Jul 142014
 
 14 julio, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  2 comentarios »

-¡Talto! ¡No vayas muy lejos!- la voz de su madre se escuchó lejana a medida que avanzaba hacia la puerta exterior de la ciudad.
Con un gesto de su mano intentó tranquilizarla, pero si hubiese conocido sus intenciones no le habría permitido irse.
En sus quince años de vida solo había conocido Tábaca, una de las tres ciudades que existían en el mundo, la menos importante y la más poblada. Talto sentía en ocasiones que era como un enorme recipiente en el que habían encerrado a la humanidad a fin de tenerla controlada. ¿Qué demonios había tras sus muros?

En los suburbios, los muchachos adultos le habían contado que no quedaba nada del mundo del pasado. Los hombres habían terminado con todo y el aire fétido e irrespirable inundaba el exterior de Tábaca. Allí no había nada que temer porque no existía vida alguna al otro lado del muro.

Talto caminó entre las calles metálicas donde el humo era denso y pesado, con olor a hierro humedecido, y desde donde se alzaban los impresionantes edificios que alojaban a miles de personas. Allí había nacido y, como él, todos los que quedaban vivos. No existía prueba alguna de lo que había sido el mundo en el pasado, solo lo que generación tras generación se había transmitido con la palabra.

Su pelo era de un azul índigo y lo llevaba muy rapado a los lados de la cabeza. Una línea del mismo color se dibujaba en su cara para distinguir a los nacidos en su distrito.
Pérula era del distrito naranja. Ella era la que había pensado que sería interesante salir afuera, y Talto simplemente se había dejado llevar. Aquella chica parecía demasiado libre para vivir en Tábaca y en el futuro podría tener verdaderos problemas.

Relatos de Fantasía - Leocas por Sonia Centeno

Léocas por Sonia Centeno


-¡Ey!- ella le saludó desde una esquina y se acercó dando pequeños saltos como si fuese el día más feliz de su vida.
Vestía ropas oscuras como habían acordado y cubrieron sus llamativas cabezas con sendas capuchas negras.
-¿Podremos salir?- preguntó el joven algo preocupado.
Pérula le guiñó un ojo y su sonrisa mostró unos dientes blancos.
-Solo si no quieres volver a entrar-le dijo.

Le entraron dudas. Allí estaba su madre, aunque tenía otros cuatro hijos que no le dejaban tiempo para nada. Pero quizás no le echarían de menos.
Se enfundó la capucha y siguió los pasos de Pérula hacia “el abismo”, como se conocía al último muro de Tábaca. No le preguntó cómo había hecho que los guardias desaparecieran, ni cómo había conseguido las claves para abrir la puerta. Al cruzar, simplemente se quedó sin palabras.

Era cierto que no había nada. Solo un suelo yermo y desierto con la tierra quebrada que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, bajo un cielo gris constante y silencioso. Entre las grietas del suelo aparecían restos de árboles muertos de color plomizo y apagado, y el silencio envolvía todo aquel entorno lleno de vacío.
-¿De veras no podremos volver?- preguntó con la voz temblorosa mientras contemplaba la espalda de la joven que echaba a andar sin ninguna duda.
-Si lloras durante un rato tal vez te abran la puerta- replicó desde lejos en tono burlón.
Talto resopló, frunció los labios y miró por última vez “el abismo” para después correr tras ella. El ruido de sus pisadas volvieron una y otra vez sobre él, como si sus propios pasos lo persiguieran.

-No sé por qué demonios te hago caso…
La risa de Pérula se escuchó como un eco en el vacío, mientras caminaba con seguridad en medio de la nada. El muchacho estaba ofuscado, enfurecido consigo mismo, sintiéndose mal por no haber pensado antes en las consecuencias.

Tábaca era un ciudad inmensa, oscura y ruidosa, pero el único hogar que conocía. En ella siempre era de noche, y miles de luces artificiales iluminaban las calles y los edificios emulando lo que alguna vez había sido el día real. Solo una vez al mes, el cielo cambiaba de color para mostrar el brillo resplandeciente de lo poco que quedaba del antiguo sol, lejano y marchito, insuficiente para bañar de calor y de vida la tierra.

-¡Maldita sea! ¿Por qué no hay nada?- bramó, deteniéndose.
Su voz volvió en forma de eco, como si rebotase contra algún lugar inexistente y le devolviese sus propias palabras haciendo que éstas sonasen aún más fuerte.
Ella se volvió, le miró de arriba abajo, y tras fruncir la nariz un segundo volvió a sonreír.
-Porque no dejaron nada…-murmuró- con vida.
-Entonces, ¿qué es lo que buscas aquí?-sus palabras sonaron a miedo, como si la hiciera responsable de sus propias decisiones.
Ella se acercó a Talto, quedándose muy cerca de su cara. Le llegó su olor tan distinto y se vio reflejado en unos ojos vivos y tenaces.
-Nunca te pedí que vinieras.

Era cierto. El muchacho había sentido el impulso de ir con ella, de no dejarla sola, pero jamás había sido invitado. No podía culparla de las consecuencias.
-Está bien- respondió en voz baja, asumiendo su responsabilidad.
Siguieron caminando mientras Talto pensaba que la nada no tenía sonidos ni olores. En Tábaca había de todo aquello en exceso, pero allí fuera solo tenía la misma sensación que cuando sumergía la cabeza bajo el agua de olor metálico y los oídos recibían ruidos amortiguados. Solo que allí, en la nada, no los había. Era como un lugar en el que el tiempo se hubiera detenido, un sitio absurdo que nadie visitaba porque no tenía sentido hacerlo, porque no llevaba a ninguna parte. Pero existían otras dos capitales, algún camino llevaría a ellas.
-¿Quieres llegar a las otras ciudades?
-¿Crees que llegarías andando a ellas?- preguntó burlona-. Talto, eres un necio si piensas algo así.
Suspiró, empezaba a estar cansado.
-Bien, no me pediste que viniera, pero estoy aquí. Podrías contarme a dónde vas…
-Podría- respondió Pérula indiferente-. Pero quiero que lo veas por ti mismo.
-No sé que diablos voy a ver en la nada- protestó él.
Entre pensamientos y dudas, no se había dado cuenta de que habían llegado al final de la tierra escarpada. Y entonces sí que vio algo.

El suelo quebrado se terminaba, y había una intensa bruma que parecía querer cubrir lo que no debía ser mostrado a los ojos humanos.
-¡¿Qué diablos…?! ¡¿Un lago aquí en medio?! ¡¿Un valle?!
Pérula se echó a reír al verle tan impresionado y Talto descubrió por qué había decidido seguirla. No habría podido no hacerlo.
-¿Cómo sabes lo que es un valle?
-Los muchachos me contaron….
-Ven, bajemos- le interrumpió ella justo antes de salir corriendo para perderse entre las hojas y plantas enormes que cubrían lo que parecía ser el valle en aquel lugar nocturno.

Mientras la seguía, su corazón latía por primera vez tan fuerte que la emoción le hacía olvidar Tábaca y todo lo que había en ella. El color de la piel de Pérula parecía cambiar en aquel lugar, su cabello no era tan anaranjado y no parecía tan angustiada como cuando estaba en cautividad. Entonces recordó que Pérula nunca había parecido angustiada.
-¡Espera!- le gritó.
Ella se volvió, despojándose por completo de su capucha y de sus ropas oscuras, mostrando un cuerpo lleno de símbolos tatuados que ocultaban su desnudez.Talto la imitó.
-Aquí no las necesitas. Eres libre.
-¿Lo soy? ¿Por qué nadie me ha hablado de este lugar?
-No pueden hacerlo. No lo conocen. Solo tú lo conoces- dijo ella como siempre sonriendo-. Ven, dame tu mano.
Talto obedeció y se dejó guiar por ella hacia el agua que atravesaba la explanada. En el pasado habían existido ríos, lagos y el mar, o eso decían. Pero nunca imaginó lo que sentiría al verlos de verdad. Y cuando experimentó por primera vez la presencia de aquella gran cantidad de agua, las palabras no pudieron acudir a su boca porque su cuerpo estaba lleno de sensaciones. Las rocas resbaladizas que había en el borde, las ondas que acariciaban su piel de forma aleatoria, los pies tocando el fondo mullido y aterciopelado… No le importaba a dónde iba Pérula, sino sentir aquel lugar. Ella le esperó sentada en el borde, con las rodillas cruzadas y los brazos sobre ellas. Mientras le observaba disfrutar, no sonreía. Su mirada era oscura, y quizás era la primera vez que no se mostraba feliz.

En cambio parecía pertenecer a aquel lugar silencioso y húmedo mucho más que a Tábaca.
-¿Estás bien?- preguntó saliendo del agua.
Creyó ver un destello húmedo en sus ojos, pero desapareció antes de que hubiese podido asegurarlo.
-Ven- susurró tomándole otra vez la mano.
-¿Dónde estamos?- preguntó Talto mirando a su alrededor las plantas, el agua y todo aquel entorno maravilloso- ¿Por qué no vive la gente aquí?
-Si te lo digo, el sueño terminará.
-¿Qué sueño? ¿Qué estás diciendo?
-Digamos que estás en el lugar de donde yo vengo- añadió ella.
La miró con detenimiento. Compartía con los de su distrito el color anaranjado de su pelo que llevaba recogido en nudos a ambos lados de la cabeza y después suelto, pero en sus ojos había algo retador y desafiante. Era muy distinta a las otras mujeres sometidas y doblegadas de la ciudad. Incluso su propia madre era como ellas.
-Sabía que no podías ser de Tábaca. ¿De cuál de las otras dos ciudades eres?
Pérula se sentó sobre una roca y cruzó de nuevo las piernas. Otra vez sus ojos se volvieron sombríos.
-De ninguna.
Talto se sobresaltó. Aquello no podía ser verdad.
-No te creo.
-Soy una Léoca- susurró ella tras un irritante silencio.

El muchacho sintió un extraño ardor en el pecho, entre miedo y rabia. Había oído cosas…muchas veces.
-Pensaba que era todo mentira… Creía que erais una leyenda…
-Como las criaturas arbóreas, los seres espirituales o los elementales del aire…-murmuró Pérula-. No, nosotras existimos de verdad.
-No es eso lo que dicen…- protestó Talto.
-Y, ¿quién lo dice?- se interesó ella-. ¿Sabes lo que ocurre cuando tu Léoca te visita?
-Sí, lo sé. Que te mueres.
-Entonces, ¿quién lo dice?
Invenciones, eso era lo que él había escuchado. Pero al parecer era verdad.
-¿No sois mágicas, poderosas y todo eso que cuentan?
Pérula frunció de nuevo la nariz, pero no volvió a reír.
Le hizo caminar al otro lado de las plantas y allí le mostró a otras mujeres como ella. Solo que ninguna se parecía a las demás.
-Somos la evolución, la mezcla de las mejores y peores cosas del ser humano. Nuestro aspecto es distinto en función de lo que se haya desarrollado más. No volamos, ni hacemos magia, ni tenemos una fuerza excepcional.
Algunas llevaban el cuerpo tatuado y el cabello enmarañado cayendo por la espalda; otras lucían las sienes rapadas y esperaban al borde del agua con los ojos cerrados mientras la brisa, venida de alguna parte, agitaba sus ropas. Una de ellas, la única que los miraba, llevaba en la cabeza una extraña corona negra que cubría desde su garganta hasta la cabeza, terminando en formas puntiagudas al igual que unas insólitas alas que portaba a la espalda.
-¿Qué es lo que sois?
-Somos la mente. No tenemos más poder que lo que somos- siguió diciendo-. El hombre del pasado creía en sus Dioses, acudía a ellos cuando tenía miedo o le embargaba la desesperanza. Pero ellos nunca respondían. El tiempo se fue gastando, los siglos avanzaron, y el hombre, con su vida limitada y condenado a extinguirse, tuvo que ser encerrado en Tábaca, Esprondia y Akusa. Los supervivientes fuisteis confinados en las ciudades. Fue la única forma de controlaros.
-¿A nosotros? Creí que habían sido nuestros antepasados quienes hicieron tanto daño.
-Tú eres como ellos. Ahora no lo ves, te crees inofensivo. Pero crecerás y alimentarás tu odio o tu codicia y serás peligroso. El hombre vive un ciclo perfecto y constante, aunque se cree diferente es exactamente igual que los demás. Las Léocas solo visitamos a quien algún día podría lastimarnos.

Talto trataba de comprender. Había sentido miedo al principio, pero junto a Pérula siempre había sido feliz. Su presencia le calmaba. ¿Por qué le estaba haciendo aquello?
-¿Crees que yo podría hacerte daño?
Ella bajó la cabeza y al segundo volvió a clavar sus ojos en Talto.
-Créeme. Sé que lo harías.
-Y por eso que crees que sabes o sabéis, ¿encerráis a toda una raza y elimináis a quien os da miedo?
-¿No hicisteis vosotros lo mismo?- respondió ella llena de ira, haciéndole sentir de nuevo miedo-. ¿No habéis matado a quien podía dañaros, encerrado a los hombres como animales y a los animales como hombres, no arrasasteis con todos los lugares y recursos de la tierra? ¿Por qué crees que sois mejores que nosotras?
Talto suspiró. Odiaba ver a Pérula herida.
-No es cierto. No lo creo. Solo me preguntaba si no había otra forma de hacer las cosas…-murmuró pensativo.
-Hace tiempo fuimos humanas. Fuimos como tú. Crecimos y amamos a los nuestros, los sostuvimos y protegimos. Evolucionamos con nuestros miedos, nuestros deseos, con nuestras mentes contradictorias. Con el bien y con el mal. Las Léocas somos el resultado de la única raza que tiene el poder de crear y de destruir: la vuestra. Pero aún hay algo más potente y peligroso: vuestro poder de autodestrucción. Por eso hoy estoy aquí. Debo protegerte de ti mismo.
Talto asintió resignado y se sentó junto a ella.
-Creí que pasaríamos juntos más tardes contemplando el sol en Tábaca…
-Y corriendo por los suburbios-recordó ella sonriendo de nuevo-. ¿Sabes lo que significa la aparición del sol?
Talto negó con la cabeza en silencio.
-Cada vez que sale, una de nosotras debe abandonar la ciudad. Y llevarse a uno de vosotros.
-Te echaré de menos, Pérula.
-¿Te despides? ¿No quieres saber por qué te elegí a ti?
-No, no quiero. Lo has hecho y así lo acepto. Cuando crucé “el abismo” supongo que escogí despedirme de mi familia y de mi mundo. Correcto o no, hice mi elección.
Pérula se puso en pie y le miró enfadada mientras dos lágrimas furiosas cayeron por su cara. Apretó los puños y gritó:
-¡Pues yo quiero decírtelo!
-No lo hagas…no lo estropees…- dijo Talto casi en tono suplicante.
Ya era bastante doloroso tener que aceptar que ella lo estuviese traicionando.
-Cuando evolucionamos, unas Léocas aumentaron su parte sombría, la que todos tenemos. Otras la bondad. Y aunque todas somos distintas, nuestra lucha es la misma. Luchamos contra la autodestrucción, poseemos cualidades humanas contra las que lidiamos una batalla constante, mantenemos un pulso entre lo que deseamos y lo que podemos desear. Yo quería ver más puestas de sol en Tábaca contigo…
-Pero las Léocas no pueden desear ver puestas de sol con nadie- sonrió Talto mostrando una extraña compasión hacia ella.
-Tú me odiarías, crecerías haciéndolo y te convertirías en un hombre adulto. Harías sufrir a otros.
-¿Es eso lo que hacen todos? ¿Por eso crees que yo lo haría?
-Ya no importa, Talto. Este lugar, lo que ves, solo existe en tu cabeza. Elegiste cruzar “el abismo” y moriste en aquel momento. Crees que esto está sucediendo, piensas que realmente estamos hablando, pero lo cierto es que tu cuerpo está tendido en medio de una sala y tu madre llora por ti. Este lugar es lo que has construido para aferrarte a la vida, y esa misma fortaleza que evita que mueras es la que te convierte en un ser peligroso. Por eso he venido a buscarte.
-Cuentan que la Léoca que contacta al humano muere con él…- añadió Talto mirándola a los ojos-. ¿También es mentira?
-Por eso te elegí a ti.
-Y sin embargo sigues aquí hablando…en lugar de desaparecer. Yo elegí cruzar. Ahora tú, ¿eliges dejarme morir?
Pérula se mantuvo en silencio. Las Léocas necesitaban a los humanos para existir. Sin su pulso del bien contra el mal incontrolable y voluble, también ellas se extinguirían.
-Dijiste que era un sueño desde el principio. Si elijo despertar, supongo que estaré muerto…¿Qué eliges tú?
Talto sonrió. Se alejaban las imágenes de Tábaca, las puestas de sol, los rumores sobre una raza insólita que había suplido a los dioses y visitado a cada humano antes de darle muerte. Se decía que eran la mezcla de los sentimientos del hombre, los que podían llevarle a los cielos o al inframundo. Contaban que entraban en las mentes y producían el caos, creando alucinaciones y sueños extraños. Y todo aquello que se contaba, existía porque alguien había podido despertar de su sueño.
Pérula no era de Tábaca, no era una humana. Era rebelde, fuerte e inquieta. Lo que bullía en su interior era mucho más peligroso que lo que había dentro del hombre. Y lo más importante, ella no quería llevarse a Talto.
-Tú no elegiste ser una Léoca, y yo no escogí ser un hombre. ¿Morimos hoy ambos por una soberbia y gloriosa ley? Puedo continuar mi sueño hasta llegar a Esprondia o Akusa. O volver a Tábaca. Tú eliges.
-¿Prometes que no serás como ellos?
-No puedo prometerlo. Aún así, tú decides si me dejas vivir.
Pérula meditó un instante, giró la cabeza a un lado y con el dedo señaló “el abismo”, que repentinamente estaba de nuevo a su lado.
-Cuando me veas por la mañana junto al muro, no me acompañes- respondió ella simplemente.
-¿Saldrás sola de igual forma?
-Me iré. Y tú me odiarás por haberlo hecho. Y yo tendré que volver para matarte. Pero dejaré que lo compruebes tú mismo. Ahora, abre los ojos.

-¡Talto! ¡No vayas muy lejos!- la voz de su madre se escuchaba lejana a medida que avanzaba hacia la puerta exterior de la ciudad.
Con un gesto de su mano intentó tranquilizarla, pero si hubiese conocido sus intenciones no le habría permitido ir afuera.

Pérula era del distrito naranja. Ella era la que había pensado que sería interesante salir afuera, y Talto simplemente se había dejado llevar. Aquella chica parecía demasiado libre para vivir en Tábaca y algún día tendría verdaderos problemas.
-¡Ey!- ella le saludó desde una esquina y se acercó dando pequeños saltos como si fuese el día más feliz de su vida.
Él la miró, primero sonriendo, hasta que su sonrisa se fue deshaciendo lentamente para recordar que ese día la vería por última vez. Porque si ella tenía que volver a buscarle sería que no se había equivocado.

-¿Vamos?- preguntó caminando hacia el muro.
La dejó avanzar unos pasos. El cabello anaranjado, su actitud indómita y enérgica, la fuerza de su presencia… Ella le conocía bien. Sabía de sobra que podría odiarla si se iba. No había nada tras los muros, pero tampoco lo había en Tábaca. Miró hacia atrás y se giró para volver a casa. Tras dar dos pasos volvió otra vez a caminar tras ella.
-Vamos, Pérula.

“El abismo” esperaba silencioso, siniestro, pero no podía ser cobarde y convertirse en un peligro para los demás. Odiaría, se sentiría encerrado y desearía ser diferente y hacer algo más. Y pondría en peligro a los muchachos de los suburbios, a sus hermanos y a su madre, envenenaría sus oídos con anhelos y deseos, con ansias de libertad.
Decían que las Léocas solo dejaban vivo al dócil, a quien podían controlar, al que permitía que la esencia humana siguiera viva para que ellas pudiesen dominar y evolucionar. Talto se preguntó por un instante si podría olvidarse de ella, si podría pensar que no había existido, si podría llevar una vida sumisa y normal.
Ellas eran el resultado de los sentimientos confusos del hombre, la evolución de las mentes en forma de mujer con sus oscuros deseos y miedos, con sus ansias y ambiciones. El hombre se autodestruiría algún día, y el sacrifico de unos pocos podía alargar sus vidas de forma temporal, pero Talto quería seguir viendo las puestas de sol de Tábaca. Con ella o sin ella.
-Te deseo suerte, Pérula. Que encuentres lo que buscas.
-¿No vienes?- por un instante ella pareció aliviada.
-En dos semanas saldrá el sol. Quiero volver a verlo.
Y le dio la espalda mientras caminaba de regreso a casa por las calles metálicas y ruidosas. El ser humano podía ser peligroso, pero Talto era además imprevisible.

 
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May 142014
 
 14 mayo, 2014  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  9 comentarios »

Dicen que hay hechos que nunca se olvidan y permanecen en el tiempo durante siglos, aunque al hacerlo se van distorsionando y se convierten en leyendas lejanas que nadie sabe ya si fueron ciertas. Mi nombre es Clediste y soy una völva. Todos creen que alguna vez existimos pero que somos parte del pasado. Sin embargo no es cierto.

Las völvas somos mujeres capaces de tener premoniciones y adivinar en los sueños las cosas futuras. Realizamos un viaje mediante un ritual que se celebra al anochecer, y el guía nos abre la puerta para ayudarnos a cruzarla. Se nos toma por brujas y se nos persigue y ejecuta, por eso hacemos que nadie note nuestra existencia.

Me acerco muy despacio a lo alto de la colina donde descansan las viejas ruinas del castillo, rodeadas por kilómetros de bosque y desde donde se podían divisar los dominios del rey.

El lugar me produce inquietud, no me siento tranquila en él. Recorro el viejo camino de tierra y el amortiguado sonido de mis pasos me traslada a otro tiempo, mientras una sensación me atraviesa el pecho como una lanza y puedo ver a las gentes que pasean por él con sus gastados zapatos de cuero y sus ropas pobres y grises en dirección a la ciudad.
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Unos transportan mercancías en deslucidas y destartaladas carretas que un esquelético asno trata de arrastrar, los menos afortunados llegan allí tras varios días caminando para conseguir unas monedas a cambio de lana, cuero o harina, y muchos otros simplemente intercambian una cosa por otra. Pero todos ellos me hacen sentir que son seres pobres y llenos de tristeza. Desearían estar en el lugar de los nobles a pesar de que todos sean casados por conveniencia, viviendo y yaciendo con esposos y esposas por los que no tienen ningún sentimiento y por los que seguramente no lo llegarán a tener nunca. Pero al menos tendrán comida en su mesa y casas lujosas y acogedoras con lechos mullidos en los que descansar, en lugar de dormir entre las pulgas y piojos que salen en la paja sobre la que ellos se echan después de trabajar en los campos desde la salida hasta la puesta de sol.

Cuando cruzo el muro de piedra que rodea la ciudad, de nuevo vienen a mi mente sus imágenes sin rostro, las de aquellas personas que vivirán en aquel laberinto de casas de madera ubicadas de cualquier manera y en cuyos suelos de barro todos vierten sus desechos y orines. Casi puedo escuchar el ladrido de los perros y el cacareo de las gallinas que merodean por las calles con las patas llenas de aquella inmundicia, picoteando y mordiendo cualquier despojo medio podrido que puedan encontrar. Puedo presentir el bullicio de aquellas calles recorridas por mujeres que levantan sus faldas para librarse del barro y la suciedad camino del mercado, mientras los hombres que no van a los campos golpean con sus martillos en la herrería, fabrican piezas de artesanía, empuñan sus punzones para modelar el cuero o trabajan en el molino, regresando después a casa y encontrando en su mesa un triste plato de agua caliente que habrá sido hervido con verduras y quizás algo de tocino.

Sin embargo es cuando miro a mi derecha, hacia lo que parece ser un callejón, cuando empiezo a sentir el dolor de lo que ocurrirá. Veo la oscuridad, escucho los gritos de aquellos que serán pasados a cuchillo y los llantos de sus mujeres. Puedo oler la sangre de sus muertes.

Hay un silencio que apenas puede notarse pero rebota en la piedra de las paredes de aquellas pocas casas que aún se mantienen en pie. Rozo con mi mano una de ellas y el frío me atraviesa, haciéndome presagiar el miedo de las gentes que huirán sin saber dónde esconderse mientras sus casas serán incendiadas incluso con sus familias dentro. Lo único que pueden hacer, desarmados y aterrados, es correr.

Sigo caminando hasta que bajo mis pies el barro desaparece y en las cercanías del castillo el suelo se convierte en piedra. Allí adivino el sonido del viento atravesando los huecos de la pared del muro. Desde las torres seguramente los soldados vigilarán el foso día y noche para evitar que lo vacíen y construyan sus torres de asalto, los ballesteros dispararán sus flechas y rociarán a los asaltantes con aceite hirviendo. Sin embargo el silencio es inquietante, como si realmente nunca hubiese ocurrido nada.

Atravieso la puerta principal. Aún quedan restos de la barbacana que se sitúa sobre ella, aunque el rastrillo parece haberse deteriorado con el tiempo. Al fin estoy en el inmenso y solitario patio de armas. Y allí la veo a ella.

Es una niña y solo tiene doce años, pero cabalga en su palafrén custodiada por soldados mientras un dolor le quema la garganta porque se empeña en aguantar las lágrimas. Sabe que debe casarse con un hombre que le triplica la edad y abandonar su alma de niña por la imposición paterna, y sin embargo lamenta dejar atrás a su familia en lugar de sentir odio por ella. El caballo avanza lentamente camino abajo y ella echa la vista atrás, contemplando por última vez el lugar donde ha crecido y que recordará durante los años venideros para encontrar la fortaleza necesaria que le haga seguir adelante.

Allí tampoco logro sentir nada, solo silencio, y entonces a lo lejos la puerta de la capilla de piedra llama mi atención. Siento los susurros de las personas que se ocultarán allí, aquellos que han huido de sus casas y no sirven para luchar. Mujeres, ancianos y niños llenan con sus miedos aquel lugar, sabiendo que si los invasores entran todos morirán. Verán caer primero a sus hijos, después a sus padres y hermanos, y desearán ser ellos los primeros para no sentir tal dolor. Creo ver la puerta entreabierta y desde la rendija unos ojos espían el exterior.

A mi lado, la torre del homenaje se mantiene casi intacta, y es entonces al tocar su fachada cuando la angustia que siento es tal que tengo que arrodillarme para recuperar el aliento, mientras el corazón late desbocado. Allí sí ocurrirá .

Casi puedo escuchar el sonido de las espadas, el tajo de los miembros y los ruidos guturales de los hombres al morir. No es difícil, tan solo hay que encontrar la carne, la abertura entre las piezas de la armadura y dar un golpe certero. Casi siempre es mortal. En una batalla en campo abierto, los de las primeras filas saben que van a morir, y sin embargo una fuerza los mueve, empujando hacia delante como si la gloria estuviera en el cielo. Morir por su rey es su honor, y salvo los caballeros, que armados de placas se abalanzan sobre el enemigo desbaratando las primeras filas y buscando entre ellos a otros rivales que merezcan probar su espada, los demás se estrellan contra ellos como el mar lo hace contra las rocas.

Pero en aquel patio de armas aún no hay nada. Los soldados se aproximan observando la ciudad desierta plagada de cadáveres de aquéllos que no han sobrevivido al hambre después de llevar tres meses la ciudad sitiada. Las únicas casas que han quemado y las gentes que han ejecutado son las que no han tenido cabida en el castillo, porque seguramente su rey ha preferido sacrificarlas antes que gastar los suministros para alimentarlos. Confiaba quizás demasiado en aquel castillo que era en sí mismo un arma defensiva, y no creyó que los asaltantes pudieran aguantar tanto tiempo esperando a que cayeran. Sin embargo tres días atrás el enemigo ha izado una bandera azul, indicando que si rinden la ciudad dejará vivir a las personas que se hallen en ella. Al no obtener respuesta, el segundo día ha izado una verde, para avisar de que una vez tomada, matará a todos los varones pero perdonará la vida a mujeres, niños y ancianos. Ofendido por su silencio, ha alzado la tercera bandera de color negro asegurando que no quedará nadie con vida tras los muros del castillo cuando éste sea tomado.

El capitán empezará a darse cuenta de que quizás no ha habido respuesta porque no queda nadie ya con vida, pero aún con desconfianza mandará registrar todos los rincones, alcobas y salas en los que pudiera haberse escondido alguien.
Su paso por allí será solo casualidad, ni tan siquiera sus altos mandos recordarán su nombre, pero pensará que tomar la ciudad y derrotar a un rey desprevenido que ha enviado a sus tropas sanguinarias a conquistar tierras más allá de los territorios nevados del norte, es una buena ocasión para que no solo ellos, sino el mundo entero, lo rememoren.

Cuando recupero la respiración empiezo a ascender por la escalera de la torre del homenaje, aún sintiendo la confusión del capitán ante aquella ciudad desierta, y es entonces cuando siento que arrastran a una mujer escaleras abajo y la sacan al patio. Los gritos son aterradores y percibo el pánico que ella siente, sabedora de que su muerte es inminente. Sus ropas son demasiado caras para ser una criada y seguramente es la esposa del rey. A la fuerza y sin mucha resistencia, es colocada en el toro de Falaris, un enorme toro de bronce puro en el que se mete a la víctima y se hace debajo una intensa fogata. Éste se calienta y enrojece, sale humo por los orificios de la nariz y los de los ojos brillan con un siniestro color rojo mientras la mujer muere abrasada, no sin antes deshacerse en gritos que parecen hechos por el animal.

Quiero olvidar la escalofriante sensación que me produce su muerte y mientras subo la escalera de caracol, a mi alrededor noto la euforia de los que ascienden, gritando para asustar a los ocupantes del castillo que creen que se ocultan arriba. La escalera ha sido pensada para que deban girar a la izquierda dejando el flanco derecho descubierto, y entonces los ballesteros lanzan flechas desde arriba y aciertan en sus cuerpos. Los que caen son apartados y los que viene detrás no sienten miedo, como si la sed de sangre y muerte fuera más fuerte que la prudencia, como si morir a los pies del enemigo sin haber dado un solo golpe no importase, porque habrán abierto camino a los soldados que vienen detrás.

Y entonces lo veo, arriba, en el gran salón, permanece sentado sin defenderse, Éroto, el Rey Nórdico. Su mirada no se dirige a los soldados que entran, permanece vacío, probablemente hipnotizado por los gritos de su mujer y madre de sus hijos. Pero el capitán no cree que vaya a entregarse sin luchar, aunque de poco le servirá ahora que no le quedan soldados con vida. El capitán se aproxima dispuesto a hablarle, a darle una muerte digna de un rey como él, conocido en cien comarcas a la redonda. Pero aún no sabe que Éroto no se dejará matar por un simple capitán sin nombre.

Siento el peso de los pensamientos que se perderán para siempre en aquella sala, quedándose entre aquellas cuatro paredes de piedra que el tiempo irá silenciando, y necesito incluso apoyar mi cara en ellas para notar el frío y no salir del sueño.

El Rey Éroto es imponente incluso en el máximo silencio, y su presencia basta para intimidar a todo el que está en la sala, pero no piensa morir arrodillado ni vencido ni permitir que cobre vida el nombre de un desconocido y se escuche por encima del suyo por los siglos de los siglos.

Se pone en pie y todos permanecen alerta, pero ninguno se mueve mientras él camina hacia el capitán, lo fulmina con sus ojos azules casi transparentes y humedece sus labios lentamente observándolo con curiosidad. No le teme y eso indigna al capitán, que se siente diminuto, invisible ante un hombre que ni siquiera ha empuñado su espada y aún así cree que puede vencer. El peso de las sensaciones es tal, que miro a mi alrededor con los ojos alerta como si estuvieran realmente allí y aquello no fuese a suceder en unos años.

Es suficiente un gesto para que los soldados de Éroto salgan de todas partes, apareciendo de lo alto de la torre, de las almenas y la parte baja de las escaleras, habiendo aniquilado al ejército por la retaguardia y arrasando con aquellos que aún permanecen en la torre.

El silencio en el campo de batalla es algo que ocurre solo en la mente. El choque del metal de las espadas, los gemidos ahogados de los que son atravesados por ellas, el sonido de los cascos de los caballos y sus relinchos al alzarse en dos patas para machacar algún cráneo, suceden alrededor de los soldados pero no los escuchan realmente. En su cabeza apenas hay pensamientos, casi no oyen y repiten mecánicamente los movimientos que han sido duramente entrenados una y otra vez, atravesando cuerpos y esquivando golpes y espadazos.

En cambio en aquella sala ninguno ha visto lo que ha sucedido abajo, en el patio de armas, tras la muerte de la mujer, ni en las calles cercanas en las que se construyen aquí o allá las casas. Lo único que han visto es que ni el hambre ni los soldados han podido acabar con Éroto el Rey Nórdico, cuya astucia será conocida durante siglos, vaciando la ciudad para hacer creer al enemigo que ha sido vencido y convirtiéndola en una trampa mortal. Siento que el capitán no parece percibir que ha fracasado, no acepta que ése será el momento de su muerte y no está asustado. Se siente pequeño ante Éroto, más inteligente y con más experiencia que él, pero no parece un hombre vencido a pesar de que todos sus hombres han caído, al contrario de lo que señalaba el comienzo del día.
Entonces Éroto se acercará al hombre y le preguntará quién es.

-Deseo conocer el nombre de aquél que se atrevió a llegar hasta mi mesa confiado y sin haber levantado ni una sola vez la espada.

-Tal vez queráis saberlo- dirá alzando la voz para que todos lo oigan- porque se escuchará mucho más que el vuestro por los siglos de los siglos.

Éroto el Rey sonreirá. Puedo sentir su confianza y lo divertido que le parece la osadía de ese joven inconsciente.

-Mi nombre- dirá haciendo un gesto inmediato que clavará la daga en el vientre del Rey y luego girará para asegurarse de que hace una profunda herida-, es Cleos, Capitán de las tropas Nórdicas de Suisen.

Aún se escuchará su ultima palabra en la sala mientras será atravesado por las espadas de dos soldados, pero se mantendrá en pie y esperará a que el Rey hinque la rodilla primero. Cuando lo haga, él le seguirá y pondrá su mano en el hombro de Éroto. Jadeará y sonreirá, como si la muerte no fuera la de ambos.

-Si todos guardáis silencio, que estas paredes sean testigos de lo acontecido hoy aquí. Más te valdría haber blandido tu espada y defender a tus gentes en lugar de alzarte sobre tu propia soberbia.

-Vos morís a mi lado- murmurará Éroto-. El destino es compartido por ambos.

-Pero vos no sois un simple caballero que hoy ha vencido a un Rey.

Ahora entiendo la ausencia de su miedo y siento que las paredes aún me hablan, pero tengo que pedirle al guía que me lleve de regreso.

Cuando abro los ojos, alguien me ofrece agua y sal para recuperar fuerzas, y todos los que permanecen ante mí y han escuchado mis palabras casi ininteligibles esperan una respuesta.

-Reconstruirán la ciudad de Jisona, pero el Rey será derrotado por un simple caballero.

-Decidnos su nombre, völva Clediste.

Bajo un segundo la mirada, después me giro hacia un lado y clavo mis ojos en los de mi hermano pequeño.

-Seréis vos, Cleo. Allí encontrareis el honor y el cielo.

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Mar 122014
 

Drágata estaba realmente furiosa tras recibir la noticia del consejo. ¿Cómo diablos iba ella a pasar la prueba de fuego para formar parte de él, si se les había ocurrido la barbaridad de que debía demostrar que los dragones hablaban?

¿Es que acaso estaban locos? Dragones que hablan, conversaciones con un dragón, era imposible hacer algo así. Estaba cada vez más convencida de que o bien por ser mujer o por pertenecer a la familia de los descendientes de los sacerdotes que escuchaban a los oráculos, intentaban impedir que formara parte del consejo. Seguro que era eso y aquellos ancianos medio locos querían seguir haciendo de las suyas sin que nadie tomara parte en sus decisiones ni se metiera en sus asuntos. Únicamente había dos miembros que le inspiraban algo de confianza, Nuncía, la primera y única mujer del consejo que había llegado allí por méritos propios según contaban, y Avéniz, un aventurero que recopilaba información de antiguas leyendas y escribía extraños libros. Sospechaba que tal vez la idea provenía de ellos porque siempre bromeaban con mandar hordas de dragones a los enemigos cuando todo el mundo sabía que no existían.

Estaba perdida en sus pensamientos cuando sin darse cuenta había ido caminando hasta el mismo lugar de siempre, el centro del bosque de Virgin, un lugar al que solo los sacerdotes de los oráculos se atrevían a ir, pues posiblemente con sus leyendas de visiones, fantasmas y muertos habían alejado a cualquier humano que pensase siquiera en aquel lugar.
Relatos de fantasía - Cueva DragónPara Drágata no era tan tenebroso, quizás porque había crecido en él y ya no le daban miedo las sombras que los árboles secos dibujaban en la tierra polvorienta. Desde luego no era peor que la aldea de casas de piedra amontonadas unas sobre otras y la enorme algarabía de sus molestos aldeanos. Se creían hombres valientes que se llenaban la boca de fanfarronerías en sus tabernas mientras el ron y el vino corrían a raudales; sin embargo rodeaban sus aldeas de altos muros de piedra para protegerse. Menudos cobardes.

Y ahora la prueba, la maldita y descabellada prueba. Estaba claro que no querían que entrara en el consejo y por un momento se preguntó si a los otros dos aspirantes les habrían propuesto la misma misión. Nestari, un joven que vivía cerca de la costa, parecía buena persona y había estudiado durante años como era común en su familia. Drágata desconocía cómo iba a enfrentarse él a la prueba del dragón, aunque quizás se inventase una historia y solo era cuestión de que le creyesen.

Por otro lado estaba Jorgax, que pertenecía a las aldeas marineras de las islas del sur, y seguramente sabía mucho de navíos y formas de pesca, pero poco sobre dragones. Deseó poder averiguar si ellos tenían que pasar por la misma prueba.
Entonces llegó por fin a la cueva, enorme, magnífica y oscura, en cuyo centro, tras perderse en la profundidad de la roca, se abría un claro que se llenaba de luz y en el que crecía un árbol majestuoso. El oráculo de Virgin.

Según había aprendido Drágata, un oráculo era una respuesta que daba una deidad por medio de sacerdotes o a través de señales físicas o símbolos. Aquellas personas especiales que demostraban saber interpretar los símbolos eran veneradas y respetadas por todos. Sin embargo no era su caso, aunque tal vez ella era aún demasiado joven o no era la elegida. Lo cierto es que todas las paredes de la cueva estaban llenas de figuras, dibujos y perforaciones, pero ella estaba segura de que las habían hecho los hombres.

Se dejó caer en el suelo apoyando su espalda en la dura corteza del árbol y sacó de su zurrón de cuero un trozo de pan. Lo mordió aunque ya se había quedado demasiado duro y maldijo de nuevo su suerte.

-Hablar los dragones, menuda idea- dijo en voz alta, y después se quedó mirando hacia arriba, al cielo, donde la luna ya había salido e iluminaba desde lo alto el agujero de la cueva. Podía verla entre las hojas y ramas de aquel árbol, en los que la luz se posaba como diminutas perlas que se movían lentamente como en un hipnótico baile clandestino.

-¿Por qué crees que es una idea absurda?- dijo una voz suave llenando al instante toda la cueva.
Drágata abrió mucho los ojos y se puso en pie de un salto dejando caer el pan y el zurrón mientras el corazón le latía demasiado deprisa. Aquello no era una voz normal, no era la de una persona. Seguramente era el miedo lo que le hacía flaquear las piernas, algo que nunca había sentido estando allí y que según su estirpe no debería sentir jamás.

-¿Quién eres?- preguntó tratando de que no le temblara la voz, al tiempo que miraba a todos lados intentando ver quién hablaba.

-¿Por qué crees que es una idea absurda?- repitió la voz- ¿Acaso no existes tú?

-¿Eres el oráculo?-preguntó Drágata quedándose muy quieta y mirando de reojo hacia los lados.

-Podemos estar haciendo preguntas toda la noche. ¿Qué te parece si respondes alguna?- sugirió la voz.
Aunque no le gustaba tener que ceder en absoluto, la joven pensó que debía hacerlo para averiguar de quién y de dónde provenía la voz.

-Soy Drágata, descendiente de sacerdotes, y para entrar en el consejo debo pasar una prueba absurda. Demostrar que los dragones hablaban- confesó.

-¿Por qué dices hablaban?- preguntó la voz-. ¿Por qué no dices hablan?

La joven empezó a pensar que aquello era divertido. Si era la voz de un oráculo sus preguntas le parecían aún más absurdas que la idea de los dragones.

-Ni hablaban, ni hablan- explicó Drágata volviendo a sentarse fingiendo tranquilidad-. Según los libros y las antiguas creencias existieron una vez, pero yo creo que solo son leyendas y falsas historias que se inventaron los hombres.

-¿Con qué fin?- preguntó de nuevo la voz.

-Para infundir miedo, para hacer que no se acercasen a lugares como éste por la simple mención de que aquí había dragones, para justificar asesinatos y aldeas arrasadas por completo diciendo que eran los dragones…- enumeró la joven-. Para cualquier cosa de la que pudiesen sacar un beneficio.

-¿Sabes qué son los dibujos que ves a la entrada de la cueva?

-Sí, dibujos hechos por los hombres para hacer creer a quien se atreva a acercarse que por aquí existe un dragón- afirmó Drágata-. No sabes la de leyendas que se inventan por ahí de ellos, sobre todo trovadores, juglares y poetas. Ganan buenas monedas inventando historias.

-¿Qué es lo que cuentan?

-¡Ja! ¿Eres un oráculo y no sabes eso?- la joven se jactó de su conocimiento empezando una larga lista de habladurías-. Según dicen, los dragones arrojaban fuego y envenenaban las aguas, pero solo lo decían para que se les considerara un enemigo común con el que todos quisieran acabar. Se les culpaba de las plagas y de las épocas en las que escaseaba el alimento, ya que no solo podían atacar físicamente, sino que además dominaban los secretos de la magia con la que podían lanzar maldiciones. Dicen que los dragones eran tan antiguos como el propio mundo, criaturas que surgieron de las entrañas del caos cuando nació nuestra tierra y también que su aspecto es aterrador, con una piel llena de escamas que actuaba como la mejor de las armaduras. Cada vez que un ejemplar moría, todos discutían quién se quedaría con la piel para usarla como armadura o escudo impenetrables. También tenían unas armas mortíferas, como eran su aliento, sus garras y su misma sangre, que resultaba un ácido muy potente al contacto con la carne humana. ¿Qué te parece todo lo que se inventan?

La voz permaneció en silencio.

-¿Sigues ahí? Y ahora además al consejo se le ocurre que debo demostrar no solo que existían sino que además hablaban- continuó Drágata-. Si me dijeran claramente que no puedo formar parte de él, me molestaría bastante menos. ¡A mí sí que me están entrando ganas de enviarles una horda de dragones a todos ellos y acabar con sus aldeas llenas de hombres bocazas y pretenciosos!

-¿Quieres que te ayude a hacerlo?- preguntó de nuevo la voz al tiempo que toda la cueva empezó a temblar y pequeños fragmentos de roca caían por todos lados.

La joven se puso de nuevo en pie alarmada mientras sentía que la voz se aproximaba y de las profundidades de la cueva la silueta de una enorme cabeza surgía dejándose ver bajo la luz. Tenía un tamaño impresionante y las escamas eran de color blanco sobre las que se reflejaba la luz de la luna hipnotizando a la joven Drágata. De su cabeza salían enormes cuernos y las escamas continuaban hasta un largo cuello que se perdía entre aquella oscuridad. Vio su reflejo en aquellos ojos de dragón límpidos y cristalinos que se asemejaban a los de los reptiles, y descubrió que no le producía ningún miedo.

-No me temes ahora que me ves- aseguró el dragón-. Ahora entiendo por qué fuiste elegida como sacerdotisa del oráculo, algo que viendo tu aspecto y actitud no lograba comprender.

-¡Santo cielo! ¿Es un truco de los hombres o realmente existes?- dijo ella dando vueltas alrededor de la enorme cabeza-. ¡Podrías matarme con solo abrir la boca!

-¿Y eso no te infunde temor alguno?

-Lo único que temo es no poder demostrarlo ante el consejo. ¡Se quedarían boquiabiertos!- exclamó Drágata sin poder creer lo que tenía delante.

-Pero como sabes no puedo dejar que lo hagas o todas esas leyendas volverían a hacerse realidad- dijo el dragón.

-¿Así que fue todo verdad?- preguntó excitada la joven- ¿Por qué temes que se repita? Debería estar en tu instinto el querer hacerlo, se supone que sois bestias sanguinarias con sed de destrucción.

-Pensé que decías que no creías en esas leyendas…

-¿Entonces es mentira? ¿Y por eso no quieres que se sepa que existes? Yo me enfadaría mucho si se contasen mentiras sobre mí- dijo la joven-. Entonces sí que sobrevolaría las aldeas y las arrasaría, al menos las casas de esos bocazas que mienten, claro que no mataría a los niños…bueno tampoco a las mujeres ni a los ancianos…

-¿Entonces cómo ibas a hacerlo? Desde el cielo y a la velocidad que vuela un dragón no puedes elegir lo que destruyes- explicó el animal-. Así que si decidieses atacar tendrías que arrasarlo todo.

Por un momento detectó cierta tristeza en la voz de la bestia.

-Comprendo- murmuró ella-. Luego entonces, ¿es verdad o mentira?

¿Crees que si mi instinto estuviese lleno de sed de destrucción, tu gente podría vivir aquí al lado desde hace tantos años que ya ni creen que existimos?

-Entonces entiendo que habéis sido utilizados por el hombre para justificar sus matanzas y que han puesto sobre vuestros nombres horribles masacres que no habéis provocado- reflexionó Drágata-. Es una lástima que no podamos vengaros.

-No queremos venganza- dijo el dragón-. Si estáis vivos es porque así lo deseamos. Y como sabes, cuando eres elegido como sacerdote por el oráculo debes guardar secreto de por vida de su existencia.

-Y únicamente interpretar los símbolos y señales y comunicarlas al consejo…sí, eso ya lo sé- farfulló Drágata-. Lo que se reduce en que no podré pasar la prueba porque no puedo hablarles de ti…

-Pero salvas tu vida porque si sales de aquí sin hacer la promesa de sacerdotisa tendré que matarte- confirmó el dragón.

La joven se quedó pensativa unos instantes valorando cómo iba a tragarse el orgullo cuando tuviera que admitir que no podía cumplir la misión, y viera que tanto Nestari como Jorgax salían victoriosos. El próximo invierno no habría para ella un lugar en el palco junto a los demás sino que seguiría ajena a todas las decisiones que se tomasen allí dentro y en manos de las opiniones absurdas de aquellos vejestorios.

-Bien- dijo al fin la joven-, si me matas tampoco podré demostrar que pasé la prueba, pero que conste que no lo hago por miedo. Así que prometo guardar el secreto de tu existencia y como dice la tradición acudir cada luna llena a este lugar para escuchar las revelaciones del oráculo y comunicarlas a los hombres- bajó las palmas de las manos tras la promesa y añadió-. Un oráculo que por otro lado no existe y es un dragón que se esconde en una cueva.

-Dejando a un lado lo de que me escondo, el primer mensaje que deberás llevar al consejo es el de que todo hombre que forme parte de él tendrá que demostrar que la prueba que debió pasar inicialmente puede ser verificada- dijo el dragón.

-¿Y la mujer?- protestó Drágata.

-Ella no necesita demostrarlo porque estuvo aquí antes que tú- explicó de nuevo-, y ya todos saben que si dudan de su palabra sus vidas se llenarán de penurias y sus campos de plagas.

Drágata recordó entonces el año en que Nuncía llegó al consejo. Efectivamente fue un mal año para todos donde muchas personas murieron enfermas y se perdieron las cosechas. Se preguntó si fue ella quien lo provocó, y entonces empezó a sentir algo de miedo por primera vez.

-¿Nos estás utilizando para vengarte de los hombres, haciéndonos ser mensajeros de un oráculo que no existe para atemorizarlos y controlar sus acciones?

-Eres muy lista, Drágata- admitió la bestia-. La venganza por sus mentiras es algo que se debe disfrutar. Una muerte rápida no es digna de un gran mentiroso y no produce placer en quien la da. Así que como dijiste que si pudieras arrasarías sus casas, lo que deseo es que envenenes sus almas, que les llenes de miedos y creencias que gobiernen sus vidas.

Les hablarás sobre dioses que provocan catástrofes, predecirás inundaciones, incendios y guerras, y ellos a cambio te respetarán y venerarán como sacerdotisa del oráculo. Jamás dudarán de ti.

Drágata sonrió pensando que era un buen cambio a pesar de tener que admitir ante el consejo que no podía pasar la prueba. Si no podía estar dentro, sería desde fuera como manipularía sus decisiones, aquel dragón era muy astuto e inteligente. Así que salió de la cueva tras la promesa de volver cada luna llena, con la convicción de que había obtenido la recompensa de su vida, ajena totalmente a que ella era un eslabón más de aquella cadena de mentiras.

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Ene 242014
 
 24 enero, 2014  Publicado por a las 11:11 El Torneo del Rey Tagged with: ,  3 comentarios »

el-origen-del-lum-retoHa llegado el momento de descubrir los secretos planteados en el Reto de El Origen del Lum. Estas son las respuestas al reto:

¿Qué es un Terget?

Un bastón fino y alto hecho de caña.

Además de convertirse en pieza clave de la historia, para mi representa a la persona que lo teje, imagino que en ellos depositan lo que llevan dentro y, en parte, son un símbolo de lo que son.

¿A que raza pertenece Simkha?

Es una Mireg

¿Qué es un Mensai?

Una pequeña bola transparente con seres diminutos dentro.

¿Quién no ha pensado al leer la descripción del mensai en esas bolas de cristal que les das la vuelta y cae nieve? y para de caer y vuelves a darle la vuelta, una y otra vez.

¿Qué nombre reciben los pájaros negros de grandes alas que pueden transformarse?

Alkis

¿Qué es Belkho?
Un Silfo

Los Silfos, en la mitología, son espíritus elementales del aire. Es como se conoce comúnmente al macho de lo que sería el hada. Están hechos de aire. Piensan y flotan. Son sutiles y evasivos. No reaccionan a los sentimientos, como tampoco sienten. No se les puede alabar, alimentar o entusiasmar. Son seres exclusivamente del viento, del pensamiento y del vuelo. No es posible hacer que un silfo se preocupe por algo, pues la preocupación es una emoción. ¡Pero Belkho es un silfo que siente!

¿Qué es el Clan?

Un grupo al que pertenecen tres familias.

Existe M-Clan y es un grupo de música pero no en El Origen del Lum, La gran famila solo puede llamarse a la mafia italiana, y si una taberna se llamara Clan, sin más, estaría vacia.

¿Qué son las pistas de Dermis?
Frutos sabrosos, jugosos y dulces

Nacen en las orillas de los rios y no me importaría catar alguna 😉

¿Que relación une a Breech con Simkha?
Son familia

Aunque a lo largo del libro pasan por ser amigos, el lector puede llegar a imaginar que serán amantes e incluso enemigos, ¡es la magia de las palabras!

¿De qué mundos nos hablan en el origen del Lum?

Trim, Atrom, Emprila

TrimSilfMirSelfMolocEmprilaSilum, Supercalifragilisticoexpialidoso.

¿Quién es la madre de Shimka?

Lendora

Los nombres propios en una novela de fantasía tienen un gran poder. Pueden conseguir que te enamores perdidamente de un personaje o que lo odies cada vez que intentes pronunciar su nombre. El de Lendora a mi me suena como Gandalf, es uno de esos nombres que solo leerlo transmiten magia.

¿Quieres probar con otro reto? Ahora es el mejor momento 🙂 Entra en los Retos del torneo del Rey