Sonia Centeno

Sonia es una persona vital, alegre, con muchas ganas de hacer cosas nuevas y de aprovechar cada minuto de su vida. Y con muchas ganas también de contar historias. La fantasía le permite crear todo de la nada, mundos, objetos, personajes. En ella todo es posible.

May 142014
 
 14 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  9 comentarios »

Dicen que hay hechos que nunca se olvidan y permanecen en el tiempo durante siglos, aunque al hacerlo se van distorsionando y se convierten en leyendas lejanas que nadie sabe ya si fueron ciertas. Mi nombre es Clediste y soy una völva. Todos creen que alguna vez existimos pero que somos parte del pasado. Sin embargo no es cierto.

Las völvas somos mujeres capaces de tener premoniciones y adivinar en los sueños las cosas futuras. Realizamos un viaje mediante un ritual que se celebra al anochecer, y el guía nos abre la puerta para ayudarnos a cruzarla. Se nos toma por brujas y se nos persigue y ejecuta, por eso hacemos que nadie note nuestra existencia.

Me acerco muy despacio a lo alto de la colina donde descansan las viejas ruinas del castillo, rodeadas por kilómetros de bosque y desde donde se podían divisar los dominios del rey.

El lugar me produce inquietud, no me siento tranquila en él. Recorro el viejo camino de tierra y el amortiguado sonido de mis pasos me traslada a otro tiempo, mientras una sensación me atraviesa el pecho como una lanza y puedo ver a las gentes que pasean por él con sus gastados zapatos de cuero y sus ropas pobres y grises en dirección a la ciudad.
Relatos de Fantasía -  Carretas en el Camino
Unos transportan mercancías en deslucidas y destartaladas carretas que un esquelético asno trata de arrastrar, los menos afortunados llegan allí tras varios días caminando para conseguir unas monedas a cambio de lana, cuero o harina, y muchos otros simplemente intercambian una cosa por otra. Pero todos ellos me hacen sentir que son seres pobres y llenos de tristeza. Desearían estar en el lugar de los nobles a pesar de que todos sean casados por conveniencia, viviendo y yaciendo con esposos y esposas por los que no tienen ningún sentimiento y por los que seguramente no lo llegarán a tener nunca. Pero al menos tendrán comida en su mesa y casas lujosas y acogedoras con lechos mullidos en los que descansar, en lugar de dormir entre las pulgas y piojos que salen en la paja sobre la que ellos se echan después de trabajar en los campos desde la salida hasta la puesta de sol.

Cuando cruzo el muro de piedra que rodea la ciudad, de nuevo vienen a mi mente sus imágenes sin rostro, las de aquellas personas que vivirán en aquel laberinto de casas de madera ubicadas de cualquier manera y en cuyos suelos de barro todos vierten sus desechos y orines. Casi puedo escuchar el ladrido de los perros y el cacareo de las gallinas que merodean por las calles con las patas llenas de aquella inmundicia, picoteando y mordiendo cualquier despojo medio podrido que puedan encontrar. Puedo presentir el bullicio de aquellas calles recorridas por mujeres que levantan sus faldas para librarse del barro y la suciedad camino del mercado, mientras los hombres que no van a los campos golpean con sus martillos en la herrería, fabrican piezas de artesanía, empuñan sus punzones para modelar el cuero o trabajan en el molino, regresando después a casa y encontrando en su mesa un triste plato de agua caliente que habrá sido hervido con verduras y quizás algo de tocino.

Sin embargo es cuando miro a mi derecha, hacia lo que parece ser un callejón, cuando empiezo a sentir el dolor de lo que ocurrirá. Veo la oscuridad, escucho los gritos de aquellos que serán pasados a cuchillo y los llantos de sus mujeres. Puedo oler la sangre de sus muertes.

Hay un silencio que apenas puede notarse pero rebota en la piedra de las paredes de aquellas pocas casas que aún se mantienen en pie. Rozo con mi mano una de ellas y el frío me atraviesa, haciéndome presagiar el miedo de las gentes que huirán sin saber dónde esconderse mientras sus casas serán incendiadas incluso con sus familias dentro. Lo único que pueden hacer, desarmados y aterrados, es correr.

Sigo caminando hasta que bajo mis pies el barro desaparece y en las cercanías del castillo el suelo se convierte en piedra. Allí adivino el sonido del viento atravesando los huecos de la pared del muro. Desde las torres seguramente los soldados vigilarán el foso día y noche para evitar que lo vacíen y construyan sus torres de asalto, los ballesteros dispararán sus flechas y rociarán a los asaltantes con aceite hirviendo. Sin embargo el silencio es inquietante, como si realmente nunca hubiese ocurrido nada.

Atravieso la puerta principal. Aún quedan restos de la barbacana que se sitúa sobre ella, aunque el rastrillo parece haberse deteriorado con el tiempo. Al fin estoy en el inmenso y solitario patio de armas. Y allí la veo a ella.

Es una niña y solo tiene doce años, pero cabalga en su palafrén custodiada por soldados mientras un dolor le quema la garganta porque se empeña en aguantar las lágrimas. Sabe que debe casarse con un hombre que le triplica la edad y abandonar su alma de niña por la imposición paterna, y sin embargo lamenta dejar atrás a su familia en lugar de sentir odio por ella. El caballo avanza lentamente camino abajo y ella echa la vista atrás, contemplando por última vez el lugar donde ha crecido y que recordará durante los años venideros para encontrar la fortaleza necesaria que le haga seguir adelante.

Allí tampoco logro sentir nada, solo silencio, y entonces a lo lejos la puerta de la capilla de piedra llama mi atención. Siento los susurros de las personas que se ocultarán allí, aquellos que han huido de sus casas y no sirven para luchar. Mujeres, ancianos y niños llenan con sus miedos aquel lugar, sabiendo que si los invasores entran todos morirán. Verán caer primero a sus hijos, después a sus padres y hermanos, y desearán ser ellos los primeros para no sentir tal dolor. Creo ver la puerta entreabierta y desde la rendija unos ojos espían el exterior.

A mi lado, la torre del homenaje se mantiene casi intacta, y es entonces al tocar su fachada cuando la angustia que siento es tal que tengo que arrodillarme para recuperar el aliento, mientras el corazón late desbocado. Allí sí ocurrirá .

Casi puedo escuchar el sonido de las espadas, el tajo de los miembros y los ruidos guturales de los hombres al morir. No es difícil, tan solo hay que encontrar la carne, la abertura entre las piezas de la armadura y dar un golpe certero. Casi siempre es mortal. En una batalla en campo abierto, los de las primeras filas saben que van a morir, y sin embargo una fuerza los mueve, empujando hacia delante como si la gloria estuviera en el cielo. Morir por su rey es su honor, y salvo los caballeros, que armados de placas se abalanzan sobre el enemigo desbaratando las primeras filas y buscando entre ellos a otros rivales que merezcan probar su espada, los demás se estrellan contra ellos como el mar lo hace contra las rocas.

Pero en aquel patio de armas aún no hay nada. Los soldados se aproximan observando la ciudad desierta plagada de cadáveres de aquéllos que no han sobrevivido al hambre después de llevar tres meses la ciudad sitiada. Las únicas casas que han quemado y las gentes que han ejecutado son las que no han tenido cabida en el castillo, porque seguramente su rey ha preferido sacrificarlas antes que gastar los suministros para alimentarlos. Confiaba quizás demasiado en aquel castillo que era en sí mismo un arma defensiva, y no creyó que los asaltantes pudieran aguantar tanto tiempo esperando a que cayeran. Sin embargo tres días atrás el enemigo ha izado una bandera azul, indicando que si rinden la ciudad dejará vivir a las personas que se hallen en ella. Al no obtener respuesta, el segundo día ha izado una verde, para avisar de que una vez tomada, matará a todos los varones pero perdonará la vida a mujeres, niños y ancianos. Ofendido por su silencio, ha alzado la tercera bandera de color negro asegurando que no quedará nadie con vida tras los muros del castillo cuando éste sea tomado.

El capitán empezará a darse cuenta de que quizás no ha habido respuesta porque no queda nadie ya con vida, pero aún con desconfianza mandará registrar todos los rincones, alcobas y salas en los que pudiera haberse escondido alguien.
Su paso por allí será solo casualidad, ni tan siquiera sus altos mandos recordarán su nombre, pero pensará que tomar la ciudad y derrotar a un rey desprevenido que ha enviado a sus tropas sanguinarias a conquistar tierras más allá de los territorios nevados del norte, es una buena ocasión para que no solo ellos, sino el mundo entero, lo rememoren.

Cuando recupero la respiración empiezo a ascender por la escalera de la torre del homenaje, aún sintiendo la confusión del capitán ante aquella ciudad desierta, y es entonces cuando siento que arrastran a una mujer escaleras abajo y la sacan al patio. Los gritos son aterradores y percibo el pánico que ella siente, sabedora de que su muerte es inminente. Sus ropas son demasiado caras para ser una criada y seguramente es la esposa del rey. A la fuerza y sin mucha resistencia, es colocada en el toro de Falaris, un enorme toro de bronce puro en el que se mete a la víctima y se hace debajo una intensa fogata. Éste se calienta y enrojece, sale humo por los orificios de la nariz y los de los ojos brillan con un siniestro color rojo mientras la mujer muere abrasada, no sin antes deshacerse en gritos que parecen hechos por el animal.

Quiero olvidar la escalofriante sensación que me produce su muerte y mientras subo la escalera de caracol, a mi alrededor noto la euforia de los que ascienden, gritando para asustar a los ocupantes del castillo que creen que se ocultan arriba. La escalera ha sido pensada para que deban girar a la izquierda dejando el flanco derecho descubierto, y entonces los ballesteros lanzan flechas desde arriba y aciertan en sus cuerpos. Los que caen son apartados y los que viene detrás no sienten miedo, como si la sed de sangre y muerte fuera más fuerte que la prudencia, como si morir a los pies del enemigo sin haber dado un solo golpe no importase, porque habrán abierto camino a los soldados que vienen detrás.

Y entonces lo veo, arriba, en el gran salón, permanece sentado sin defenderse, Éroto, el Rey Nórdico. Su mirada no se dirige a los soldados que entran, permanece vacío, probablemente hipnotizado por los gritos de su mujer y madre de sus hijos. Pero el capitán no cree que vaya a entregarse sin luchar, aunque de poco le servirá ahora que no le quedan soldados con vida. El capitán se aproxima dispuesto a hablarle, a darle una muerte digna de un rey como él, conocido en cien comarcas a la redonda. Pero aún no sabe que Éroto no se dejará matar por un simple capitán sin nombre.

Siento el peso de los pensamientos que se perderán para siempre en aquella sala, quedándose entre aquellas cuatro paredes de piedra que el tiempo irá silenciando, y necesito incluso apoyar mi cara en ellas para notar el frío y no salir del sueño.

El Rey Éroto es imponente incluso en el máximo silencio, y su presencia basta para intimidar a todo el que está en la sala, pero no piensa morir arrodillado ni vencido ni permitir que cobre vida el nombre de un desconocido y se escuche por encima del suyo por los siglos de los siglos.

Se pone en pie y todos permanecen alerta, pero ninguno se mueve mientras él camina hacia el capitán, lo fulmina con sus ojos azules casi transparentes y humedece sus labios lentamente observándolo con curiosidad. No le teme y eso indigna al capitán, que se siente diminuto, invisible ante un hombre que ni siquiera ha empuñado su espada y aún así cree que puede vencer. El peso de las sensaciones es tal, que miro a mi alrededor con los ojos alerta como si estuvieran realmente allí y aquello no fuese a suceder en unos años.

Es suficiente un gesto para que los soldados de Éroto salgan de todas partes, apareciendo de lo alto de la torre, de las almenas y la parte baja de las escaleras, habiendo aniquilado al ejército por la retaguardia y arrasando con aquellos que aún permanecen en la torre.

El silencio en el campo de batalla es algo que ocurre solo en la mente. El choque del metal de las espadas, los gemidos ahogados de los que son atravesados por ellas, el sonido de los cascos de los caballos y sus relinchos al alzarse en dos patas para machacar algún cráneo, suceden alrededor de los soldados pero no los escuchan realmente. En su cabeza apenas hay pensamientos, casi no oyen y repiten mecánicamente los movimientos que han sido duramente entrenados una y otra vez, atravesando cuerpos y esquivando golpes y espadazos.

En cambio en aquella sala ninguno ha visto lo que ha sucedido abajo, en el patio de armas, tras la muerte de la mujer, ni en las calles cercanas en las que se construyen aquí o allá las casas. Lo único que han visto es que ni el hambre ni los soldados han podido acabar con Éroto el Rey Nórdico, cuya astucia será conocida durante siglos, vaciando la ciudad para hacer creer al enemigo que ha sido vencido y convirtiéndola en una trampa mortal. Siento que el capitán no parece percibir que ha fracasado, no acepta que ése será el momento de su muerte y no está asustado. Se siente pequeño ante Éroto, más inteligente y con más experiencia que él, pero no parece un hombre vencido a pesar de que todos sus hombres han caído, al contrario de lo que señalaba el comienzo del día.
Entonces Éroto se acercará al hombre y le preguntará quién es.

-Deseo conocer el nombre de aquél que se atrevió a llegar hasta mi mesa confiado y sin haber levantado ni una sola vez la espada.

-Tal vez queráis saberlo- dirá alzando la voz para que todos lo oigan- porque se escuchará mucho más que el vuestro por los siglos de los siglos.

Éroto el Rey sonreirá. Puedo sentir su confianza y lo divertido que le parece la osadía de ese joven inconsciente.

-Mi nombre- dirá haciendo un gesto inmediato que clavará la daga en el vientre del Rey y luego girará para asegurarse de que hace una profunda herida-, es Cleos, Capitán de las tropas Nórdicas de Suisen.

Aún se escuchará su ultima palabra en la sala mientras será atravesado por las espadas de dos soldados, pero se mantendrá en pie y esperará a que el Rey hinque la rodilla primero. Cuando lo haga, él le seguirá y pondrá su mano en el hombro de Éroto. Jadeará y sonreirá, como si la muerte no fuera la de ambos.

-Si todos guardáis silencio, que estas paredes sean testigos de lo acontecido hoy aquí. Más te valdría haber blandido tu espada y defender a tus gentes en lugar de alzarte sobre tu propia soberbia.

-Vos morís a mi lado- murmurará Éroto-. El destino es compartido por ambos.

-Pero vos no sois un simple caballero que hoy ha vencido a un Rey.

Ahora entiendo la ausencia de su miedo y siento que las paredes aún me hablan, pero tengo que pedirle al guía que me lleve de regreso.

Cuando abro los ojos, alguien me ofrece agua y sal para recuperar fuerzas, y todos los que permanecen ante mí y han escuchado mis palabras casi ininteligibles esperan una respuesta.

-Reconstruirán la ciudad de Jisona, pero el Rey será derrotado por un simple caballero.

-Decidnos su nombre, völva Clediste.

Bajo un segundo la mirada, después me giro hacia un lado y clavo mis ojos en los de mi hermano pequeño.

-Seréis vos, Cleo. Allí encontrareis el honor y el cielo.

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Mar 122014
 
 12 marzo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , ,  8 comentarios »

Drágata estaba realmente furiosa tras recibir la noticia del consejo. ¿Cómo diablos iba ella a pasar la prueba de fuego para formar parte de él, si se les había ocurrido la barbaridad de que debía demostrar que los dragones hablaban?

¿Es que acaso estaban locos? Dragones que hablan, conversaciones con un dragón, era imposible hacer algo así. Estaba cada vez más convencida de que o bien por ser mujer o por pertenecer a la familia de los descendientes de los sacerdotes que escuchaban a los oráculos, intentaban impedir que formara parte del consejo. Seguro que era eso y aquellos ancianos medio locos querían seguir haciendo de las suyas sin que nadie tomara parte en sus decisiones ni se metiera en sus asuntos. Únicamente había dos miembros que le inspiraban algo de confianza, Nuncía, la primera y única mujer del consejo que había llegado allí por méritos propios según contaban, y Avéniz, un aventurero que recopilaba información de antiguas leyendas y escribía extraños libros. Sospechaba que tal vez la idea provenía de ellos porque siempre bromeaban con mandar hordas de dragones a los enemigos cuando todo el mundo sabía que no existían.

Estaba perdida en sus pensamientos cuando sin darse cuenta había ido caminando hasta el mismo lugar de siempre, el centro del bosque de Virgin, un lugar al que solo los sacerdotes de los oráculos se atrevían a ir, pues posiblemente con sus leyendas de visiones, fantasmas y muertos habían alejado a cualquier humano que pensase siquiera en aquel lugar.
Relatos de fantasía - Cueva DragónPara Drágata no era tan tenebroso, quizás porque había crecido en él y ya no le daban miedo las sombras que los árboles secos dibujaban en la tierra polvorienta. Desde luego no era peor que la aldea de casas de piedra amontonadas unas sobre otras y la enorme algarabía de sus molestos aldeanos. Se creían hombres valientes que se llenaban la boca de fanfarronerías en sus tabernas mientras el ron y el vino corrían a raudales; sin embargo rodeaban sus aldeas de altos muros de piedra para protegerse. Menudos cobardes.

Y ahora la prueba, la maldita y descabellada prueba. Estaba claro que no querían que entrara en el consejo y por un momento se preguntó si a los otros dos aspirantes les habrían propuesto la misma misión. Nestari, un joven que vivía cerca de la costa, parecía buena persona y había estudiado durante años como era común en su familia. Drágata desconocía cómo iba a enfrentarse él a la prueba del dragón, aunque quizás se inventase una historia y solo era cuestión de que le creyesen.

Por otro lado estaba Jorgax, que pertenecía a las aldeas marineras de las islas del sur, y seguramente sabía mucho de navíos y formas de pesca, pero poco sobre dragones. Deseó poder averiguar si ellos tenían que pasar por la misma prueba.
Entonces llegó por fin a la cueva, enorme, magnífica y oscura, en cuyo centro, tras perderse en la profundidad de la roca, se abría un claro que se llenaba de luz y en el que crecía un árbol majestuoso. El oráculo de Virgin.

Según había aprendido Drágata, un oráculo era una respuesta que daba una deidad por medio de sacerdotes o a través de señales físicas o símbolos. Aquellas personas especiales que demostraban saber interpretar los símbolos eran veneradas y respetadas por todos. Sin embargo no era su caso, aunque tal vez ella era aún demasiado joven o no era la elegida. Lo cierto es que todas las paredes de la cueva estaban llenas de figuras, dibujos y perforaciones, pero ella estaba segura de que las habían hecho los hombres.

Se dejó caer en el suelo apoyando su espalda en la dura corteza del árbol y sacó de su zurrón de cuero un trozo de pan. Lo mordió aunque ya se había quedado demasiado duro y maldijo de nuevo su suerte.

-Hablar los dragones, menuda idea- dijo en voz alta, y después se quedó mirando hacia arriba, al cielo, donde la luna ya había salido e iluminaba desde lo alto el agujero de la cueva. Podía verla entre las hojas y ramas de aquel árbol, en los que la luz se posaba como diminutas perlas que se movían lentamente como en un hipnótico baile clandestino.

-¿Por qué crees que es una idea absurda?- dijo una voz suave llenando al instante toda la cueva.
Drágata abrió mucho los ojos y se puso en pie de un salto dejando caer el pan y el zurrón mientras el corazón le latía demasiado deprisa. Aquello no era una voz normal, no era la de una persona. Seguramente era el miedo lo que le hacía flaquear las piernas, algo que nunca había sentido estando allí y que según su estirpe no debería sentir jamás.

-¿Quién eres?- preguntó tratando de que no le temblara la voz, al tiempo que miraba a todos lados intentando ver quién hablaba.

-¿Por qué crees que es una idea absurda?- repitió la voz- ¿Acaso no existes tú?

-¿Eres el oráculo?-preguntó Drágata quedándose muy quieta y mirando de reojo hacia los lados.

-Podemos estar haciendo preguntas toda la noche. ¿Qué te parece si respondes alguna?- sugirió la voz.
Aunque no le gustaba tener que ceder en absoluto, la joven pensó que debía hacerlo para averiguar de quién y de dónde provenía la voz.

-Soy Drágata, descendiente de sacerdotes, y para entrar en el consejo debo pasar una prueba absurda. Demostrar que los dragones hablaban- confesó.

-¿Por qué dices hablaban?- preguntó la voz-. ¿Por qué no dices hablan?

La joven empezó a pensar que aquello era divertido. Si era la voz de un oráculo sus preguntas le parecían aún más absurdas que la idea de los dragones.

-Ni hablaban, ni hablan- explicó Drágata volviendo a sentarse fingiendo tranquilidad-. Según los libros y las antiguas creencias existieron una vez, pero yo creo que solo son leyendas y falsas historias que se inventaron los hombres.

-¿Con qué fin?- preguntó de nuevo la voz.

-Para infundir miedo, para hacer que no se acercasen a lugares como éste por la simple mención de que aquí había dragones, para justificar asesinatos y aldeas arrasadas por completo diciendo que eran los dragones…- enumeró la joven-. Para cualquier cosa de la que pudiesen sacar un beneficio.

-¿Sabes qué son los dibujos que ves a la entrada de la cueva?

-Sí, dibujos hechos por los hombres para hacer creer a quien se atreva a acercarse que por aquí existe un dragón- afirmó Drágata-. No sabes la de leyendas que se inventan por ahí de ellos, sobre todo trovadores, juglares y poetas. Ganan buenas monedas inventando historias.

-¿Qué es lo que cuentan?

-¡Ja! ¿Eres un oráculo y no sabes eso?- la joven se jactó de su conocimiento empezando una larga lista de habladurías-. Según dicen, los dragones arrojaban fuego y envenenaban las aguas, pero solo lo decían para que se les considerara un enemigo común con el que todos quisieran acabar. Se les culpaba de las plagas y de las épocas en las que escaseaba el alimento, ya que no solo podían atacar físicamente, sino que además dominaban los secretos de la magia con la que podían lanzar maldiciones. Dicen que los dragones eran tan antiguos como el propio mundo, criaturas que surgieron de las entrañas del caos cuando nació nuestra tierra y también que su aspecto es aterrador, con una piel llena de escamas que actuaba como la mejor de las armaduras. Cada vez que un ejemplar moría, todos discutían quién se quedaría con la piel para usarla como armadura o escudo impenetrables. También tenían unas armas mortíferas, como eran su aliento, sus garras y su misma sangre, que resultaba un ácido muy potente al contacto con la carne humana. ¿Qué te parece todo lo que se inventan?

La voz permaneció en silencio.

-¿Sigues ahí? Y ahora además al consejo se le ocurre que debo demostrar no solo que existían sino que además hablaban- continuó Drágata-. Si me dijeran claramente que no puedo formar parte de él, me molestaría bastante menos. ¡A mí sí que me están entrando ganas de enviarles una horda de dragones a todos ellos y acabar con sus aldeas llenas de hombres bocazas y pretenciosos!

-¿Quieres que te ayude a hacerlo?- preguntó de nuevo la voz al tiempo que toda la cueva empezó a temblar y pequeños fragmentos de roca caían por todos lados.

La joven se puso de nuevo en pie alarmada mientras sentía que la voz se aproximaba y de las profundidades de la cueva la silueta de una enorme cabeza surgía dejándose ver bajo la luz. Tenía un tamaño impresionante y las escamas eran de color blanco sobre las que se reflejaba la luz de la luna hipnotizando a la joven Drágata. De su cabeza salían enormes cuernos y las escamas continuaban hasta un largo cuello que se perdía entre aquella oscuridad. Vio su reflejo en aquellos ojos de dragón límpidos y cristalinos que se asemejaban a los de los reptiles, y descubrió que no le producía ningún miedo.

-No me temes ahora que me ves- aseguró el dragón-. Ahora entiendo por qué fuiste elegida como sacerdotisa del oráculo, algo que viendo tu aspecto y actitud no lograba comprender.

-¡Santo cielo! ¿Es un truco de los hombres o realmente existes?- dijo ella dando vueltas alrededor de la enorme cabeza-. ¡Podrías matarme con solo abrir la boca!

-¿Y eso no te infunde temor alguno?

-Lo único que temo es no poder demostrarlo ante el consejo. ¡Se quedarían boquiabiertos!- exclamó Drágata sin poder creer lo que tenía delante.

-Pero como sabes no puedo dejar que lo hagas o todas esas leyendas volverían a hacerse realidad- dijo el dragón.

-¿Así que fue todo verdad?- preguntó excitada la joven- ¿Por qué temes que se repita? Debería estar en tu instinto el querer hacerlo, se supone que sois bestias sanguinarias con sed de destrucción.

-Pensé que decías que no creías en esas leyendas…

-¿Entonces es mentira? ¿Y por eso no quieres que se sepa que existes? Yo me enfadaría mucho si se contasen mentiras sobre mí- dijo la joven-. Entonces sí que sobrevolaría las aldeas y las arrasaría, al menos las casas de esos bocazas que mienten, claro que no mataría a los niños…bueno tampoco a las mujeres ni a los ancianos…

-¿Entonces cómo ibas a hacerlo? Desde el cielo y a la velocidad que vuela un dragón no puedes elegir lo que destruyes- explicó el animal-. Así que si decidieses atacar tendrías que arrasarlo todo.

Por un momento detectó cierta tristeza en la voz de la bestia.

-Comprendo- murmuró ella-. Luego entonces, ¿es verdad o mentira?

¿Crees que si mi instinto estuviese lleno de sed de destrucción, tu gente podría vivir aquí al lado desde hace tantos años que ya ni creen que existimos?

-Entonces entiendo que habéis sido utilizados por el hombre para justificar sus matanzas y que han puesto sobre vuestros nombres horribles masacres que no habéis provocado- reflexionó Drágata-. Es una lástima que no podamos vengaros.

-No queremos venganza- dijo el dragón-. Si estáis vivos es porque así lo deseamos. Y como sabes, cuando eres elegido como sacerdote por el oráculo debes guardar secreto de por vida de su existencia.

-Y únicamente interpretar los símbolos y señales y comunicarlas al consejo…sí, eso ya lo sé- farfulló Drágata-. Lo que se reduce en que no podré pasar la prueba porque no puedo hablarles de ti…

-Pero salvas tu vida porque si sales de aquí sin hacer la promesa de sacerdotisa tendré que matarte- confirmó el dragón.

La joven se quedó pensativa unos instantes valorando cómo iba a tragarse el orgullo cuando tuviera que admitir que no podía cumplir la misión, y viera que tanto Nestari como Jorgax salían victoriosos. El próximo invierno no habría para ella un lugar en el palco junto a los demás sino que seguiría ajena a todas las decisiones que se tomasen allí dentro y en manos de las opiniones absurdas de aquellos vejestorios.

-Bien- dijo al fin la joven-, si me matas tampoco podré demostrar que pasé la prueba, pero que conste que no lo hago por miedo. Así que prometo guardar el secreto de tu existencia y como dice la tradición acudir cada luna llena a este lugar para escuchar las revelaciones del oráculo y comunicarlas a los hombres- bajó las palmas de las manos tras la promesa y añadió-. Un oráculo que por otro lado no existe y es un dragón que se esconde en una cueva.

-Dejando a un lado lo de que me escondo, el primer mensaje que deberás llevar al consejo es el de que todo hombre que forme parte de él tendrá que demostrar que la prueba que debió pasar inicialmente puede ser verificada- dijo el dragón.

-¿Y la mujer?- protestó Drágata.

-Ella no necesita demostrarlo porque estuvo aquí antes que tú- explicó de nuevo-, y ya todos saben que si dudan de su palabra sus vidas se llenarán de penurias y sus campos de plagas.

Drágata recordó entonces el año en que Nuncía llegó al consejo. Efectivamente fue un mal año para todos donde muchas personas murieron enfermas y se perdieron las cosechas. Se preguntó si fue ella quien lo provocó, y entonces empezó a sentir algo de miedo por primera vez.

-¿Nos estás utilizando para vengarte de los hombres, haciéndonos ser mensajeros de un oráculo que no existe para atemorizarlos y controlar sus acciones?

-Eres muy lista, Drágata- admitió la bestia-. La venganza por sus mentiras es algo que se debe disfrutar. Una muerte rápida no es digna de un gran mentiroso y no produce placer en quien la da. Así que como dijiste que si pudieras arrasarías sus casas, lo que deseo es que envenenes sus almas, que les llenes de miedos y creencias que gobiernen sus vidas.

Les hablarás sobre dioses que provocan catástrofes, predecirás inundaciones, incendios y guerras, y ellos a cambio te respetarán y venerarán como sacerdotisa del oráculo. Jamás dudarán de ti.

Drágata sonrió pensando que era un buen cambio a pesar de tener que admitir ante el consejo que no podía pasar la prueba. Si no podía estar dentro, sería desde fuera como manipularía sus decisiones, aquel dragón era muy astuto e inteligente. Así que salió de la cueva tras la promesa de volver cada luna llena, con la convicción de que había obtenido la recompensa de su vida, ajena totalmente a que ella era un eslabón más de aquella cadena de mentiras.

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Nov 272013
 
 27 noviembre, 2013  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  8 comentarios »

Nunke esperó sentado pacientemente en la vieja silla de roble de la sala de espera de la escuela de magia perteneciente a la inmensa ciudad de Arauste. Solo tenía dieciséis años y le había costado mucho trabajo conseguir que le llamaran para hablar con el mago Tolguer.
Todo lo que contaban sobre él eran historias de batallas grandiosas en las que había salido vencedor gracias a su enorme poder y a su infinita inteligencia.
Bosque en llamas
Mientras observaba a su alrededor el ir y venir de los alumnos con sus togas idénticas de lana negra, se preguntaba cómo sería físicamente aquel mago. Imaginaba a un hombre anciano con su barba blanca y su bastón mágico de madera, con sus manos huesudas y arrugadas y una mente llena de conocimientos.
Conocimientos que él ansiaba descubrir.
Sin embargo fue una mujer quien le recibió en la entrada de la escuela de magia, no excesivamente bella ni joven, pero atractiva en cualquier caso.
-Acompañadme, Nunke.
Y con un gesto de sus finas manos, le indicó el camino hacia el exterior.
El muchacho estaba un poco confuso, pues pensaba que rápidamente sería admitido en la escuela y admirado por sus virtudes y su valiente actitud. Mientras caminaba detrás de la mujer de cabello largo y castaño envuelta en una toga de tela
fina y colores claros, se preguntaba si el mago Tolguer le esperaría afuera.
-¿Y bien?- preguntó la mujer sonriéndole con sus ojos azul cerúleo-. ¿A qué debemos tu
visita?

Nunke la escudriñó con sus ojos sin comprender bien la pregunta. Era evidente a lo que se venía a una escuela de magia. Ante su silencio, ella se echó a reír.
-¿Esperabas a otra persona?
-Pensé que me recibiría el mago Tolguer- admitió algo avergonzado, comprendiendo que quizás él no era lo suficientemente importante como para que el ilustre mago le atendiera en persona.
-La tienes ante ti- respondió la mujer, disfrutando con descaro de la enorme confusión del joven-. ¿Qué deseas saber?
Nunke carraspeó intentando recomponerse de la sorpresa. Sus ojos pasaban continuamente de la mujer al suelo y del suelo a la mujer.
-Disculpadme, creí que todas las historias que cuentan…batallas…poder…no serían
característicos de una mujer- confesó-. Quiero entrar en la escuela de magia. Ella asintió lentamente, acariciándole con sus ojos dulces y pacientes, comprensivos, divertida ante aquel muchacho que la juzgaba sin conocerla y al que ella no se atrevía a juzgar.
El sol acariciaba el cabello rubio de Nunke, rodeándole de un aura atractivo e hipnotizador.
Sin embargo sus prejuicios le hacían dudar de lo que llevaba dentro.
¿Crees que se nace mago o se aprende a serlo?– preguntó Tolguer cambiando su expresión amable por una seria y distante.
El joven negó con la cabeza, admitiendo su ignorancia. No era una mala señal. Cuando no se sabía la respuesta, era mejor guardar silencio.
-¿Tú qué crees? Un guerrero, ¿nace o se hace?- insistió ella.
De nuevo el silencio. El joven tenía la virtud de escuchar, observar, y esperar la respuesta de quien de verdad podía recibirla.
-Puede ser instruido-prosiguió ella-. ¿De qué le servirá? Puede aprender el manejo de la espada, el arco o la daga. Pero un guerrero no será un buen guerrero si no posee valor, astucia e inteligencia. Y esos atributos no pueden ser enseñados.
-Creo que tengo todo eso. Enseñadme- pidió el muchacho con entusiasmo y exigente
determinación.
-Cuando un hombre empuña la espada- explicó la mujer-, puede aprender movimientos en la lucha, ser más o menos fuerte, más alto o más bajo, y suplir sus carencias con otras aptitudes.En la lucha cuerpo a cuerpo no puedes decidir a qué enemigos atacar cuando todos te rodean y como una abalancha llueven de todos lados. ¿Qué harías en medio de esa situación si no fueras robusto y fornido?
Quizás serías arquero.
Pero entonces, además de puntería, deberías ser inteligente para buscar una posición
estratégica que te permitiera apuntar a tu objetivo. Y saber cómo escapar, pues si se acercan
demasiado eres un blanco fácil.
¿Llevarías una daga tal vez?
Es posible que fuera ésa tu opción. Tal vez podrías correr, ser ágil y veloz y escapar del
enemigo.
-Ya he probado todo eso- interrumpió el muchacho-, y quiero algo mejor. Deseo aprender el
uso de la magia.
-Y, ¿qué es lo que te hace pensar que si no eres bueno con la espada, el arco o la daga,
tendrás más éxito con la magia? ¿Consideras acaso a los magos como seres débiles que lo son sólo
por no ser capaces de ser otra cosa?

El joven tragó saliva, luchando por superar con éxito aquella abalancha de preguntas.
-No deseo ofenderos. Considero que los magos son superiores y tienen más poder que el
resto. Por eso y porque os admiro, deseo aprender y me pongo a vuestra disposición.
Tolguer le mantuvo la mirada, vacía, reflexiva, aceptando así su ofrecimiento.
-Bien, como deseéis.
Y con un breve gesto de su mano, le indicó a una niña que se acercase a ellos. Grácil,
delicada, demasiado pequeña para ser fuerte, con su cabeza adornada por unos cabellos finos y
claros atados en una laboriosa trenza.
-¿Una niña? ¿Qué va a enseñarme una niña?- se sobresaltó el joven algo indignado y
confuso.
Tolguer alzó una ceja, comenzando a desvelar la verdadera personalidad del joven.
-Lo primero humildad, inocencia. Te hará perder la soberbia.
Nunke bajó un segundo la mirada empezando a sentirse enojado. No le gustaba que le
manipularan ni que intentasen reírse de él.
-¿No vais entonces vos a enseñarme?
-Yo no he dicho eso. Antes de tomarte como mi alumno, deseo saber si posees las verdaderas
cualidades.Acompáñame.
Y siguió con fingida docilidad a la mujer y a la niña hasta la orilla del río. Después
caminaron hasta la entrada de una cueva, en la que jamás Nunke hubiese entrado sin una espada.
La boca era oscura y rocosa, y en el suelo podían verse restos de pelo y tierra removida.
Mientras ellas se paraban ante la entrada, el muchacho observó con ojos fríos y labios
apretados. La niña se adelantó con lentitud y suavidad y al instante un bramido llenó sus oídos.
El joven dio un paso atrás, dispuesto a salir corriendo, pero su orgullo se lo impidió. No iba
a mostrarse cobarde ante una mujer y una niña pequeña.
Ante ellos se mostró el enorme y mortal oso, con su espeso y tupido pelaje negro, con las
fauces hambrientas y los ojos hirviendo en sangre.
Nunke trataba de contener el temblor de su cuerpo, apretando cada músculo y presionando
con fuerza su mandíbula.
En ningún momento Tolguer echó la mirada atrás, lo que para él resultó un tremendo alivio.
Y entonces la niña se arrodilló ante el animal, alzó una mano y cerró los ojos. Su
tranquilidad envolvió a la bestia, volviéndola dócil, inofensiva, al tiempo que olisqueaba su pequeña
mano.
El muchacho no comprendió el objetivo de semejante demostración, y, mientras caminaba
nuevamente tras la mujer, se preguntaba qué sería lo siguiente.
Y fue entonces cuando se vio ante una anciana de piel oscura y cabellos blancos. Ella no
advirtió la presencia de ambos en su salón mientras cocía pócimas y añadía ingredientes en una gran
olla al fuego. Y si lo hizo, no se dignó a saludarles.
Continuó con su labor ignorándoles, centrada en echar la cantidad exacta de hierbas al
caldero.
Tolguer salió en silencio de la estancia y en esta ocasión tampoco miró al muchacho.
No entendió él lo que quería mostrarle, ni cómo iba a saber si poseía cualidades suficientes
para ser mago si no le ponía a prueba y ni tan siquera le miraba.
Finalmente le llevó al valle, iluminado por el sol abrasador, en el que descansaban pequeños
árboles junto al río.
-No quiero dominar animales ni fabricar pociones- estalló el joven, que ya no podía más-.
No es eso lo que quiero aprender.
-Bien, entonces ¿qué quieres ser?- preguntó la mujer, conocedora de la respuesta.
– Quiero ser fuerte, el más fuerte, luchar y vencer.
Tolguer sonrió de nuevo, y el muchacho volvió a notar su enorme atractivo.
-¿Lo que quieres es esto?
Y, sin apenas moverse, con un mínimo gesto de su mano, levantó las palmas hacia arriba y
una pequeña llama apareció en ellas. La mujer las contempló con enorme admiración,
reverenciándolas, como si fuera la primera vez que las veía. Y, adelantando ambas manos, las arrojó
contra unos troncos de madera recién cortados que yacían en el suelo. Ardieron éstos, y Nunke al
fin sonrió.
-¿Quizás esto?
Ella cerró los puños con fuerza, concentrando la mirada en una enorme roca y apretando los
labios mientras sus ojos se volvían de nuevo inhumanos.
La roca saltó en mil pedazos.
La alegría era evidente en los ojos de Nunke, que reprimía su deseo de saltar como un
chiquillo, contemplando admirado cómo al fin aquella mujer le daba lo que él ansiaba ver.
-¡Sí, eso es!- exclamó.
Entonces ella bajó las manos y le miró de forma compasiva. Era lo que se temía.
Siento decirte que no podrás conseguirlo. Mientras estés bañado de ambición, soberbia y
prepotencia, mientras no desees empezar el camino desde abajo, desde el principio,mientras anheles
elegir lo que te gusta sin aceptar lo que de verdad eres, jamás podrás ser un mago.
Nunke mostró una expresión enojada. No le gustaba su respuesta, ahora que al fin veía lo
que tanto ansiaba.
-Esa niña tiene un don, el don de la naturaleza. Algún día crecerá y su poder lo hará con ella.
Después será una mujer, y tal vez desee cultivar sus conocimientos y emplearlos para la
curación, a través de pociones, hierbas y conjuros. Más adelante tal vez desee luchar, aprender los
fuegos blancos, el poder de los rayos, y la fuerza de las aguas.
Pero por más que desee todo eso, fracasará si no se conforma con ser lo que es.
Y tú eres un joven que huye de sus fracasos, de su falta de fuerza con la espada, de su escasa
destreza con el arco, buscando refugio en la magia. Y así jamás serás nada.
-¿Cómo puede saber eso si apenas me ha mirado?- protestó Nunke sin ocultar su enfado.
-No he querido hacerlo para no prejuzgarte. Los ojos a veces nos dan una imagen que no es
real. No huiste en la cueva del oso, luego eres valiente, más lo primero que sentiste al ver a la niña
era que estaba por debajo de ti en conocimientos. Prejuzgaste y la despreciaste por su edad.
Igual te ocurrió ante la sanadora. Esperabas una mujer de piel blanca con una toga de seda
de idéntico color. Te ofendió que no nos hablara en lugar de comprender lo importante que es dejar
trabajar a quien estudia y practica la magia.
Juzgas a los demás sin conocerlos, a pesar de que deseas de verdad aprender.
Sin embargo te mostré mi magia. Y eso sí era lo que esperabas, incluso aunque no creías que
fuese capaz de hacerlo una mujer.
No importa cómo ganes una batalla, si con magia o con espadas. Lo importante, lo único
importante, es el camino que sigues y cómo lo sigues hasta llegar a ella.
Podría enseñarte la magia. Pero no puedo enseñarte todo lo demás. Debes ser tú quien lo
aprenda de la vida y de las experiencias. Créeme, tu camino va hacia otro lugar.

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Oct 042013
 

Estaba oscureciendo. Apenas quedaba un reflejo en el cielo del sol que desaparecía para cubrir la ciudad con el manto de la noche. Me camuflé aún más bajo la capa de lana oscura, temerosa de encontrarme en uno de los peores barrios de Eritum. Yo no debería estar aquí.
Al final de la calle empedrada, en cuyos lados descansaban las pequeñas casas adornadas con flores, vi el resplandor de la luz que se filtraba por las contraventanas cerradas de la taberna. Supuestamente era un lugar clandestino, no debían llamar la atención. A los gobernantes de la ciudad, no les gustaban las actividades que se llevaban a cabo en las tabernas. Sin embargo, no habían conseguido erradicarlas.
Alrededor de la casa reinaba el silencio, extraño, gélido, inquietante. Golpeé dos veces la puerta de madera gruesa con los nudillos y esperé.
Creí escuchar un sonido que provenía del interior, como si estuviesen mandando callar a alguien. Después la puerta se entreabrió.
-¿Quién va?- susurró una voz ronca de mujer.
-Seranda- respondí intentando parecer serena.
La mujer dudó unos instantes y finalmente abrió, haciéndome entrar con rapidez. Al momento empujó suavemente la pesada puerta cerrándola a mi espalda.
-Está al fondo- me indicó la gruesa mujer.
Después se sentó en una mesa cercana junto a dos mujeres ancianas. Todas ellas bebían en silencio de gruesas y toscas jarras de barro. Ni siquiera me miraban.

El lugar estaba construido completamente de madera. Las enormes vigas que sujetaban el techo del piso superior, parecían estar ajadas y con la posibilidad de quebrarse en cualquier momento. Miré temerosa hacia arriba, deseando que no cedieran justo en aquel instante.
Paseé la vista por el interior de la taberna tratando de pasar desapercibida, al tiempo que me sentaba en una de las mesas.Desde allí podía ver la enorme barra de madera en la que se exhibían todo tipo de licores y alimentos.
Pero no sentía hambre. Lo único que deseaba era encontrarle.
Aunque al mismo tiempo tenía miedo.
Continué observando los barriles de madera alumbrados por la escasa luz de las velas, mientras dos borrachos salían con extraño sigilo de la taberna. Si eran encontrados en este lugar, serían arrestados. Exactamente igual que yo.
El tabernero me sirvió una jarra que yo no había pedido. Sin soltarla, me miró con ojos secos y severos como afirmando que tenía que beberla. Le devolví la mirada aparentando seguridad, pero lo cierto es que el licor que vendían era muy desagradable. Después de soltarla, se dio la vuelta, volvió tras la barra, y se quedó mirando con los ojos entrecerrados hasta que tomé el primer sorbo.
Gentuza…- le oí murmurar tras ver mi cara de asco.
Pelea taberna
Me pregunté qué habrían visto los ojos de aquel hombre durante la vida para juzgar a las personas por lo que bebían. Sobre todo a una mujer.
Entonces recordé que él no sabía que yo era una mujer.
Mi disfraz funcionaba. El cabello recogido y camuflado tras la capucha de la capa y aquel peto de cuero que aplastaba mi cuerpo femenino lo habían convencido.
Estaba en el buen camino.
Entonces el corazón me dio un salto cuando sentí pisadas en las escaleras de madera que accedían al segundo piso. Vi unas enormes botas de cuero desgastado, después un cuerpo fuerte y poderoso, y al fin su cara.
Aquella taberna parecía muy pequeña para él, demasiado insignificante. Quien conocía a mi padre, sabía que había ganado batallas, dirigido ejércitos y segado muchas vidas. No le temblaba el pulso ante nada ni ante nadie. Y mi mayor sueño había sido siempre luchar junto a él.
Pero él jamás lo permitiría.
Por suerte hacía demasiados años ya que no nos veíamos, y era imposible que llegara a reconocerme.
Se acercó y se sentó a mi lado. Le hizo un gesto al tabernero y éste le acercó una jarra con una actitud de máximo respeto. Le miré esbozando una sonrisa divertida. No era tan despectivo con mi padre.
-Eres joven- murmuró lentamente-. ¿Por qué quieres morir?
Intenté no mirarle a los ojos y bebí un trago de mi jarra. El aliento me ardía y los latidos de mi corazón parecía que podían oírse en toda la sala.
Será la muerte quien me busque, pero no tendrá el valor de encontrarme– respondí con dignidad.
Él me observó con los ojos azules entrecerrados mientras se balanceaba lentamente en su silla. Se humedeció la boca y se mordió el labio inferior pensativo.
-¿Sabes por qué vivo en una taberna?- preguntó estirando las piernas y recostándose en la silla de madera.
Negué con la cabeza. Sentí los ojos de las ancianas clavados en mí, como si discretamente asistieran a un espectáculo.
-Todo lo que he escuchado son historias de triunfos y batallas- confesé.
Mi padre sonrió y sentí un nudo en la garganta. No podía llorar delante de él.
-Y existieron…-susurró mientras sus ojos se perdían en la nostalgia del pasado-. Y yo creí ser alguien mientras luchaba para el rey y ganaba sus batallas. Creí ser alguien mientras arrancaba la vida de otros soldados y los años pasaban dejando atrás a los míos.
Me senté con la espalda aún más recta dispuesta a escuchar su historia.
-¿Sabes por qué vivo en una taberna?- repitió.
-No- dije temerosa.
Entonces él alargó su mano de piel áspera y dedos gruesos, una mano fuerte para sujetar la espada y cálida para abrazar a un niño, y me despojó de la capucha dejando al descubierto mis cabellos.
-Porque tenía demasiada vergüenza como para volver a buscar a mi familia, hija mía.
Me descubrió, lo sabía desde el principio. Incluso con mi nombre falso, sabía quién era yo.
-¿No hay batallas?- pregunté.
-Hace muchos años, hija mía. Demasiados. Vuelve a casa con tu madre. Has venido demasiado lejos- se puso de pie-. Regresa.
Y desapareció escaleras arriba, dejando a su espalda una estela de dolor y recuerdos, que se mezclaban con un falso pasado.

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