La taberna del Viejo Ben era una taberna humilde, sencilla, acogedora y familiar, si es que alguien puede llegar a pensar en que el Viejo Ben pudiera tener familia. Aunque por extraño que pueda pareceros la tuvo, pero esa es otra historia para otro lugar.
No, el problema al que nos enfrentamos hoy es muy simple, nada de hordas de dragones, orcos cabreados y apestosos o borrachos intentando ensartar la cabeza de algún despistado con su herrumbrosa espada. No, la taberna se ha quedado sin habitaciones libres. Si, por extraño que pueda pareceros, las dos habitaciones de las que dispone y el establo están llenos.
Algunos, los más avispados, os preguntaréis ¿que puede llevar a un ser, sea de la raza que sea, a alojarse en la taberna?. Yo a veces también me hago las mismas preguntas hasta que ves la expresión del Viejo Ben y de repente olvidas cualquier pequeño detalle que no sea de tu agrado como las cucarachas, la suciedad, las corrientes de aire y la falta absoluta de cualquier tipo de servicio.
Aún así resulta una taberna extrañamente acogedora, cálida, donde uno puede reposar cuerpo y alma y continuar su camino al día siguiente sin recordar nada de la noche anterior.
A lo que quiero llegar sin dar más rodeos de los necesarios es que el Viejo Ben, preocupado como siempre por tener a todos sus parroquianos contentos y poder sacarles alguna moneda adicional, vió en este pequeño problema una merma interesante de sus ingresos y decidió ponerle remedio.
Su primer intento, hace ya más de medio siglo, se limitó al uso de su pala homologada, sin demasiado éxito. Los clientes al ver los agujeros en el suelo no llegaban tan siquiera a entrar en el establecimiento. Parecía que eso no era ni confortable ni acogedor.
Su segundo intento tampoco tuvo el éxito esperado. Pudo comprobar de manera empírica que al reducir la oferta de plazas de la competencia sus plazas disponibles no aumentaban. Ahh, que recuerdos de aquellos tiempos, cuando poco a poco una tras otra todas las tabernas y posadas del lugar cerraron sus puertas de una manera un tanto repentina y misteriosa.
Pero como la mayoría de los descubrimientos relevantes de la ciencia, la solución entró caminando por la puerta y se llamaba Hilbert. No era el lugar donde uno esperaría encontrarse un tipo como aquel, pero después de la segunda copa el Viejo Ben ya lo veía con mejores ojos. Así la conversación derivó de un tema a otro hasta que poco antes de marcharse y agradecido por el trato recibido en la taberna Hilbert le reveló su secreto al Viejo Ben….habitaciones infinitas.