Arriba puede ser abajo y abajo arriba, el rojo puede ser azul y las estrellas, ojos traviesos que te hacen guiños cuando no miras.
Aquí no rigen las aburridas y sobrias reglas del mundo al que despertamos cada mañana: éste es el mundo de los sueños, el mundo en el que la luz es magia y el aire es luz, los peces vuelan y las piedras no son piedras sino vestigios de edificios que fueron testigos de una Historia cuyo último capítulo aún está por ver. Un mundo como el nuestro, pero no exactamente igual: un mundo en el que, en cualquier momento, el mar puede convertirse en el cielo, o el fuego en vida, o la vida en tierra y barro y sombras y oscuridad, luz cristalina y hojas de agua. Países desconocidos, rincones mágicos, amaneceres de oro y crepúsculos de sangre, y una mano que, con un simple gesto, puede matar a un hombre o a cientos, convertir el aire en bruma, o sencillamente decir adiós y usar después el dorso para enjugarse una lágrima de cristal.
Un mundo como el nuestro, pero no exactamente igual. Un mundo en el que sólo hay un límite, y ese límite aún no lo ha imaginado nadie.
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