Oct 282013
 
 28 octubre, 2013  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , ,  Sin comentarios »

Hablar de una posada medieval es, para muchos, una imagen idealizada de aquella deliciosa “Poney Pisador”, o aquel aún mas mítico “Dragon Verde”, desde los cuales muchos de los autores de fantasía medieval han partido en sus descripciones de tales lugares. O quizá los lectores más recientes tengan en mente la emblemática taberna regentada por Kvothe en “El Nombre del Viento”. Tanto la taberna medieval que tenemos todos idealizada, como la taberna medieval histórica, se llevan muy poca diferencia.

Posada Medieval
Yo me quiero imaginar una tenebrosa taberna instalada en el barrio latino en Constantinopla, junto al Puerto de Sofía, donde extranjeros de todo el mundo que arriban a Nueva Roma coinciden en un tugurio para beber unas jarras de vino aguado, jugarse sus jornales a los dados y cantar canciones de marinero. Y aquel lugar existió, en realidad, y existió el extranjero que todos nos imaginamos que entra en este lugar, solicita una jarra de vino y un plato de estofado, y toma asiento en el lugar más retirado del salón. Y las miradas furtivas de los parroquianos, cargadas de desconfianza, calibrando la posibilidad de aligerarle de peso en el momento en el que éste abandone el lugar completamente saciado. ¿Nos imaginamos una taberna cualquiera en el Siglo de Oro? Repleta de rufianes, prostitutas, ladrones de bolsas, oportunistas, soldados, mercenarios y hombres de todas las clases. En realidad, tanto una taberna de El Siglo de Oro en Sevilla (puerto fluvial más importante donde arribaban las naves desde el Nuevo Mundo), como nuestra taberna de Constantinopla, como El Poney Pisador o cualquier otra que nos venga a la mente, mantendrán multitud de elementos comunes. Quizá sea el elemento más común en la literatura fantástica e incluso histórica, con algunos matices por supuesto, pero básicamente iguales: un punto de encuentro de viajeros, comida y bebida de regular calidad en la mayoría de las ocasiones, mesas y asientos de madera desperdigados en la sala común, otro salón anexo donde los viajeros menos adinerados pueden comprar un tramo de suelo techado y caldeado por una enorme chimenea, aventuras, traiciones, un tabernero dispuesto a servir al viajero diligentemente… y por supuesto el punto perfecto de partida desde donde iniciar una aventura perfecta, ya sea dentro de una novela de “fantasía” como de una novela “histórica”. Siempre serán el lugar idóneo desde donde puede partir nuestra imaginación… y donde tomar una jarra de cerveza y cantar junto a los amigos después de una inolvidable misión.

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Oct 252013
 
 25 octubre, 2013  Publicado por a las 11:11 Tagged with: ,  Sin comentarios »

Dagmar entró en la taberna, un pequeño puesto fronterizo. Si aquel lugar tuvo un nombre, fue hace mucho tiempo pues el deslucido y ajado letrero era ya ilegible. El interior estaba igual de añoso y desvencijado, tanto como sus clientes, hoscas y taciturnas almas torturadas. No eran tan distintos a él, mejor. Así se sentiría como en casa. Su armadura de cuero estaba empapada y dejó un pequeño charco en el suelo de madera.
En el exterior la tormenta se recrudeció. El aguacero golpeaba las cristaleras como un látigo, en ráfagas rítmicas. En algún lugar, una incesante gotera martilleaba el cargado ambiente. Dagmar se acercó a una mesa apartada, la espada de su cinto tintineó al compás de las goteras. Varios ojos siguieron sus pasos. Tomó asiento y pidió un keybas, ahora lo único que quería era olvidar, y el fuerte licor le ayudaría. Apuró la copa, de un trago. El calor etílico le calmó un poco. Perfecto, aquella noche dejaría que la embriaguez hiciera el resto del trabajo, ya tendría tiempo de odiarse por la mañana.
Taberna sin Nombre
De súbito, la puerta se abrió dando un violento bandazo que casi la saca de sus goznes. Perfilados por las luces intermitentes de la tormenta, tres figuras armadas irrumpieron. Vestían armaduras y tabardos color rojo y negro. Aunque había muchos forajidos allí, Dagmar supo al instante que venían por él. Y así fue, los soldados se plantaron frente a él.
—Te espera la horca, traidor —dijo uno de ellos con desprecio.
—Tenía que intentarlo —repuso Dagmar mientras deslizaba lentamente su mano sobre la empuñadura de la espada.
En su fuero interno siempre supo que su escapada no duraría mucho, que no le llevaría demasiado lejos. Pero si querían su vida, no les saldría barata

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Oct 092013
 
 9 octubre, 2013  Publicado por a las 11:11 Tagged with:  5 comentarios »

Lo más importante antes de empezar la construcción de la taberna es escoger un buen lugar. Una taberna que se precie no puede estar en cualquier rincón de cualquier ciudad, no, el lugar es importante.

Yo escogeré una pequeña aldea, lejos de grandes ciudades, rodeada por un bosque de robles altos y fuertes y lugar de paso de viajeros, aventureros, comerciantes y otras gentes de malvivir. Eso me proporcionará el tipo de clientela que busco, gente con historias que contar.

Es importante también el lugar de la aldea en el que vamos a construir nuestra taberna. No puede ser cerca de la herrería, ese ruido infernal ahuyenta a los clientes, ni cerca del cementerio. No, tiene que ser un lugar apacible, lejos de otros comercios, quizá en las afueras, donde los últimos rayos de sol de la tarde entren por la pequeña ventana lateral iluminando la única mesa reservada del local.

Como construir una taberna: El Lugar

El lugar es importante

Bien, ya tenemos el lugar. Pongámonos manos a la obra, vamos a necesitar maderas, de roble, claro, y a un buen carpintero. La puerta y las contraventanas estarán labradas con escenas de viejas leyendas que sólo los más ancianos del valle de Tierra Oscura recuerdan, para que no se pierdan en el olvido. Las mesas, simples pero resistentes, no serán ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas. Tendrán el tamaño justo para que los grupos de viajeros, ya sean de dos, tres o cuatro se sienten cómodos y a gusto. Las sillas y la barra también serán de madera. Una barra larga y con forma de dragón que se extenderá hasta la mismísima chimenea. Me gusta la calidez que el fuego y la madera le confieren al local.

Para las paredes utilizaré piedras de las Islas del Caracol.

Quiero que pueda aguantar los envites del tiempo y las tormentas que tan frecuentes son en el valle durante el invierno. En su interior un hogar, grande, para asar carne y encender fuegos en invierno cuando la nieve cubra el paso y los comerciantes tengan que pasar largas horas esperando poder volver a retomar su camino.

Junto al hogar y en una esquina poco iluminada colocaré una pequeña mesa para esos invitados que prefieren pasar desapercibidos. Y bajo la escalera que sube al primer piso, los barriles de cerveza para los que prefieren un lugar más tranquilo cuando se desata alguna pelea entre enanos y elfos.

En el sótano, frío, oscuro y solitario estará la despensa, llena de queso, chorizo, jamones, pan recién horneado, perdices, patos y todo tipo de viandas para satisfacer las necesidades de los más hambrientos y exigentes clientes. Y cerveza. Pero no una cerveza cualquiera, no, la mejor cerveza del valle. Mi taberna será famosa por su cerveza y por su plato especial, ciervo asado con carbón de las montañas del Sur. Es una receta secreta que ha pasado de generación en generación y que seguirá siendo secreta…por si te preguntabas como se prepara.

Pero una taberna no es nada sin sus parroquianos. Por ella pasarán magos de renombre, rastreadores de enigmas en busca de un Quebrantín de Oro, aventureros, héroes y villanos. Su particular ubicación hará de esta taberna una de las más conocidas entre renegados y maleantes por sus mesas oscuras que todo lo ocultan, por su cerveza, sin igual en todo el valle, y por sus incontables salidas que hacen que capturar a alguien dentro de la taberna sea tarea casi imposible. Casi tan imposible como adivinar donde saldrás al usar cualquiera de su pequeñas puertas.

Ya sólo nos queda escoger un nombre que este a la altura de tan gran taberna, una taberna que estará llena de magia, de historias, acogedora en las frías noches de invierno, lugar de reposo tras una larga jornada de viaje o en medio de un temporal. Y que por increíble que pueda parecer tendrá tantas puertas para entrar como para salir.

Voy a llamarla…

Aven Roy Historiador y Aventurero de día, Mago y Guerrero de noche siempre me ha gustado combinar la afilada hoja de mi espada con una bola de fuego o una tormenta de rayos.
Son… argumentos contundentes.
Puedes encontrarme en Tierra Quebrada

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Oct 042013
 
 4 octubre, 2013  Publicado por a las 11:11 Tagged with: , , , , ,  5 comentarios »

Estaba oscureciendo. Apenas quedaba un reflejo en el cielo del sol que desaparecía para cubrir la ciudad con el manto de la noche. Me camuflé aún más bajo la capa de lana oscura, temerosa de encontrarme en uno de los peores barrios de Eritum. Yo no debería estar aquí.
Al final de la calle empedrada, en cuyos lados descansaban las pequeñas casas adornadas con flores, vi el resplandor de la luz que se filtraba por las contraventanas cerradas de la taberna. Supuestamente era un lugar clandestino, no debían llamar la atención. A los gobernantes de la ciudad, no les gustaban las actividades que se llevaban a cabo en las tabernas. Sin embargo, no habían conseguido erradicarlas.
Alrededor de la casa reinaba el silencio, extraño, gélido, inquietante. Golpeé dos veces la puerta de madera gruesa con los nudillos y esperé.
Creí escuchar un sonido que provenía del interior, como si estuviesen mandando callar a alguien. Después la puerta se entreabrió.
-¿Quién va?- susurró una voz ronca de mujer.
-Seranda- respondí intentando parecer serena.
La mujer dudó unos instantes y finalmente abrió, haciéndome entrar con rapidez. Al momento empujó suavemente la pesada puerta cerrándola a mi espalda.
-Está al fondo- me indicó la gruesa mujer.
Después se sentó en una mesa cercana junto a dos mujeres ancianas. Todas ellas bebían en silencio de gruesas y toscas jarras de barro. Ni siquiera me miraban.

El lugar estaba construido completamente de madera. Las enormes vigas que sujetaban el techo del piso superior, parecían estar ajadas y con la posibilidad de quebrarse en cualquier momento. Miré temerosa hacia arriba, deseando que no cedieran justo en aquel instante.
Paseé la vista por el interior de la taberna tratando de pasar desapercibida, al tiempo que me sentaba en una de las mesas.Desde allí podía ver la enorme barra de madera en la que se exhibían todo tipo de licores y alimentos.
Pero no sentía hambre. Lo único que deseaba era encontrarle.
Aunque al mismo tiempo tenía miedo.
Continué observando los barriles de madera alumbrados por la escasa luz de las velas, mientras dos borrachos salían con extraño sigilo de la taberna. Si eran encontrados en este lugar, serían arrestados. Exactamente igual que yo.
El tabernero me sirvió una jarra que yo no había pedido. Sin soltarla, me miró con ojos secos y severos como afirmando que tenía que beberla. Le devolví la mirada aparentando seguridad, pero lo cierto es que el licor que vendían era muy desagradable. Después de soltarla, se dio la vuelta, volvió tras la barra, y se quedó mirando con los ojos entrecerrados hasta que tomé el primer sorbo.
Gentuza…- le oí murmurar tras ver mi cara de asco.
Pelea taberna
Me pregunté qué habrían visto los ojos de aquel hombre durante la vida para juzgar a las personas por lo que bebían. Sobre todo a una mujer.
Entonces recordé que él no sabía que yo era una mujer.
Mi disfraz funcionaba. El cabello recogido y camuflado tras la capucha de la capa y aquel peto de cuero que aplastaba mi cuerpo femenino lo habían convencido.
Estaba en el buen camino.
Entonces el corazón me dio un salto cuando sentí pisadas en las escaleras de madera que accedían al segundo piso. Vi unas enormes botas de cuero desgastado, después un cuerpo fuerte y poderoso, y al fin su cara.
Aquella taberna parecía muy pequeña para él, demasiado insignificante. Quien conocía a mi padre, sabía que había ganado batallas, dirigido ejércitos y segado muchas vidas. No le temblaba el pulso ante nada ni ante nadie. Y mi mayor sueño había sido siempre luchar junto a él.
Pero él jamás lo permitiría.
Por suerte hacía demasiados años ya que no nos veíamos, y era imposible que llegara a reconocerme.
Se acercó y se sentó a mi lado. Le hizo un gesto al tabernero y éste le acercó una jarra con una actitud de máximo respeto. Le miré esbozando una sonrisa divertida. No era tan despectivo con mi padre.
-Eres joven- murmuró lentamente-. ¿Por qué quieres morir?
Intenté no mirarle a los ojos y bebí un trago de mi jarra. El aliento me ardía y los latidos de mi corazón parecía que podían oírse en toda la sala.
Será la muerte quien me busque, pero no tendrá el valor de encontrarme– respondí con dignidad.
Él me observó con los ojos azules entrecerrados mientras se balanceaba lentamente en su silla. Se humedeció la boca y se mordió el labio inferior pensativo.
-¿Sabes por qué vivo en una taberna?- preguntó estirando las piernas y recostándose en la silla de madera.
Negué con la cabeza. Sentí los ojos de las ancianas clavados en mí, como si discretamente asistieran a un espectáculo.
-Todo lo que he escuchado son historias de triunfos y batallas- confesé.
Mi padre sonrió y sentí un nudo en la garganta. No podía llorar delante de él.
-Y existieron…-susurró mientras sus ojos se perdían en la nostalgia del pasado-. Y yo creí ser alguien mientras luchaba para el rey y ganaba sus batallas. Creí ser alguien mientras arrancaba la vida de otros soldados y los años pasaban dejando atrás a los míos.
Me senté con la espalda aún más recta dispuesta a escuchar su historia.
-¿Sabes por qué vivo en una taberna?- repitió.
-No- dije temerosa.
Entonces él alargó su mano de piel áspera y dedos gruesos, una mano fuerte para sujetar la espada y cálida para abrazar a un niño, y me despojó de la capucha dejando al descubierto mis cabellos.
-Porque tenía demasiada vergüenza como para volver a buscar a mi familia, hija mía.
Me descubrió, lo sabía desde el principio. Incluso con mi nombre falso, sabía quién era yo.
-¿No hay batallas?- pregunté.
-Hace muchos años, hija mía. Demasiados. Vuelve a casa con tu madre. Has venido demasiado lejos- se puso de pie-. Regresa.
Y desapareció escaleras arriba, dejando a su espalda una estela de dolor y recuerdos, que se mezclaban con un falso pasado.

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Sep 272013
 

En el tranquilo pueblo de Hordy’d se podía respirar tranquilidad, no como en las ciudades vecinas pasadas las colosales montañas del sur, cuyos habitantes malvivían bajo el yugo opresor de los altísimos impuestos y las leyes sumamente abusivas formuladas por sus ambiciosos gobernantes. No, Hordy’d era un buen lugar en el que vivir, siempre y cuando uno fuera leal al trabajo. Era ésta una de las razones por la que tanto estaba creciendo, de modo que algunos nuevos comerciantes se instalaron en la ciudad. Entre ellos, taberneros. A la única que había en el pueblo, suficiente para satisfacer las necesidades de poco más de ciento cincuenta habitantes, retoño arriba, anciano abajo, se unieron hasta cinco más, oportunidades de negocio que reflejaban al término del día que la inversión había merecido, y mucho, la pena. Y es que, según los últimos datos demográficos, se había cuadriplicado la cantidad de personas en el pueblo, y la mayoría serían habituales feligreses para dichos locales.

La Muerte en la taberna

La Muerte en la taberna


Quizá fuera por las noticias transmitidas por los viajeros que hacían parada en esta villa mientras atravesaban la provincia, reflejando en sus palabras lo próspera que se había vuelto, que llegó a la misma una imprevista compañía de artistas que desfiló por cada una de las calles de Hordy’d entre bailes y cantos, anunciando una serie de fabulosos espectáculos para deleite de los habitantes del pueblo. Los que acudieran a la cita se encontrarían con una entrada inicial libre, debiendo aportar una pequeña cantidad de monedas de cobre únicamente en el caso de que quedaran encantados con dichas actuaciones, sin obligación real de dejarles nada. Bajo estas condiciones, nadie quiso perdérselo, y comenzaron entonces a surgir rumores de toda clase acerca del lugar donde iba a celebrarse tan bien publicitado espectáculo: La taberna de Ludgran. El motivo de esas habladurías tenían su razón de ser en el completo desconocimiento de los lugareños acerca de este nuevo local, que nadie recordaba haber visto en su deambular frente al mismo por la más ancha y concurrida calle del pueblo.

Ya llegada la noche, los mismos dueños de las florecientes tabernas de Hordy’d se acercaron a la que albergaría las actuaciones de la compañía, pues desde las puertas de sus propios negocios veían cómo nadie les dedicaba siquiera un simple vistazo, animados ante la perspectiva de una original y divertida velada en la taberna de Ludgran.

Tal y como se había anunciado, nadie les cobró entrada alguna, pasando tras la puerta a un amplísimo local perfectamente iluminado por enormes candelabros cada pocos pasos junto a las paredes, así como cuatro lámparas circulares en el alto techo del segundo piso terminaban de dar un toque mágico por las danzantes llamas de las velas, evitando que quedara una sola esquina en completa penumbra. Quizá midiese lo mismo tanto al frente como hacia los lados, un cuadrado que en las alturas prescindía de ninguna otra planta, lo que daba una mayor impresión de grandiosidad. Al fondo, se elevaba un simple pero largo escenario hacia el cual se encontraban dispuestas decenas de sillas que enseguida fueron ocupadas por las primeras de las personas en entrar. Éstas serían atendidas por varios camareros, hombres y mujeres de muy buena planta que se llevaron más de un pícaro vistazo de parte de cada uno de los clientes. Tampoco ellos parecían querer cobrar por las generosas jarras de cerveza, el delicioso vino servido o las sabrosas tostadas con dulce miel y cremoso queso blanco por encima. Para completar la decoración de la taberna, una corta, aunque funcional, barra de pulida madera de nogal se encontraba aislada en el rincón derecho, según se entraba por la puerta. Tras ella, pasando a un completo segundo plano, podía verse al que debía ser el dueño del negocio, un hombre delgado bajo la ceñida tela de su túnica marrón oscuro, con capucha echada hacia atrás para dejar a la vista un rostro maduro, con marcadas ojeras y abultadas arrugas en la frente, sin pelo alguno en la cabeza. Tenía los brazos cruzados frente al pecho, el lado izquierdo de los labios arqueados hacia arriba en una disimulada y perenne sonrisa y la mirada fija durante pocos segundos en cada uno de los asistentes a su taberna. Nadie se dirigió a él, pues ya se encargaban sus camareros de la clientela, pero tampoco pareció que se moviera del sitio ni que cambiara de posición para aquellos que, de reojo y recelosos, le dedicaban algún vistazo.

Pronto dio comienzo el espectáculo, con bastante gente aún fuera haciendo cola para entrar mientras los de dentro buscaban sitio cerca de las paredes, de pie éstos. Entonces, del escenario surgieron gruesas volutas de humo que se unieron entre distintos haces de luz de diferentes colores para dar forma a las personas que durante el día anunciaran el evento por las calles, materializándose al poco su cuerpo sólido tras una sorpresiva explosión por delante de la primera fila. A continuación, varios malabaristas dieron muestra de sus habilidades con palos, pelotas y alucinantes acrobacias, seguidos por ilusionistas que maravillaron al público con su espectáculo de luces, la levitación de algún objeto, o incluso voluntario de los que estaban sentados en las primeras sillas, y la recreación de extraños y muy realistas monstruos de leyenda con el uso del humo con el que iniciaran la sesión.

Podría ser que no durara más de una hora, pero fue suficiente para que todos los asistentes quedaran embelesados, marchándose a sus casas con ganas de más. Tanto así que al día siguiente, bajo la promesa de los artistas de que les ofrecerían una buena cantidad de nuevos trucos aún más espectaculares, el pueblo entero repitió la experiencia, creciendo el número del público al haber llegado las increíbles descripciones de los alucinados espectadores a los habitantes de aldeas y pueblos cercanos.

Nuevamente, los artistas no decepcionaron, pidiendo al término del espectáculo que, por favor, invitaran a cuantos conocidos tuvieran en los alrededores. De este modo, en la tercera y consecutiva noche, la taberna de Ludgran acogió a tantas personas como habitantes habían censados en hasta siete poblaciones a varios kilómetros a la redonda. Sin embargo, los que acudieron desde la primera actuación creyeron advertir cierto cambio en el local. Quizá hubiese el mismo número de candelabros, puede que las sillas fueran las de cada noche y que los metros entre las distintas paredes fueran idénticos a los ya vistos anteriormente, pero la sensación de que el lugar era mucho mayor no iba a quitásela nadie. Aún así, dichos pensamientos desaparecieron al instante una vez que el humo que anunciara el comienzo de la actuación inundó el escenario.

Pero, en realidad, sí hubo algunos cambios. La puerta, por vez primera, se cerró, aunque nadie estuvo atento a este detalle. Además, el tabernero de detrás de la barra no se encontraba en esta ocasión tras ella, sino a un lado del escenario, del cual surgía humo, como otras veces ocurriera. No obstante, éste no se evaporó una vez que los artistas tomaron forma. En su lugar, comenzó a expandirse tras las primeras filas hasta ocupar todo el recinto, lo suficientemente poco denso para que nadie se perdiera el espectáculo. Los camareros siguieron andando entre el público con sus bandejas llenas, dando de comer y beber a las personas junto a las que pasaban. Ninguna de éstas les dejaba continuar sin arrebatarles algo de lo que portaban; eso sí, no apartaron ni una vez sus ojos de los del escenario.

En esa tercera noche, las actuaciones se alargaron en el tiempo, llegando hasta la madrugada. La fascinación despertada en los espectadores les mantenía embobados, incluso pasaría desapercibida la falta de concentración de uno de los camareros, que dejó a la vista, literalmente, una alargada mano esquelética bajo la bandeja. Poco importó a esas alturas, aunque el tabernero llamaría más tarde la atención al despistado; no les permitiría errores de ningún tipo.

Poco a poco, el humo se fue haciendo más denso y las personas que acudieron a la taberna dejaron de ver absolutamente nada al frente, aunque en sus mentes los magos continuaban haciendo volar conejos que canturreaban y bailaban al son de la melodiosa voz de una linda jovenzuela, y los malabaristas llegaban a saltar tanto por encima de otros compañeros en imposibles acrobacias que podrían rozar con sus dedos las lámparas del altísimo techo. Ellos «lo veían», pero nadie actuaba ya en el escenario, nadie se esforzaba en mantener su atención ni en sorprenderles con trucos que jamás imaginaron ver en su vida. Por contra, las ropas de los que formaban la compañía, así como las de los camareros, cayeron al suelo, desnudos los fantasmagóricos huesos semitranslúcidos de los que devoraban sus cuerpos y almas mientras creían seguir gozando del espectáculo. Ni siquiera sintieron dolor, ni se percataron de los dientes y lenguas que se tragaban cada trozo de su ser, muertos sin que tuvieran la oportunidad de conocer lo que estaba ocurriendo.

El anciano apuró la jarra de cerveza con dificultad, tembloroso el brazo que la levantaba, soltándola pesarosamente en la mesa bajo la atenta mirada del resto de los presentes en la vieja y ridículamente pequeña taberna de Bíartel, pueblo de mala fama por contar con demasiados ladrones y estafadores entre sus habitantes. Entonces, al ver que el viejo de harapientos y oscuros camisa y pantalones tardaba tanto en continuar su relato, el que se encontraba más cerca de él carraspeó, logrando su objetivo; el hombre echó a un lado el canoso y enmarañado pelo hasta los hombros, perdida la vista en algún punto de la mesa, y decidió volver a abrir la boca.

—Quizá fuera lo único bueno de vivir en la calle —dijo con su ronca y muy castigada voz, sin ánimo alguno en sus palabras—, mendigando un chusco de pan que buenamente podía llevarme a la boca cada pocos días. Ya había oído la historia del grupo de soldados que, engañados por una supuesta compañía de artistas, fueron envenenados con la bebida y comida que les ofrecieron durante el espectáculo. Dichos soldados, tan grande fue el rencor por la farsa urgida por sus propios enemigos, volvieron del más allá, de alguna forma que aún nadie ha sabido desentrañar, y se dedicaron a usar el mismo truco con el que los mataron para alimentarse de las personas vivas que fueran encontrando en cada nuevo pueblo que vieran a su paso. De esta forma, cada varios años, recuperarían parte de la vitalidad necesaria para continuar en este mundo.

—Pero, si los mataron a todos, ¿quién pudo haberte contado la historia de Hordy’d?

El anciano miró de reojo al joven, que debía pertenecer a una buena familia por sus ropas, y devolvió la vista a la jarra ya vacía, a la escasa espuma resbalando hasta la base de la misma.

—Conocía la leyenda de los soldados, de ahí que ninguna de esas tres noches entré en la taberna de Ludgran. Además, ése mismo era el nombre del oficial que les dirigía.

»Fui capaz de ver lo que sucedía en el interior desde el ancho ventanal y helado me quedé cuando el supuesto tabernero se acercó a cerrar la puerta; sus oscuros y fríos ojos se clavaron en los míos y pude sentir la maldad que rezumaban. Así mismo, sus manos, sujetas al pomo interno de la puerta, desprendían cierta tenue luminosidad azul que dejó paso a su verdadera forma justo antes de desaparecer al cerrarla. Vi atemorizado cómo los devoraban y huí de allí tan rápido como me permitieron mis piernas. Creedme cuando os digo que esa escena no está hecha para un crío de únicamente once años.

»Desde entonces, he viajado durante toda mi vida visitando nuevas regiones, intentando escapar de mis pesadillas. Sin embargo, cuando tan poco me queda ya, he llegado a entender que nunca podré escapar de ellos.

—¿Nunca? —insistió el mismo chico—. Los devoraron a todos salvo a ti. ¡Tú sí escapaste!

—¿De veras? —El anciano sonrió, aunque enseguida dejó escapar sonoras y nerviosas risotadas, tan pronto como comenzó a oír tras la puerta que daba a la calle lo que parecían cantos e instrumentos al mismo ritmo, quizá flautas, tambores y violines. Los demás le imitaron y echaron un vistazo a la puerta, como si no estuviera allí realmente, sorprendidos por la ronca voz del viejo cuando continuó hablando—. Viajo lejos de Hordy’d, siempre alejándome de ella, pero parece que aquel día en el que el tabernero miró hacia mí, me eligió como su guía, yendo allá a donde esté. Y por mucho que he contado este mismo relato por un nuevo trago, nadie de los que me escuchó pudo escapar de la atracción por su espectáculo. —El anciano se levantó con mucha más dificultad de la que hubiese imaginado, podría ser que ahora necesitase una menor cantidad de alcohol para ver mermar sus sentidos, y se dirigió hacia la puerta de salida mientras todos le observaban. Allí se detuvo un momento, oyendo tras de sí la compañía de la que siempre pretendió huir—. ¿Será que desde aquel día sea yo el que maldiga una tierra u otra? —Rio brevemente—. Pensé que podría ayudarme de las tabernas para avisar a las gentes de cada pueblo sobre el terrible peligro que les aguardaría. Es ahí donde se concentran tantos hombres y mujeres ávidos de nuevas historias; donde se celebran reuniones que, en ocasiones, determinan el rumbo del mundo; donde creí que mi pasado podría servir para acabar con esta sinrazón. No creo que me equivocara en el lugar, sólo en mis posibilidades reales de éxito.

»Marcho a Treng’ha. Quizá allá, en alguna otra de sus concurridas tabernas, tenga más suerte.

El anciano abrió la puerta y cruzó el marco, momento en el que quedó a la vista de algunos de los clientes del local la figura de un malabarista vestido con coloridas ropas. La música penetró por sus oídos en sus mentes y las palabras del anciano fueron sustituidas al instante por unas irrefrenables ganas de asistir al espectáculo que anunciaban.

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