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Magia. Acerco mi mano izquierda al ratón y sitúo el puntero sobre el recuadro del buscador. Clic.
Tecleo M a g i a.
Aproximadamente 32.500.000 resultados en (0,47 segundos). Parece ser que eso no es magia, pero a mi me lo parece. La primera entrada me sugiere que lea la wikipedia. Son casi las diez de la noche, tengo hambre y el culo cuadrado después de toda la tarde sentada frente al ordenador, así que mientras tu leías este párrafo, mi mano, sin apenas consultar a mi cerebro, ha hecho clic en la entrada de la wiki.
La magia es el arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales.
No me convence esta descripción. Me levanto y busco en el diccionario de la real academia española de la lengua, en su vigésima primera edición. Un tomo grande y pesado digno de la mejor biblioteca de magos.
La magia es el arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de espíritus, genios o demonios, efectos o fenómenos extraordinarios, contrarios a las leyes naturales.
¡¡Estos académicos siempre tan explícitos!!
Las extremidades de mis manos se deslizan sobre el teclado a una velocidad imposible. Y de la nada las ideas brotan, fluyen por mi cuerpo hasta llegar a mis dedos que se mueven en un frenesí incontrolable. La magia, algo desconocido por la mayoría de los mortales, inexplicable pero atrayente, ¿engaños o poderes sobrenaturales? Tal vez una forma de dejar volar la imaginación y creer que somos capaces de más. Pienso en mis ideales de magos y surgen sin más, influenciada por lo que he leído durante todos estos años (o durante mi corta existencia ¡según se mire!), por los protagonistas de películas o dibujos con los que he crecido (Merlin, El amo del calabozo, Gandalf, Ged, Paladine, Dumbledore, Saruman, Gargamel, Elodin…) y por las ideas de tantos otros lectores que acaban convirtiéndose en creadores de cartas, de cómics, de ilustraciones y nuevas historias que dan forma a estos personajes.
El mago, ese ser de mirada perdida, largas barbas blancas, despiadado pero con la suficiente inteligencia para controlar sus más oscuros instintos; más listo que nadie, o más loco que todos. Con el poder de invocar a los cuatro elementos con la única ayuda de un gran báculo, un susurro, una palabra ininteligible o sin ayuda de nada. ¡Es un mago! Enigmático pero afable. Podría ser Gandalf pero habría que equiparlo con un kit extra de habilidades adicionales, que como mago con poderes sobrenaturales deja mucho que desear.
La maga, ¡ayyy la maga! Son pocas, muy pocas, las magas reconocidas como tales en el universo imaginario. Más que magas en los mundos de fantasía nos encontramos con brujas, hechiceras, sacerdotisas, pitonisas o ninfas; con ese aire embaucador que las envuelve gracias a sus efectos seductores, sus atractivos cuerpos, de miradas fascinantes y cautivadoras. O no. O brujas feas y arrugadas que utilizando pociones y ungüentos consiguen los objetivos más anhelados por ellas o sus clientes, para los que, a fin de cuentas el resultado será mágico, o desastroso… Pero una maga, una maga debería ser un personaje igual de imponente que un mago. De porte altivo, fibrosa pero maltratada por el paso del tiempo y la multitud de enfrentamientos a los que se habría visto abocada. El pelo blanco, por supuesto. Un blanco luminoso símbolo de la virtud, la espiritualidad y la clarividencia. Pero también con ese lado maléfico, asociado a la muerte y simbolizado por la luna, la lividez o la mortaja. Sabíais que en Asia el cabello blanco se suele asociar con los demonios o los personajes malos. Pues sí. Sería el rasgo perfecto para una maga que debería equilibrar la balanza entre el bien y el mal.
Estarás pensando… ¿sólo te sirven magos viejos? Pues también sí, sabe más el diablo por viejo que por diablo y como los magos tienen que ser sabios, porque sino la liarían parda, pues no me queda más opción que creer en mis magos y magas viejas, ancianas me gusta más… ¡o magos-elfos!
Recuerdo una reunión ¿o no la recuerdo? De esas que se convocan de repente, que revuelven el estomago sin tiempo suficiente para tomar unas sales de frutas. Aquella no tenía visos de llegar a buen puerto y nuestra presencia había sido requerida en el momento menos adecuado. Malditas palabras que obligaban a abandonar todo aquello que tuviera entre manos. Tanto daba si me encontraba tecleando como una loca, inspirada por mi muso; en lo alto de una colina con el báculo alzado, en medio de una batalla por la defensa del Cerro de los siete colores; encima del Empire State repeliendo una jauría de almas desbocadas; atravesando el gran mar de los Sargazos; en medio de una tormenta de asteroides luchando contra las fuerzas del Supremo Comandante militar de la Confederación de Sistemas Independientes, o volando a lomos de un dragón dorado sin rumbo concreto, en busca de nuevas aventuras con mi nívea melena al viento.
La presencia requerida era inevitable para un mago, y sólo había que echar un vistazo a la gran sala para darse cuenta de ello. Magos y magas de todos los mundos, y todas las razas conocidas y desconocidas, nos encontrábamos allí en aquel mismo instante. No faltaba ninguno. No podían faltar. Habíamos sido llamados. Un silencio más allá de lo sepulcral se apoderó de la inmensa sala. Ni el eco se oía. Los tres silencios de la taberna Roca de guía juntos no eran ni una décima parte del silencio que allí reinaba. Que digo, ni siquiera el silencio de un estudio de música sin músicos ni ser vivo arrastrándose por la moqueta recién aspirada podía compararse. ¿El espacio es silencioso?. En fin, mucho silencio. Una repentina niebla empezó a filtrarse entre los fríos adoquines del suelo. Los espejos de las paredes desaparecían tras ellas, descubriendo que no éramos tantos como en un principio me había parecido. Era una bruma como de discoteca, así para crear ambiente, ni demasiado gris ni demasiado opaca. Pero densa. No se fumaba. Y justo en medio de la infinita habitación, un pequeño gnomo-mago era enfocado con un rayo de luz que nadie habría podido asegurar de dónde procedía. Como si de un presentimiento se tratase todos y cada uno de los presentes dirigimos nuestra mirada hacia el pequeño ser.
– Ha llegado hasta nosotros la pregunta que estábamos esperando. Nos corresponde a todos darle respuesta. Aunque cada vez seamos menos aun somos muchos, y únicamente una respuesta unánime será la elegida. No sirve cualquiera. De ella dependerá nuestro futuro papel en el universo. Espero que estéis preparados y que las prisas por lo que habéis dejado fuera no os lleven a precipitaros.
Dicho esto desapareció y sobre el lugar que había ocupado comenzaron a aparecer letras que revoloteando cual luciérnagas se colocaban en un orden aparentemente ininteligible. Flotaban como si de su equilibrio dependiera el destino del universo. Poco a poco una frase fue tomando forma, iluminando los rostros confusos de los allí convocados. Era una frase sencilla. Una pregunta tal vez intuida por muchos, de esas que estas pensando que tu también te has planteado alguna vez. Una frase que sientes que forma parte de ti. Tan simple y compleja a la vez que a simples mortales les llevaría toda una vida de eternas discusiones darle respuesta. «¿Magia es soñar?»
¡Habíamos sido llamados!
Nunn
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Klaus estaba muy nervioso, no había pegado ojo en toda la noche pensando en lo que le había dicho su maestro el día anterior: su magia estaba averiada y necesitaba una reparación urgente.
El aprendiz no sabía a qué se refería con eso, aunque sospechaba que tenía relación con la última práctica, en la que debía conseguir hacer crecer una calabaza usando tres hechizos básicos. Era un ejercicio sencillo para su nivel, sin embargo, el conjuro le falló y en lugar de salir la lluvia fertilizante se formó un pequeño tornado que provocó las burlas de sus compañeros.
Esto fue lo más vergonzoso para él.
Klaus era uno de los aprendices más veteranos; tenía veinticuatro años y este era su tercer año en segundo, lo cual significaba que era capaz de dominar la magia esencial. Pero algo había salido mal.
—Vamos, ¿estás preparado? —quiso saber su maestro cuando fue a buscarle a su habitación.
—Supongo que sí—contestó Klaus encogiendo los hombros.
—Tranquilo, iremos a ver a unos viejos amigos. Son expertos en averías.
—Eso no ayuda—resopló el aprendiz.
Maestre Morgan soltó una sonora carcajada. Era diez años mayor que él y se trataba de un hechicero experimentado en las disciplinas acuática y terrestre, además de ser respetado en el Círculo Mágico.Klaus le admiraba y le envidiaba a partes iguales y se arrepentía cada día de su vida de no haber sentido interés por la magia antes.
Los dos hechiceros se dirigieron hacia Luna Creciente, la ciudad más poblada del Este, montados en sus respectivos corceles. Klaus solo la había visitado una vez en su vida y lo único que recordaba de ella era lo ruidosa que le resultó. Circular por la calle principal era desesperante: cientos de personas deseaban llegar a cualquier parte cuanto antes sin preocuparse por la integridad física del prójimo.
Ambos se desviaron por un callejón repleto de comercios dedicados en su mayoría a la venta de artilugios para hechiceros: vendían desde túnicas hasta los más sofisticados instrumentos de medición astronómica.
— ¿Esto ha estado aquí siempre?—inquirió el aprendiz.
—Sí, pero no todos los mercaderes abren a diario. Algunos lo hacen solo una vez al mes y hoy es ese día. Tenemos que aprovechar—aseguró Maestre Morgan.
— ¿Te refieres a los que me repararán?
—Sí, a esos. Ya verás, te gustarán—contestó el Maestre.
Klaus no le tenía tan claro.
Dejaron las monturas en la puerta del establecimiento y se dispusieron a entrar.
Por fuera tenía un aspecto semejante al resto, sin embargo no tenía un cartel donde se anunciara su nombre, pero sí uno que indicaba el horario de apertura:“Atendemos personalmente cada día de luna creciente, pueden dejar sus encargos en el buzón. Atentamente: La Empresa”
El aprendiz se asomó para ver el casillero del cual hablaba el letrero, estaba rebosante de pergaminos escritos en idioma común.
Maestre Morgan iba delante.
—Adelante, pasen. Los Maestres les atenderán en unos momentos—les recibió una enana sonriendo.
—De acuerdo—contestó Morgan.
Ambos se sentaron en la sala de espera; había cuatro personas más delante de ellos, todos ellos eran hechiceros con un problema similar al suyo, tres de ellos eran humanos y uno un elfo urbano.
Tardaron una hora en pasar, pero valió la pena. Cuando la puerta de la consulta se abrió, apareció un enano tosco:
—Venga, no tenemos todo el día—refunfuñó.
— ¿Es que no vas a saludar a un amigo?—se quejó Morgan.
El enano le miró con suspicacia.
— ¡Ah! ¡Maestre Morgan! Cuanto tiempo sin verte por aquí—replicó unos instantes más tarde. ¿Quién es tu joven aprendiz?—quiso saber.
El hechicero lo presentó.
—Ya veo.Supongo que tiene algún problema que necesita solución y, como no conoces a nadie más, recurres a los mejores—señaló el enano.
—Eso mismo—afirmó Morgan.
—Por cierto, yo soy Onni y este es mi hermano Ari—dijo el enano presentando también a su socio: un elfo silvestre.
Klaus se asombró al descubrir a dos miembros de razas tan distintas trabajando juntos y que además que fuesen hermanos.
—Un placer.Veo que me has traído a un aprendiz de tierra, agua y aire—aseguró el elfo mientras observaba a Klaus.
— ¿Tienes que hacer eso siempre?—se quejó el Maestre.
—Hago mi trabajo—dijo Ari sin cambiar su expresión.
—Entonces, tenemos una complicación—suspiró Morgan.
—¿Qué, cómo? Pero dominar más elementos es algo bueno ¿no?—intervino Klaus confundido.
—Es bueno para ti, pero me temo que yo no te podré ayudar en todas las disciplinas—explicó el Maestre.
—Eso no me gusta—dijo el aprendiz.
—No, claro que no—prosiguió Morgan.
—Además de buscarte otro Maestre, vas a necesitar un canalizador.Tu magia está desestabilizada: el elemento eólico ha aparecido de manera repentina y puede amenazar el terrestre, el acuático es su aliado y juntos lucharán por suprimirlo—diagnosticó observando sus pupilas.
— ¿Tendré que llevar un bastón?—inquirió Klaus.
—Es posible.Los bastones canalizan muy bien la tierra.Aunque tal vez necesites un objeto menos contundente para tu complexión—indicó el elfo.
— ¿Una varita?—preguntó el aprendiz.
—Exacto, además creo que tengo lo que necesitas. No tendrás que esperar mucho. Enseguida vuelvo—indicó Ari mientras se dirigía al almacén.
Klaus y su Maestre no se movieron del sitio.Onni también seguía en el mismo lugar por si tenía que intervenir en algún momento, pero no fue necesario.
—Aquí tienes tu varita—aseguró el elfo mostrando al aprendiz su nueva herramienta de trabajo. Era una rama tallada de olmo que medía unas diez pulgadas, estrecha, con diminutas caracolas marinas incrustadas en ella y muy ligera.
—Está hueca, su interior guarda una pluma de halcón—señaló Ari.
—Vaya—añadió Klaus sorprendido.
—Ahora tendrás que aprender a usarla—dijo Morgan.
—Tiene una garantía de cien años, pero si se descarga la puedes traer y te la recargo.
—Las recargas no tienen costes. El precio del canalizador son 100 monedas de oro—agregó el enano.
—Eso es mucho dinero—se quejó Morgan.
—Es lo que vale, claro que también puedes a ir a uno de esos que los hacen por solo 10—replicó Onni sonriendo.
—Sabes que no lo haré—el hechicero depositó un saquito de monedas en las manos del enano. Este las peso y comprobó su autenticidad.
—Todo correcto—dijo, al fin.
—Esperamos verte más por aquí—añadió el elfo—. Mi hermano está encantado cuando llega este momento.
—Qué poco espíritu enano tienes—gruñó Onni.
El elfo se encogió de hombros.
Un mes más tarde Klaus consiguió dominar su magia, gracias a su canalizador y su nuevo Maestre de apoyo; aunque también tenía más trabajos por hacer y menos horas de descanso. Ser un hechicero multidisciplinar era muy duro.
Emma F.M
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