpaban en su mente y su lengua se trababa, imposibilitándole articular una sola palabra coherente, ante lo cual sonreía divertido el de enfrente. Este dio algunos pasos hacia Yánder, mostrando en su grave voz una tranquilidad desquiciante.

—Pareces sorprendido, compañero.

Al fin, con la sangre helada y un más que aparente temblor en sus piernas, Yánder acertó a contestar.

—¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto?

—¿Y por qué no?

¿Existía alguna peor respuesta para darle? Lo conocía bien como militar, tras los duros días de entreno como soldados o durante la intensa instrucción para lograr el ascenso hacia la escala de suboficiales. Pero ese hombre… tenía algo extraño, todos lo veían. Nunca participaba de las juergas en las que los compañeros reforzaban su amistad, ni mantenía ningún tipo de conversación cuando alguien procuraba saber algo más de él. Frío y solitario, destacaba como combatiente y poco más les interesaba a los altos mandos, pero nadie se preocupó por conocer los misterios que se guardaba sobre sí mismo. De dónde procedía; qué había sido de él antes de ingresar en el ejército; si tenía familia… No sabían nada de él.

Ahora, Yánder, sin duda golpeado por él mismo nada más poner un pie en los calabozos, era testigo de una auténtica pesadilla que como autor tenía a aquel por el que nadie se interesó más allá de sus capacidades para la lucha, y en su cabeza algo no debía ir bien. ¿Cómo puede armarse a una persona que es capaz de protagonizar tal horror? ¿Es que nadie podía haberlo visto venir? ¿O había una razón lógica para lo que había sucedido?

El corpulento hombre seguía avanzando hacia Yánder, levantando el hacha cuando alcanzó el punto medio del pasillo para sujetarlo con ambas manos.

—¿Qué motivo hay para hacerles esto? —volvió a preguntar mientras aún escuchaba algunos lamentos y jadeos—. ¿Qué bien puedes sacar de esta masacre?

Sus párpados se cerraron un poco más, a la par que inclinaba levemente la cabeza y apretaba con mayor fuerza sus manos sobre el mango.

—Soy malo… y me gusta.

Yánder ya no hacía caso al desbocado corazón que amenazaba explotar en el interior de su pecho, ni al sudor que empapaba por completo su cuerpo bajo la armadura recién estrenada un par de semanas antes, cuando al fin consiguiera el tan deseado ascenso. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas, con la vista puesta en los ojos de un auténtico demonio. A continuación, ningún sonido llegó hasta sus oídos y la vista se le nubló una vez más, esta vez por lágrimas en lugar de sangre. Al frente sólo vio una mancha oscura, la cual evitaba, por su cercanía, que la luz de la más cercana de las lámparas incidiera sobre él, al tiempo que sintió el frío contacto del hacha sobre su cuello.

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Sinrazón por Jorge A. Garrido
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Jorge A. Garrido

Gran apasionado de los videojuegos, sobre todo los de aventura y rol, amante de buenas películas épicas y fantásticas, lector de toda una saga como Dragonlance, en mis escritos encuentras cierto halo de misterio o el querer vivir una gran aventura alejada de la limitada realidad que nos rodea.

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